6° DOMINGO DE PASCUA(C)
Provincia Mercedaria
de Chile

6° DOMINGO DE PASCUA(C)

Viernes 20 de Mayo, 2022

 
Pasemos a gustar la Palabra de Dios en la siempre abundante mesa de la Palabra de nuestra eucaristía dominical. Sea esta Palabra una llamada interpelante, que suscite el deseo y el compromiso de seguir las huellas redentoras de Jesús. ¡Qué misterio más profundo nos regala el Señor!, cuando dice: “ Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre le amará; y vendremos a él y haremos morada en él”. ¿Habrá otra razón más poderosa para vivir en esta atmósfera de amor?

¡SEÑOR JESÚS! Ayúdanos a ser fieles a tu palabra

                                En este precioso tiempo pascual tenemos la dicha de detenernos en el evangelio de San Juan, especialmente el extraordinario capítulo 6 sobre la Pascua del Pan de Vida que se abre con el relato de la multiplicación de los panes en Jn 6,1-15. Como Moisés en el desierto hace caer el maná del cielo para saciar el hambre de los israelitas, aquí Jesús como el Nuevo Moisés se manifiesta multiplicando los cinco panes de cebada y dos peces que era lo único que tenía a mano un muchacho. Pero la cantidad era insignificante frente a unos cinco mil hombres, lo que llevó a Andrés a decir: ¿Qué es esto para tanta gente? Sin embargo, Jesús toma la iniciativa, pues nadie le ha pedido alimentar a  esa muchedumbre. Jesús, en efecto, tantea a sus discípulos: ¿Dónde podríamos comprar panes para que coman éstos? Se lo decía para probarlos, porque él sabía ya sabía lo que iba a hacer. Jesús siempre sabe lo que nos hace falta, pero nunca pasará por sobre nuestras propias ideas o iniciativas. Lo único que espera es que seamos honestos con nosotros mismos. Frente a las preocupaciones que nos invaden nuestro espíritu en estos días, parece que tenemos que aprender de esta sencilla pero profunda mirada del evangelista Juan. De repente, nos sucede que al igual que los discípulos, Jesús nos pregunta ¿Dónde podríamos encontrar paz, sensatez, serenidad, paz, alegría, esperanza, salud, pan, escucha, diálogo, comprensión, ayuda? Jesús siempre se involucra “podríamos”, él y nosotros. Los discípulos se involucraron como lo haríamos nosotros, desde nuestro propia realidad. Primero fue Felipe: “Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno coma un poco”. Le siguió Andrés diciendo que hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces, pero ¿qué es esto para tanta gente? Jesús entonces mandó: Hagan que se sienten todos. Y luego Jesús  tomó los panes y, después de dar gracias a Dios, los distribuyó entre los que estaban sentados. Y lo mismo hizo con los peces. Todos quedaron satisfechos. Y Jesús ordenó a sus discípulos: Recojan lo que ha sobrado y llenaron doce canastas con las trozos de los cinco panes de cebada de los que habían comido. ¿Qué lección nos deja este episodio tan bellamente narrado? Es muy oportuno y encomiable el servicio generoso de la caridad cristiana frente a tanta necesidad y miseria que vivimos. Por una parte, muchos cristianos pueden dedicarse sólo a ver y denunciar las dificultades presentes y muy reales de muchos hombres y mujeres pero a la hora de colaborar piensan como habría que tener mucho dinero para hacerlo y como no lo tienen entonces todo queda ahí. ¿A quién tenemos que imitar? A Jesús sin lugar a dudas. No es necesario ser millonario para tender la mano a las pobre y necesitado. Un granito de arena con otros va siendo respuesta concreta a la situación del necesitado. Y esto sólo puede suceder si dejamos que Jesús tome la iniciativa en nuestra vida, lo que implica dejarle espacio y acción. Para ello, hay que renunciar al inconsciente afán de protagonismo que cada uno lleva muy adentro. La gente que participó en la banquete gratis que Jesús les regaló, no fue capaz de descubrir quién era el que les había alimentado. “Sabiendo Jesús que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte solo”. Es increíble, el encuentro de Jesús con los pobres fue también fuente de tentaciones, porque pretendían apartarlo del camino que el Padre había previsto para Él. ¡Cuántos cristianos comprometidos a fondo con los necesitados no dejan de experimentar el rigor de la tentación de sentirse salvadores, mejores que los otros! Cobran mucha actualidad la  llamada a estar despiertos y vigilantes.

PALABRA DE VIDA                                                                                                                                       

                Hch 15, 1-2.22-29            Es decisión del Espíritu Santo y nuestra no imponerles ninguna                                                              carga más que estas cosas indispensables                                                         Sal 66, 2-3.5-6.8               A Dios den gracias los pueblos, alaben los pueblos a Dios.                 Ap 21, 10-14.22-23          No vi en ella templo alguno, porque el Señor Dios Todopoderoso                                                         y el Cordero son su templo                                                                                        Jn 14, 23-29                        ¡No se inquieten ni teman!

                La Oración Colecta del sexto domingo de Pascua, expresa muy bien el sentido que inunda estos cincuenta días de Pascua de Resurrección que estamos celebrando, cuando dice: “Dios todopoderoso, concédenos continuar celebrando con intenso fervor estos días de alegría en honor de Cristo resucitado, de manera que prolonguemos en nuestra vida el misterio de fe que recordamos”. No se trata sólo de una celebración litúrgica, la más importante del Año Litúrgico, sino que se encarne en nuestra vida concreta, la vida diaria del cristiano en el propio estado de vida que lleva, como misterio de vida nueva y eterna. Lo importante es que la Resurrección de Cristo verdaderamente se haga visible a través de nuestra vida como fermento de una existencia animada, conducida, guiada por el gran don mesiánico del Espíritu Santo. La tercera persona de la Santísima Trinidad es el agente de la santidad en el cristiano y en ese sentido, se entiende una espiritualidad o una vida espiritual. Dejarnos animar por el Espíritu de Jesucristo es la puerta de nuestra transformación en “hombre nuevo”. El Resucitado y su Espíritu  animan la vida del cristiano y de la Iglesia.

Pasemos a gustar la Palabra de Dios en la siempre abundante mesa de la Palabra de nuestra eucaristía dominical. Sea esta Palabra una llamada interpelante, que suscite el deseo y el compromiso de seguir las huellas redentoras de Jesús. ¡Qué misterio más profundo nos regala el Señor!, cuando dice: “ Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre le amará; y vendremos a él y haremos morada en él”. ¿Habrá otra razón más poderosa para vivir en esta atmósfera de amor?

                Del Libro de los Hechos de los Apóstoles 15, 1-2.22-29

                La primera lectura ocupa no sólo un lugar destacado en el Libro de los Hechos sino en la vida y misión de la Iglesia Primitiva. Este capítulo 15 suele llamarse Concilio de Jerusalén. Un concilio no es otra cosa que una reunión o asamblea que viven los apóstoles para tratar materias importantes y tomar decisiones que orientan la ruta de la comunidad entera. Estamos ante el punto neurálgico del Libro de los Hechos y de la vida de la comunidad cristiana primitiva. ¿Cuál fue el motivo de esta “congregación” o reunión o concilio de los discípulos? Los versículos 1 y 2 del capítulo 15 lo señalan claramente: “Algunos venidos de Judea enseñaban a los hermanos que, si no se circuncidaban según el rito de Moisés, no podían salvarse”. Se trata de un asunto de suma importancia no sólo para la iglesia primitiva sino para toda la historia de la Iglesia. El cristianismo podía fácilmente ser tomado como una rama más del judaísmo si se aceptaba el punto de vista de estos judeocristianos, es decir, judíos convertidos a la fe cristiana. Significaría que la ley de Moisés es más importante que el Evangelio de Jesús, si se acepta que la circuncisión es obligatoria también para los cristianos procedentes del paganismo. Por lo tanto, lo que está en juego es la novedad absoluta de la persona de Jesús, su muerte y resurrección, la eliminación de las fronteras que separaban a los pueblos y a los hombres, estableciendo la universalidad radical de la salvación obrada por Él. Es comprensible que el asunto provocara discusiones de Pablo y Bernabé con los judeocristianos. Para salir del problema, decide la comunidad enviar a Pablo y Bernabé y otros a Jerusalén, “para tratar este asunto con los apóstoles y los ancianos o presbíteros”. Nuestro texto contiene la decisión a que se llega después de una bien acalorada discusión en la asamblea de Jerusalén. Deciden enviar algunos hermanos con la carta de los apóstoles y los presbíteros  “a los hermanos convertidos del paganismo de Antioquía, Siria y Cilicia”. La clave del texto está en los versículos 28 y 29. Destaquemos la expresión del versículo 28 cuando dice: “Es decisión del Espíritu Santo y nuestra no imponerles ninguna carga más que estas cosas indispensables”. El gran actor de la vida cristiana primitiva es el Espíritu Santo y los instrumentos humanos que Dios ha elegido como testigos de Jesús muerto y resucitado. Lo sigue siendo hoy y siempre, porque la Iglesia no puede ser ni hacer de otro modo para seguir siendo en verdad “Iglesia de Cristo”. El sano principio de no poner más cargas sobre los hombros de los creyentes es una advertencia de permanente actualidad. El cristianismo tiene que ser siempre Buena Noticia y no simplemente religión de la moral. El Papa Francisco trae ese aire nuevo para los tiempos presentes. La Buena Noticia debe ser eso precisamente. Recuperar la alegría de ser cristiano es un desafío extraordinariamente urgente. Gracias a Dios la Iglesia sigue practicando este saludable principio de comunión y participación, como lo demuestran los Concilios, los Sínodos, las Conferencias Episcopales, etc. El Papa Francisco convocó al Pueblo de Dios que peregrina en Chile a enfrentar la gravísima situación de los abusos contra menores, cometidos por miembros de la Iglesia, un desgraciado suceso que ha marcado desde hace rato el caminar de los católicos en Chile y en otras latitudes. Ahora ha convocado a la Iglesia entera a caminar “como Iglesia sinodal”, en actitud de escucha y de apertura para conocer las preocupaciones que tienen los fieles católicos. ¿Te sientes involucrado, comprometido con la llamada del Papa Francisco?

                El salmo 66, 2-3.5-6.8 es una oración después de la cosecha o recolección de los frutos de la tierra. Toda la comunidad puede dar gracias porque la decisión de los Apóstoles favorece la universalidad del evangelio y abraza a las naciones de la tierra en un solo pueblo de Dios. La conversión de los paganos a Jesucristo es la cosecha que queremos hoy agradecer al Señor. Que Dios siga bendiciendo perpetuamente a su pueblo para que todos los pueblos de la tierra lleguen a reconocer a Dios como el único Señor. Son muchos los pueblos que todavía no reciben el evangelio de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Rueguen al Dueño de la mies que envíe más operarios es un imperativo absolutamente vigente.

                Del Libro del Apocalipsis 21, 10-14.22-23

                Con la segunda lectura continuamos con la visión del final de la historia en la mente de San Juan. Busca reconstruir la utopía y la esperanza de la comunidad que escucha en ese momento la lectura de este libro. Después de haberse referido al cielo nuevo y una tierra nueva, texto que escuchamos el domingo pasado, ahora se refiere a la Nueva Jerusalén. Se nos dice que baja del cielo y está resplandeciente con la gloria de Dios. No tiene necesidad de protecciones porque Dios mismo la protege. Se trata de la Ciudad de Dios edificada sobre el cimiento de los doce apóstoles del Cordero, es decir, de Cristo. No tiene necesidad de templo porque Dios y el Cordero la habitan. Y tampoco necesita de luz del sol ni de la luna porque la inunda la gloria de Dios y el Cordero es su lámpara. En tiempos de crisis de utopías y esperanza, nos hace bien poner la fantasía al servicio de la futura bienaventuranza del cielo. En general nos hemos dejado invadir por un materialismo inmediatista que nos ha oscurecido el horizonte de la dicha definitiva que viviremos en la comunión de los santos en el cielo. Se nos ha perdido “el relato” como capacidad de representarnos la gloria futura. Estamos entrampados en lo inmediato y funcional. Nos falta poesía y creatividad, asombro y amor  por la belleza. Somos terrícolas empedernidos. ¿No nos haría bien soñar más con un futuro distinto a las catastróficas estadísticas? ¿Por qué hemos dejado morir el encanto del cielo, de la inmortalidad, de la comunión de los santos? Nos hemos convertidos en miembros de una era del desencanto, del aburrimiento, del inmediatismo vacío, del consumismo materialista, de una vida sin sabor a eternidad, a felicidad, a dicha y a bienaventuranza. Nos dejamos envolver por el mundo sin vida. ¿Cómo estás en esperanza, en trascendencia, en inmortalidad, en felicidad inmortal?

                Del evangelio de san Juan 14, 23-29

                El evangelio nos sitúa en la primera despedida de Jesús de los suyos (Jn 13, 31- 14, 27). Todo parte de la Cena del amor total de Jesús por los discípulos (Jn 13, 1-30). El texto de hoy se inscribe en el primer coloquio de Jesús con los suyos en el que alienta en la fe y el amor a la comunidad con la promesa del Espíritu, de la que habla Jesús en Jn 14, 15 ss. Con el capítulo 14 san Juan presenta los grandes discursos de Jesús a los suyos.

                El texto de este domingo se abre con el versículo 23 que dice: “Si alguien me ama cumplirá mi palabra, mi Padre lo amará, vendremos a él y habitaremos en él”. Así comienza la autorrevelación de Jesús a los suyos, a sus discípulos. Jesús les había anunciado que se manifestaría pero los discípulos esperaban  que fuera una manifestación gloriosa e imponente del Señor ante todo Israel y en una proclamación oficial del mismo en calidad de rey – Mesías. Lo expresa muy bien la pregunta de uno de los discípulos en el v. 22: “Le preguntó Judas – no el Iscariote – “Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?”. Pero Jesús no responde a esta pregunta sino que la incomprensión de Judas de Santiago es la ocasión para volver  a profundizar sobre la presencia de Dios en el creyente, ya que es practicando sus mandatos como el discípulo manifiesta que ama a Jesús verdaderamente. El amor es la muestra más elocuente que puede vivir el discípulo de Jesús. ¿Se puede cumplir la  palabra de Jesús sin amor? Posiblemente si, cuando el creyente se queda en un cumplimiento puramente exterior y formal pero sin adhesión del corazón. Es el gran reproche que hace el Señor al fariseísmo, en el que se puede caer muy fácilmente. Si amamos a Jesús viviremos su palabra o sus mandatos. El móvil ético del cristiano no puede ser otro que el amor de Dios en él. Quien ama a Jesús acepta que es el Enviado por excelencia y tiene como fruto una doble correspondencia amorosa, la del Padre y la de Jesús. En este ámbito del amor,  Jesús promete auto – manifestarse al discípulo: vendremos a él y habitaremos en él. A la fidelidad amorosa del discípulo, Jesús corresponde con venir y establecer su morada en él, junto al Padre. Nos parece inaudito pero la comunión con la Palabra del Enviado es comunión con la Palabra del Padre. Solo el que ama está en disposición de observar la palabra de Jesús y de acoger su manifestación espiritual e interior. La afirmación que recalca Jesús es muy clara: “El que me ama se mantendrá fiel a mis palabras. Mi Padre le amará, y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él”.                                                                                                      El versículo 24 es una conclusión: “Quien no me ama no cumple mis palabras, y la palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió”. No amar a Jesús es no cumplir sus palabras y como él es el Enviado, significa que tampoco escuchamos al Padre ni le amamos. El amor es la condición esencial de la comunión con Cristo y en Él, con el Padre. No olvidemos que cuando habla de “mis palabras” se refiere a los mandamientos.

                El versículo 25 sirve de puente entre el tiempo de Jesús, tiempo histórico, y el tiempo del Espíritu. Así dice Jesús: “Os he dicho estas cosas estando entre vosotros”. Los discípulos saben que Jesús se va de su lado pero no deben sentirse como huérfanos; al contrario, el Padre en nombre de Jesús les enviará  el Defensor o Paráclito. Mientras Jesús está todavía con los suyos, les regala su palabra para preparar el nuevo tiempo del Espíritu.

                El versículo 26 se refiere Jesús expresamente a su nueva forma de presencia entre los discípulos, es decir, a través de su Espíritu. El texto es muy hermoso: “Pero el Paráclito, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que (yo) les he dicho”. Dos funciones cumplirá el Espíritu Santo en medio de los discípulos de Jesús: enseñar y recordar cuanto Jesús les enseñó. El Defensor no enseña novedades sino que hará percibir  el significado y sentido de la revelación aportada por Jesús. El Espíritu Santo repetirá y recordará cuanto ya ha sido dicho por Jesús, el Revelador del Padre. ¿Se tratará de una acción petrificada del Espíritu? De ninguna manera. Por el contrario, el Espíritu renueva incesantemente al discípulo y a la comunidad  para que actualicen la presencia de Jesús y su palabra en el mundo. Es también el Espíritu Santo que inspira las respuestas nuevas que la Iglesia y cada discípulo tiene que dar frente a las circunstancias históricas y a los tiempos. Así ni el mensaje ni Jesús envejecen jamás. Se dice que el Espíritu Santo mantiene la juventud eterna de la Iglesia y con toda razón.

                El versículo 27, siempre dentro del ámbito de la partida de Jesús, se refiere al don de la paz que Jesús les deja o comparte. “La paz les dejo, les doy mi paz, y no como la da el mundo”. La paz es el bien más preciado en el Antiguo Testamento. Ahora, es don de Jesús, es “su paz”, opuesta a la del mundo. Es un don cristocéntrico que comparte con los suyos antes de partir. Nace con la partida de Jesús al Padre, se establece con el amor mutuo y solidario y se manifiesta en la comunidad de discípulos. Para la situación angustiosa que vive la comunidad de los discípulos por la partida de Jesús, esta paz de Jesús es reconfortante.

                Desde esta despedida de Jesús, junto al don de la paz también hay palabras de aliento: ”No se inquiete vuestro corazón: no tengáis miedo”. Éstas nos vienen como anillo al dedo en consideración a los tiempos que vivimos. Una de las experiencias más frecuentes es la del miedo que llega a anular toda capacidad de reacción ante el peligro. El creyente no es una excepción a esta realidad. Desde luego, nuestro corazón está lleno de inquietudes sobre el presente y sobre el futuro, no sólo de la Iglesia, de la comunidad religiosa, sino también sobre el futuro del mundo en el que vivimos. Tratemos de escuchar al Señor en esta coyuntura tan compleja que atraviesa la historia humana actual. Las palabras de este domingo nos llenan de consuelo y esperanza. El Señor no nos deja solos, nunca nos abandona. Nosotros sí le abandonamos y nos olvidamos que prometió volver.                                                                                                                                                                                                                                                   

                 Un abrazo fraterno                                                                   

    Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.



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