1° DOMINGO DE CUARESMA (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

1° DOMINGO DE CUARESMA (A)

Sábado 25 de Febrero, 2023

 


¡Señor Jesús! Dame la gracia de tu fidelidad al Padre

                El miércoles pasado vivimos la tradicional y significativa bendición e imposición de la ceniza con que se inicia el Tiempo de Cuaresma. Se le llama precisamente “miércoles de ceniza”. Y la ceniza se consigue quemando los ramos que usamos el año pasado para aclamar a Jesús en su entrada a Jerusalén, iniciando así la Semana Santa del 2022. Los ramos de aquella vez estaban verdes y frescos, estaban vivos para simbolizar que nuestra fe en el Señor Jesucristo estaba tan viva que hasta podíamos cantar: “¡Hosanna al Hijo de David! Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo”. Espero que nuestra fe esté siempre tan viva y operativa que podamos nuevamente aclamar a Cristo con nuestras palabras y con nuestras buenas obras. Lo volveremos a expresar a través de un nuevo ramo verde y fresco. Y sería muy distinto aclamar a Jesucristo con ramos secos y mustios, sin vida ya, es decir, con cristianos marchitos y decaídos. Pero la fe no envejece nunca, siempre se renueva y nos renueva sin cesar. Sólo así nuestra fe cristiana está viva. Sin embargo, el mal no  es un invento para asustar a la gente. El mal es tan real  como la vida de  cada persona. Es el drama de todos, sin excepción: de los malos y de los buenos, de los pecadores y de los santos, de los grandes y de los chicos. No se aprende a ser malo, nacemos con una inclinación al bien y al mal. No hay personas absolutamente buenas y rectas como no hay personas completamente malas y perversas. Sin embargo, vivimos con un trágico pensamiento. Creemos que cada uno es bueno siempre y los demás, los que no son de mi agrado, pensamos que son malos siempre. “Cría fama y échate a la cama” dice el refrán para señalar que somos especialistas en colgar carteles en los demás y así les negamos toda posibilidad de cambio, de mejoría. Para Dios, y menos mal, nuestra manera de entender las cosas no es la  suya. Y la Palabra es  contundente: “Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios”. Y si todos estamos involucrados en la historia del mal, todos necesitamos tomar conciencia del mal que llevamos en los pliegues más íntimos de nuestro ser. El mal no es exclusivo de ciertas personas sino  herencia  adámica que a todos nos afecta. Nada más real que el mal que podemos  hacer y que hacemos. Si hasta la historia de los santos en la Iglesia revela que ellos han sido valientes y audaces al reconocer sin tapujos que son pecadores. Nunca un santo auténtico se echa flores, se brinda auto elogios. No. El santo es la persona que ha logrado calar a fondo su realidad de mal que lleva y desde ahí ha descubierto la maravilla de ser perdonado, redimido, salvado, sanado, restaurado por el amor gratuito de nuestro Padre. Sólo si reconocemos con honestidad y verdad nuestra realidad de pecado podemos comprender el signo de la ceniza que hemos recibido y, sobre todo, el profundo sentido del tiempo de la Cuaresma. Los autorreferentes, los autosuficientes, las narcisistas, los petulantes, los creídos, los orgullosos y altaneros no pueden comprender el  sentido de la Cuaresma. Ellos y otros “piadosos y con aires de impecables” no pueden rezar con el profundo salmo 50. El mal no es una palabra sino una tristísima realidad que ni siquiera Jesús eludió. Él la enfrentó y nos dejó una eterna lección que olvidamos con frecuencia: la fidelidad a Dios cuesta caro, no se logra sino asumiendo el combate espiritual hasta el final. Jesús no vive una fe dulzona sino en el rigor de la opción por las cosas del Padre. Su fidelidad abarca su vida entera y así nos brinda un estupendo ejemplo de lo que tenemos que vivir si queremos ser sus discípulos. Jesús vive la insidiosa acción del Enemigo que busca separarlo de la comunión con Dios, su Padre, y eso significa separarlo de su santísima voluntad y del camino que traza para salvarnos. El tentador y el mal son realidades demasiado serias para trivializarlas y no advertir el peligro que implican.     

                PALABRA DE VIDA

Génesis 2, 7-9; 3, 1-7     “Se les abrirán los ojos y serán como Dios”.

Sal 50, 3-6. 12-14.17    ¡Piedad, Señor, pecamos contra ti!

Romanos 5, 12-19           “Por la obediencia de uno todos resultarán justos”.

Mateo 4, 1-11                   “Entonces Jesús, movido por el Espíritu, se retiró al desierto para ser tentado por el Diablo”.

                El centro de la Cuaresma no es el ayuno, la penitencia, la mortificación a secas; el centro es el Esposo, Jesús de Nazaret, que está con nosotros y  nos invita a saborear su Palabra. Sigamos la lectura diaria de la Palabra del tiempo de la Cuaresma a fin de no olvidar las maravillas que el Señor ha hecho a favor nuestro. Dejemos que el Espíritu Santo nos ilumine para penetrar en el sentido más hondo de la Palabra de Dios de este primer domingo  de Cuaresma.

                Del Libro del Génesis 2, 7-9; 3, 1-7

                El texto está tomado del segundo relato de la creación, aunque es bastante diferente al primer relato del capítulo 1. El texto de esta primera lectura nos recuerda que el hombre y la mujer han sido creados del barro o polvo de la tierra y de la misma materia que fueron hechos los animales. De esta manera, para el autor sagrado, entre los animales y el ser humano hay una semejanza en cuanto han sido formados de arcilla de la tierra. Dios ha infundido en el ser humano “un soplo o aliento de vida” como lo ha hecho también con los animales. Tanto el ser humano como los animales son “seres vivientes”. Sin embargo, hay algo que distingue al ser humano de los animales: el ser creado a imagen y semejanza de Dios como indica que “sopló en su nariz aliento de vida” (v. 7). El ser humano queda así habitado por el Espíritu o aliento de Dios. Es cierto que el ser humano, hombre y mujer, son “polvo” pero también lo es que cada uno y cada una es presencia del Espíritu de Dios. Es una tremenda oportunidad para humanizarnos y no reducirnos a la pura animalidad imperante. Es ocasión para renovar los verdaderos derechos humanos tan manoseados política e ideológicamente. Este texto nos plantea un gran desafío humano y espiritual ante los atropellos, abusos, violencia, discriminación, dominación, pobreza extrema, etc., y desde aquí podemos convertirnos en humanizados y humanizadores actuales.                                                            La segunda parte del texto de hoy, el relato de la tentación de nuestros primeros padres, nos invita a entender bien el fondo del texto. El tentador es la serpiente y no la mujer, que la Biblia define como “ayuda adecuada del hombre”. La “seductora” no es la mujer sino que procede del fruto del árbol prohibido “que era una delicia de ver y deseable para adquirir conocimiento” (v. 6). La mujer hará partícipe a su compañero del fruto del árbol que no tiene nada que ver con la sexualidad. La tentación y el pecado consiste en “ser dueño de la decisión última en orden a determinada acción”, de donde se desprende que la gran tentación del ser humano y su perdición es ponerse a sí mismo como medida única de todas las cosas y colocar su propio interés como norma suprema, prescindiendo de Dios. El mal en la historia humana está provocado por este proceso que sólo trae sufrimiento e infelicidad para pueblos enteros. Pero es el mismo proceso que se vive a escala humana general. El texto nos debe llevar a una profunda revisión de nuestra manera de leer y aplicar este mensaje sagrado y empezar a analizar nuestras tentaciones y pecados en su estructura interna, si optamos por nuestro interés egolátrico o Dios tiene un lugar en nuestra existencia todavía. El “sueño del hombre” es apoderarse del fuego divino para someter también a Dios  a su voluntad, bajo el pretexto de “querer ser feliz”. Es la esencia del pecado.

                Salmo 50, 3-6.12-14.17 es la plegaria penitencial por excelencia. El salmista se siente necesitado de una total renovación interior que lo purifique y sane de todo pecado, y lo más importante es la petición a Dios que “cree en él un corazón puro y renueve la firmeza de su espíritu”(v.12). Este salmo representa nuestra íntima convicción que sólo Dios puede lavarnos totalmente de la culpa y purificarnos del pecado que llevamos. Nos sirve para hacer un profundo examen de conciencia, sobre todo, con el fin de convertirnos sinceramente al Señor.

                De la carta de San Pablo a los Romanos 5, 12- 19

                San Pablo nos propone un magistral paralelo entre Adán, el primer hombre por quien “penetró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte”(v. 12) y Cristo por quien “reinarán y vivirán los que reciben abundantemente la gracia y el don de la justicia”(v. 17). Si por el delito de uno solo, Adán, la muerte se extendió a toda la humanidad, ya que todos pecaron en ese primer hombre del cual todos somos descendientes, y la condena se hizo universal; del mismo modo, “el acto de justicia de uno solo, Jesucristo, se extiende a todos los hombres la sentencia que concede la vida”(v. 18). Retengamos la positiva conclusión que nos propone San Pablo: “Como por la desobediencia de uno solo todos resultaron pecadores, así por la obediencia de uno todos resultarán justos”(v. 19). Clave de comprensión de este bello texto es la solidaridad que aúna a toda la familia humana en un destino común y de ahí la relación corporativa entre Adán, primer pecador y heraldo de la muerte, y su descendencia. Todos somos adámicos, solidarios en el pecado. No se trata de los pecados individuales sino del “pecado original”, que por un hombre entró el pecado en el mundo.  Es la herencia solidaria que Adán, el primer hombre pecador, nos deja y nos hace partícipes de su destino, la muerte. Pero Cristo ha venido a romper este círculo del pecado y de la muerte, y sin nosotros merecerlo, asumió sobre sí mismo las dramáticas consecuencias del pecado de la humanidad. Ofreciéndose hasta dar su propia vida por los pecadores nos obtuvo la vida, la justicia, la redención y reconciliación. Adán es la cabeza de la humanidad pecadora y destinada a la muerte; Cristo, Hombre Nuevo, es la Cabeza de la nueva humanidad renovada por el acto redentor de Jesús.

                Del evangelio según san Mateo 4, 1-11

                Jesús, lleno del Espíritu Santo y proclamado por el Padre como “Éste es mi Hijo querido, mi predilecto”, sustancia de la teofanía del Bautismo de Jesús en el Jordán, “movido por el Espíritu, se retiró al desierto para ser tentado por el Diablo” (v. 1). Desde su bautismo ha sido investido con la “unción” que lo declara Mesías esperado para Israel y para la humanidad. Y, para sorpresa nuestra, la primera disposición del Espíritu es llevarlo al desierto para ser tentado. Así se señala que se trata de un descenso a enfrentar los peligros que amenazan al hombre y solo enfrentándolos se puede levantar. Jesús se retira al desierto y allí enfrenta los fantasmas de los peligros y desviaciones a que está sometida su misión como Mesías. De esta manera, Jesús tiene que entrar en el drama de la existencia humana, lo que forma parte de su misión redentora y deberá recorrerla hasta el fondo para encontrar así a la “oveja descarriada”, cargarla sobre sus hombros y volverla al redil. También esta experiencia del desierto y de la tentación forma parte de su “descenso a los infiernos” porque debe recoger toda la historia humana desde sus inicios y sufrirla a fondo para transformarla. Con cuánta razón el autor de la carta a los Hebreos puede afirmar: “Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser compasivo y pontífice fiel en lo que se refiere a Dios, y expiar así los pecados del pueblo. Como Él había pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella” (2, 17s). El relato del bautismo y el de las tentaciones tienen una profunda relación pues ambos muestran la solidaridad de Jesús con  los pecadores. El Redentor no nos redime desde fuera sino desde la más profunda encarnación en lo humano.

                ¿Qué revela el relato de los tentaciones de Jesús? Las tres tentaciones, tanto en Mateo como en Lucas, revelan la lucha interior de Jesús por cumplir su misión. Nunca la misión resulta tranquila y exenta de momentos difíciles. Quien quiere ser cristiano a fondo, o quiere ser religioso o religiosa, sacerdote, o casarse, todo ello en serio y con radicalidad, tiene que pasar por la prueba de enfrentarse con sus propios límites, tentaciones, dudas, obstáculos, desviaciones de objetivos, etc. Ninguna opción verdadera se logra sin el propio desierto y su tentación. La tentación no es un episodio ni fácil ni pasajero; es siempre la gran oportunidad de volver a elegir el camino y reafirmar lo decidido. Fundamentalmente es una lucha interior, de confrontación personal consigo mismo. En Jesús y, por lo tanto en el cristiano, la tentación es el momento de la pregunta sobre qué es lo que cuenta verdaderamente en la vida humana, o qué es lo que corresponde decidir.

                ¿Cuál es el núcleo de toda tentación? La tentación busca apartarnos de Dios en el sentido de buscar únicamente con nuestras propias capacidades y desde nuestros propios intereses y dejar a Dios de lado como algo ilusorio y sin importancia. Es el fondo de la tentación. Jesús nos enseña que hay que poner a Dios, una y otra vez, ante las artimañas del tentador que no ceja en su intento de doblegarnos a sus intereses. La tentación adopta la apariencia moral, ya que no nos invita a hacer el mal directamente, eso sería muy burdo. Finge mostrarnos lo mejor: abandonar lo ilusorio y usar eficazmente nuestras fuerzas en mejorar el mundo. La tentación se presenta bajo un realismo convincente: pan y poder. Ante esto, Dios aparece como irreal, un mundo secundario que realmente no se necesita. Jesús, nuestra Maestro y Modelo, nos enseña a descubrir la trampa ingeniosa del realismo concreto, de los cambios ilusorios, de los ideales inalcanzables, de la incapacidad de la fe cristiana para hacer la revolución social, política, etc. La cuestión de fondo queda así planteada: la tentación busca apartarnos de Dios y para ello nos presentará razones e ideas que lo muestran como no importante, como pura ilusión, incapaz de realizar lo que queremos o deseamos ya. Supliquemos sin cesar: “No nos dejes caer en la tentación”, así con artículo definido, para indicar que no son todas las tentaciones posibles sino la única que consiste en olvidarnos o dejar de lado a Dios en nuestra vida diaria. Es decir, prescindir de Dios, darle la espalda, abandonarlo, hacerlo un lado y todo ello tergiversando sus planes, distorsionando su voluntad.

                Todavía podemos seguir profundizando en las tentaciones que vive Jesús si prestamos atención al lugar donde ésta acontece: en el desierto. Y allí precisamente Jesús es sometido a las mismas tentaciones que vivió Israel, el Pueblo Escogido. Así el desierto es, por una parte, lugar de la tentación y, por otra, el lugar de la fidelidad. Todo depende de acoger o rechazar las propuestas que el tentador propone para apartarnos del camino de Dios. Así como Israel falló también nosotros fallamos, pero Jesús venció con una fidelidad al Padre a toda prueba. En conclusión, la súplica de la Oración de Jesús “No nos dejes caer en la tentación” no puede ser entendida en sentido genérico como si se tratara de toda tentación sino, por el contrario, se refiere expresamente a la tentación de abandonar al Señor, quebrar la relación que une al discípulo con su Señor, y esto es evidentemente una grave infidelidad. Jesús, el Hijo de Dios, ha hecho suya la experiencia que todo hombre y creyente experimenta y nos ha dado ejemplo de fidelidad a toda prueba. La Iglesia como Israel está sometida a la tentación como todo cristiano.

                ¿Cuál es el mejor remedio para vencer al tentador? Renovar continuamente la confianza filial en que Dios, nuestro Padre, no nos dejará a merced de nuestras sutiles ilusiones que el enemigo de Dios nos intenta presentar como lo mejor que debemos hacer.  Dice san Pedro: “Sed sobrios y velad. Vuestro enemigo, el diablo, ronda como león rugiente, buscando a quien devorar. Resistidles firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo, soportan los mismos sufrimientos” (1Pe 5, 8-9).

 

                Un saludo fraterno y hasta pronto.                                       

  Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.    

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