DOMINGO DE RAMOS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (C)
Provincia Mercedaria
de Chile

DOMINGO DE RAMOS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (C)

Sábado 09 de Abril, 2022

 


¡Señor! Muéstranos tu camino

                Entramos a la Semana Santa también llamada Semana Mayor. La cuaresma nos ha llamado a realizar una preparación espiritual centrada en el llamado a convertir el corazón, es decir, comprometernos a modificar nuestros comportamientos abandonando los vicios, los malos hábitos, los pecados. No se nos pide un refinado ritualismo sino “escuchar la Palabra de Dios y desde ella modificar nuestra vida”, para que sea más clara nuestra identidad cristiana. Usamos los ritos y ceremonias para expresar las realidades espirituales cristianas pero todo apunta a un cambio profundo y permanente de nuestra vida. ¿Lo hemos vivido así este tiempo cuaresmal? ¿Nos ha servido para modificar conductas, renovar compromisos evangélicos, ayudar a crear mejores condiciones de humanización en casa, en el barrio, en la oficina, en el convento, en la parroquia, en la calle? Incluso la práctica y celebración del sacramento de la reconciliación o “confesión” requiere una voluntad decidida por el bien que reemplace el mal que reconocemos. La cuaresma apunta hacia la Pascua de Jesucristo y en Él nuestra propia pascua. El paradigma antecedente de esta Pascua cristiana lo encontramos en la unánime tradición del Antiguo Testamento que, como una melodía vuelve una y otra vez sobre la experiencia fundante del pueblo escogido, resuena sin cesar como el “´paso” de Dios por un pueblo esclavizado y sufriente. “Paso del Mar Rojo” es sinónimo de salida, de éxodo, desde la esclavitud a la libertad. Es  la  pascua o paso de Israel por el mar rojo desde la esclavitud egipcia hacia la tierra prometida; es el paso desde la cautividad a la libertad, del oprobio a la dignidad. Pero la verdadera y definitiva Pascua es el acontecimiento que es Jesús de Nazaret, el paso o Pascua de la muerte a la Vida. Jesús vive su anonadamiento hasta el fondo permaneciendo obediente hasta la muerte  y muerte de cruz pero no queda atrapado en este abismo sino que el Padre lo resucita, lo devuelve a la Vida. Este es el hecho central de la fe cristiana, es la médula de la columna vertebral del Pueblo de Dios. Sin esta realidad nueva y extraordinaria no hay vida cristiana alguna, no hay esperanza de vida nueva. ¡Cuántos cristianos viven sin darse por enterados de esta realidad nueva y extraordinaria! Se quedan fuera, como el hermano mayor de la parábola del padre misericordioso, y no comparten la fiesta de la Vida Nueva que llevamos en germen gracias a nuestro bautismo. Y cristianos sin vida,  sin alegría, sin esperanza, sin compromiso hay muchos, por desgracia. El mundo se priva de recibir un saludable testimonio de ese  “algo  nuevo que ya está actuando” pero no lo vemos. ¡Qué lástima! Pero nosotros queremos estar junto a los demás hermanos y a Jesús para vivir estos días santos con amor y admiración por cuanto ha realizado nuestro Padre Dios por rescatarnos del Maligno y del pecado, causas de nuestros cautiverios. Normalmente escuchamos la invitación a compartir nuestra fe, nuestra vida, nuestro amor, y eso está muy bien; pero, todo eso es bueno y saludable. Sin embargo, es necesario compartir los padecimientos de Cristo Jesús, lo que significa compartir su muerte, su cruz, su pasión, su entrega hasta el extremo. Esto porque sólo así podremos compartir también con Él su victoria sobre el pecado, la muerte y el Maligno. Jesús se “ha hecho hombre” siendo el Hijo de Dios. Ha compartido nuestro destino penoso “haciéndose pecado por nosotros” y “partícipe de la maldición que pesaba sobre nosotros”. Sin Cruz no hay redención ni victoria pascual.   

PALABRA DE DIOS

Is 50, 4-7            Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban                                                                        

Sal 21, 8-9.17-20.23-24   Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Flp 2, 6-11           Se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz  

Lc 22, 14 - 23, 56    Jesús, con un grito, exclamó: “Padre, en tus manos encomiendo mi  espíritu”. Y diciendo esto, expiró

                Lo novedoso de este domingo de Ramos es precisamente la lectura del relato de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, esta vez y siguiendo el Ciclo C de las lecturas dominicales, corresponde escuchar el relato de San Lucas. También leeremos el relato de la Pasión que nos ofrece San Juan en la Liturgia del Viernes Santo. Son las dos ocasiones en  que el pueblo de Dios escucha en la liturgia tales relatos. En la historia de la formación de los libros del Nuevo Testamento, los relatos de la Pasión de los tres evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) fueron unidades autónomas que circularon en las comunidades cristianas y sostuvieron su fe en Jesucristo muerto y resucitado. Fue también el primer anuncio o Kerigma de la fe cristiana. Lo primero que anunciaron los apóstoles fue  a Jesús muerto y resucitado, es decir, el Misterio Pascual de Cristo. Pero hoy también es un día de proclamación pública de la fe en Jesucristo. Los ramos que portan hoy los fieles expresan el carácter perenne de la Buena Noticia de Jesús. Hoy, con la liturgia estamos invitados a proclamar: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! Así el centro del Domingo de Ramos no son los ramos sino Jesucristo en su Pasión. Los ramos son signos de la proclamación de nuestra fe en Jesucristo, el Mesías.

                Del libro del profeta Isaías 50, 4-7

                El texto de la primera lectura corresponde al tercer cántico del Siervo de Yahvé, misterioso personaje referido en los cuatro cánticos: Is 42, 1-9; Is 49, 1-13; Is 50, 4-11 e Is 52, 13 – 53, 12. Para quienes tenemos la dicha de creer en Jesucristo, no nos es difícil leerlos y meditarlos en referencia a Jesús de Nazaret, como quien cumple cabalmente lo que se profetiza acerca del Siervo de Yahvé. El texto que hoy nos ilumina el camino de Jesús se refiere al siervo que es fiel discípulo del Señor, formado en la escucha de la Palabra y para consolar al abatido mediante “una palabra de aliento”. El siervo – discípulo tiene una especial cercanía con el Señor y su respuesta es abierta y generosa: “El Señor me abrió el oído: yo no me resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los me apaleaban, las mejillas a los que me arrancaban la barba; no me tapé el rostro ante ultrajes y salivazos” (vv. 5-6). El siervo aparece aquí como un discípulo fiel del Señor, formado bajo el alero de la escucha de la Palabra. La misión que se le encomienda al siervo y para la cual es llamado se expresa así: “Para saber decir al abatido una palabra de aliento” (v.4). En realidad la misión del siervo – discípulo no será fácil, siempre tiene un aspecto doloroso e incluye incluso la violencia física. Pero la resistencia y fortaleza del siervo discípulo no radica en él sino en la irrevocable confianza puesta en el Señor: “El Señor me ayuda, por eso no me acobardaba; por eso endurecí el rostro como piedra, sabiendo que no quedaría defraudado”(v.7). No se puede cumplir la misión encomendada sin la certeza que quien nos llama no nos dejará abandonados a nuestra suerte. ¿Qué aprendo de este ejemplo del siervo – discípulo? ¿Cómo reacciono ante las adversidades o dificultades que provienen de ser fiel, justo, veraz? ¿Escucho al Señor en la vida diaria?

                El Salmo 21, 8-9.17-20.23-24 es la súplica de Jesús y con toda probabilidad realizada en muchas ocasiones en su vida. Se trata de una oración de un justo perseguido. Los versículos elegidos son una vívida descripción de los sufrimientos, una súplica para ser liberado de los mismos y una acción de gracias por la favorable respuesta de Dios al angustioso llamado desde la pasión y crucifixión que sufre profundamente Jesús.

                De la carta de san Pablo a los Filipenses 2, 6-11

                 San Pablo comienza refiriéndose en el capítulo 2 de la Carta a los Filipenses al amor cristiano. “Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús” dice el apóstol y de inmediato inserta este precioso himno sobre la humildad de Cristo. Este himno se refiere al ejemplo del Señor y el acierto de San Pablo es haberlo introducido aquí. Este himno pertenece a la alabanza que brindaban las comunidades cristianas primitivas a Jesucristo. Dos son los temas principales en este antiguo trozo poético cristiano: la humillación y la exaltación como en el cántico del siervo de Yahvé en Is 53. El movimiento interno es el descenso y ascenso de Jesús, desde su pre-existencia divina junto al Padre desciende por medio de la encarnación hasta la condición humana sin diferenciarse de los demás seres humanos. Una expresión describe este increíble proceso: “se  hizo pobre” (2Cor 8,9). Es la “kénosis” = “humillación” de Jesús que siendo Dios se hace hombre, se hace esclavo. La obediencia de Jesús “hasta la muerte, y una muerte en cruz” es la nota más notable en su condición humana. Jesús cumple la voluntad del Padre de tal modo que este rasgo de su persona define toda la existencia de Jesús hasta el extremo de la cruz. Se trata de una humillación total y abismante a la que corresponde la exaltación a la derecha del Padre, es  decir, la resurrección – glorificación de Cristo. No cabe duda que el “anonadamiento” es un tema siempre complejo para el discípulo del Maestro, porque “anonadarse” es hacerse propiamente pobre como Jesús, y servidor de todos como lo hizo Jesús. Y para qué decir cuánto nos cuesta la “obediencia de la fe”, que se vive en “hacer la voluntad de Dios”, renunciando a sí mismo, lo que no es fácil ni natural. Casi siempre nos pone en jaque el buscarla honestamente y qué decir cumplirla precisamente con el rasgo propio que es el amor y generosidad. Cuando estamos viviendo un tiempo de tanta exaltación egoísta e idolátrica, un sentirse completamente “empoderado” en todos los ámbitos de la sociedad, el ejemplo de Jesús sigue siendo una llamada urgente a recuperar el hondo sentido de la cruz, de la entrega, si todavía pretendemos ser cristianos de corazón. El narcisismo ambiental que nos invade nos puede llevar tan lejos de Jesucristo y su evangelio que sólo cosechemos más individualismo y violencia desenfrenada. Nos hace bien contemplar al Crucificado para no ignorar su lección de permanente actualidad: sólo en el servicio humilde, en la mansedumbre evangélica, podemos reencontrarnos con el amor al prójimo auténticamente cristiano. ¿Qué aprendo del ejemplo de Cristo? ¿Busco la voluntad de Dios en mi vida diaria? ¿Soy verdaderamente humilde en el trato con los demás o me siento poderoso y soy prepotente?

                Del evangelio según san Lucas, 22, 7.14 – 23,56

                Tratemos de seguir el relato cuyo autor es el médico evangelista Lucas. Se abre el relato con la indicación interesante que arroja luz sobre el conjunto: “Llegó el de los Ázimos, cuando había que sacrificar la víctima pascual” (v.7). Y de inmediato nos introduce en la mesa de Jesús con los suyos: “Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles y les dijo: “Cuánto he deseado comer con ustedes esta Pascua antes de mi pasión.”(v. 14s). Es muy oportuno destacar la relación profunda entre la Pascua y la Eucaristía: precisamente la eucaristía es el signo y acción más importante que Jesús establece para los suyos: Hagan esto en memoria mía” (v.19). El cuerpo y la sangre, dos elementos inseparables en el judaísmo antiguo, sirven para expresar la idea de totalidad: el cuerpo es la dimensión material del ser humano y la sangre es el principio de vida lo que da sentido, valor y movimiento al cuerpo. Jesús expresa la entrega de la totalidad de su persona a través del cuerpo y la sangre. No entrega parte de su persona sino la totalidad de su cuerpo, de su alma, de su espíritu, sus sueños, su historia, su oración, sus alegrías y penurias. Jesús nada se reserva para sí, se ha vaciado y todo lo ofrece al Padre y a los hombres por amor. La eucaristía  es la mejor expresión de la entrega total que Jesús vive y que quiere que sea también el modo propio  del discípulo. La eucaristía es la expresión de la entrega, de la donación, de la consagración completa al Padre y a la humanidad. Así desde la Pascua y la Eucaristía comprendemos el relato de la vida, pasión y muerte de Jesús.                                                                                  Otra observación importante que nos ofrece el relato siempre dentro de la Eucaristía es la referencia a la nueva alianza. Este es un tema central en el Antiguo Testamento. Dios establece  un pacto o alianza con algunos hombres vinculados a los antepasados de Israel, el pueblo elegido. Tal es el caso de Noé, de Abrahán y los Patriarcas. Jesús está consciente  que está viviendo “su hora”, la que el Padre tiene prevista para llevar a cabo la plenitud de la redención. Así dice: “Esta es la copa de la nueva alianza, sellada con  mi sangre, que se derrama por ustedes” (v. 20). Jesús marca el fin de la antigua alianza y el inicio de la nueva alianza, una alianza que ya no se sella con la sangre del sacrificio de animales como era en la antigua alianza sino con su propia sangre, “derramada por ustedes”. Entramos  de esta manera en la definitiva etapa de la historia de la salvación, es el tiempo del cumplimiento y plenitud, todo centrado en el único sacrificio de Jesucristo para salvación de la humanidad. Por fin, la humanidad logra entrar en el proceso pascual, es decir, pasa de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad, del pecado a la gracia, pero no por propia voluntad y acción sino como efecto saludable del único Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo muerto y resucitado.  

                Aparentemente todo queda concluido aquí. Recordamos en la celebración litúrgica  el misterio central de nuestra vida cristiana pero nos queda un gran desafío como es apropiarnos  de lo que Cristo ha vivido por nosotros. Esto significa continuar cada uno y toda la comunidad con el proceso pascual que Cristo ha abierto de modo definitivo y perfecto. La Vida Nueva ya está incoada en este mundo, en cada creyente, en la humanidad misma, en la Iglesia pero hay que dejarla crecer para que dé frutos de vida  nueva en cada uno de los discípulos. El  proceso pascual no es automático, reclama la toma de conciencia y la decisión de ser una persona nueva, renovada y llena del Espíritu del Resucitado.

                Finalmente quisiera dejarles un hermoso y profundo pensamiento de Benedicto XVI que tiene la capacidad de englobar el misterio de la Semana Santa con el seguimiento de cada discípulo tras las huellas de Jesús. El camino de Jesús no acaba en la crucifixión, en la cruz. “Jesús sabe que su camino irá más allá de Jerusalén: no acabará en la cruz, dice Benedicto, sabe que su camino rasgará el velo entre este mundo y el mundo de Dios; que él subirá hasta el trono de Dios y reconciliará a Dios y al hombre en su cuerpo. Sabe que su cuerpo resucitado será el nuevo sacrificio y el nuevo Templo; que en torno a él, con los ángeles y los santos, se formará la nueva Jerusalén que está en el cielo y, sin embargo, también ya en la tierra, porque con  su pasión él abrió la frontera entre cielo y tierra. Su camino lleva más allá de la cima del monte del Templo, hasta la altura de Dios mismo: esta es la gran subida a la cual nos invita a todos. Él permanece siempre con nosotros en la tierra y ya ha llegado a Dios: Él nos guía en la tierra y más allá de la tierra. Así en la amplitud de la subida de Jesús se hacen visibles las dimensiones de nuestro seguimiento, la meta a la cual quiere Él llevarnos: hasta las alturas de Dios, a la comunión con Dios, al estar-con-Dios. Esta es la verdadera meta, y la comunión con Él es el camino”.

                Excelente comentario sobre el sentido de la Semana Santa el que nos ofrece Benedicto XVI. Este es el marco espiritual en el que podemos celebrar esta Semana Santa que se abre con el Domingo de Pasión o de la triunfante entrada de Jesús a Jerusalén, sobre todo, después de dos años sin poder reunirnos a celebrarla presencialmente a consecuencia de la pandemia del Covid 19. Tratemos de “volver a casa” como familia que vive su fe en comunidad.     

                Un saludo fraterno y hasta pronto.                   

      Fr. Carlos A. Espinoza Ibacache, O. de M.

 

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