5° DOMINGO DE PASCUA (C)
Provincia Mercedaria
de Chile

5° DOMINGO DE PASCUA (C)

Domingo 15 de Mayo, 2022

 
“Este es el amor que nos renueva, que nos hace hombres nuevos, herederos del Testamento nuevo, capaces de cantar el cántico nuevo… el que hace que el género humano se reúna en un nuevo pueblo.” (San Agustín).

¡SEÑOR JESÚS! Transfórmanos en tu Amor Redentor

                “Tenemos que pasar muchas tribulaciones para poder entrar en el Reino de Dios”, les recuerdan Pablo y Bernabé a los discípulos que van encontrando en su paso por Listra, Iconio y Antioquía, partiendo de Derbe donde muchos se convirtieron al evangelio. Era la primera evangelización marcada por el entusiasmo y dinamismo de la novedad. Fíjense que no dicen “tienen” sino “tenemos” y de este modo los anunciadores  del evangelio se incluyen entre los discípulos que “tenemos que pasar muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”. No hay discipulado auténtico sin esta dimensión sufriente. Pensar o  desear lo contrario es no haber entendido  nada de la vida cristiana. Nos batará  con leer con atención el caminar de Jesús entre nosotros. No le faltaron privaciones ni incomprensiones, sufrimientos y traiciones, persecuciones y rechazos violentos, decepciones y tristezas. Y el cristiano es “otro Cristo” en esta tierra y estará expuesto a tribulaciones diversas si quiere vivir honestamente el seguimiento de su Divino Maestro. Pero, la realidad de cada uno dice muchas veces lo contrario. Nos sorprendemos siempre de la contrariedades de la vida, nos sacan de “nuestras casillas” pensadas siempre en el orden de “pasarlo bien, sin problemas”- La tribulación, que el diccionario traduce como “congoja, aflicción, tormento, adversidad”, tiene un sentido distinto en  el lenguaje cristiano. Desde luego tiene un sabor escatológico, es decir, está relacionada con una situación de necesidad, de opresión, de estrechez, angustia, ésta última es la prueba por excelencia. La prueba es una característica de la condición humana, pues el encuentro de dos seres humanos es prueba de su libertad. La prueba no es tentación sino invitación a una vida más intensa y a una relación más profunda. Jesús fue probado durante su vida, de este modo puede ayudar a los que están  pasando la prueba. Y la prueba por excelencia es la tribulación. Las iglesias conocieron esta tribulación y el apóstol Pablo también habla de ella “para completar los padecimientos de Cristo”. Todos los creyentes se verán entregados a esta angustia generalizada y al experimentarla no deben verse sorprendidos, sino soportar la prueba con firmeza y perseverancia e incluso con alegría como la mujer que va a dar a luz. Estamos en el ambiente del libro del Apocalipsis, que se traduce como “revelación”, “consolación”. Se dirige a unas iglesias que están bajo el drama de las persecuciones. Si resisten y permanecen fieles se vestirán las blancas túnicas y participarán en las bodas del Cordero. Nos ayuda la invitación de los apóstoles: “Tenemos que pasar muchas tribulaciones para poder entrar en el Reino de Dios”. Nos asiste la certeza de la derrota de las fuerzas del mal aunque tengamos que sobrellevar sus embates en nuestra peregrinación terrena hacia la Morada definitiva donde no habrá más llanto ni dolor. Y la Iglesia ha crecido en medio de las persecuciones. Así lo prueba la larga historia de los mártires. No tengamos miedo sino ánimo para seguir a Jesucristo, maestro y modelo del cristiano. Tengamos valor para sobrellevar los padecimientos presentes sin dejar nunca lugar a la desesperanza. Quiero completar lo que falta a la pasión de Cristo, dijo el apóstol Pablo y ¡qué cosas tuvo que sobrellevar para ser fiel a su Maestro. Los apóstoles nos hablan de lo que ellos sufrieron por Cristo, su  predicación se sostuvo en medio de no pocas dificultades y se selló con su sangre.  La Iglesia ha nacido sobre la cruz de Cristo. “¡Ánimo, soy yo!” nos dice Jesús.    

PALABRA DE VIDA

Hch 14, 21-27     Es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios                                                                                                                                                    

Sal 144, 8-13      Bendeciré tu Nombre eternamente, Dios mío, el único Rey

Ap 21, 1-5           Yo hago nuevas todas las cosas

Jn 13, 31-35        Así como yo los he amado, ámense  también ustedes los unos a los otros

                Dejémonos hoy interpelar por la Palabra del Señor que, como un inagotable manantial, sigue fluyendo sin pausa para que bebamos el agua limpia del Espíritu Santo. Sed y hambre de escuchar y vivir la Palabra como lo hizo María, Nuestra Madre, no nos pueden faltar. “Mi alma tiene sed de Dios”, dice el salmista. Pasemos a los textos bíblicos de este quinto domingo de Pascua.

                Del Libro de los Hechos de los Apóstoles 14, 21 - 27

                La primera lectura, siguiendo con los Hechos de los Apóstoles, libro muy adecuado  para descubrir la fuerza del Resucitado en la  comunidad y la misión, nos sitúa en el ciclo dedicado a Pablo y Bernabé que comenzó con el capítulo 9, narración de la conversión de Pablo y continúa en el capítulo 13 y siguientes. Nuestra primera lectura está tomada del capítulo 14, 21 – 27. En primer lugar, estamos ante una misión itinerante, en movimiento, en la que Pablo en compañía de Bernabé se ha tomado muy en serio la decisión de  dedicarse a los paganos, ya que los de su raza han rechazado a Jesús y a los misioneros. La primera campaña misionera que lleva el Evangelio a los paganos llega a su fin. Los misioneros itinerantes van de vuelta y lo hacen visitando las pequeñas comunidades cristianas que se han ido formando en cada lugar donde se ha anunciado el Evangelio. Hay un itinerario geográfico  que se enriquece con estas pequeñas comunidades de discípulos y discípulas que han abrazado la fe cristiana. Es muy importante el v. 22 de nuestro texto cuando dice: “…donde animaron a los discípulos y los exhortaron a perseverar en la fe, recordándoles que tenían que atravesar muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”. Es siempre muy importante el servicio de la animación que los responsables deben  asumir como tarea prioritaria. Fácilmente se introduce en la comunidad y en los discípulos  el desaliento, el cansancio, la rutina, la desmotivación, la dejadez. No está exenta la comunidad y los miembros de vivir  o caer en estas tentaciones, razón por la cual es importante el ejercicio de la animación. Luego es importante la exhortación espiritual, es decir, el llamado a permanecer fieles al Señor que es lo mismo que permanecer fieles a la fe. Un animador de la comunidad siempre está llamando a permanecer fieles y fuertes porque el Evangelio y Jesús no dejan a nadie indiferente. Un cristiano debe aceptar siempre, que permanecer fiel al Señor y al Evangelio no es barato, hay que estar dispuestos a enfrentar tribulaciones variadas. El Reino de Dios se conquista con valentía y no con cobardía y miedos. Cuando leemos esto, nos vienen a la memoria tantas formas de rechazo  y sufrimientos que estamos viviendo por el hecho de ser cristianos y católicos y no sólo en el Estado Islámico sino también en nuestras sociedades occidentales. ¿Quiénes deben realizar este servicio de animación? El versículo 24 deja constancia que: “En cada comunidad nombraban ancianos y con oraciones y ayunos los encomendaban al Señor en quien habían creído”. La comunidad cristiana se va organizando. De otro modo, el desorden pone en jaque la permanencia. Estos “líderes locales” son elegidos con discernimiento, es decir, con oración y ayuno. ¿Cumplo alguna función de animación en la comunidad cristiana? ¿Qué características tiene mi tarea de animación? ¿Es la animación un servicio o un privilegio? ¿Es la animación una manera de santificación y de testimonio o un ejercicio de poder y dominación?  

                Salmo 144, 8-13, un himno de alabanza a Dios, quien manifiesta su grandeza a través de sus acciones. Por eso “cada generación celebra sus acciones y le anuncia a las otras tus portentos; ellas hablan del esplendor de tu gloria, y yo también cantaré tus maravillas “(v.4-5). Nuestro Dios es un Dios fiel en todo lo que promete y bondadoso en todas sus acciones. Alabamos cuánto de maravilloso ha realizado Dios en Cristo por y para nosotros. Que nuestra vida sea la mejor alabanza a Dios en medio del mundo.

                Del Libro del Apocalipsis 21, 1-5

                La segunda lectura, del libro del Apocalipsis, nos presenta una sugerente imagen de la Nueva Jerusalén como una novia engalana, una virgen fiel. La imagen de las nupcias es muy frecuente en la Biblia.  Es el cumplimiento de la promesa que Dios hace: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva” (v. 1). De este modo se abre el penúltimo capítulo del libro del Apocalipsis. El tema de fondo es la ciudad de los elegidos, la Jerusalén celestial, en contraste total con Babilonia, representada por Roma, en el capítulo 17 del libro. Todo lo antiguo ha pasado y Dios hace una nueva creación, una nueva humanidad, congregada en la Iglesia. Ha desaparecido la ciudad pecadora y malvada representada por Babilonia. La Nueva Jerusalén es virgen, en cambio la Babilonia es prostituta, sometida a juicio como narra el capítulo 17. La nueva creación y la nueva humanidad anunciada es obra de Dios y está representada por la Iglesia definida como “morada de Dios entre los hombres” (v. 3). Con esta nueva tierra y nuevo cielo se inaugura un tiempo de alegría que supera la experiencia del sufrimiento de antes: “Les secará las lágrimas de los ojos. Ya no habrá muerte ni pena ni llanto ni dolor” (v. 4). Se describe la nueva situación con una enumeración de expresiones negativas “no habrá muerte ni pena ni llanto ni dolor”. Es esta nuestra esperanza y nuestra certeza porque Dios realiza lo prometido: “Mira, yo hago nuevas todas las cosas” (v. 5). Sírvanos este precioso texto para renovar nuestra esperanza acerca del mundo nuevo que Dios quiere hacer desde su Hijo, muerto y resucitado, a través de su Iglesia. Es una invitación a creer que lo que Dios promete se cumple inexorablemente para bien de sus elegidos. Realmente el Apocalipsis es una palabra divina de consuelo para quienes peregrinamos entre luces y sombras aunque con la mirada puesta en el mundo nuevo que Dios nos promete al  final de nuestro camino. ¿Crees tú esto? ¿Lo esperas realmente?

                Del evangelio de san Juan 13, 31-35

                El evangelio nos permite entrar en la segunda parte del cuarto evangelio que algunos exégetas denominan como “El testamento espiritual de Jesús a los suyos”, y abarca los capítulos 13 a 17, 26. En estos capítulos, la enseñanza de Jesús se dirige solamente a los discípulos. La luz que ha iluminado a los hombres con su palabra y sus signos o milagros en medio de sus tinieblas, ahora se concentra sólo en “los suyos”, los discípulos.  Los hombres, en su incredulidad, intentaron apagar la luz y la verdad del Maestro Nazareno. Ahora, rechazado por los hombres, Jesús vuelve al Padre, pasando por la pasión y la elevación en la cruz. El lugar elegido para esta última etapa de la vida del Maestro es la intimidad del cenáculo. Estamos ante los últimos momentos de su existencia con sus discípulos, deseoso de revelar sus secretos y de confiarles “su testamento” y su palabra de vida. Con toda razón los estudiosos llaman a esta segunda parte del evangelio de Juan “El libro de la Gloria” y del cual los capítulos 13 -17 son el inicio. Recordemos que no hay que leer estos capítulos como si fueran una crónica, es decir un relato de los hechos que vivió Jesús antes de partir. El evangelista nos ofrece, después de un largo período de recopilación de diversas unidades, un cuadro unitario de la enseñanza de Jesús a sus discípulos, situándolo en el contexto de los acontecimientos finales de su vida.                                                                                                                        El texto  de este domingo quinto de Pascua comienza indicando la salida de Judas Iscariote, el que iba a entregar a Jesús. “Cuando salió, dijo Jesús” (v. 31).Y un detalle extraordinario que indica el evangelista en el versículo 30: “En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche”. Esta frase tiene un alcance simbólico, porque Judas en cuanto probó el bocado entró Satán en su persona y desde ahora pertenece al mundo de las tinieblas. Con el versículo 31, la pasión de Jesús ha comenzado, porque el traidor ya está en manos de Satán y  a partir de su salida se abre el proceso de la traición y todo lo demás. Es “la hora de las tinieblas” y es “la hora de Jesús”, aquella de la cual habla muchas veces.                                                                                                                                “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él” (v.31).  Esta glorificación está íntimamente unida a la pasión dolorosa de Jesús. Tanto la cruz como la glorificación forman un solo acontecimiento. Ambas son la manifestación  de la identidad y misión de Jesús, lo que comienza por la Última Cena con el discurso de despedida y pasa por el proceso de la pasión y la gloria de la resurrección de Jesús. El “Libro de la Hora de Jesús” como llaman a esta sección los especialistas, se abre con una clara conciencia de que ha llegado “su hora”. Así dice: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que llegaba la hora de pasar de este mundo al Padre, después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). En este marco se inscribe el evangelio de este domingo. ¿Qué  es la “hora de Jesús”? Se trata de algo deseado y positivo, una ida de este mundo al Padre. Es una “hora” de humildad y de servicio a los suyos, una manifestación conmovedora es el lavado de los pies de sus discípulos y la máxima expresión del amor a los suyos y al Padre. Precede a nuestro evangelio de hoy, la penosa escena de la traición aunque no exenta de gestos de acogida y amor de Jesús como es el pan remojado en el propio plato de Jesús compartido por el traidor Judas. “Y enseguida, después de recibir el bocado, Judas salió. Era de noche”, dice en el v. 30. Esta expresión “era de noche” indica que Judas se va al mundo de las tinieblas, el de la traición, y Jesús vencerá esa pavorosa realidad con el despliegue de su amor “hasta el extremo”. Así la “hora de Jesús” está teñida de la “hora de las tinieblas” (traición y rechazo con resultado de muerte y abandono) pero, al mismo tiempo, es “la hora que el Padre ha previsto para manifestar su gloria en el Hijo Amado”. La obra de Dios triunfa a través del aparente fracaso de la cruz.

                Cuando Judas sale al mundo de las tinieblas para poner en marcha el proceso de la pasión, la gloria de Jesús se hace real. Jesús dice: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del Hombre y Dios ha sido glorificado por él…también Dios lo glorificará por sí, y lo hará pronto” (vv. 31-32). La hora de las tinieblas de este mundo no hacen más que manifestar el resplandor del Hijo y del Padre, que vencerá definitivamente a las tinieblas. Estamos ante un clima de despedida marcado por esas frases de Jesús que calan hondo en los acongojados discípulos: “Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes… a donde yo voy ustedes no pueden venir” (v. 33). No comprenden  lo que Jesús está viviendo y tampoco lo que les pide. No se trata de seguirle ahora y de dar la vida por Él. Jesús va a la pasión y muerte y resurrección; esto los discípulos no lo pueden vivir ahora con Él. La “hora de Jesús” incluye esta incomprensión de quienes le rodean. No lo pueden ayudar ahora en “su hora”.  

                Pero ¿qué pueden hacer para seguirle? Los discípulos mostrarán que son de Jesús si viven el mandamiento nuevo ya que no pueden ir con Jesús a la pasión y a la cruz. Seguirán a Jesús por la práctica del amor. Dice Jesús: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como yo los he amado: ámense así unos a otros” (v. 34). Este amor que implica darse por los demás, estar dispuestos a  entregarse por los demás, se convierte en el poderoso argumento en favor de Jesús, será la marca o sello del verdadero discípulo: “En eso conocerán todos que son mis discípulos, en el amor que se tengan unos a otros” (v. 35). Sobre este aspecto absolutamente central del evangelio y de la vida cristiana se ha escrito muchísimo. Se han escrito páginas sublimes de cristianos y cristianas que han vivido hasta las últimas consecuencias este amor fraterno que Jesús nos pide. Imitemos a esa multitud de testigos del amor verdadero y dejémonos guiar por esta piedra angular de la vida cristiana. Mirémonos este domingo ante esta palabra de Dios con mucha humildad y renovemos esta caridad evangélica, sello y marca de las vidas de San Pedro Nolasco, de santa María Micaela del Santísimo Sacramento, de Teresita de los Andes, de San Ramón Nonato y de la inmensa muchedumbre de bienaventurados.

                “Este es el amor que nos renueva, que nos hace hombres nuevos, herederos del Testamento nuevo, capaces de cantar el cántico nuevo… el que hace que el género humano se reúna en un nuevo pueblo.”(San Agustín).

                Que el Señor nos bendiga con la abundancia de su amor.                                                                            Fr. Carlos A. Espinoza I.  O. de M.



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