1° DOMINGO DE CUARESMA (C)
Provincia Mercedaria
de Chile

1° DOMINGO DE CUARESMA (C)

Sábado 05 de Marzo, 2022

 


SEÑOR JESÚS, no nos dejes caer en la tentación

                Es posible que para la inmensa mayoría de nuestros cristianos de a pie, el desierto no tenga otra significación que el  lugar desde donde se extrae el metal rojo, el cobre que llamamos “el sueldo de Chile”.  Pero la Biblia y la liturgia quieren introducirnos en otro aspecto y el más significativo cuando habla del desierto hacia donde Jesús se dirige inmediatamente después de haber sido bautizado por Juan en las aguas del Jordán. Nuestra idea es que el desierto es lugar con muy poca vida, sin agua, sin vegetación, seco y por lo tanto lugar de dificultosa vida humana. Pero ¿qué es el desierto en la vida de Jesús? El Hijo de Dios hecho hombre en el seno purísimo de María realiza una jornada de 40 días y 40 noches en el desierto y de esta manera hace el mismo trayecto de Israel, el pueblo de Dios del Antiguo Testamento que peregrinó por el desierto por largo tiempo con la esperanza de la tierra prometida. Aquel pueblo experimentó las tentaciones contra Dios e incluso  llegó a desear volver a la esclavitud de Egipto nuevamente. Fue un pueblo infiel y se dejó una y otra vez engañar por los espejismos de un mesianismo terreno, incluyendo el pecado de la  idolatría. Jesús va al desierto pero para enfrentarse cuerpo a cuerpo con el enemigo de Dios  y del hombre, el Diablo. Soportó las arremetidas audaces y arriesgadas del Tentador que quiere doblegar a Jesús,  que él considera debilitado por el ayuno y la oración. Pero no lo logra. Jesús opone a las atrevidas propuestas del Tentador una fuerte y contundente fidelidad al Padre. No cae en la trampa que le tiende el Tentador. No eran extrañas ni fuera de lugar las propuestas del astuto enemigo pero Jesús  no se doblega y permanece fiel hasta el fin. Una experiencia clave de la aventura de Israel como pueblo de Dios es precisamente el desierto, no sólo como espacio físico de carencias sino como una época privilegiada de la historia de la salvación. Dios quiso hacer pasar a su pueblo por esta “tierra espantosa” como indica Dt 1,19 para hacerle entrar en la tierra que mana leche y miel. Y desde esta experiencia de la tierra prometida, el desierto, además de ser una tierra inhóspita, evoca una época de la historia sagrada: el nacimiento del pueblo de Dios. De este modo el desierto no es una fuga o evasión del mundo, sino un paso por el tiempo del desierto, semejante al paso de Israel. Juan Bautista no invita a ir al desierto sino a convertirse para acoger al Mesías que viene. Jesús quiso revivir las etapas del pueblo de Dios, del Israel de Dios. Así como los hebreos fueron llevados al desierto, Jesús es conducido por el Espíritu de Dios al desierto y allí, como los hebreos  en el desierto, es allí sometido a prueba; pero a diferencia de sus antepasados, Jesús supera la prueba y permanece fiel al Padre, prefiriendo la Palabra de Dios al pan, la confianza al milagro maravilloso, el servicio de Dios a toda esperanza de dominación terrena. La prueba que había fracasado en los tiempos del éxodo, encuentra su sentido: Jesús es el Hijo Primogénito, en el que se cumple el destino de Israel. Entonces el tiempo de la cuaresma es, ante todo, un volver los ojos a Jesús para descubrir que en su persona se ha realizado plenamente el plan de Dios de salvar a la humanidad. Y, aunque es importante toda la dimensión penitencial que reviste este tiempo de gracia, es fundamental meditar e imitar el ejemplo de la fidelidad de Jesús que vence la prueba y permanece fiel al Padre. El desierto fue un tiempo de prueba para el pueblo escogido e incluso de apostasía. Tres elementos dominan estos recuerdos: el designio de Dios, la infidelidad del pueblo y el triunfo de Dios. Con Jesús en el desierto vivamos esta cuaresma como llamada a la fidelidad.

  

 PALABRA DE VIDA         

Dt 26, 1-2.4-10                  Gritamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz

Sal 90, 1-2.10-15              En el peligro, Señor, estás conmigo.

Rom 10, 5-13                     El que cree en Él no quedará confundido 

Lc 4, 1-13                             No tentarás al Señor, tu Dios

La Cuaresma pertenece a la celebración de la Muerte y Resurrección del Señor, el misterio pascual, centro de todo el Año Litúrgico. A finales del siglo V° de nuestra era cristiana, la Cuaresma logró su estructura actual. Se alargó el tiempo de preparación al miércoles anterior al primer domingo de Cuaresma, día en que se imponía la ceniza a los penitentes y luego se hizo extensivo el rito a todos los fieles. Se llamó a este miércoles de ceniza “el día más importante de la Cuaresma” porque se entra a una larga preparación que culmina el Jueves Santo. Desde sus orígenes, la Cuaresma es comprendida como un tiempo de preparación a la celebración de la Pascua de Jesús, considerada como el centro de la historia y fuente de sentido. Y en esta preparación tienen gran importancia la oración y el ayuno pero también otras prácticas que buscan renovar la vida personal y comunitaria. San León Magno decía que la Cuaresma es “un retiro colectivo de cuarenta días, durante los cuales la Iglesia, proponiendo a sus fieles el ejemplo de Cristo en su retiro al desierto, se prepara para la celebración de las solemnidades pascuales con la purificación del corazón y una práctica perfecta de vida cristiana”. Vivamos entonces este tiempo especial como preparación intensa a la celebración de la Pascua en Semana Santa. Así seguiremos el ejemplo de Jesús en sus 40 días en el desierto como nos lo narra el evangelio de San Lucas en este primer domingo de Cuaresma.

                Del Libro del Deuteronomio 26, 1-2.4-10

                El Libro del Deuteronomio es el último del llamado Pentateuco y se organiza en torno a dos largos discursos de Moisés antes de morir. En efecto, Moisés morirá antes de completar la empresa que Dios le había encomendado y el pueblo quedará a las puertas de la tierra prometida. Moisés lucha por inculcar la ley y poner en las entrañas del pueblo la fidelidad radical y duradera al único Señor, a sus leyes y mandatos, en medio de un ambiente de agitación por entrar a la tierra prometida. Este libro  pretende hacernos escuchar con calma lo que Dios quiere hacer con el pueblo que ha sacado de Egipto por manos de Moisés. El capítulo 26 del Deuteronomio de donde está sacada la primera lectura de este domingo, se refiere a las prescripciones rituales, las que Israel deberá tener presente al entrar en la tierra que el Señor le va a dar. Concretamente el texto de hoy se refiere a las normas relativas a la presentación de las primicias. El centro de este texto está en la llamada “profesión de fe” de Israel, considerada por algunos autores como el más antiguo credo de Israel. Este es el texto: “Mi padre era un arameo errante: bajó a Egipto y residió allí con unos pocos hombres; allí se hizo un pueblo grande, fuerte y numeroso. Los egipcios nos maltrataron y nos humillaron, y nos impusieron dura esclavitud. Gritamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestros trabajos, nuestra  opresión. El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte, con brazo extendido, con terribles portentos, con signos y prodigios, y nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel” vv. 5 – 9). Si nos fijamos el credo israelita simplemente hace un recuento de lo más central de su historia: sus orígenes y bajada a Egipto, la esclavitud egipcia, el clamor desde el sufrimiento y la acción liberadora del Señor. El rito de la presentación de las primicias o primeros frutos tiene como fundamento esta relación especial entre Dios y el pueblo escogido. La abundancia de bienes materiales no puede hacer olvidar al israelita su procedencia y, junto con ofrecer a Dios, debe compartir con los desposeídos, el levita y el emigrante. El mensaje central de este texto nos remite a la esencia de la Cuaresma: Dios y los más desposeídos que viven cerca de tu casa.

                El salmo 90 repite una certeza que se repite en diversas formas: los que acogen al amparo del Señor pueden confiar en su auxilio para vencer cualquier tipo de dificultad. La idea se repite a lo largo de las estrofas bajo diversas imágenes. Es evidente el entusiasmo del orante que  exagera como podemos comprobarlo en los vv. 7-13 pero lo que pretende es ayudarnos a comprender la providencia de Dios que nos cuida. El oráculo divino sí lo ratifica (vv. 14-16). Nos hace bien este salmo ante las situaciones dolorosas que vivimos, tales como la enfermedad, la inseguridad, la violencia, el drama de una guerra “moderna”, el incierto futuro, etc. 

                De la carta de San Pablo a los Romanos 10, 5-13

                En este capítulo 10 de la Carta a los Romanos,  San Pablo reflexiona, siempre dentro del ambiente de debate y polémica, la situación religiosa de Israel ya que la mayoría rechazó el Evangelio. Quiere demostrar que, a pesar de esta temporal oposición a Cristo y al Evangelio, el pueblo escogido se convertirá finalmente. No cabe duda que los judíos muestran un loable celo por Dios y por la observancia de la ley, pero es un celo desorientado y desmedido. El esfuerzo sobrehumano desplegado para atraer al Mesías está a la base de la observancia minuciosa de la ley. Frente a esta realidad, San Pablo recuerda que el centro del mensaje  evangélico lo encontramos en la siguiente profesión de fe cristiana: “Si confiesas con la boca que Jesús es Señor, si crees de corazón que Dios lo resucitó de la muerte, te salvarás. Con el corazón creemos para ser justos, con la boca confesamos para obtener la salvación” (vv. 9 – 10). Así quedan convocados todos los pueblos, judíos y griegos, al don de la salvación en Cristo “porque es el mismo el Señor de todos, generoso con todos los que le invocan” (v. 12). Ciertamente San Pablo siente profundamente la situación de su pueblo que rechazó a Jesús y ora por su conversión a Cristo, pues está convencido que la salvación de Cristo es universal y no pueden quedar fuera  quienes recibieron las promesas, es decir, el pueblo israelita.

                Del evangelio según san Lucas 4, 1-13

                En el Padre nuestro Jesús enseñó a sus discípulos a pedir: “No nos dejes caer en la tentación” (Lc 11,4). Resulta difícil para el común de las personas comprender el evangelio de hoy, el relato de las tentaciones que vive Jesús en el desierto. Podría ser visto como una narración de ciencia-ficción. Primero, porque para mucha gente el tema de la tentación no es más que una anécdota, algo intangible. No podría ser de otra manera, si el grueso de la gente ha eliminado de su experiencia real el tema del pecado. A lo más se piensa que todos los males humanos proceden de la estructura social, económica o política, nunca de la propia persona. Vivimos bajo el slogan que todo el mundo es bueno o buenísimo. Y, sin embargo, vivimos un porfiado fenómeno del mal incrustado en la sociedad, en personas individuales y en grupos. Hablar de la tentación, cuando se ha adormecido la conciencia de cada uno, es hablar de algo del pasado. Hoy, el evangelio nos confronta con un hecho inaudito: Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, lleno del Espíritu Santo, es sometido a la prueba de la tentación. De este modo, Jesús manifiesta el camino humano real que él abrazó para redimirnos y lo hace asumiendo el más hondo drama del ser humano como es soportar la acción del Tentador durante toda su vida.

                Hemos de reconocer que el tema de la tentación  forma parte de la trama humana y de la historia. El lenguaje de San Lucas es simbólico y su narración alegórica, única forma para describir una realidad de otro orden. Es el lenguaje de la teología, es el lenguaje de la liturgia, es la forma de acercarnos a una realidad espiritual muy compleja. Tratemos de comprender esta realidad conducidos por la sabia mano de san Lucas. Para ello, pongamos atención en los siguientes elementos del relato evangélico de hoy.

                1°            Jesús, que ha sido confirmado en su condición de Hijo Amado del Padre y ha recibido el Espíritu que lo consagra como Mesías, es empujado por el mismo Espíritu al desierto, lugar de la prueba. Significa que ni la filiación divina ni el Espíritu Santo separan a Jesús de la historia humana y de la ambigüedad que ésta tiene. Como Jesús, somos invitados al centro de esta historia donde se da la lucha que Jesús nos enseña a afrontar. Y entonces la historia humana está marcada por una lucha que el cristiano experimenta permanentemente. Unos dirán que es una lucha entre el bien y el mal, otros entre Cristo y su enemigo, entre el evangelio y las idolatrías. Hacer el bien no es fácil, hay que vencer los engaños del “padre de la mentira”, el enemigo de Dios.

                2°            El desierto es  el lugar de la prueba y de la tentación, según la Biblia, morada del mal y de los malos espíritus que atacan al hombre. Pero también es lugar del encuentro con Dios, de decisiones y de experiencias divinas, lugar desde donde llega la salvación. En él se experimenta el enfrentamiento  con el diablo, espíritu enemigo de Dios y del hombre, y al mismo tiempo, lugar donde se vive la ayuda de Dios. El Espíritu conduce a Jesús y nos conduce a nosotros al centro de esta realidad tan variada, tan sujeta a enfrentamientos y consuelos. Dice Jesús que “estamos en el mundo pero no somos del mundo”. La fe se vive “donde las papas queman”, dice el refrán. No se invita a una serena posesión adelantada del cielo; se nos invita a enfrentar el mal real, el que está dentro de nosotros y el que nos esclaviza y curiosamente nos “encanta”, nos engaña y nos envuelve y nos seduce. Jesús revive en su propia experiencia, la de Israel que aprendió en el desierto a ser pueblo de Dios. Nosotros no aprenderemos a ser pueblo de Dios de la Nueva Alianza sino afrontando la prueba de “estar  en el mundo y no ser del mundo”.

                3°            Los cuarenta días es una cifra simbólica. En la Biblia significa simplemente todo el tiempo necesario para obtener algo y no mide cronométricamente un tiempo. Así, por ejemplo, Israel anduvo 40 años en el desierto; 40 días y noches duró el diluvio universal; 40 días estuvo Moisés en el monte Sinaí; 40 días anduvo Elías por el desierto hasta llegar al Monte de Dios. Esto quiere decir que es el tiempo en que sucede y se vive algo fundamental. En concreto, los 40 días de Jesús es su vida entera. La tentación no es algo aislado ni temporal; la tentación es parte de la trama de la existencia humana y también de los creyentes. Cada uno tendrá que reconocer que la tentación persiste por largo tiempo y a veces por la vida entera. Pensar de otro modo es autoengaño, una forma de facilitar la acción del Tentador, ese espíritu malévolo que sigue siendo audaz, inteligente y astuto en su tarea de apartar del camino recto y poner incertidumbre acerca de Dios mismo. Cada cristiano vive sus “40 días” del desierto.

                4°            El diablo es el adversario o enemigo del plan de Dios sobre la humanidad, ya que justifica el fin con medios que avasallan y niegan la libertad de las personas, poseyéndolas, fanatizándolas y deshumanizándolas. Diabólico es el espíritu malo que oprime en la sociedad, indiferente a las desastrosas consecuencias que acarrea el abuso de poder para la humanidad y toda forma de atropello que viven los seres humanos en distintos espacios y niveles. La historia humana está jalonada de tristísimos episodios que muestran la acción y persistencia de la acción del Tentador en personas y grupos. Tampoco se escapa la Iglesia de esta realidad del maligno. “Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”, dice Jesús a Pedro.

                5°            Jesús aparece en este relato de las tentaciones como el peregrino humano en el desierto que va haciendo camino caminando. Él también siente el drama interior de permanecer fiel al camino o plan trazado por el Padre. Nos enseña que sólo con fidelidad hasta las últimas consecuencias se puede ser discípulo suyo.  Estas tentaciones son el paradigma o modelo de cualquier otra tentación, por eso el diablo, completadas todas las tentaciones, se aleja de Jesús ”hasta el momento oportuno” (v.13); será la hora de la pasión de Jesús, la hora del poder de las tinieblas, la hora de la última prueba decisiva. Y el camino de Jesús es también el camino del discípulo. No hay cristiano auténtico sin tentaciones. Por eso, o vencedores o vencidos, pero nunca aniquilados por completo. La gracia de Dios es nuestro auxilio y fortaleza, la mejor arma de nuestro combate espiritual, de nuestra lucha. “Cada época tiene su propia tarea en la presencia de Dios. La tarea del mundo de hoy es la de creer. Porque hoy ya no se trata de esta o aquella creencia, de este o aquel artículo de fe, sino de la fe misma, de la posibilidad de creer, de la capacidad del hombre para entregarse totalmente a una única, clara y exigente convicción” (Karl Rahner, teólogo alemán en 1963).                                                                                                                                  Fr. Carlos  A. Espinoza I., O. de M. 

 

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