2° DOMINGO DE CUARESMA (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

2° DOMINGO DE CUARESMA (A)

Sábado 04 de Marzo, 2023

 


¡Señor Jesús! Muéstranos tu rostro resplandeciente

                Marzo nos sorprende con el inicio de la Cuaresma, tiempo litúrgico católico de primera necesidad no sólo para creyentes sino también para todos. Porque ¿a quién no le hace falta un tiempo para detenerse en la loca carrera del consumismo imperante y “poner los pies en la tierra nueva que Jesús nos propone”?. Es impresionante la trivialidad con que vivimos, sin detenernos a pensar o a meditar o a orar. Acabamos de volver al jolgorio del Festival de Viña del Mar, según la propaganda “el más grande de los festivales a nivel mundial”. Fue un claro reflejo de la ligereza con que estamos llevando la vida. Mucha gimnasia y contorneos pero poco de lo que se suponía era la novedad del retorno, es decir, de la música. Más pareció un festival infantil, aunque algunos movimientos estaban lejos de ser para pequeños. Por eso es saludable tomarle el pulso a la cuaresma como tiempo de gracia, de llamada y preparación. Nos es indispensable que dejemos el espacio a la  Palabra de Dios para que nos conduzca a  la luz verdadera, a la necesaria reflexión y a la oración también ¿por qué no? Hemos sido introducidos desde el sencillo pero fuerte Miércoles de Ceniza que nos encontró en vacaciones. He quedado admirado de la cantidad de fieles que nos acompañaron en las celebraciones de ese miércoles 22 de febrero. ¡Aún tenemos fe, conciudadanos! Es hermoso el gesto de bendecir la ceniza porque es la más visible manifestación de lo que Dios, nuestro Padre, quiere hacer con nosotros. Quiere que seamos realmente lo que somos: ceniza, es decir, polvo. Y su grandeza de Padre se muestra precisamente en apreciar y acoger lo que no vale a los ojos del mundo. Y eso sólo Dios puede hacerlo. Dios se abaja como el papá que se inclina para estar a la altura de su pequeño hijito o hijita. No nos deprime la sentencia bíblica: “Polvo eres y en polvo te convertirás”. Vale la pena recordarlo siempre. Se nos olvida con frecuencia. Y muy hermoso es el recibir el signo de la ceniza. Es como sentir que ”Solo Dios” y nosotros sus creaturas pequeñitas e insignificantes. La ceniza nos adelanta el madero de la cruz donde el Hijo de Dios se inmola, se ofrece, desnudo y sin reservarse nada, absolutamente nada sino que todo entero se ofrece a su Padre Eterno tomando nuestro lugar como un puñado de ceniza, es decir, de un ser humano que se ofrece haciéndose debilidad y sufrimiento por nuestra ceniza humana insignificante. Es bueno recordarnos lo que vivimos en el Miércoles de Cenizas en el día a día. Posiblemente nos ayude a abandonar, aunque sea poco a poco, esa prepotencia conque enfrentamos al otro, esos aires de delirios de fatua grandeza, esa torpeza para perdonar al otro, esa actitud de orgullosa tontería. Todos somos ceniza, aunque bendecida por la gracia del bautismo. Somos polvo aunque lo rechacemos o intentemos ignorarlo. “Polvo eres y en polvo te convertirás” dice la Santa Palabra de Dios. Porque alguna vez nos hemos revelado contra Dios y su proyecto y hemos querido competir cara a cara como un moderno Job bíblico, pidiéndole cuenta al mismo Dios y llamándole a comparecer en el juicio que creemos tenemos ganado de antemano. Y ceniza es humilitas, es decir, humildad, esa grandiosa virtud cada vez más despreciada en nuestro tiempo. La humildad es la base fundamental de todas las virtudes incluso de la mismísima reina de las virtudes, la caridad. Claro que la humildad no tiene nada que ver con apocamiento, bajísima autoestima, desprecio de sí mismo o complejo de inferioridad. La humildad es recordar siempre que somos “humus”, polvo, barro. ¡Bienvenida Cuaresma, tiempo de gracia increíble!

PALABRA DE VIDA

Gén 12, 1-4         Sal de tu tierra y de la casa de tu padre a la tierra que te mostraré

Sal  32, 4-5.18-20.22     Señor, que descienda tu amor sobre nosotros

2Tim 1, 8-10       Él nos salvó y llamó, destinándonos a ser santos

Mt 17, 1-9           Su rostro resplandeció como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas     como la luz

                Seguimos el camino de la Cuaresma. Los discípulos deben escuchar y seguir a Jesús por el camino de la Pascua. Es el camino del sufrimiento y de la muerte de Jesús que recorre plenamente consciente, preparando a sus discípulos para que también lo afronten con fortaleza. Sin embargo, es el único camino que conduce a la verdadera vida, a la gloria auténtica, a la luz sin ocaso. He aquí la más difícil tarea de la fe: aceptar que la vida verdadera sólo se alcanza muriendo como el grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto abundante. Es la siempre disyuntiva a que nos enfrenta Jesús cuando afirma que el que salva su vida, la perderá y quien pierda su vida por su causa, vivirá. Paradoja del camino de Jesús y del camino del discípulo. En el suceso de la transfiguración estamos llamados a contemplar nuestra meta última que, sin embargo, no nos ahorrará el abrazar el camino de la cruz en la vida presente.

                La mesa de la Palabra está servida y los comensales son invitados a alimentarse de este suculento banquete que el Señor nos ofrece cada domingo y cada día. Sólo así dejaremos esa vida famélica y rutinaria que llevamos como cristianos asustados y timoratos. También a nosotros nos hace bien salir con Jesús, subir el monte, contemplar el esplendor en toda su intensidad y bajar nuevamente al  mundo de los hombres pero con una experiencia de encuentro con el mundo divino que no olvidaremos más.  

                Del libro del  Génesis 12, 1-4

                Estamos ante el inicio de la historia de la salvación. Con el capítulo 12 del primer libro de la Biblia, llamado Génesis porque trata de los orígenes del mundo y de los orígenes de la historia de la salvación, precisamente con el primer y gran Patriarca hebreo Abrám. El llamado o vocación del primer patriarca bíblico  se funda en una elección gratuita de Dios, expresada de modo imperativo, para señalar la autoridad de Dios que llama: “El Señor dijo a Abrám: - Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré” (v. 1). La elección gratuita a favor de Abrám le impone la necesidad de dejar su parentela y su tierra, es decir, desarraigarse o desprenderse y caminar sin rumbo predeterminado. El llamado divino pone en movimiento al elegido de tal modo que, a partir de este llamado, su vida tendrá una nueva orientación. Así queda de manifiesto que hay una obediencia muy poderosa de parte del llamado. No se le pide un desplazamiento puramente geográfico, limitado. A tenor de lo que Dios le promete, el desplazamiento es definitivo. La promesa habla de una bendición perpetua que beneficiará al pueblo y a todas las naciones de la tierra. Y el hombre se puso en camino como el Señor se lo mandó. Su “salida” se convierte en el acto fundamental de todos los que sean llamados a compartir la promesa. Nos hace bien contemplar el horizonte infinito de nuestra vocación cristiana, la vida eterna, la eterna bienaventuranza. Así el rigor de la conversión a que nos invita la Cuaresma no nos desalentará sino que nos hace mirar la meta hermosa a la que estamos llamados en Cristo. Lo iniciado en Abrám sólo concluye en el Reino de Dios que Jesús nos anuncia y realiza. ¿He comprendido mi vida cristiana en clave de una llamada gratuita,  inmerecida que Dios me ha hecho? ¿Qué he dejado para seguir  mi vocación cristiana? ¿Qué sentido tiene que Jesús te diga  que Él es el Camino? ¿Eres realmente discípulo de Jesús? Ten presente que más que un desplazamiento físico material el Señor te pide un vuelco en tu existencia concreta, un giro en 180 grados, aceptando que Dios es Señor de nuestra vida y destino. Es una nueva orientación existencial que nos propone el Señor.

                Salmo 32, 4-5.18-20.22 es un himno de alabanza que resalta el poder de Dios, que se manifiesta en la creación, en la historia y en la vida cotidiana. Es bueno que el Señor nos recuerde lo que tantas veces tendemos a olvidar: Dios nos cuida con su providencia admirable, estamos en sus manos y eso es motivo de confianza aún en medio de los peligros que nos acechan. Para tiempos de crisis nos ayuda a salir de nuestro encierro y nos devuelve la confianza.

                De la segunda carta de san Pablo a Timoteo 1, 8-10      

                Este es un urgente llamado que hace Pablo a su discípulo y obispo de Éfeso, Timoteo. El breve texto tiene la forma de una acuciante llamada como si fuera la última que hace Pablo desde la cárcel en que se encuentra. Le invita a permanecer fiel y a compartir: “Comparte conmigo los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio, animado con la fortaleza de Dios” (v.8) Esta fidelidad no se funda en las propias obras humanas sino en la iniciativa y gracia de Dios al llamarnos en Cristo “desde toda la eternidad”(v.9). El versículo 10 es una síntesis del kerigma o predicación primitiva del cristianismo cuando dice: “Y que se manifiesta ahora por la aparición de nuestro salvador Cristo Jesús, quien ha destruido la muerte e iluminado la vida inmortal por medio de la Buena Noticia”. La aparición de Cristo Jesús, nuestro salvador, se refiere al misterio de su encarnación, es decir, se hizo hombre en el seno virginal de María por obra del Espíritu Santo y de este modo se hizo presente en medio de la historia humana, en todo semejante a nosotros menos en el pecado. Ha destruido la muerte, consecuencia trágica del pecado, mediante su propia pasión y muerte en la cruz y su gloriosa resurrección, entendida como luz de la vida inmortal. Atendamos a esta necesaria invitación que el Apóstol nos hace a nosotros para que “no tiremos la toalla” sino que, armados de la coraza de la fe, podamos luchar, sin avergonzarnos del testimonio de Dios, permaneciendo fieles en el camino de la cruz, sin perder de vista el triunfo de la luz definitiva. ¿Me anima la fortaleza de Dios y permanezco fiel a Jesús? ¿Es posible una vida cristiana sin cruz? ¿Es posible vida con cruz pero sin resurrección?

                Del evangelio según san Mateo 17, 1-9

                El relato de San Mateo se inicia con una indicación temporal interesante: “Seis días después…” (v. 1). Con esta expresión cronológica conecta el relato de la transfiguración con la confesión de fe de Pedro (Mt 16, 13 -20), con el primer anuncio de la pasión y resurrección (Mt 16, 21 – 23) y con las condiciones que debe asumir el que quiera ser discípulo suyo, es decir, seguirle por el camino de la cruz(Mt 16, 24-28). En ambos casos, en la confesión de fe de Pedro y en la transfiguración, se trata de la divinidad de Jesús, el Hijo y también, en ambos casos, el tema está relacionado con la pasión. De esta manera la divinidad de Jesús va unida a la cruz y sólo en esta interrelación reconocemos a Jesús correctamente.

                Jesús elige a tres de sus discípulos, Pedro, Santiago y Juan y los llevó a un monte alto a solas con Él. Estos mismos tres están en la Huerto de los Olivos mientras Jesús vive la extrema experiencia de la angustia, lo que contrasta con la escena de la transfiguración. Volvemos a encontrarnos con la profunda relación de ambas: cruz y gloria. Ambas experiencias acontecen en un monte, lugar de encuentro y revelación. No olvidemos la importancia de los montes en el Antiguo Testamento tales como el Sinaí, el Horeb, el Moria, todos ellos manifestación de sufrimiento y revelación. Es importante descubrir el valor simbólico del monte: no sólo como espacio de subida externa sino también de subida interior. El monte aparece como espacio de liberación del peso de la vida cotidiana, normalmente agobiante. El monte es lugar de reforzamiento, de aire puro, de contemplación desde otra perspectiva, de altura y profundidad, de la creación misma y de nuestra vida. Es, sobre todo, el lugar de la revelación de Dios. La oración misma es la experiencia de subir al monte para intensificar el encuentro con el Señor, encuentro de gracia y consuelo, para volver a mirar las cosas desde la altura de Dios. Este último aspecto ha sido subrayado por San Lucas cuando dice que Jesús subió al monte “para orar”. Y agrega que “mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blanco” (Lc 9, 29).

                En la transfiguración, Jesús resplandece desde su interior, no sólo recibe la luz sino que él mismo es Luz de Luz. Las vestiduras blancas de Jesús nos hablan de nuestra victoria escatológica. En la literatura apocalíptica los vestidos blancos son expresión de la creatura celestial como los ángeles y los elegidos. Pensemos en San Juan, en el libro del Apocalipsis, cuando describe la gloria final de los elegidos “cuyos vestidos han sido lavados en la sangre del Cordero”. Así también nosotros vivimos la transfiguración en nuestro bautismo donde somos sepultados con Cristo en su muerte  y renacemos a la vida nueva que el pecado nos había quitado. Razón tiene Jesús de invitarnos a caminar en la luz y no en las tinieblas del pecado. Así el cristiano, discípulo de Jesús, vive el gran desafío de “revestirse de la luz” del resucitado victorioso que ha vencido las tinieblas mediante su entrega redentora en la cruz.

                La presencia de Moisés y Elías que aparecen conversando con Jesús, lleno de esplendor y de fulgor irradiante, testimonian que Jesús es el cumplimiento de la Ley y los Profetas, el verdadero Mesías que conducirá a la verdadera tierra prometida, el Reino de Dios. La intervención de Pedro no hace más que justificar la relación de la transfiguración con la fiesta de los Tabernáculos mediante la cual se recordaba las maravillas del éxodo que Dios obraba a favor del pueblo, especialmente cuando Dios bajaba a la tienda del encuentro y habitaba con su pueblo. La mención de la Nube se refiere a la gloria de Dios que envuelve a Jesús y a los participantes. Y la voz que se oye, la voz del Padre que declara a Jesús como “mi Hijo muy querido, mi predilecto. Escúchenlo” (v. 5).

                No es extraño ni algo terrible que nos encontremos en nuestro camino con la cruz y la muerte, con el fracaso y la tristeza. La enseñanza de la escena de la Transfiguración nos alienta a no ceder al derrotismo, al desaliento, al pesimismo, al fatalismo, al fracaso. Para esos momentos o días o tiempos necesitamos volver nuestra mirada a Jesús transfigurado y lleno de gloria. Así como lo hizo nuestro Maestro y Señor quien se abrazó a la cruz, resistió durante su vida a las arremetidas del tentador que intentó apartarlo del camino querido por el Padre Eterno, así también nosotros tenemos que enfrentarnos con la gran tentación de abandonarlo. El esplendor deslumbrante del Resucitado no ahorra el horror intenso de la pasión, de la cruz y de la muerte que vivió nuestro Maestro y Modelo, Jesús de Nazaret. No nos faltará la angustia ni el miedo, la desolación y el abandono de Getsemaní pero la gracia consiste en permanecer fieles y firmes para no sucumbir a la tentación de negarlo, de no reconocerlo.   

                Un hermoso himno de Vísperas del martes de Cuaresma para meditarlo en silencio.                             

No me pesa, Señor, haber faltado

por el eterno mal que he merecido,

ni me pesa tampoco haber perdido

el cielo como pena a mi pecado.

 

Pésame haber tus voces despreciado

y tus justos mandatos infringido,

porque con mis errores he ofendido

tu corazón, Señor, por mí llagado.

 

Llorar quiero mis culpas humillado,

y buscar a mis males dulce olvido

en la herida de amor de tu costado.

 

Quiero tu amor pagar, agradecido, 

amándote cual siempre me has amado

y viviendo contigo arrepentido. Amén.

 

 

Hasta pronto. Que el Señor les bendiga.          

    

Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

 

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