34° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)
Provincia Mercedaria
de Chile

34° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)

Viernes 18 de Noviembre, 2022

 
Dejemos que la Palabra de hoy nos siga iluminando el camino que queremos seguir tras las huellas del Redentor, huellas de sufrimiento y de gozo, huellas ensangrentadas y de redención, todo por amor y amor extremo para liberarnos.

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

                Estamos llegando al final de nuestro camino bajo la sabia y alentadora guía de la Palabra que cual lámpara en noche oscura nos ha iluminado el sendero estrecho de la vida nueva que el Hijo Amado del Padre nos ha regalado como un manantial inagotable. Somos por naturaleza un pueblo en camino, en travesía por “este valle de lágrimas” de la mano maternal de María, nuestra hermana peregrina de la fe y de la esperanza. No podemos detener la marcha, nuestra vocación y misión es ir hacia la definitiva Jerusalén Celestial. Tenemos meta y tenemos el camino por donde hay que ir. Sin embargo, esto no quiere decir que estamos asegurados ni exentos de los avatares de la ruta humana. No nos faltan desalientos, miradas para atrás, deseos de evadirnos, salirse de la ruta y emprender otras rutas aparentemente más tranquilas y quizás más placenteras, dejarnos envolver nuevamente en las trampas del pecado, en fin tantas situaciones vitales que pueden distraernos y hacernos perder el objetivo fundamental. Hay que llegar a la patria definitiva aunque nos cueste. Es el momento en que podemos realizar nuestra sincera evaluación, algo así como un balance honesto de cómo hemos vivido este tiempo que se nos regaló para seguir viviendo el proceso pascual con convicción y decisión. En la mejor tradición de la espiritualidad cristiana se nos ofrece una herramienta fundamental para los caminantes. Es el examen de conciencia, el ejercicio de discernir el paso de Dios en nuestra vida concreta. Así podemos descubrir si tuvimos un plan o proyecto de vida actualizado, coherente, estrechamente vinculado al Evangelio de Jesús, fuente de misión y testimonio, etc. Bajo la guía del Espíritu de Dios y animados por la maternal compañía de María vamos acercándonos a la meta última donde Cristo ya reina junto a la innumerable muchedumbre de los que ya alcanzaron la meta. Allí no habrá más llanto ni dolor, sólo felicidad y comunión en el amor eterno de Dios nuestro Padre. Proclamamos a Jesucristo, Rey del Universo pero no como cualquier rey humano sino coronado de espinas, a pesar que el arte bizantino lo representó con la figura del Pantocrátor, el Omnipotente, que gobierna el cielo y la tierra, rodeado de los signos de la época imperial como trono, vestiduras y el aspecto majestuoso. Así los cristianos expresaron su fe en Jesús como el Rey- Servidor- Salvador. ¿Cómo imaginamos nosotros a Jesús como Rey del Universo? Si nos fijamos bien, el evangelista San Lucas nos ofrece la escena de la coronación de Jesús con una admirable perspectiva. En el fondo de la escena está el pueblo que mira el espectáculo; más cerca de Jesús, a los pies de la cruz, están los jefes y los soldados que se burlaban de Jesús; y en un primer plano, están los dos malhechores que hablan con Jesús. Uno de ellos lo insultaba mientras el otro lo reprendía. Todo este escenario es el marco de las palabras de Jesús: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”. Por una parte, queda al descubierto la mofa en labios de los jefes y de los soldados que apuntan a dos de las tentaciones que vivió Jesús al inicio de su ministerio público en las tentaciones del desierto. Tanto los jefes como los soldados se refieren al poder del Mesías: “sálvate a ti mismo como has salvado a otros si eres realmente el Mesías de Dios”. En otras palabras, muéstranos tu poder religioso y político como Mesías. Así se pretende romper la relación de Padre e Hijo que es la clave del reino  que Jesús trae a la tierra. Le seguimos también nosotros pidiendo a Jesús un reinado político- terreno como los jefes y los soldados del evangelio de hoy. “Mi reino no es de este mundo” nos dice Jesús.

  

                PALABRA DE VIDA

2 Samuel 5, 1-3    .. y ellos ungieron a David como rey de Israel.

Salmo 121,1-2. 4-5                ¡Vamos con alegría a la Casa del Señor!

Colosenses 1, 12-20        .. y nos hizo entrar en el Reino de su Hijo muy querido

Lucas 23, 35-43                Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino.

                Dejemos que la Palabra de hoy nos siga iluminando el camino que queremos seguir tras las huellas del Redentor, huellas de sufrimiento y de gozo, huellas ensangrentadas y de redención, todo por amor y amor extremo  para liberarnos. Dice San Juan de la Cruz: “Se puede estar atado con una soga o con un hilo sutil. Mientras no se suelte el lazo, el pájaro no puede volar. La plena libertad de espíritu se consigue rompiendo toda atadura de apego y dependencia, de temor y egoísmo. En el corazón puro y desnudo habita la verdadera libertad”. Con este hermoso pensamiento  de uno de los grandes místicos españoles podemos ayudarnos a comprender que el reino de Cristo se establece allí donde se rompen cadenas, se superan opresiones y esclavitudes, y así se llega a lo más hondo de cada persona donde es posible disfrutar de la más profunda disponibilidad para Dios y para sí mismo, lo que es posible cuando la acción liberadora o redentora de Cristo toca la hondura de cada ser humano que lo acoge con una fe desnuda, auténtica, profunda, cristalina. ¿Será posible este milagro mientras vamos de camino? Para nuestras humanas posibilidades quizás no, pero si es posible cuando acción sanadora de Jesucristo toca a fondo del ser humano y éste se deja transformar por la acción de la gracia de Dios. Cristo reina allí donde comienza una nueva aurora para quien lo reconoce y lo acoge como gracia o don inmerecido. Reina, Señor, en mi hondura de ser humano que soy, Reina en lo más recóndito de mi ser para que mi vida sea un manantial límpido, transparente, reflejo de tu amor divino.  

                Del segundo libro de Samuel 5, 1-3

                Podemos comprender mejor este breve texto de la primera lectura si tenemos presente que le precede la guerra entre las familias de Saúl y David, de tal modo que mientras los de Saúl se debilitaban, David se iba afianzando en el reino de Judá. En esta lucha no faltan los asesinatos y traiciones. A más de algún cristiano esto puede causarle problemas de fe pero la historia de la salvación que nos relata la Biblia, no es de ángeles sino de hombres y de hombres pecadores; lo increíble es que en esta historia humana Dios va mostrando su plan misterioso de salvación. El episodio que nos relata esta primera lectura muestra el momento favorable para que David se convierta en el rey de Israel. Es el momento en que los representantes de las tribus de Israel o reino del Norte, dejando de lado sus diferencias y pugnas, bajan a Jerusalén  o Hebrón para pactar un compromiso de unión de ambos reinos, el del Norte y el de Judá. Recuerdan lo que habían olvidado tantas veces: “Aquí nos tienes. Somos de la misma sangre”(v. 1). Más aún reconocen que David ha sido importante en la historia reciente: “Ya antes, cuando todavía Saúl era nuestro rey, tú eras el verdadero general de Israel”(v.2). Recuerdan que pesa sobre David una promesa de Dios: “El Señor te dijo: Tú pastorearás a mi pueblo Israel; tú serás jefe de Israel”. De este modo la oposición de Israel a Judá queda relegada por un sentimiento más fuerte de hermandad. El pacto o compromiso queda sellado entre David y los representantes de Israel., los ancianos algo así como el poder legislativo del pueblo. Y realizan un gesto muy frecuente en la Biblia: “El rey David hizo un pacto con ellos, en Hebrón, ante el Señor, y ellos ungieron a David rey de Israel”(v.3). Ungir es “untar” con aceite, con perfume.  La unción es un gesto que tiene diversos significados: belleza y salud del cuerpo, alegría, señal honorífica, curación de una enfermedad. En su sentido religioso  es un gesto de consagración cultual. El simbolismo del aceite que lo penetra todo, incluso la piedra es importante para comprender el sentido de la consagración de un rey como en este caso, de un sacerdote como el caso de Samuel, de un profeta, de un altar. “Ungido” significa que el que es consagrado es separado o segregado para ser consagrado a Dios o a su servicio. La unción al rey le otorgaba la fuerza del Espíritu convirtiéndolo en el “Ungido” del Señor.  Jesús es el “Ungido”, el Mesías rey – sacerdote”  por excelencia. Cada cristiano es también un ungido por  la gracia del Espíritu Santo en el bautismo y en la confirmación. Subrayemos una lección que nos deja este breve texto: podemos vivir muchos conflictos a diversos niveles pero siempre es posible abrir la puerta del entendimiento y llegar al mutuo consenso entre las partes en conflicto. Se requiere capacidad de escucha mutua, inteligencia para buscar juntos soluciones, mutua aceptación y respeto por el otro y, sobre todo, descubrir el vínculo que nos une más importante que el conflicto mismo. Es indispensable descubrir el lazo fraterno o de hermandad que nos une como pueblo, como comunidad o familia. En las dificultades ¿me esmero por buscar el bien común, lo que  nos une, lo que el Señor quiere de nosotros?  ¿Vivo con conciencia de ser ungido/a por el Señor?

                Salmo 121, 1-2. 4-5 es un canto de alabanza a Jerusalén, la ciudad santa; es un canto de peregrinación y podemos imaginar que los grupos de peregrinos intercambian las estrofas armando un diálogo caminando hacia la Ciudad Santa. El salmo está traspasado de sentimientos de alegría y casi adelanta la experiencia de encontrarse ya en Jerusalén. Notemos que el caminar no es entre árboles y jardines sino en el rigor del sol y el paisaje de las colinas que jalonan el horizonte hacia la Ciudad Santa. Nos haría bien orar con este salmo usando la imaginación y sintiéndonos parte de esa caravana que es la humanidad y dentro la Iglesia en medio de los avatares de la historia oscilante y vertiginosa. ¿Caminamos con alegría, con gozo, con esperanza o la pandemia nos dejó tristones, preocupados y desanimados?

                De la carta de san Pablo a los Colosenses 1, 12-20

                San Pablo no evangelizó esta pequeña ciudad de Frigia, en la provincia romana de Asia a unos doscientos kilómetros al este de Éfeso, habitada por colonos griegos y judíos de la diáspora. Y sigue la controversia acerca de quién es el autor de esta carta que está considerada dentro del corpus paulino. No hay acuerdo entre los especialistas y razones no le faltan a unos y a otros. Si Pablo es el autor de la carta debió ser escrita en Éfeso hacia el año 50 o a principios del 60 d. C. Si fue escrita por un discípulo de Pablo la carta podría haber sido escrita hacia el año 80 d.C. 

                La carta enfrenta a los enemigos de la fe sin precisar mucho quiénes son. Se trataría de un movimiento sincretista influido por especulaciones religiosas venidas del próximo oriente, que se infiltró tanto en el paganismo griego como en el judaísmo. No quedó fuera de su influencia la naciente comunidad cristiana. Se trata del universo gnóstico, esotérico y seudo religioso. En nuestro tiempo son los ingredientes del movimiento Nueva Era, un inmenso desafío para el cristianismo y que algunos pensadores creen que es el mayor desafío que enfrenta la fe cristiana después del imperio romano. No sólo se trata de ideas sino que va acompañado de ceremonias vistosas, fiestas y celebraciones donde lo religioso queda bajo un clima esotérico y repleto de ángeles y potencias celestes que influyen en el destino de los hombres.

                El corazón de esta segunda lectura es el himno litúrgico de las comunidades cristianas, que Pablo recoge y adapta para exponer la verdad del evangelio. El himno resalta la grandiosidad de la persona de Cristo, Creador y Salvador, que resalta la profunda relación de Cristo con Dios invisible, su absoluto dominio sobre toda la creación y sobre majestades, señoríos, autoridades y potestades en el cielo y en la tierra. Jesucristo es Creador y Salvador, centro y clave del universo y de la historia humana, es también la Cabeza, principio y primogénito de los muertos para ser en todo el primero. Jesucristo es la plenitud de una vida plenamente humana y salvada. Es el Príncipe de la Paz y la Paz misma. Este precioso himno litúrgico puede ser motivo de una contemplación de la Persona  de Cristo en la creación y en la historia, acentuando su señorío servicial y sanador. ¿Quién es para mí Jesús de Nazaret? ¿Qué significa llamarlo “Señor” o Kyrios? “Demos gracias al Padre.. Él es quien nos arrancó del poder de las tinieblas y quien nos ha trasladado al reino de su Hijo amado, de quien nos vienen la liberación y el perdón de los pecados” (vv. 12-14). Es el inicio solemne de este himno. Y luego desde el v. 15 al 18 se centra todo en Cristo. Y concluye volviendo a Dios en los versículos 19 y 20 para remachar que es el Padre el autor de toda la obra redentora realizada por el Hijo de su amor, Jesucristo. Podemos orar con este precioso himno cristológico de los inicios de nuestra vida cristiana.

                Del evangelio de san Lucas 23, 35-43

                Al final del himno litúrgico que hemos escuchado en la carta a los Colosenses  se nos dice:“En él decidió Dios que residiera la plenitud; por medio de él quiso reconciliar consigo todo lo que existe, restableciendo la paz por la sangre de su cruz tanto entre las criaturas de la tierra como en las del cielo”(vv.19-20).  Se nos indica el  medio por el cual Dios restablece la paz, es decir, por la sangre de la entrega cruenta de Jesús en su cruz, es decir, a través de su sacrificio, su donación cruenta y violenta. Veamos cómo nos lo anuncia san Lucas en el evangelio de hoy.  

                Y el evangelio de hoy nos ofrece uno de los momentos cumbres de la oblación personal de Jesús, estando ya en la cruz, su trono de siervo obediente “hasta la muerte y una muerte de cruz” como dice el himno cristológico de Flp 2,8.  Se trata de la culminación terrena del “camino a Jerusalén” que hemos recordado a partir de Lc 9, 51 que Jesús asume voluntariamente. Y hemos seguido ese camino durante muchos domingos, recordando las enseñanzas expresamente dirigidas a sus discípulos y, entre los cuales, nos contamos nosotros. Lo hemos hecho siguiendo el itinerario que fija san Lucas, el médico convertido y compañero de san Pablo. El evangelio de este domingo se refiere a la “hora” de las tinieblas y, paradójicamente, es también la “hora” de Jesús mediante la elevación en la cruz, signo de ignominia, pero todos mirarán al que traspasaron. Es la hora del triunfo de Jesús desde la cruz como de su trofeo y trono real.  

                Se abre el relato con la sencilla observación: “El pueblo estaba mirando”(v. 35). Así san Lucas quiere relacionar lo que acontece con Jesús en su pasión y muerte con el pueblo, al que viene a rescatar. La pasión de Cristo no es una historia particular  con algunos actores; muy por el contrario, es el sacrificio que se ofrece por todos. San Lucas, antes de enumerar los insultos dirigidos a Jesús, continúa rehabilitando al “pueblo”. Este pueblo había acogido favorablemente a Jesús en su ministerio en Galilea y en su viaje a Jerusalén. Sólo se ha derrumbado en el juicio hecho a Jesús por Pilato como lo señala el texto de Lc 23, 13 y 18. Después de este duro proceder el pueblo observa el desarrollo de la pasión de Jesús sin expresar ninguna hostilidad hacia los condenados. En estos momentos “el pueblo estaba mirando”, estaba allí contemplando lo que pasaba con Jesús y los otros condenados. Según los entendidos, es un mirar acompañado de reflexión, mantenerse “en un respetuoso silencio”. El pueblo está del lado de Jesús.

                El escarnio o las burlas. Tres veces Pilato había declarado la inocencia de Jesús y por tres veces Jesús es víctima del sarcasmo o burla. Los autores son tres: los jefes, los soldados y uno de los malhechores  crucificados con él. El escarnio tiene siempre el mismo tema: si Jesús es el “Ungido de Dios”, debe salvarse a sí mismo. Mientras los jefes aluden a la acción salvadora de Jesús, uno de los malhechores pide la salvación para ellos. Los soldados, que no son judíos, recuerdan  que Jesús es “el Rey de los judíos” que equivale a “Mesías de Dios”. Este detalle permite al evangelista recordar la inscripción en la cruz que indicaba el motivo de la muerte de Jesús( v. 38). Hay que señalar que los cuatro evangelistas se refieren a esta inscripción en la cruz y constituye un hecho histórico indiscutible, aunque  no está claro su sentido ya que podría ser entendido como una burla de Pilato hacia los judíos o  referirse a un título cristológico como lo es en Lucas: Jesús es el “Rey de los Judíos” y el “Ungido de Dios” o “Mesías de Dios”. Es interesante notar el uso de los verbos griegos distintos y fuertes en cada caso de las tres burlas, a saber: para los jefes “reírse burlonamente”, para los soldados “burlarse” y para el bandido “injuriar”. Nos recuerdan las tres tentaciones de Jesús en el desierto: “Si eres el Hijo de Dios…” Jesús permanece en silencio y sólo responde al buen ladrón: “En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso”(v.43)   

                La reacción positiva. Uno solo de los dos ajusticiados insulta a Jesús uniéndose a la actitud de los jefes y de los soldados. La ofensa apunta a lo mismo: “¿No eres tú el Mesías? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros contigo!” (v. 39). Pero, el otro malhechor crucificado junto a Jesús, reacciona en una doble dirección, primero reprende a su compañero: “¿No temes ni a Dios? Porque estás sometido  a la misma condena”(v. 40). El temor de Dios no se equipara con el miedo o terror  sino como una expresión de respeto y atención a Dios que permite darle a la vida una orientación frente a la compleja realidad. Así este malhechor tiene claro que es justo lo que padecen como “paga de nuestros delitos” y confiesa ante los otros la inocencia de Jesús diciendo: “pero él, en cambio, no ha cometido ningún crimen”(v. 41).

                 Finalmente la oración “Jesús, cuando llegues a tu reino acuérdate de mí” (v. 42) nos recuerda el salmo 106,4 y  es una confesión de Jesús como el que anuncia el reino de Dios. La respuesta de Jesús se abre con una fórmula solemne: “Verdaderamente yo te lo digo: hoy estarás conmigo en el paraíso” (v. 43). Y “paraíso, reino de Dios”, “cielo” son términos que nos ponen en la esperanza de un ideal de vida futura, al final de los tiempos, cuando podamos compartir la soberanía de Cristo y del Padre que será todo en todos.

                ¡Viva Cristo Rey! Vencedor del pecado y de la muerte.

                                                                                   Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.      

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