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Domingo 02 de Octubre, 2022

 


¡Señor Jesús! Auméntanos la fe. Te lo pedimos, Señor.

                “El justo, por su fidelidad, vivirá” nos dice hoy la divina palabra. Fe, fidelidad son palabras fundamentales en la Biblia. La fe es la fuente de toda  vida religiosa o religión cimentada sobre la trascendencia, es decir, en una visión que está más allá de la vida terrena. En el lenguaje filosófico se habla de “inmanencia” y “trascendencia”. Con la primera palabra, se describe una existencia cimentada en lo material y terreno. Con la segunda, se describe la aspiración más profunda del ser humano que mira más allá de lo terreno y proyecta su futuro en un “más allá” que para el hombre de fe se llamará reino de Dios, cielo, patria definitiva; en suma, vida o felicidad eterna. Hay “hombres carnales o terrenos”, dice San Pablo, y hay “hombres espirituales o celestiales”. El evangelio de este domingo parte de una petición dirigida por los apóstoles a Jesús. “Aumenta nuestra fe”, le dijeron.  Puede llamarnos la atención que quienes compartieron tan de cerca con el mismo Señor, formulen una petición tan increíble. Y tienen toda la razón los apóstoles porque el hombre responde al plan de Dios mediante la fe. Y Jesús muchas veces en los evangelios reprocha la “poca fe o la falta de fe”. Y hay una frase inquietante en labios de Jesús cuando dice: “¿Habrá fe todavía?” La Escritura dice de Abraham que es “el padre de todos los creyentes” y la trama interna  de la Biblia nos muestra las huellas de los personajes ejemplares que vivieron y murieron en la fe entre los cuales se destacan los discípulos de Jesús que “han creído en Él”. Sin embargo, la fe refleja la complejidad de la actitud personal del creyente. Dos vocablos en hebreo nos hablan de esta complejidad: “aman” que evoca la solidez y la seguridad, que se expresa en nuestro “amén” de las oraciones. Así un hombre de fe pone su acento en la solidez o firmeza en Dios. Y la otra palabra “batah” que expresa la seguridad y confianza que el creyente pone en Dios. En nuestro lenguaje la fe tiene dos polos fundamentales: la  confianza que se dirige a una persona “fiel” y reclama de nosotros una actitud que abarca todos los aspectos de nuestra persona. Pero, por otro lado, reclama un proceso de la inteligencia que mediante palabras o signos nos ayudan a acercarnos a realidades que no se ven. De esta manera, la fe no es un movimiento automático ni instantáneo sino de suma complejidad. La fe como don de Dios fiel que sale al encuentro del hombre y le habla pero también como respuesta del hombre que acoge, comprende mediante el uso de su razón, adhiere y  se va introduciendo en el mundo personal de Dios y en el propio enigma de su yo humano. La fidelidad es la nota más notable de Dios, uno de sus mayores atributos, y se la asocia con frecuencia a su bondad paternal para con el pueblo de la alianza. La fidelidad de Dios es inmutable frente a la infidelidad del hombre que Cristo sana con su propio sacrificio pascual. Él es el modelo de la fidelidad del Padre que quiere la salvación del pecador y no su perdición, y, al mismo tiempo, asume  nuestra infidelidad para redimirnos de ella desde la raíz. La palabra “fieles” se aplica a los discípulos de Jesús y se dice de los que tienen fe en Él. La fidelidad tiene su máxima prueba y manifestación en el amor. Así el justo vivirá por el amor, que es la práctica de la fe. La Iglesia entera es un pueblo de fieles, es decir, de quienes se esmeran por permanecer unidos a Dios aún en medio de las dificultades. Resuena la palabra de Jesús: “Si tuvieran fe, aunque fuera como un grano de mostaza…”, una de las semillas más pequeñitas de un arbusto, “Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer”.

PALABRA DE VIDA    

Hab 1, 2-3; 2, 2-4             El ánimo soberbio fracasará; pero el justo, por su fidelidad, vivirá

Sal 94, 1-2.6-9                   ¡Ojalá hoy escuchen la voz del Señor!

2Tim 1, 6-8.13-14             Consérvate fiel a las enseñanzas que me escuchaste, con la fe y el amor de Cristo Jesús

Lc 17, 3-10                          Si tuvieran fe como una semilla de mostaza

                Pasemos a la contemplación de la Palabra de Dios de este domingo. Dejemos que el Espíritu Santo nos guíe con su luz santísima de tal modo que podamos comprender mejor lo que Dios nos pide en esta hora que vivimos como Iglesia y como humanidad. Muchos cristianos se bajan del carro de la fe y abandonan la ruta mientras se entretienen con otras distracciones menos exigentes. Se puede poner la confianza en los medios económicos o la seguridad en un estilo de vida placentero, sin quebraderos de cabeza como puede ser intentar vivir el evangelio en serio y con decisión. Nosotros hemos puesto la mano en el arado de Jesús y estamos dispuestos a no soltarlo por nada del mundo. Preferimos seguir abriendo surco del Reino aunque cueste. También tenemos que decir como los apóstoles: “Señor, auméntanos la fe”.

                Del libro del  profeta Habacuc 1, 2-3; 2, 3-4

                Estamos a finales del siglo VII a.C. Habacuc inicia su profecía con el género literario de la queja mediante el cual el profeta interpela a Dios a partir de la situación de injusticia entre los seres humanos. La situación ambiental deja al descubierto la iniquidad como lo señala el texto de esta primera lectura. Estamos ante una queja o lamento del profeta ante Dios. ¿No nos parece conocido nuestro estado actual de ánimo? El profeta es testigo de tantas maldades, injusticias, violencia y opresión y no entiende para qué Dios le ha hecho ver todo esto. Esto expresa un dolor profundo de donde brota la queja. Motivo de este dolor, traducido en queja, es la pasividad de Dios ante tanta injusticia, que pareciera que a Dios no le importara la situación. En el fondo, el profeta reclama una intervención divina para que acabe tanta maldad. Frente a este panorama de inquietante pregunta, Dios responde. Es lo esencial del capítulo 2, 3-4. Dios no está callado ni indiferente ante la situación de pecado. Tienen los malvados un plazo fijado y hay una meta de la intervención de Dios que no fallará, se cumplirá con toda certeza aunque tarde. Sólo cabe esperar la intervención de Dios. En ese futuro indeterminado pero cierto los soberbios de la tierra fracasarán en su intento de establecer la injusticia; en cambio, “el justo, por su fidelidad, vivirá” (v. 4). En efecto, lo que el profeta debe explicar a sus contemporáneos no es nada fácil, del mismo modo que nosotros debemos tratar de explicar para nuestro tiempo. Notemos que en tiempos de Habacuc no había perspectiva de vida eterna. Por lo tanto, lo único que puede constatar que algún día, aunque lejano, el justo vivirá si se mantiene fiel a Dios. No vivimos desde la visión de lo que creemos sino de la esperanza que se cumplirá algún día lo que la fe anuncia. ¿Cuántas veces nos quejamos de Dios, de la Iglesia, del obispo, del sacerdote? ¿Por qué Dios permanece en silencio ante la atrocidad de desmanes y atropellos contra los pobres y frágiles de este mundo? ¿Por qué, Señor, permites que los malvados de la tierra hagan de las suyas?

                Salmo 94, 1-2.6-9 es la respuesta que ofrecemos al Señor que nos interpela con su Palabra. Este salmo es una invitación a ponernos en el espíritu de nuestro encuentro dominical como es volver a experimentar nuestra condición de Pueblo de Dios en movimiento, en camino hacia el santuario de Dios, expresión de nuestra vida que busca a Dios. Nos adherimos a la invitación de los versículos 1 y 2 y hacemos de nuestra celebración una expresión alegre, en la  que dejamos de ser pasivos espectadores y nos unimos al canto, a la adoración, a la acción de gracias, en una palabra a la acción de Cristo Sacerdote que unido a nosotros ofrece al Padre la alabanza y gloria, la acción de gracias y las súplicas. Toda nuestra vida debe ser “eucaristía, es decir, acción de gracias.

                De la segunda carta de san Pablo a Timoteo 1, 6-8. 13-14

                En esta segunda lectura continuamos con las misivas que San Pablo envía a su discípulo Timoteo. Nos hemos enriquecido estos domingos con los sabios consejos que tienen una impresionante actualidad. ¡Cómo nos iluminan y sirven para nuestra vida cristiana de hoy! La invitación de San Pablo a su discípulo Timoteo está en la misma línea de la primera lectura. Todo el texto de 2Tim 1, 6-18 es una exhortación a mantenerse fiel a la Buena Noticia, palabras llenas de urgencia y emoción de las últimas recomendaciones “del prisionero de Cristo” como se define el Apóstol. Comienza recordándole ese momento particularmente solemne de la imposición de manos con que Timoteo fue revestido de la autoridad apostólica, mediante el cual signo recibió el Espíritu Santo para dirigir a la comunidad con valentía, fortaleza, amor y templanza. Así dará testimonio de Dios y compartirá con el Apóstol los sufrimientos que implica la Buena Noticia. Importante la llamada también para nosotros muy vigente: “Consérvate fiel a las enseñanzas que me escuchaste, con la fe y el amor de Cristo Jesús” (v. 13). Esta fidelidad al Evangelio, a Cristo, al Apóstol, se expresa en otra exhortación: “Y guarda el precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros” (v.14). ¿De qué depósito se trata? No sólo de las verdades de la fe cristiana sino también el Evangelio, la enseñanza de los apóstoles, la doctrina y vida de la Iglesia, el tesoro de la Palabra de Dios. No se trata de un “guardar” en un baúl bajo siete llaves como hacemos con cosas valiosas, sino de un practicar lo que hemos recibido al modo de María que vivía lo que escuchaba. La mejor forma de permanecer fieles es poniendo en práctica las verdades de la fe cristiana, dando testimonio de un estilo de vida pascual, una vida nueva animada por el Espíritu del Resucitado.

                Del evangelio de san Lucas 17, 3-10

                ¿Cuál es el hilo conductor del evangelio de este domingo? Los versículos 1-10 de este capítulo 17 de San Lucas contienen cuatro instrucciones a los discípulos, pero el hilo conductor de las lecturas de este domingo es el tema de la fe. Las dos primeras recomendaciones de Jesús a sus discípulos se refieren a las relaciones entre los discípulos y advierte sobre el escándalo (v. 1-2) y el perdón de las ofensas (v.3-4). Las dos restantes enseñanzas, de las que trata el evangelio de este domingo, se refieren a la relación con Dios: la fe en Dios (v. 5-6) y el cumplimiento del servicio encomendado (v. 7-10). Las tres instrucciones que nos comunica el evangelio de hoy, a saber, el perdón, la fe y el cumplimiento del servicio, tienen como base común el servicio al Reino que sólo es posible desde la fe. Por otra parte, estas instrucciones de Jesús señalan que nadie está libre de equivocar el camino y asumir actitudes  contrarias al Reino que Jesús proclama y realiza en sus palabras (enseñanza) y en sus acciones (milagros). De aquí que es indispensable echar mano al recurso de la corrección fraterna, al arrepentimiento y al perdón, ya sea pidiéndolo o dándolo. “Es inevitable que haya escándalos” (v. 1). La palabra escándalo no se refiere a un mal ejemplo ni a una acción indigna, sino a una trampa, puesta en el camino, que hace caer. Puede ser una persona, una palabra, una acción, un suceso, una cosa, etc. Por ejemplo, la cruz de Cristo es una prueba, una piedra de tropiezo  para muchos cristianos.

                En el Año de la Misericordia el Papa nos recordó que era necesario recuperar la costumbre saludable de pedir perdón y de dar perdón. Y tenemos que decir con dolor que ambas actitudes básicas del cristiano están desapareciendo bajo la mentalidad de los derechos. Y, sin embargo, sólo pidiendo y dando perdón las personas pueden reconciliarse y dar por superado el problema que les ha separado. Esto implica poner en práctica el método evangélico de la corrección fraterna: “Si tu hermano peca, repréndelo; si se arrepiente, perdónalo” dice Jesús. La expresión “siete veces al día” significa que el perdón hay que concederlo siempre, eso sí bajo la condición que quien ofendió vuelva arrepentido y quiera ser perdonado. De este modo se nos invita a ser humildes, lo que implica abandonar el orgullo de creernos mejores o superiores a los demás. Así el perdón expresa el amor desinteresado y total que ayuda y perdona. Si un hermano nos ha ofendido sólo restan dos actitudes evangélicas: corregirlo y perdonarlo. La corrección es fraterna y no llena de rabia y rechazo. En íntima conexión con esta corrección fraterna está el rechazar la actitud de juzgar y condenar al otro. Se trata de aire evangélico dentro de la comunidad cristiana, lo que debe realizarse con amor y respeto, con comprensión y solicitud, sin prejuicios ni miedos. Es una hermosa forma de vida que restituye la paz y la convivencia fraterna que son los signos patentes cuando el Reino de Dios se acoge y empieza a germinar, como la pequeñita semilla que se va convirtiendo en el árbol que cobija y da sombra. Ser cristiano no es sólo estar bautizado o haber hecho la primera comunión o haber recibido el don del Espíritu Santo en la confirmación o ir a misa todos los domingos, etc. es esto  pero mucho más. Se trata de un modo nuevo de vivir desde el encuentro con Jesucristo quien nos ama y nos salva.

                La segunda instrucción de Jesús, ahora dirigida a los apóstoles, se refiere a la fe y muy especialmente a una petición: “Los apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe” (v.5).La respuesta de Jesús es desconcertante: “Si tuvieran fe como una semilla de mostaza, dirían a esta morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y les obedecería” (v. 6). ¿Qué quiere decir Jesús con esta imagen? La mostaza era una planta común en Palestina que podía alcanzar hasta tres metros de altura. Su semilla era tan pequeña que designaba proverbialmente lo que era muy pequeño. En las palabras de Jesús la fe de sus discípulos puede ser tan insignificante e incluso más pequeña que un grano de mostaza. ¿Es eso lo que quiere decir? Parece que lo que quiere hacer ver es la calidad de la fe y no tanto el tamaño o cantidad de fe. Lo que importa es la calidad de la fe y esa es la que logra los milagros. Una fe genuina se mide por la plena confianza en Dios y a esto apunta la segunda imagen de la morera que requiere mucho esfuerzo para arrancarla pero que eche raíces en el mar, eso sí que es imposible. Pues bien, así acontece con la fe que Jesús espera de los suyos. Sólo una confianza plena en el Padre puede hacer posible un cambio radical en la vida de los discípulos en la línea de una fe auténtica.

                Terminemos con una palabra acerca del servicio cristiano según los versículos 7-10. El discípulo, después de haber cumplido con su obligación, no debe considerarse más que un servidor. Tampoco debe mirar la salvación como una recompensa porque siempre es un don gratuito. Puede ser chocante aceptar el evangelio de hoy cuando vivimos una mentalidad de los derechos adquiridos y por adquirir. Vivimos una mentalidad de la premiación por todo lo que tenemos que hacer. Se nos ha perdido la gratuidad, el don de sí mismo, la generosa disposición a no esperar recompensa ni reconocimientos. Hay que hacer el bien porque es bello hacerlo, porque vale la pena hacerlo y no por conseguir méritos y almacenar diplomas.

                No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves, muéveme al verte clavado en una cruz y escarnecido; muéveme ver tu cuerpo tan herido… Muéveme, en fin, tu amor(Santa Teresa de Ávila)-  

Que el Señor nos bendiga y nos guarde.                                              

Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

                               



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