7° DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

7° DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)

Sábado 18 de Febrero, 2023

 


¡Señor! Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden.

                 El domingo pasado nos acercamos a gustar el  Programa de Jesús, es decir, la Nueva Ley o Torá del Mesías Jesús, como la menciona el querido y recordado Benedicto XVI en su extraordinario libro Jesús de Nazaret. Jesús ya nos ofreció la primera hoja de ruta con indicaciones bien precisas: “antes se dijo pero yo les digo”. Esta es la fórmula clave para comprender la novedad de su propuesta. Si no fuera así, tendríamos la sensación que el evangelio de la bienaventuranzas es más de lo mismo, más mandatos o normas. Pero no. Jesús quiere recordarnos cómo se vive su novedad, su vida nueva. Ese “antes se dijo” sólo es posible entenderlo desde el absoluto “pero yo os digo”. La novedad no es otro mandato sino la mismísima Persona de Jesús, que proclama las dichas para los pobres y para todos los que estén dispuestos a aceptarlo. Jesús no es otro Moisés, semejante al líder carismático del Antiguo Testamento; es el Hijo de Dios al que es necesario escuchar y seguir, la definitiva propuesta salvífica del Padre. Tiene la autoridad de Dios para fijar las condiciones que un discípulo debe vivir si quiere salvación y vida en abundancia. El domingo pasado escuchamos las cuatro primeras propuestas, no para opinar sobre ellas ni someterlas a discusión, porque “no son al gusto del consumidor” o “a la carta”, sino la manera concreta con que el discípulo pone en práctica la minuta o protocolo para vivir como tal. Este domingo seguiremos escuchando la quinta y sexta “antítesis” como les llaman los especialistas. Las escuchamos y las meditamos para sacar las consecuencias prácticas que Jesús nos propone para vivirlas, es decir, hacerla vida en nuestra propia persona. Nos podemos fijar que estas aplicaciones prácticas del programa de las bienaventuranzas, programa de y para la vida concreta, no corresponden a la lógica humana que cada uno defiende. Los discípulos deben actuar contra toda lógica humana, lo que indica que la puesta en práctica del protocolo de Jesús no dejará de producirnos resistencia o violencia incluso para poner en práctica el programa del discípulo cristiano. ¿Estamos dispuestos a reconocerlo y a abrazar todas sus consecuencias? He ahí la cuestión de fondo. Nuestro comportamiento debe reflejar el comportamiento de Dios, como el Hijo lo manifiesta. Ya sabemos que esto nos asusta pero esa es la pauta a seguir si quieres ser discípulo verdadero. Y como no somos dioses sino humanos tendremos que vivir muy atentos a nuestro comportamiento diario. ¡Qué magnífico programa nos ofrece Jesús! Aunque parezca de Perogrullo, es indispensable que cada uno de nosotros reconozca a Jesús como nuestro único Maestro, lo que quiere decir  que le reconocemos su autoridad sobre nuestro destino, de tal manera que lo que nos enseña no quede en doctrina o enseñanza solamente, sino que nos comprometa en u cambio real de vida, la vida del discípulo que se deja conducir por el Maestro. ¿Será cierto que nuestra única ley y norma de vida es Cristo? Porque muchas veces nos quedamos en una escucha vacía o aprendemos cosas incluso del evangelio pero sin mayor influencia en nuestros comportamientos concretos del día a día. Y el evangelio de este domingo nos viene como anillo al dedo, ya que pone el dedo en la llaga sangrante de nuestro momento actual, como es la sangrante herida de la violencia no sólo individual sino también colectiva, social. ¡Ojalá escuchéis hoy su voz. No endurezcáis vuestro corazón! Y el corazón se endurece cuando ya no se abre a la Palabra amorosa del Padre y de su Hijo Jesús. “Sean santos, porque yo el Señor, su Dios, soy santo”. Pero, ¿qué es ser santo?  

                PALABRA DE VIDA

                                                                                                                                                        Lv 19, 1-2.17-18  Sean santos, porque yo, el Señor, su Dios, soy santo.                                  

Sal 102, 1-4.8-13 El Señor es bondadoso y compasivo.                                                                          

1 Cor 3,16-23     ¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?                                                                                                                      

Mt 5, 38-48         Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.

                Se me ocurre citar las palabras de Benedicto XVI por considerar su reflexión tan certera cuando dice: “De esta manera, el Sermón de la Montaña plantea la cuestión de la opción de fondo del cristianismo, y como hijos de este tiempo sentimos la resistencia interior contra esta opción, aunque a pesar de todo nos haga mella el elogio de los mansos, de los compasivos, de quienes trabajan por la paz, de las personas íntegras…Sí, las Bienaventuranzas se oponen a nuestro gusto espontáneo por la vida, a nuestra hambre y sed de vida. Exigen “conversión”, un cambio de marcha interior respecto a la dirección que tomaríamos espontáneamente. Pero esta conversión saca a la luz lo que es puro y más elevado, dispone nuestra existencia de manera correcta” (Jesús de Nazaret, 127). “Sólo por la vía del amor, cuyas sendas se describen en el Sermón de la Montaña, se descubre la riqueza de la vida, la grandiosidad de la vocación del hombre”(id.)

                Pasemos a la Palabra de Dios de este séptimo domingo. Sólo la Palabra de Dios puede cambiar en profundidad el corazón del hombre; por eso es importante que tanto los creyentes individualmente considerados como las comunidades entren en intimidad cada vez mayor con ella.

                Del libro del Levítico 19, 1-2.17-18

                Este libro del Pentateuco, los cinco primeros libros del Antiguo Testamento, es una obra especial. Se inserta entre la llegada de los israelitas al Sinaí como se narra en Ex 19 y su salida según Números 10. Es la razón porque se encuentra en el Pentateuco. Es obra del mundo sacerdotal o clerical y de ahí el nombre de Levítico. Su centro es el Templo y el culto en Jerusalén ya que en el siglo V a. C. Israel estaba bajo el dominio de Persia y debían cuidar su identidad cimentada, además del Templo y el culto, en la Torá. Estamos ante un libro repleto de normas y leyes, tradiciones y costumbres, lo que hace su lectura un poco tediosa. Su sentido religioso profundo es de perenne actualidad: el hombre se enfrenta con Dios desde su conciencia de pecado e indignidad, con el deseo de liberación y reconciliación. Nos servirá como cristianos el recordarlo pero ya no desde el templo y la Ley sino desde Cristo y su Reino.

                El texto de esta primera lectura está inserto en el llamado Código de Santidad que abarca los capítulos 17 a 26 del levítico. Se puede prestar atención a expresiones tales como “Yo soy el Señor”, “Yo, el Señor, su Dios, soy santo”, “Yo soy el Señor, que lo santifico”, etc. Y la santidad es atributo esencial de Dios que lo expresa en acciones y manifestaciones en la naturaleza y en la humanidad. Dios, absolutamente trascendente, actúa para transmitir y comunicar su santidad. De nada serviría conocer que Dios es santo si tal santidad no se comunica y transmite para arrastrar al ser humano e introducirlo en la esfera de lo divino. El texto de hoy comienza con una afirmación central que le da sentido y unidad a todo el capítulo 19, es decir, a todos los variados preceptos que contiene, cuando dice: “Sean santos, porque yo, el Señor, su Dios, soy santo” (v. 2). Todos los aspectos de la vida humana, individuales y sociales, están inmersos y se orientan a santificar el Nombre de Dios. Dentro de este panorama espiritual central es muy significativo el conjunto de normas justas hacia el prójimo entre los versículos 9  a 18. Dentro de éstos, prestemos atención al siguiente texto: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor” (v. 18). Es la misma expresión que Jesús nos propone como el culmen y centro de la Ley y los Profetas, junto con el amor a Dios.  La santidad se la encuentra en la responsabilidad integral con que cada creyente vive su propio estado de vida, de manera coherente, auténtica y en fidelidad al Señor. Hay que distinguir santidad de otros aspectos secundarios como ascetismo, actitud piadosa, voluntarismo moral, espiritualismo, mortificación, perfeccionismo. La santidad siempre es referencia esencial y dinámica a Dios y el ser humano está llamado a entrar en esa dimensión propia de Dios, lo que es posible por la acción de su Espíritu y de su Hijo Amado Jesucristo. El hombre entra a un proceso de divinización, es decir, participa de la vida misma de la Trinidad Santísima desde su bautismo. Esto supone entrar en un proceso de transformación integral, es decir, de todos los aspectos constitutivos del ser humano en su compleja unidad. La gracia divina no anula la naturaleza humana sino que la perfecciona y transforma en plenitud, siempre y cuando le abramos la vida en su compleja realidad.

                Salmo 102, 1-4.8.10.12-13 es un himno a la bondad de Dios que el salmista hace a modo de soliloquio o reflexión en su interior y expresa la alabanza que ensalza la extraordinaria bondad del Señor y su generosidad con los humildes y oprimidos. Y una verdad tan escasa en ciertos tiempos incluso dentro de la Iglesia, es la que Dios no es un juez rígido sino “como un padre cariñoso con sus hijos, así es cariñoso el Señor con sus fieles”. Podemos orar con este bellísimo salmo en medio de las acechanzas del miedo, la incertidumbre y la rabia que nos envuelven en estos momentos de tensión e inseguridad.

                De la primera carta de san Pablo a los Corintios 3, 16-23

                Seguimos con la primera carta de San Pablo a los cristianos de Corinto. El texto de la segunda lectura de este domingo está dentro de un contexto más amplio. En el capítulo 3 de esta carta, el Apóstol lleva a enfrentar la inmadurez cristiana de los fieles de Corinto, algo que podría también pasarnos a nosotros. Así se abre el tema: “Yo, hermanos, no pude hablarles como a hombres espirituales, sino como a hombres simples, como a niños en la vida cristiana” (v. 1). Y, ¿por qué esta inmadurez espiritual? No pueden tolerar el alimento sólido cristiano  “dado que aún los guía el instinto”. Y la muestra de esa inmadurez son las envidias y discordias, es decir, “se dejan guiar por el instinto y por criterios humanos en su conducta”, dice el Apóstol. Así queda al descubierto que están poniendo otro cimiento para su vida personal y comunitaria. Apunta con claridad y firmeza: “Nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, que es Jesucristo” (v. 11). Sírvanos esta referencia para comprender mejor el texto de esta segunda lectura. La novedad  extraordinaria está  constituida por un cambio radical en la comprensión del santuario. En efecto, el templo o santuario era para Israel el lugar de la residencia de la Gloria de Dios.  El nuevo templo o santuario de Dios, dice Pablo, no son los edificios o templos sino las personas. Así la persona humana se reviste de una dignidad insuperable: es santuario de Dios y el Espíritu de Dios habita en ella. Por lo tanto, ¡qué maldad encubren los abusos, maltratos, injusticias, atropellos, violaciones, etc.! Concluye el texto con una certeza: “Todo es de ustedes, ustedes son de Cristo, Cristo es de Dios” (v. 22.23). Nunca seremos el centro ni el fundamento de nuestra salvación; el núcleo es el misterio de Dios que en Cristo nos regala su Espíritu. Llegar hasta aquí es propiamente la madurez espiritual del cristiano. Mientras gire en torno a sí mismo, a sus obras y a sus intereses, todavía está en la infancia o inmadurez espiritual. Desde esta antropología del cuerpo podemos calibrar más hondamente la maldad de los abusos sexuales y toda forma de atropello a la persona humana, redimida por Cristo. Cuidemos nuestro santuario personal y reconozcamos el santuario del prójimo. Ante tanto atropello y vejámenes a que son sometidas tantas personas, recuperemos el sentido profundo de la antropología bíblica. Nos hace bien y nos anima.

                Del evangelio según san Mateo 5, 38-48

                El evangelio de este domingo nos ofrece las restantes antítesis que el Sermón de la Montaña desarrolla mediante la fórmula “ustedes han oído que se dijo… Yo les digo...” Estamos dentro de esa gran sección del Sermón que confronta a Jesús y la Ley, desde el versículo 17 a 48. Los diez versículos del texto de hoy son tan importantes como los que ya escuchamos  el domingo pasado. El evangelio de este domingo se refiere a la quinta enseñanza de la Torá de Jesús y nos instruye sobre el perdón (vv. 38-42).  Y a la sexta enseñanza sobre el amor al prójimo (vv. 43-47). Y una conclusión: ”Sean, pues, perfectos, como es perfecto su Padre celestial” (v. 48).                               

 El evangelio de hoy se abre con la mención en labios de Jesús de la antigua ley del talión del ojo por ojo y diente por diente que era conocida y aceptada en el mundo antiguo desde el código del rey babilónico Hammurabi (siglo XVIII a.C.). Ya el “ojo por ojo, diente por diente” significó un avance extraordinario en la convivencia humana, porque implicaba poner un límite a la feroz ley de la venganza con que se resolvían las dificultades de la convivencia. Sin embargo, Jesús da un paso inaudito y nos propone unas exigencias, para una gran mayoría incluso de cristianos, desconcertantes y provocativas, que rompen lo establecido o simplemente lo que más gusta o acomoda. Manifiesta Jesús un “ir contracorriente” audaz y radical, porque “muerde” nuestras más hondas tendencias radicadas en lo más íntimo de cada ser humano. ¿Acaso no emergen desde nuestro interior inmediatamente las ganas de revancha o venganza frente al que nos hace daño? Contra este muro interior chocan las palabras de Jesús y martillean sin cesar en sentido contrario: hay que perdonar de corazón y especialmente al enemigo y esto solo por amor.

                Todo esto se entiende sólo si todavía somos capaces de confrontarnos con honestidad y franqueza frente al Sermón de la Montaña como el programa de vida del discípulo de Jesús. Es desde la opción religiosa de Jesús por el Reino de los Cielos que podemos leer y comprender en profundidad las palabras y exigencias de Jesús. Su mensaje no se dirige al derecho civil o cualquier otra normativa que los hombres y los pueblos se dan. ¿Será posible desterrar la violencia de las relaciones humanas y sociales? Para nadie es una novedad que estamos ante una sociedad cada vez más tensa, agresiva y violenta. Pero el evangelio de hoy nos pide no poner resistencia al que nos hace mal y que hay que ofrecer la otra mejilla a alguien de carne y hueso que te abofetea. Para mucha gente, estas propuestas son impracticables y responden a otra época. Sin embargo, no olvidemos que estamos tocando el núcleo más original y específico del evangelio de Jesús.                           

Es definitivamente cierto que Jesús y su Reino significan un cambio de valores y una superación de los viejos estilos de relaciones humanas. Es el corazón del Evangelio cristiano el que está en juego y no un aspecto determinado. Y ya nos estamos refiriendo a la sexta enseñanza de la Torá de Jesús sobre el amor al prójimo (vv. 43-47). El amor al prójimo no es nunca un añadido, un asunto lateral de la santidad cristiana; es, por el contrario, el culmen de esta Ley de Cristo, la médula de la columna vertebral del  cristianismo: “Amen a sus enemigos”, dice Jesús y añade una gran motivación “para que sean hijos e hijas del Padre celestial”.  Y esto es así de real y verdadero porque la llegada del Reino de Dios significa que el amor misericordioso y compasivo de Dios se hace realmente presente en la Persona, palabras y obras de Jesús. Estamos desde entonces “en la plenitud de los tiempos”, en la etapa decisiva de la historia humana y salvífica. La novedad del Evangelio es la novedad del amor de Dios encarnado en nuestra historia personal y comunitaria. Desde aquí se obtiene la justa perspectiva para ver y oír lo que está aconteciendo ya ahora en el mundo nuevo que el Señor Jesús, con su misterio pascual, ha inaugurado ya. Esta realidad nueva afecta nuestras relaciones con Dios y con el prójimo, y ambas deben ser abrazadas al modo de Jesús, Maestro y Modelo del discípulo. Nuestra tarea solo culmina en la pascua; mientras tanto sigamos caminando guiados por el Espíritu y la Palabra, “fijos los ojos en Jesús” como nos lo recuerda el predicador en la carta a los Hebreos, y, por cierto, muy atentos a María, “la fiel discípula de Jesús” como nos lo propone Aparecida. Y todavía podemos sacar una última conclusión: no debemos amar el mal sino a las personas que lo hacen, o dicho de otro modo, debemos rechazar el mal en cuanto mal pero amar a la persona que lo comete. Esta es una fina distinción de una moral verdaderamente evangélica y muy oportuna para los tiempos en que odiamos al que hace el mal o comete la maldad y olvidamos que también por esa persona murió Cristo y resucitó. ¡Señor Jesús, no nos dejes caer en la  tentación de sentirnos mejores que los demás!

                Un saludo fraterno y que el Señor nos empuje hacia la belleza de la Vida Nueva.                              Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M. 



Provincia Mercedaria de Chile
Curia Provincial
Dirección: Mac - Iver #341, Santiago Centro
Teléfonos: 2639 5684 / 2632 4132