33° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)
Provincia Mercedaria
de Chile

33° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)

Sábado 12 de Noviembre, 2022

 
Dejémonos interpelar por la Palabra aún en medio de las preocupaciones que estamos sobrellevando. Con María escuchemos hoy la voz del Señor. Les invitamos a leer y reflexionar las lecturas de este domingo.

 

¡JESÚS, SOL DE JUSTICIA! ¡VEN PRONTO, SEÑOR, VEN!

                Los mensajes catastróficos tienen público asegurado en todas las épocas. Bastaría con recordar las advertencias que hace Jesús y los apóstoles acerca de no dejarse envolver por anuncios alarmantes de un “fin del mundo” inminente. Famoso fue el impacto que provocaron en muchísima gente el anuncio de unos líderes de una secta llamada Silo, que pregonaron el fin del mundo hasta con fecha incluida. Aunque usted no lo crea hubo personas que renunciaron a sus trabajos, vendieron sus casas, abandonaron sus familias y muchos tomaron la más drástica de las decisiones como es suicidarse. Todo  esto ante la espera del fin del mundo. Y, gracias a Dios, el mundo sigue y nosotros en él. Hoy también existen, y deambulan junto a nosotros, personajes y sectas, pequeños grupos que anuncian que estamos en los últimos días, que el fin del mundo es inminente, está a las puertas. Incluso ponen fechas tope para que suceda y como no sucede, siguen ampliando el margen. No es extraño que en distintos momentos de los difíciles días que hemos vivido como país, y que seguiremos viviendo, se presten para imaginar muchas cosas, generalmente dramáticas. Ciertamente se palpa una gran ansiedad sobre el futuro, “en qué va a terminar esto”, y “cómo y quién o quiénes lo pueden arreglar”, son los más frecuentes comentarios. Y como estamos bajo una tensión y presión permanentes, ésta se canaliza a través de los rumores,  más ahora que existe el poder de las redes sociales. Y el rumor socava constantemente la confianza básica, destruye uno de los pilares fundamentales de una convivencia que es la confianza en sí mismo, en el otro y en Dios  mismo. Como cristianos aprovechemos esta situación para velar y orar desde esta situación que nos envuelve, sabiendo que Jesús  es el Sol de Justicia que ilumina no sólo el gozo sino también la angustia. Se nos invita a conversar con los demás, lo que parece muy saludable y yo agrego conversar también con el Señor. Esperamos al Señor en su segunda venida pero no sabemos cuándo ni cómo vendrá. Lo único cierto es que debemos esperarlo porque vendrá en gloria y majestad a juzgar la historia y los hombres. ¡Ven, Señor! Lo confesamos en el Credo cuando decimos llenos de fe y certeza que Jesús, Hijo único de Dios, “y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre, y de nuevo vendrá con gloria para juzgar  a vivos y a muertos, y su reino no tendrá fin”. Así lo afirma el credo Niceno – Constantinopolitano que rara vez se recita en la misa dominical, siendo una excelente presentación de la verdad trinitaria de la fe católica. Preferimos la fórmula del llamado Credo de los Apóstoles. Lo verdaderamente importante es reflexionar acerca de la verdad de fe que creemos y confesamos como aspecto integrante de la misma fe que es la segunda venida del Señor Resucitado y Glorioso a juzgar nuestra vida, sin que tengamos  ninguna posibilidad de saber el momento en que esto acontecerá. Hay una certeza: “Gracias a la constancia salvarán sus vidas”, dice Jesús. Pero ¿qué es la constancia? Es una palabra griega “hypomoné”, compuesta de dos términos, menú = “permanecer” y hypo = “debajo”: resistencia, aguante. La constancia se da cuando uno no huye, sino que se mantiene firme en la dificultad, ante los contratiempos. Y el “aguante” se refiere casi exclusivamente a la prueba, al sufrimiento, a la persecución. Se practica la constancia como un “mantenerse firme” como se mantuvo Jesús al soportar la cruz. El cristiano aprende en el sufrimiento o en la persecución a manifestar su auténtica fe en Dios, caracteriza y engendra la esperanza y conduce a la victoria.   

PALABRA DE VIDA

Mal 3, 19-20       Los alumbrará el sol de la justicia que sana con sus alas                                              

Sal 97, 5-9                El Señor viene a gobernar los pueblos.                                                                 

2Tes 3, 6-12       Trabajen en paz para ganarse su pan                                                                              

Lc 21, 5-19          Gracias a la constancia salvarán sus vidas

                 Pero ¿qué es lo verdaderamente importante? No cualquier cosa que se nos ocurra ni siquiera lo más urgente. Un criterio saludable se nos inculca para vivir con sentido y profundidad el tiempo: saber discernir o distinguir lo esencial de lo secundario. Y lo esencial es la vida que el Señor nos regala, es el Reino que nos obsequia para que lo anunciemos y comuniquemos a los demás, es el encuentro diario, personal y también comunitario con el Señor y los hermanos, es el sentido y compromiso con que vivimos inmersos en el océano del amor de Dios sin olvidar a la humanidad sumergida en su pecado. Si, por el contrario, todo da lo mismo o todo es importante, terminaremos viviendo en una confusión enfermiza de no saber hacia donde debemos orientar nuestra vida. La dimensión escatológica de nuestra vida cristiana supone una gran apertura de espíritu para discernir permanentemente los verdaderos signos de la presencia de Dios y su Reino en el acontecer de nuestra historia, y al mismo tiempo, lo que no es más que voces normalmente alarmistas.

                La Palabra de Dios siempre nos alerta para que no vayamos a quedarnos dormidos y nos propone “velar” o “tener encendidas las lámparas” para esperar a Alguien que viene a nuestro encuentro y quiere nuestra amistad. Dejémonos interpelar por la Palabra aún en medio de las preocupaciones que estamos sobrellevando. Con María escuchemos hoy la voz del Señor.

                De la profecía de Malaquías 3, 19-20

                La primera lectura está tomada del profeta Malaquías, un brevísimo texto de autor anónimo y de fecha probable entre el 480 y el 450 a. C. El pueblo ha retornado del exilio y se ha hecho la idea de un retorno lleno de realizaciones. Pero la realidad está lejos de ese sueño. Entonces el mensaje profético se sitúa ante un pueblo desanimado al ver que las antiguas promesas no se cumplen, lo que genera apatía religiosa y desconfianza, pues se llega a dudar del amor del Señor y del real interés que tiene por el pueblo. Esta situación repercute en el culto y en la ética. Frente a tan desolador panorama, Malaquías reafirma el futuro mesiánico. Es el sentido del pequeño texto de la primera lectura de hoy. La idea central es que el sentido final de toda la historia será posible en el día definitivo cuando se hará sentir la justicia de Dios. En aquel día, quedará claro que la suerte final no será la misma para justos y malvados. Y en ese día quedará de manifiesto por qué era necesario caminar según los mandatos del Señor. Ese “día definitivo” no lo prevén los hombres, sino Dios. Es el “día de Yahvé”, el día en que la justicia divina brillará en medio de tantas injusticias humanas. El profeta lo presenta como un día tétrico y terrorífico, día de purificación, día de fuego acrisolado, “ardiente como un horno”, donde los “malvados y perversos serán la paja”. Dios mismo es ese fuego consumidor. En este ambiente aparece el verdadero Sol de Justicia, imagen anticipada de Cristo, verdadero inicio del nuevo “día” de la era mesiánica en que ya estamos. ¿En qué nos parecemos al pueblo retornado del exilio? ¿Qué puedo hacer yo para ayudar a salir de la situación que nos preocupa?

                Salmo 97, 5-9 es una invitación a proclamar la realeza del Señor en la línea de otros salmos “reales” como el 47, el 93, el 96 y 97 y el 99. Se les llama “reales” porque conciben a Dios con los atributos de un rey humano como vengador de las injusticias y promotor de la  justicia. Nuestro  salmo es una proclamación festiva de los atributos divinos que el orante reconoce en el Señor. Nos hace bien orar con este bello salmo, pues nos recuerda que, por sobre la contingencia humana y la historia, está la omnipotencia de Dios, nuestro Padre Creador, Señor de la Historia.

                De la segunda carta de san Pablo a los Tesalonicenses 3, 6 - 12

                La segunda lectura nos pone ante una muy actualizada exhortación. La ociosidad tendrá nuevas formas de expresarse pero sigue siendo un vicio penoso en la vida humana. Nótese el estilo solemne con que el Apóstol inicia su exhortación a la laboriosidad. Una realidad nunca del todo superada: en la comunidad cristiana hay individuos que con su conducta irresponsable producen desórdenes. Hay hermanos que no trabajan, aún cuando tienen el ejemplo de los evangelizadores que no piden el pan sin haberlo ganado, “sino que trabajamos y nos fatigamos día y noche para no ser una carga para ninguno de ustedes”, dice Pablo. Les recuerda una enseñanza muy sabia: “El que no quiera trabajar que no coma” (v. 10). ¿Por qué este comportamiento? Como lo ha recordado antes San Pablo había hermanos cristianos que creían que la segunda venida de Cristo era inminente, de tal modo que no valía la pena trabajar. En este caso, era más fácil cruzarse de brazos y esperar simplemente la venida del Señor. Por el contrario, el cristiano debe mirar el ejemplo práctico de San Pablo que no duda en ponerse como modelo de laboriosidad y esfuerzo. Hay una multitud de jóvenes llamados la “generación Nini”, porque ni estudian ni trabajan, viven a expensas de los padres y postergan sus compromisos hasta edades bien altas. Hay una tendencia a vivir de los bonos del Estado, sin esfuerzo ni compromisos laborales. Hay una mentalidad de “mendicidad” generalizada que anula el esfuerzo personal y el sentido de la autosuperación. El ocio puede convertirse en un vicio contagioso, de tal modo que la advertencia de San Pablo es muy actual y digna de una reflexión sincera. Valoremos  el sentido de la dignidad del trabajo evitando caer en el agobio laboral por falta de sentido y motivación. En resumen, es bueno y saludable esperar y desear la venida del Señor en plena sintonía con el anhelo de las primeras comunidades cristianas, pero no hay que caer en el “cruzarse de brazos” sino ponerle el hombro a la responsabilidad personal y comunitaria que nace del anuncio del Reino de Dios para los hombres de hoy.

                Del evangelio según san Lucas 21, 5 – 19

                El evangelio de San Lucas nos ofrece el discurso escatológico de Jesús, como aparece también en Marcos y Mateo. Jesús pronuncia un gran discurso poco antes de su pasión y, según san Lucas, es la última enseñanza pública del Maestro al pueblo y versa sobre los novísimos, es decir, nos brinda una oportunidad para reflexionar sobre las “cosas últimas”. El mensaje central del evangelio de hoy nos sitúa ante la realidad humana, incluido el templo de Jerusalén, en su finitud y ruina. Todo su esplendor y belleza como también su condición de signo de Dios sobre la tierra lleva en sí mismo los rasgos de la muerte. El texto se abre con la constatación optimista acerca del templo: “A unos que elogiaban las hermosas piedras del templo y la belleza de su ornamentación les dijo” (v. 5). Y frente a semejante apreciación sobre la realidad del templo, Jesús pronuncia unas inquietantes palabras que caen como un rayo en los interlocutores cuando les dice: “Llegará un día en que todo lo que ustedes contemplan será derribado sin dejar piedra sobre piedra” (v. 6). Esta predicción de la ruina del templo de Jerusalén, la ciudad santa, suscita una pregunta que supone que se acepta la dicha predicción de la destrucción: “Le preguntaron: Maestro, ¿cuándo sucederá eso y cuál es la señal de que está para suceder? (v.7).

                La respuesta de Jesús a esta doble inquietud es lo que se conoce como “el discurso escatológico” en San Lucas. Digamos que este discurso constituye la conclusión de la predicación de Jesús en Jerusalén. Se llama “escatológico” porque trata acerca de los acontecimientos del fin. Emplea Jesús un lenguaje “apocalíptico”, es decir, expresa una realidad mediante figuras de catástrofes y fenómenos cósmicos. El evangelista construye este discurso en base a tres momentos históricos: destrucción de Jerusalén, acontecida el año 70 d.C., el tiempo de la misión de la Iglesia, marcado por las persecuciones y, por último, la segunda venida del Hijo del Hombre, que traerá la plenitud del Reino de Dios. No olvidemos que el Reino de Dios es el centro de la predicación y signos que realiza Jesús. Se trata de la gran propuesta de un cambio radical en la historia humana, un mundo nuevo que se edifica desde la presencia silenciosa y humilde del Reino pero permanente y eficaz. Jesús anuncia guerras, grandes desgracias naturales, económicas e incluso sobrenaturales o “signos del cielo”(vv. 10-11) “pero no será enseguida el fin” (v.9b).

                ¿Qué pretende San Lucas con este “discurso escatológico”?. Hay que descartar toda intención de señalar acontecimientos que se habrían de desarrollar en el futuro, una especie de premoniciones o descripciones del fin del mundo. Su intencionalidad es ofrecer a los creyentes de su comunidad la fuerza y el coraje para que puedan vivir, en este tiempo de testimonio, el seguimiento de Jesús, en medio de las pruebas y dificultades, recordándoles el valor del tiempo presente. Así comprendemos las advertencias que les dirige frente a este panorama: “¡Cuidado, no se dejen engañar! Porque muchos se presentarán en mi nombre diciendo: Yo soy; ha llegado la hora. No vayan tras ellos” (v. 8). ¡Extraordinaria advertencia! Para tiempos de crisis de la fe, de desconfianza en la Iglesia, de desorientación y pérdida de rumbo. Tampoco el fin está vinculado a los fenómenos sociales como guerras y revoluciones. Que esto suceda no es signo que estamos llegando al fin de todo. La historia humana queda marcada con la lucha fratricida cuyo modelo prototípico es el asesinato de Caín contra su hermano Abel. Los libros de historia están repletos de guerras, mortandades y conflictos. Por eso, la violencia humana no es signo del fin. Siempre nos recuerda que el amor y respeto al prójimo no está asegurado; por el contrario, persiste la violencia contra el hermano y la muerte y los atropellos, etc.

                Con la destrucción del templo y de la ciudad de Jerusalén Jesús nos advierte que ha llegado a su fin el régimen de la Antigua Alianza entre Dios y el pueblo de Israel, sobre todo, entendida desde una religión formal y legalista, cultual y farisea a que había llegado. Por eso, en el Reino de Dios que Jesús inaugura con su proclamación y con sus obras ya no hay templo, ni ciudad santa ni sacrificios porque toda la humanidad es el gran templo de Dios. El verdadero templo es Jesús y en Él todo hombre que lo acoge por la fe y el amor. Esto significa “adorar a Dios en espíritu y en verdad” en el diálogo de Jesús con Nicodemo.

                Para vivir con lucidez evangélica es indispensable discernir porque es posible que surjan signos engañosos como falsos profetas, impostores, anunciadores de catástrofes y de la inminencia del fin, vendedores de utopías y paraísos, de fórmulas mágicas, ficticios salvadores. De éstos no han faltado en la historia y no dejarán de faltar en el futuro. Para un cristiano lúcido y sensato le será absolutamente necesario ejercitar el discernimiento entre lo verdadero y lo falsificado. No basta con reconocer que hay profetas; es indispensable reconocer que hay verdaderos y falsos. Nadie puede pretender que se nos señale en detalle lo que debemos hacer o no hacer; los pastores de la Iglesia nos ayudan en el sagrado deber de aprender a discernir con madurez los signos de los tiempos, es decir, a descubrir la voluntad de Dios en los acontecimientos personales y comunitarios de nuestra historia, escenario del bien y del mal.

                En este Mes de María oremos pero, sobre todo, hagamos espacio en nuestra propia vida para escuchar al Señor que nos habla. Como María estemos abiertos y disponibles a escuchar y poner en práctica el evangelio de Jesús. Si este tiempo especial del mes de María fuera sólo rezar habríamos perdido la oportunidad para escuchar más atentamente la Voz del Señor. Por eso, podemos decir con el salmista: “¡Ojalá escuchéis hoy su voz!” (salmo 94, 7). Y no sólo escuchar al Señor sino también ejercitarse en escuchar al hermano. Escuchar es la primera expresión de la caridad fraterna. Y María, Nuestra Madre, es modelo de virgen oyente.                                                                                                                                                                                                                                                  Un saludo  fraterno.                                                                      Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.

 

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