19° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)
Provincia Mercedaria
de Chile

19° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)

Sábado 06 de Agosto, 2022

 
En este domingo, Jesús nos exhorta a venderlo todo, proponiéndonos una radicalidad que nos puede incomodar bastante, sobre todo, cuando privilegiamos el apego a los bienes materiales. El discípulo tiene que aprender a mirar su vida no desde la vida común y corriente sino “desde el Reino”. Esa es la gran riqueza para el discípulo auténtico.

¡Señor, gracias por tus palabras de aliento!

                No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino. Así comienza el evangelio de este domingo que celebramos al inicio del mes de la solidaridad. No cabe duda que esta declaración o enseñanza de Jesús nos viene como anillo al dedo. No puede ser más oportuna y necesaria esta palabra divina para quienes vivimos una situación social tan incierta y preocupante. El proyecto o propuesta de un nuevo texto de la Constitución Política de Chile nos tiene desconcertados y con muchos temores o miedos que ya no son futuros sino presentes. Ya ni siquiera se trata de aprobar o rechazar la propuesta sino de la situación que vivimos de violencia y desorden, de atropellos y asaltos, de impunidad y carencia de “orden público”, sin el cual no es posible realizar una convivencia humana que haga posible el respeto mutuo y el desarrollo del sentido social y comunitario como ciudadanos inteligentes. Y cuando se deteriora la convivencia de un país no queda espacio para el desarrollo verdadero, que requiere condiciones específicas para que sea posible. Me refiero  no solo al desarrollo económico sino, sobre todo, al desarrollo plenamente humano, es decir, cuando el otro, el prójimo, puede vivir en un clima de consideración y respeto. Cada uno de los amables lectores pueden comprender lo que significa la palabra de Jesús: No temas, pequeño rebaño. Tenemos el corazón y la mente donde se anidan los más íntimos y profundos temores hasta llegar a olvidar el don de la fe que recibimos en nuestra bautismo que nos hizo hijos e hijas del Padre. Jesús repitió muchas veces  la misma invitación ante diversos interlocutores: No temas. Y nosotros también podemos recibir esta misma advertencia en esta situación que nos preocupa. El temor o miedo anda con nosotros, creyentes y no creyentes. Le tememos a la muerte y por eso la olvidamos y no hablamos de ella. Nuestro tiempo no acoge este misterio que pone fin a nuestra andadura terrena. Queremos  creer que  este acontecimiento no nos toca, porque se mueren otros. ¡Oh hombre, piensa en tu fin y no pecarás! decía la antigua sabiduría cristiana católica. Y cuando uno cree que es eterno aquí y que tiene todo el poder del mundo en sus manos, no le importa lo que haga con los demás. Es bueno y saludable meditar constantemente en el final terreno. Nos hace bien y nos ayuda a sentirnos como cualquier otro de este mundo real: un ser humano mortal y con fecha de término en esta tierra. No temas, pequeño rebaño, dice Jesús. Hagamos nuestra esta palabra y revisemos nuestros temores, miremos de frente nuestros miedos, porque sólo quien mira su realidad concreta puede acoger las consoladoras palabras de Jesús. Pero ¿por qué Jesús nos invita a no temer? Su respuesta es la razón profunda de nuestra confianza: “Porque es voluntad del Padre darles el reino”. Así nuestra vida adquiere una dimensión insospechada de eternidad, de vida nueva y bienaventurada. El Reino es siempre de Dios y significa que estamos llamados a vivir en esa vida divina eterna o resucitada que ya vive Jesús, María y los bienaventurados. El discípulo de Jesús no se enreda en los oropeles pasajeros de este mundo; está llamado a compartir la vida misma de Dios como lo decimos en el Credo. “Creo en la resurrección de los carne y la vida del mundo futuro”. Se nos hace partícipes del reino de Dios por pura gracia, gratuitamente. Jesús nos sigue enseñando la  manera de ser discípulo suyos sabiendo que “donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Que el Señor nos de la gracia de comprender profundamente esta verdad tan sencilla y tan honda.   

                PALABRA DE VIDA

Sab 18, 5-9          Tu pueblo esperaba ya la salvación de los justos

Sal 32, 1.12.18-20.22   ¡Feliz el pueblo que el Señor se eligió como herencia! 

Heb 11, 1-2.8-19              La fe es la garantía de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve

Lc 12, 32-48         Estén preparados, ceñidas las vestiduras y con las lámparas encendidas

               

                Abramos nuestro corazón a la Palabra de Dios que se nos proclama este domingo para alimentar nuestra vida de fe y provocar en nosotros un renovado anhelo de sincera conversión.

                Del libro de la Sabiduría 18, 5-9

                El Libro de la Sabiduría es la primera estación de la Palabra en este domingo. Es uno de los libros de la corriente sapiencial de Israel. La sabiduría ocupa un destacado lugar en este escrito pero no exclusivamente ya que el tema que atraviesa el escrito es el de la justicia. Campean términos como justicia, injusticia, justos e injustos, juicio.  Es muy interesante el tema de la justicia porque se refiere al gobernante en la sociedad. ¡Qué bien nos haría tenerlo en cuenta en el presente! Cronológicamente es el último libro del Antiguo Testamento y muy cercano al tiempo del Nuevo Testamento. Fue redactado a mediados del siglo I a. JC en Alejandría por un judío de formación helenista o griega que maneja el idioma griego con soltura y la filosofía.

                El texto de esta primera lectura dominical está dentro de una sección del libro de la Sabiduría que se refiere a la historia de Israel (10, 1- 19, 22). El texto de 18, 5-9 se refiere a la muerte de los primogénitos egipcios y a la liberación de los israelitas. El mensaje central del texto es el recuerdo de la noche de salvación para Israel, la liberación que esperaban los israelitas y que se realizó en aquella noche con la muerte de los primogénitos de los egipcios. Por eso dice el autor: “Tu pueblo esperaba ya la salvación de los justos y la perdición de los enemigos” (v. 7). Recordemos que es la última plaga, y la más dolorosa con que Dios a través de Moisés libera a Israel, lo que permitió finalmente a los israelitas emprender la salida o éxodo de Egipto, hecho fundamental en la historia de la salvación. Desde aquí se desencadena una historia de liberación que hará de Israel el pueblo escogido y liberado por Dios de su esclavitud. La reflexión del sabio es elocuente: “Pues con una misma acción castigabas a los adversarios y nos honrabas llamándonos a ti” (v. 8). Nos hace bien volver a recordar la experiencia de Israel pues nos ayuda también a entender nuestra propia historia de salvación como una permanente lucha entre la muerte y la vida nueva del Resucitado Jesús.

                El salmo 32, 1.12.18-20.22 es un salmo en forma de himno que canta el poder de Dios manifestado en la creación, la historia y la vida cotidiana. Dios no sólo crea por medio de la Palabra sino que dirige con su Providencia todos los acontecimientos de los pueblos. Y conoce profundamente lo más íntimo de cada uno y cuida con cariño de las vidas de sus fieles. Nos hace bien contemplar el poder de Dios manifestado en la  inmensidad de la creación y en las profundidades de cada uno. Dios está presente a pesar de nuestro intento de ignorarlo o relegarlo o sacarlo de nuestras existencias llegando a postular “la muerte de Dios” o “el silencio de Dios” o “la ausencia de Dios”, todas expresiones de nuestro tiempo.

                De la Carta a los Hebreos 11, 1-2.8-19

                Más que carta, los especialistas consideran que este escrito es más bien, una larga homilía que interpela a los oyentes. Se trata de un discurso bien hecho, con elegante retórica y clara exposición. Se trata de un buen predicador. Los destinatarios serían judíos convertidos al cristianismo y se trataría de una comunidad que ha ido perdiendo el entusiasmo de la primera hora, sobre todo, al experimentar el rigor de la persecución y el abandono de la práctica cristiana. Hay una añoranza del esplendor del pasado en torno al templo y sus ritos, especialmente el sacerdocio, y por ahí el peligro de querer volver atrás, al judaísmo y sus organizaciones. Es entonces lógico mostrar la superioridad de Cristo en relación a los aspectos centrales del judaísmo como el templo, la alianza, el sacerdocio, el sacrificio. En síntesis es una larga exhortación ya que la fe de esta comunidad está en peligro. Es normal que después del entusiasmo de la primera conversión, venga la tentación de dejarse arrastrar por la fatiga y el desaliento. La deserción de algunos comenzaba por abandonar las asambleas litúrgicas y la formación cristiana dejaba mucho que desear. No era menos el efecto de las persecuciones que habían provocado desconcierto. Este escrito llama a los cristianos a seguir el camino que lleva a la vida eterna. Si leemos este escrito en esta clave nos ayuda a comprender una y otra vez nuestra experiencia eclesial como la que estamos viviendo hoy. ¿Acaso no nos está costando permanecer fieles a la fe y a la práctica cristiana en el día de hoy? ¿Se ha enfriado la fe, se ha perdido el compromiso de antes? El mensaje de esta segunda lectura nos hace preguntarnos y responder al Señor con renovada fe y confianza.

                ¿Qué nos dice el Espíritu Santo al leer o escuchar esta segunda lectura? Fijémonos en el enunciado del inicio del capítulo 11: “La fe es garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven” (v.1). Desde aquí el predicador hace un recorrido por el testimonio de los justos del Antiguo Testamento que brillaron precisamente “por la fe”, que les hizo “dignos de aprobación”. Gracias  a la fe nos mantenemos firmes en la espera de la segunda y definitiva venida de Cristo, que se expresa en la palabra “parusía”. La mirada desde la fe permite situarse más allá de los acontecimientos inmediatos o de las cosas del mundo y nos abre a ese horizonte de lo definitivo que es la segunda venida del Señor. La fe también nos adelanta o anticipa ese encuentro definitivo con el Señor ahora en nuestro tiempo presente. Gracias a la fe, ese encuentro con el Señor da sentido al presente y será definitivo para la historia. Vivimos desde lo definitivo, vivimos en la fe que espera la realización plena y definitiva del encuentro con el Señor. Es esta la nota distintiva de esta nube de testigos creyentes: vivieron en su tiempo pero siempre esperando un futuro que Dios prometía. El texto de hoy se refiere a la fe de Abrahán y los patriarcas. Todos ellos “aspiraban a una patria mejor, es decir, a la patria celestial” (v. 16). Todos ellos se reconocieron “peregrinos y forasteros en la tierra” (v.13), “herederos de la misma promesa. Porque esperaban la ciudad construida sobre cimientos cuyo arquitecto y constructor es Dios” (v. 10). Momento absolutamente cumbre de la fe y la esperanza es el sacrificio de Isaac, prueba suprema para Abrahán, “el padre de la fe y de la promesa”. Cuando Abrahán, por obediencia y por la fe, ofrece a su hijo Isaac “a su hijo único, el que era la garantía de la promesa” (v. 17), lo hace porque “pensó que Dios tiene poder para resucitar de la muerte” (v. 19). En síntesis, la fe es esperar con certeza que lo definitivo está en la segunda venida del Señor y desde aquí hay que juzgar la historia y nuestra propia vida. ¿Espero realmente la segunda venida de Cristo, en gloria y majestad? ¿Espero y creo que este mundo pasará y dará lugar a la segunda venida del Señor? ¿Tengo fe en las promesas que Dios nos ha manifestado?

                Del evangelio según san Lucas 12, 32-48

                El domingo pasado gozamos con la radiante luz de la fe que irradia sobre esa realidad humana tan potente como es la avaricia y la acumulación de bienes. En este domingo, Jesús nos exhorta a venderlo todo, proponiéndonos una radicalidad que nos puede incomodar bastante, sobre todo, cuando privilegiamos el apego a los bienes materiales. El discípulo tiene que aprender a mirar su vida no desde la vida común y corriente sino “desde el Reino”. Esa es la gran riqueza para el discípulo auténtico. Todo lo demás es secundario o “añadidura”. Todo lo demás es superfluo de cara a la realidad del Reino de Dios. ¿Es posible realizar esto? ¿Estoy dispuesto a revisar mi modo de vida o mi estilo de vida desde el valor absoluto del Reino de Dios? ¿Con qué obstáculos tropiezo en ese intento? Como las exigencias que ya hemos visto en este “camino de Jesús a Jerusalén”(Lc 9,51 a 18,14), la de hoy nos puede parecer imposible, sobre todo, cuando vivimos en la cultura del consumo y posesión ilimitada de bienes, la cara atractiva de la “sociedad del consumo”. Porque la palabra de Jesús tenemos que ubicarla en nuestro ambiente real donde vivimos y actuamos. De lo contrario, el evangelio se convertiría en una “teoría o idea” entre tantas que pululan en nuestra sociedad digital. Y no. El Evangelio es Buena Nueva precisamente porque saca roncha, exige un cambio radical en la persona del creyente.

                El evangelio de hoy se abre con una advertencia positiva y en la misma línea de la que nos formuló el domingo pasado: no se prohíbe acumular riquezas sino que se nos exhorta a desprendernos de ellas. El desprendimiento, no por razones ascéticas y penitenciales, sino por una gran causa como lo dice el versículo 32: “No temas, pequeño rebaño, que el Padre de ustedes ha decidido darles el Reino”. Este “pequeño rebaño”, que es la Iglesia, experimenta la hostilidad del mundo pero su fuerza no está en el poder ni en el prestigio sino en la gracia y el Espíritu que cuida de él. Agrega San Lucas que no hay que poner el corazón en las riquezas sino que hay que compartirlas con los necesitados. Así se entiende la exigencia radical con respecto a los bienes materiales que el cristiano y la Iglesia deben tener frente a los mismos. Todo encuentra su sentido en quién ponemos el corazón, si en Dios, es decir, su Reino o en los bienes terrenos.

                En Lc 12, 35 - 48 se nos invita a la vigilancia y fidelidad al Señor que viene. Es la principal actitud y ocupación del discípulo. En este sentido se nos proponen tres parábolas: los sirvientes que esperan la llegada de su amo (35-38); la incertidumbre de la hora de la venida del Hijo del Hombre (39-40); los responsables de la Iglesia (41- 48). En la primera se resalta la actitud vigilante y despierta de la espera “para abrirle en cuanto llegue y llame”, lo que implica estar preparados siempre para recibir al Señor. La segunda nos señala que no basta con estar despiertos y vigilantes; hay que estar preparados “porque cuando menos lo  piensen llegará el Hijo del Hombre”. Y en la tercera parábola, se centra la atención en los pastores de la comunidad. El administrador fiel y prudente es el que permanece fiel a su tarea hasta que el Señor venga. Es importante prestar atención a la siguiente conclusión: “Dichoso aquel sirviente a quien su señor, al llegar, lo encuentre actuando así” (v. 43). Toda autoridad o responsabilidad en la comunidad de Jesús es siempre un servicio a sus hermanos y no un jefatura despótica, “dueño de fundo” o dictador prepotente, visión mundana de los cargos y oficios en absoluta oposición al sentido evangélico del servicio y de la autoridad. Son servidores y hermanos. ¿Cómo evangelizar la tendencia a ejercer dominio, poder y autoritarismo sobre los demás? ¿Cómo evangelizar las relaciones internas de todos los miembros de la Iglesia? Estar vigilantes, preparados y despiertos también ante estas situaciones antievangélicas, es una forma de esperar la segunda venida del Señor, un “estilo de hacer y vivir la dinámica del Reino ya aquí y ahora”.

                Señor Jesús, ayúdanos para que podamos descubrir los tesoros del Reino:

                 el desprendimiento frente al egoísmo,

                  la fraternidad contraria a la guerra,

                  la comunicación frente a la ruptura de relaciones,

                  la acogida opuesta a las fronteras,

                  la luz de la verdad contraria a las tantas tenebrosas mentiras.

                 Solo así podremos caminar sin miedo y con la certeza de que tú nos acompañas.

                Un saludo fraterno y que Dios nos ayude a vivir esta Palabra con la disponibilidad y gozo de María Nuestra Madre de la Merced, Inspiradora y Fundadora de la Familia Mercedaria que el próximo miércoles 10 de agosto cumplirá 804 años de existencia redentora.                                                                  Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

               



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