DOMINGO DE LA SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (C)
Provincia Mercedaria
de Chile

DOMINGO DE LA SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (C)

Sábado 28 de Mayo, 2022

 
La Ascensión del Señor Jesucristo no es otra fiesta o un fragmento de la única fiesta, la Pascua de Jesús. Los 50 días de Pascua que estamos viviendo son como un solo domingo, una única fiesta que nos aporta vida nueva y eterna.

¡SEÑOR JESÚS! Bendícenos, para que cumplamos la misión que nos encomiendas

                 Cuando hablamos de la Ascensión del Señor nos referimos al acontecimiento que vive Jesús resucitado a los  cuarenta días de  su  paso o pascua de la muerte a la Vida. No es un hecho privado sino comunitario donde los apóstoles son protagonistas centrales del hecho prodigioso. Cuanto podemos decir o afirmar de Jesús, nuestro Salvador, es posible  por los testigos privilegiados que nos narran y dan testimonio de todo “lo que han visto y oído” acerca de Jesús y su Reino. Todo ello para que tengamos fe y así alcancemos la vida nueva o salvación o salud. Nuestra fe se funda en la experiencia que vivieron los apóstoles con el Señor desde el inicio de su predicación pública del Reino de Dios hasta su pasión, muerte y resurrección gloriosa. Sin estos testigos nos sería imposible acceder a la verdad de Jesucristo. Por eso con toda lógica y honor proclamamos que nuestra es “apostólica”, es decir, no se funda en leyendas ni mitos sino en la vida real de un grupo de personas que conocieron a Jesús y experimentaron cerca de él una novedad maravillosa que fascinó y entusiasmó hasta el punto de estar dispuestos a ofrecer hasta su propia vida por esa Persona admirable que  los llamó y los formó en la  verdad de un Dios que es el Padre de Jesús, Padre misericordioso y compasivo que  en el Hijo Amado nos abre a un mundo nuevo, marcado por el amor tan misericordioso y tan compasivo como el del mismo Padre Eterno. El camino humano de Dios, manifestado en Jesús su Hijo entre nosotros, se convierte en una escuela de vida eterna. Jesús compartió con los suyos e hizo camino con ellos. Es el misterio increíble de la encarnación del Verbo en las purísimas entrañas de María. Gracias a este misterio de fe, Dios ha hecho camino entre y con nosotros. Y todo camino humano tiene un momento álgido y especial, como es el momento de la separación o partida del ser amado. Durante esta semana hemos estado contemplando en el precioso evangelio de san Juan la despedida de Jesús de los suyos. Porque Jesús prepara a los suyos para enfrentar ese momento de dolorosa separación, de ausencia que vivirán los discípulos al volver Jesús al Padre. Él los dejará porque volverá a su Padre.  No debió ser fácil digerir esta experiencia a los discípulos que sentían ese apoyo y valor en medio de la misión de anunciar a Jesús muerto y resucitado. Ellos estaban acostumbrados con Jesús, y Jesús con ellos. Ya no les llama siervos sino amigos, ya que a su lado se sentían seguros y motivados. ¿Qué sería la vida  sin Él? Hubo tristeza, sin lugar a dudas, y Jesús, siempre tan cercano y profundo,  percibe el estado de ánimo de los discípulos. Los conforta y les asegura que pueden seguir contando con Él porque lo que cambiará será la forma de estar presente. En verdad, no se trata de un abandono, porque Él permanecerá para siempre con ellos. Y esto también nos compromete a nosotros, sus discípulos. Jesús no nos abandona sino que estará con nosotros de una forma nueva. No será una presencia física sino espiritual. Junto a la partida de Jesús del lado de los suyos, les promete el envío del Espíritu Santo, que los defenderá del maligno, los consolará,  les enseñará todas las cosas y permanecerá con nosotros. Y el Señor mediante su Ascensión al cielo atrae la mirada de los apóstoles y la nuestra hacia el cielo para indicarles e indicarnos a nosotros cómo debemos recorrer el camino del bien en nuestra vida terrena con la mirada puesta en el cielo. Y esto significa que el Señor está cerca de cada uno de nosotros y guía nuestro camino cristiano en las diversas situaciones que enfrentamos, en los perseguidos a causa de la fe, en los marginados, etc. Hay que recorrer la historia humana real con la mirada puesta en el cielo y sólo así descubriremos que no estamos solos y abandonados. El Señor camino a nuestro lado.  

PALABRA DE DIOS

Hch 1, 1-11         Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo?

Sal 46, 2-3.6-9                El Señor asciende entre aclamaciones.

Ef 1, 17-23           Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación, que les permita conocerlo verdaderamente.

Lc 24, 46-53        Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo

La Ascensión del Señor Jesucristo no es otra fiesta o un fragmento de la única fiesta, la Pascua de Jesús. Los 50 días de Pascua que estamos viviendo son como un solo domingo, una única fiesta que nos aporta vida nueva y eterna. Gracias al Concilio Vaticano II hemos vuelto a comprender el Misterio Pascual de Cristo como la única realidad que da sentido y plenitud a toda la vida del creyente y a la Iglesia. Jesucristo, muerto y resucitado, es la  causa de nuestra alegría, el motivo de nuestra esperanza, el fermento de la vida nueva en el mundo. No sólo eso. El Misterio Pascual de Cristo envuelve todo el tiempo y el espacio del año, de los siglos y de los tiempos, todo el año vivimos desde el Misterio Pascual. Celebramos hitos que pedagógicamente son necesarios dado nuestro carácter de peregrinos que vamos buscando el misterio de Dios no sin dificultades. Así la  solemnidad de la Ascensión del Señor no es más que un aspecto del único misterio de la glorificación y exaltación victoriosa del Crucificado – Resucitado. Junto a Pentecostés, la Ascensión es el acercamiento humano al único gran acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo, que, por otra parte, sobrepasa los límites de estas fiestas y se proyecta como un manantial inagotable de vida nueva y eterna. Todo el año y todo el tiempo humano queda situado ante esa realidad que sólo podemos creerla y acogerla sin dejar de aspirar a poseerla un día plenamente en la comunión de los santos en el cielo.

Dejemos que los textos sagrados  nos hablen del Misterio Pascual de Cristo para lo cual pedimos la luz del gran Consolador, Defensor, el Espíritu de la verdad.

                Del Libro de los Hechos de los Apóstoles 1, 1-11

                La primera lectura está tomada del Libro de los Hechos de los Apóstoles  considerado por los especialistas como la segunda parte y complemento del tercer evangelio y cuyo autor es San Lucas. Fue escrito hacia el año 70 de nuestra era cristiana y sus destinatarios inmediatos parecen ser paganos convertidos al cristianismo bajo el símbolo del “querido Teófilo” que significa “amigo de Dios” a quien el autor le dedica su escrito. Si observamos con atención, en realidad, el Libro de los Hechos se refiere sólo a dos apóstoles: Pedro y Pablo, ambos pioneros de la primera evangelización de la Iglesia. Es el texto preferido del tiempo pascual ya que relata la manifestación del Resucitado en la conversión de los paganos principalmente.

                En el texto de hoy es posible distinguir tres aspectos: un prólogo (v. 1-2), la promesa del Espíritu Santo (vv. 3-5) y la Ascensión del Señor (vv. 6-11). El prólogo es breve y San Lucas quiere entrelazar la historia de la naciente Iglesia con el ministerio público de Jesús. ¿Es Teófilo una persona o es un nombre simbólico? Al parecer es esto último y significaría que todos sin excepción somos “amigos de Dios” o Teófilo. Todos somos destinatarios de ambas obras de San Lucas, del tercer evangelio y de los Hechos de los Apóstoles. “En mi primer libro, querido Teófilo, conté todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio hasta el día que fue llevado al cielo” (v.1).

                En lo relacionado con la promesa del Espíritu Santo (vv.3-5), San Lucas nos presenta dos etapas intermedias, antes de comenzar a relatar la historia de la Iglesia, como preparación de los discípulos: una de 40 días en que el Resucitado actúa en la comunidad “dándoles muchas pruebas, mostrándose y hablando del reino de Dios” (v. 3). Estos 40 días tienen un fuerte simbolismo en la Biblia; recordemos los 40 días de Moisés en la montaña del Sinaí, los 40 días de la peregrinación de Elías  al monte de Dios, al Horeb y los 40 días de las tentaciones de Jesús en el desierto por parte de Satanás. Estos 40 días se refieren al “tiempo de prueba”, de la duda, del discernimiento y de la fe. Se refieren también al tiempo de duda e incertidumbre de los discípulos. Por esta razón, la segunda etapa de preparación se refiere a la venida del Espíritu Santo, que deben esperar “lo prometido por el Padre: la promesa que yo les he anunciado” (v. 4). La fe no nos exime de las dificultades que implica hacerse discípulo de Jesús y eso queda muy claro a lo largo del evangelio y del Libro de los Hechos  de los Apóstoles. Con toda razón “el tiempo de la Iglesia” es  “el tiempo de la manifestación del Espíritu Santo”, verdadero agente de la santidad pero en medio de dificultades, tan propias de los seguidores de Jesús.

                Respecto al tercer elemento de este prólogo, hay que decir que el relato de la ascensión del Señor (vv.6-11) es brevísimo y nada espectacular. Los discípulos aún están metidos en los tiempos humanos y a eso apunta la pregunta: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?” (v. 6). Los discípulos están pensando en la restauración temporal de la realeza davídica. La respuesta de Jesús es elocuente, en el sentido que lo que esperan los discípulos excede completamente la dimensión humana y queda radicada en “los tiempos y circunstancias que ha fijado el Padre con su propia autoridad” (v.7). Esto sigue siendo válido para todos los tiempos de la Iglesia, siempre tentada a creer que sus realizaciones humanas son ya el cumplimiento de las promesas divinas. La promesa del Espíritu Santo hará que los discípulos reciban “una fuerza que os hará ser mis testigos…hasta los confines de la tierra”(v. 8).  San Lucas es el único autor del Nuevo Testamento que nos ofrece una imagen visual de la exaltación o glorificación o Ascensión de Jesús como subida al cielo (v. 9-11). Lo que nos enseña a través de este relato, se refiere a dos tipos de presencia “real” de Jesús resucitado. En los 40 días Jesús se mostró como el que los discípulos habían conocido y ellos lo descubrieron como un ser vivo extraordinario. Ahora esa misma presencia del resucitado cambia y revela otro aspecto: se trata de una presencia “real” pero distinta. El simbolismo de la nube no se refiere tanto al ocultamiento de Jesús sino una forma distinta de estar presente con nosotros. Así la nube que veían los israelitas en el desierto no era sino el signo o señal de la presencia de Dios en medio del pueblo. Desde la ascensión Jesús estará presente a través de su Espíritu que será memoria permanente del Señor en medio de la comunidad acerca de lo que dijo e hizo el Señor Jesús. Los discípulos quedan absortos “mirando al cielo”. Es necesario que seres divinos  (= personas vestidas de blanco) les recuerden que ese mismo Jesús volverá.

                ¿En qué nos parecemos a los discípulos? La misión dejada por Jesús es enorme pero ese no es motivo para distraerse o añorar. Hay que volver a la historia de cada día a anunciar lo que hemos visto y oído.

                El salmo 46, 2-3.6-9 es un himno al Señor, Rey del Universo y una explícita referencia al sentido de la Ascensión cuando dice: “El Señor asciende entre aclamaciones,  asciende al sonido de trompetas”, pues originalmente este himno pudo servir para celebrar la entronización del Arca de la Alianza en el Templo de Jerusalén pero cuando esta fiesta desapareció, el salmo se reorientó para cantar el establecimiento del Reinado de Dios y su triunfal final. Y la Ascensión y la venida del Espíritu Santo son, sin lugar a dudas, manifestaciones de la victoria de Nuestro Señor sobre el pecado y la muerte. Por eso hay que cantarle y alabarle eternamente.

                De la carta de San Pablo a los cristianos de Éfeso 1, 17-23

                La segunda lectura es una súplica que el Apóstol eleva a Dios como acción de gracias por la fe en Jesucristo y el amor a los hermanos que los cristianos de Éfeso profesan. Es una oración de petición que parte de la convicción que el plan de la salvación ya es una realidad entre los cristianos y por lo cual da gracias. Toda la súplica se concentra en pedir el conocimiento de Dios mismo revelado en Jesucristo. Así dice: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, Padre de la gloria, les conceda un Espíritu de sabiduría y revelación que les permita conocerlo verdaderamente” (v.17), conocimiento que sólo el Espíritu Santo puede concederlo. Es el conocimiento del misterio de Dios mismo que no está al alcance de nuestra capacidad humana; se trata del conocimiento de la fe. Sólo quien se abre al misterio de Dios, revelado en Jesucristo, accede por el Espíritu a tan elevado conocimiento. Jesucristo ha sido elevado por Dios por encima de las jerarquías angélicas que los judíos llamaban Principado, Potestad, Poder y Dominaciones y de cualquier dignidad de este mundo y del mundo futuro y fue constituido “por encima de todo Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo y la Plenitud de aquel que llena completamente todas las cosas” (v. 21.22.23).Hagamos nuestra esta esta acción de gracias admirada de la obra de Dios y, al mismo tiempo, una petición  a vivir la maravilla de Dios que se expresa en su Cuerpo que es la Iglesia.

                Del evangelio de san Lucas 24, 46-53

                Dentro de los relatos de apariciones del resucitado a los discípulos (Lc 24, 36 – 53) se inscribe nuestro evangelio de hoy. Es evidente que la resurrección no fue comprendida inmediatamente por los discípulos; más bien, poco a poco, el Resucitado va formando esa evidencia en los suyos y en la comunidad a través de las  apariciones donde resalta la comida, el realismo de los signos de la pasión y, sobre todo, la Sagrada Escritura. “Entonces les abrió la inteligencia para que comprendieran la Escritura” (v. 45). Este progresivo convencimiento conduce a la comprensión más profunda del padecimiento y resurrección del Mesías y al envío misionero de predicar en su nombre la penitencia y el perdón de los pecados a todas las naciones. Y luego se repite lo que ya revisamos en la primera lectura de hoy: la reiteración que Jesús les enviará lo que el Padre prometió, es decir, el Espíritu Santo con cuya fuerza van a ser revestidos antes de emprender la misión universal. Luego se describe la ascensión. Los discípulos, en lugar de congoja y tristeza, se postran ante Él y retornan a Jerusalén “muy contentos” como quienes han comprendido perfectamente la “nueva forma de presencia del resucitado” mediante el Espíritu. Permanecen en la ciudad “y pasaban el tiempo en el templo bendiciendo a Dios” (v. 53) a la espera de “ser revestidos con la fuerza que viene desde el cielo”.

                La Ascensión de Jesús al cielo marca un aspecto muy importante: el cristianismo es presencia, don y tarea; estar contentos por la cercanía interior de Dios y dar testimonio en favor de Jesucristo. No es menos cierto que la Ascensión no es un cambio de lugar geográfico sino “un entrar en el misterio de Dios”, lo que significa otra dimensión de otra magnitud completamente diferente a la existencia terrena.  Así el “estar sentado a la derecha de Dios” significa participar de la soberanía propia de Dios por sobre todo espacio. Cuando Jesús se despide no va a alguna parte a un astro lejano; más bien, Él entra en la comunión de vida y poder con el Dios viviente, en la situación de superioridad de Dios sobre todo espacio. Por eso Jesús no se ha marchado sino que ahora está siempre presente junto a nosotros y con nosotros. Con su “irse” inaugura una nueva forma de cercanía, de presencia permanente que hace que esté presente al lado de todos, y todos lo pueden invocar en todo lugar y a lo largo de la historia.

                Benedicto XVI lo expresa con su proverbial claridad cuando dice: “El Señor, al abrirnos el camino del cielo, nos permite saborear ya en esta tierra la vida divina. Un autor ruso del siglo XX, en su testamento espiritual escribió: “Observad más a menudo las estrellas. Cuando tengáis un peso en el alma, mirad las estrellas o el azul del cielo. Cuando os sintáis tristes, cuando os ofendan, deteneos a mirar el cielo. Así nuestra alma encontrará la paz”(Año Litúrgico Ciclo C,p.241).

                Con María, madre y discípula, acojamos este maravilloso misterio de la presencia “real” de Jesús no sólo en la eucaristía sino en todo momento y lugar.     

 

   Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.

               

               

                  



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