3er DOMINGO DE PASCUA (C)
Provincia Mercedaria
de Chile

3er DOMINGO DE PASCUA (C)

Viernes 29 de Abril, 2022

 
La Palabra de Dios de este Tercer Domingo de Pascua nos ofrece un criterio de discernimiento que ayuda a precisar la identidad de la naciente comunidad cristiana: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.

¡Señor Jesús! Ayúdanos a reconocerte como el Señor de nuestra vida, de nuestra historia, de nuestra Iglesia

                Estamos viviendo el proceso sinodal en nuestra Iglesia de Latinoamérica y el Caribe. Se ha trabajado en tiempo de pandemia a través de los medios digitales fundamentalmente. Después de la Asamblea  Eclesial celebrada a fines del año pasado, vía remota, con la representación de la Iglesia de todos los países que conforman la realidad de nuestro continente de Latinoamérica y el Caribe, se han dado a conocer los 12 desafíos pastorales como fruto del trabajo de los grupos virtuales de todo el continente. Fueron presentados por los organizadores de la Asamblea Eclesial que hemos referido. Y el primero de estos desafíos dice: “Reconocer y valorar el protagonismo  de los jóvenes en la comunidad eclesial y en la sociedad como agentes de transformación”. Parece que debiera ser mejor expresado este primer desafíos como reconquistar a los jóvenes para Cristo, para volver a compartir el evangelio, es decir, reencantarlos con Jesucristo y su Buena Nueva. Todo indica que los  jóvenes en su inmensa mayoría no están simplemente con la Iglesia, pero tampoco con ciertas concepciones de la misma sociedad. A nivel de principio siempre los jóvenes son fundamentales no sólo para la Iglesia sino también para la sociedad, la familia, el trabajo, el futuro. El desafío es, pues, muy complejo de abordar si queremos responder a los tiempos que vivimos como Iglesia y como sociedad. Sí, reconocemos y valoramos el protagonismo de los jóvenes, pero ¿estamos convencidos de su condición de “agentes de transformación”? ¿De qué transformación se trata? No cabe duda que los jóvenes son “agentes de cambio” y así lo soñamos. La formulación parece correcta pero no responde  a la verdadera situación de los jóvenes con la sociedad, la familia y la Iglesia. ¿Qué  cambio o protagonismo de qué? Al parecer, la realidad es que vamos por carriles muy diferentes: los jóvenes en lo suyo y el resto también en su mundo. Bueno, el primer desafío ya sirve para abrir un intenso y profundo debate. Porque la verdad sea dicha, nos preocupa la situación en que nos hemos metido como sociedad y como Iglesia. Si leemos el magisterio del Papa Francisco tendremos una buena base para abordar este primer desafío. Fíjense que si la Iglesia no está llegando a los jóvenes ni a la familia ni a los centros motrices de la sociedad, es muy difícil el futuro y ya el mismo presente que estamos viviendo. Desde este desafío deberíamos valorar y revisar lo que estamos haciendo desde ese lugar privilegiado que es la escuela o colegio católico. Es aquí donde  este desafío puede ser clave de humanización y por ende de evangelización. Porque hay que realizar la misión en medio de las tormentas, de los desalientos, de la disminución de las energías y del personal disponible. Ciertamente no es todo ni lo único, pero en las actuales circunstancias hay que buscar y fortalecer la comunión en el servicio y en la misión. Necesitamos que muchos quieran tirar las redes y recogerlas también, porque la misión se comparte y donde se comparte se arriesga también. No hemos pescado nada en toda la noche, le dicen los expertos a Jesús. Pedro está dispuesto a arriesgar: en tu nombre echaré las redes. Se llenaron de peces las redes. Hoy tenemos que recordar esta escena evangélica, porque queremos que el evangelio llegue a quienes lo  necesitan y quizás lo esperan. Con esta inmensa confianza en el que nos envía a echar las redes, reemprendamos nuestro camino misionero, sin miedo, con audacia evangélica.  

PALABRA DE VIDA                                                                        

Hch 5, 27-32.40-41          Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres

Sal 29, 2-4-6.11-12.13           Yo te glorifico, Señor, porque Tú me libraste.

Apoc 5, 11-14    Al que está sentado sobre el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria  y poder, por los siglos de los siglos                                                                                       

Jn 21, 1-19          El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor!

                La Palabra de Dios de este Tercer Domingo de Pascua nos ofrece un criterio de discernimiento que ayuda a precisar la identidad de la naciente comunidad cristiana: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Son variadas circunstancias en que el cristiano y la Iglesia tienen que ponerse de lado de Dios, del Evangelio, incluso del ser humano como la más grande de las creaturas creadas por Dios. Los apóstoles y también nosotros con ellos, somos testigos privilegiados que compartimos  el camino de la fe en el Resucitado. Ojalá que como Juan pudiéramos decir también nosotros: “¡Es el Señor!”. A pesar de todos los errores y pecados, somos una Iglesia de testigos del Señor Resucitado. Cuando se debilita esta conciencia de la presencia del Señor Resucitado, caemos en la tentación de volver a lo mismo de siempre, a una vida sin relieve de eternidad, a un mundo común y corriente, como una sal insípida o una luz bajo el celemín de nuestras corruptelas. Gracias a la presencia del Señor Resucitado la Iglesia y cada bautizado despierta de su letargo y abraza la aventura fabulosa de convertir el mundo al Evangelio con el anuncio del Resucitado, vencedor del pecado y de la muerte. Nos parecemos a esos pescadores del evangelio de este domingo que se pasan la noche pescando y no obtienen nada. Todo eso cambia cuando  Jesús, desde la playa, sin ser reconocido por sus discípulos, les manda tirar las redes y la pesca se hace abundante. Nos desgastamos en miles y miles de planificaciones pastorales, programas de ayuda y muchas actividades pero la pesca es casi nula. ¿No será que nos está faltando la escucha más atenta de la voz del Señor y seguir sus inspiraciones para que la misión sea  más provechosa? ¿Qué le falta a nuestras pastorales para que rompan ese movimiento desalentador que se nos viene encima cuando, a pesar de los esfuerzos, no pescamos nada? Hoy, la Palabra nos interpela nuestra manera de ser testigos y de llevar a cabo la misión evangelizadora. Dejémonos interpelar con humildad y confianza, no en nuestros planes siempre voluminosos en papel, sino en el Señor que nos envía una y otra vez. Tiene mucho sentido la invitación del Papa Francisco cuando nos invita a “salir” de ese círculo que nos hace rutinarios y cansados. Hace falta una “Iglesia en salida”.

                Del Libro de los Hechos de los Apóstoles 5, 27-32.40-41

                La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos relata el modo cómo los apóstoles dan testimonio de la fe a pesar de las prohibiciones que les imponen las autoridades judías y cómo abrazan los mismos castigos físicos a que son sometidos por la causa del anuncio. “Vosotros habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza, y pretendéis hacernos culpables de la muerte de ese hombre”(v.28), les enrostra el sumo sacerdote. Fijémonos en la respuesta de Pedro y los apóstoles: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”(v. 29). De partida, no niegan la acusación que les ha formulado el sumo sacerdote sino que dan dos razones: por una parte, recuerdan el principio socrático que ya habían usado en Hch 4,19 sobre la obediencia a Dios antes que a los hombres. La segunda razón consiste en repetir la fórmula de fe en la resurrección de Jesús: “El Dios de nuestros antepasados resucitó a Jesús” (v. 30). Por lo tanto, Israel está involucrado en la salvación que Jesús ha obtenido para todos. Y para que haya resurrección es necesaria la muerte. Dice Pedro: Es el mismo Jesús resucitado, “a quien vosotros  matasteis colgándolo de un madero”. Esta misma expresión se repite en Hch 10 39. No se menciona en ninguna fórmula de fe el hecho de la traición por un monto de dinero, como motivo de la muerte de Jesús. Los miembros del sanedrín son responsables de la detención y de la crucifixión de Jesús.                                                                                Al mismo Jesús, que ha sido rechazado por Israel, “Dios lo ha exaltado con su diestra como Jefe y Salvador, para conceder a Israel la conversión  y el perdón de los pecados”(v.31).                    Todo se afirma en esa conciencia tan clara y decisiva de los apóstoles cuando declaran: “Nosotros somos testigos de estos hechos, y también el Espíritu Santo que ha dado a los que le obedecen”(v. 32). Son testigos junto con el Espíritu Santo que Dios concede a los que creen en Él. Igual sufren por Cristo los azotes que el Consejo ordena pero ellos se marchan contentos por haber sufrido desprecios por Jesús. Los testigos deben estar dispuestos a dar la cara y poner el hombro a las consecuencias de su testimonio. Rechazos no van a faltar. ¿Qué me exige la profesión de mi fe católica en estos tiempos? ¿He preferido marginarme bajo el pretexto de las fallas graves de algunos miembros del clero católico? ¿Tengo valor para la lucha del bien por sobre el mal empezando por mi propio mal?

                El Salmo 29, 2.4-6.11—13 es nuestra respuesta al Señor que nos ha hablado en esta primera lectura. El salmo 29 es una acción de gracias después de la una grave enfermedad de la  que ha sido librado el afligido orante. Y podemos orarlo como Iglesia herida gravemente por los abusos contra personas que hoy son víctimas pidiendo  verdad y justicia. Verdaderamente hemos “tocado fondo” y tenemos que pedir con extrema humildad: “Tú, Señor, me levantaste del Abismo y me hiciste revivir, cuando estaba entre los que bajan al sepulcro”.  Seguimos abismados, perplejos, atónitos…, Señor, ven en mi ayuda, clama el Pueblo de Dios desde las cavernas tortuosas del mal que provocamos.

                Del Libro del Apocalipsis 5, 11-14

                El pasaje del libro del Apocalipsis da cuenta acerca de la dimensión que tiene el Cordero degollado que se hace portador de los atributos divinos que el Antiguo Testamento señalaba de manera exclusiva para Dios, tales como el poder, la riqueza, el saber, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. Todo esto dentro del coro de voces de ángeles, de los vivientes y de los ancianos, es decir en el mundo celestial o cielo. Jesucristo es aclamado por su victoria sobre la muerte y el pecado. Igual cosa acontece a nivel del mundo terrenal: todas las criaturas tributan un reconocimiento al que está sentado en el trono, es decir, el Padre y al Cordero, Jesucristo. La clave de lectura está por cierto en la figura del Cordero que tiene muchas resonancias bíblicas: se trata del cordero pascual que sella la liberación del pueblo escogido o el cordero sacrificado por el pecado. Es el león de Judá y la raíz de David que triunfa sobre las fuerzas del mal. Es Jesús el verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y que Juan vio entre el trono de Dios y los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos. Es Cristo glorificado junto al trono de Dios en el cielo. Nos hace bien contemplar a Cristo victorioso después de haber pasado por nuestra experiencia a través de su anonadamiento y muerte hasta la muerte en cruz. Él sabe de nuestra realidad humana teñida de pecado y de muerte hasta que podamos compartir con Él su triunfo final.

                Del evangelio de san Juan 21, 1-19

                El evangelio de San Juan nos presenta una aparición del Resucitado junto al lago de Tiberíades. Este capítulo es un epílogo del evangelio de Juan que parece concluir en el capítulo 20, 30-31. Hay que considerar que los protagonistas de este capítulo son un grupo de siete discípulos y el número siete implica en la Biblia perfección, plenitud. Significaría esto que la misión se universaliza de tal modo que todos están llamados a realizar el anuncio. Jesús aparece en la misión misma y ya no es el centro. Jesús está en medio del trabajo misionero de los discípulos, aunque ellos tiendan a ignorarlo.

                La misión está en la comunidad y no tanto en personas determinadas. La acción que describe el evangelio de hoy en los versículos 1-14 acontece a campo abierto y no como otros relatos que se sitúan dentro de una casa. Los discípulos  salen a trabajar: “Voy a pescar”, dice Pedro y los otros: “Nosotros también vamos” (v. 3). Es interesante que Jesús ya no se manifieste al final del día, hora en que la comunidad se recoge, sino en plena mañana, en el tiempo del trabajo. Dice el texto: “Al amanecer Jesús estaba en la playa; pero los discípulos no reconocieron que era Jesús” (v. 4). El ardor de la tarea o misión puede llevar a no reconocer al Señor que siempre está en medio. Es bueno tenerlo presente porque puede pasarnos. El trabajo apostólico puede llegar a “esconder al mismo Jesús” y convertirse en una trampa, aunque parezca increíble, el trabajo pastoral puede transformarse en un obstáculo para ser discípulo en verdad.

                Se trata de la tarea evangelizadora de la comunidad entera. Todos los discípulos deben trabajar en  el anuncio del evangelio. La misión es compartida, todos participan y colaboran según sus dones. Esto evita que la misión sea personalizada o reducida a liderazgos personalistas. Convengamos que es muy tentador cruzarse de brazos y delegar todo en unos pocos.

              Tras una noche inútil, sin pesca, Jesús les hace una indicación: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán” (v. 6). Lo hacen y obtienen una gran pesca, lo que quiere decir que la evangelización debe estar orientada por la escucha y docilidad a las palabras de Jesús. Sólo así dará fruto. La misión nace del mandato misionero de Jesús. Muy importante: la misión evangelizadora siempre es mandato de Jesús lo que implica siempre escucharlo y obedecer su palabra. Sólo así la misión es “cristiana”, es decir, “por mandato y obediencia a Cristo”.

                A pesar de la enorme cantidad de peces la red no se rompe y con ello se simboliza a la Iglesia= comunidad cristiana que tiene capacidad para acoger a hombres y mujeres de toda raza, pueblo y nación. En el mismo sentido hay que entender los 153 pescados que cuenta la red de Pedro: se trata de una referencia a la universalidad y capacidad de la Iglesia para acoger a todos, sin romperse. El número indicado se refería al número de naciones entonces conocidas y por ello se refiere a la universalidad del llamado y mandato de Jesús a su Iglesia. Precisamente la nota de la catolicidad de la Iglesia se refiere expresamente a su capacidad de acoger en su  seno a todos los pueblos, culturas y lenguas para transformarlas en Pueblo de Dios por la fuerza del Evangelio, verdadera levadura de vida nueva en la múltiple masa del mundo.

                El mar de Tiberíades denota todo un sentido del mundo hostil donde se desarrolla la misión. Sin embargo, la playa o la orilla tienen una gran importancia, porque es desde ella que la misión tiene consistencia. Es el “lugar de comida” o “de la cena que Jesús prepara”, es decir, la eucaristía, nutriente esencial para el logro de la misión. La eucaristía hace la Iglesia y la Iglesia hace la eucaristía, es decir, no hay otro signo más elocuente de la Iglesia que la celebración de la eucaristía, porque es el espacio de la salvación efectuándose aquí y ahora. La “comida” constituye un momento central en la vida cristiana, porque es en ella donde reconocemos a Jesús y nos reconocemos como  sus comensales invitados.

                En medio del ajetreo y trabajo de la misión, los discípulos reconocen al Señor por su Palabra, suave y fraterna:”Muchachos, ¿tienen algo de comer?” (v. 5), “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán” (v. 6); “Traigan algo de lo que acaban de pescar” (v.10); “Vengan a comer” (v. 12). Es la Palabra de Dios que sostiene a los misioneros, el mandato misionero de Jesús que manda tirar las redes y la abundancia de los frutos (redes repletas de peces). Todo confirma la misión que Él nos ha encomendado. No hay vida discipular misionera sin la escucha y encuentro con Aquel que nos envía y nos convoca. Y esta palabra de Jesús no sólo opina sino que manda con la fuerza de quien tiene autoridad sobre los suyos. Es bueno reconocer la autoridad de Jesús como también la autoridad de quienes tienen la responsabilidad de mantener vivo el proyecto de vida nueva que el Señor nos encomienda.

                Otro interesante detalle. Cuando Juan le dice a Pedro. “¡Es el Señor!” (v. 7), Pedro se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, es decir, reconoce su fragilidad y miseria. La desnudez apunta a la condición humana débil y pobre. Al reconocer a Jesús, se ciñe la túnica, es decir, se dispone al servicio como lo había visto tantas veces en su Maestro. Y luego se tira al agua, es decir, está dispuesto a dar la vida por el Señor. Todo concluye aceptando la invitación de Jesús a sentarse a la mesa para comer de los frutos que han logrado. Pedro y los discípulos comprenden que la misión reclama compartir el banquete eucarístico con el Señor y los hermanos.

                La segunda parte del relato se refiere a la relación de Jesús con Pedro. La comunidad necesita saber qué ha pasado con la triple traición de Pedro. Sólo el amor puede curar o sanar el pecado de Pedro. Jesús lo conduce a través de las tres preguntas hasta que Pedro descubra  que sólo el amor de Jesús es capaz de liberarlo definitivamente. Jesús lo confirma en el pastorear a las ovejas y lo invita a abrazar el seguimiento con todas sus consecuencias. Jesús le anticipa la entrega total que vivirá como discípulo suyo hasta dar la vida.

                ¿Qué aprendemos de esta página extraordinaria del evangelio de Juan? Que la misión reside en la comunidad y no en protagonismos individualistas. ¿Y qué pasa cuando vivimos en una etapa histórica de un severo y atosigante individualismo a todo  nivel?  Sea ésta una oportunidad querida por el Señor para revisar nuestra misión como discípulos misioneros del Señor Resucitado. Una de las consecuencias de la reducción drástica de hermanos y hermanas en nuestras comunidades es precisamente el complejo protagonismo individualista que puede darse si no estamos alertas al campanazo del evangelio de este tercer domingo de la Pascua. ¿No será hora de compartir la misión con los  laicos haciéndolos partícipes y colaboradores de la “primera línea de la misión”? Es un gran desafío de los tiempos que vivimos.  

                Un saludo cordial.                                                                   

       Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

 

 

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