1° DOMINGO DE ADVIENTO (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

1° DOMINGO DE ADVIENTO (A)

Domingo 27 de Noviembre, 2022

 


AVIVA EN NOSOTROS EL DESEO DE SALIR A TU ENCUENTRO, SEÑOR JESÚS ¡VEN, NO TARDES!

                El Adviento es, por excelencia, el tiempo de la esperanza. Cada año, esta actitud fundamental del espíritu se renueva en el corazón de los cristianos que, mientras se preparan para celebrar la gran fiesta del nacimiento de Cristo Salvador, reavivan la esperanza de su vuelta gloriosa al final de los tiempos. Es el tema de la primera parte del Adviento que llama la atención sobre la parusía, es decir, la última venida del Señor. Sin lugar a dudas, nos hace bien abrir un nuevo Año Litúrgico con la esperanza cristiana, indicando en el horizonte de la historia la luz del Salvador que viene. Precisamente por eso nuestra esperanza no se confunde con un sueño o una ilusión o una utopía que queda encerrada en los estrechos límites de nuestra inmanencia terrícola. Nuestra esperanza tiene un fundamento, pues se apoya en un acontecimiento que se sitúa en la historia y, al mismo tiempo, supera la historia: el acontecimiento constituido por Jesús de Nazaret. Se habla de una “metahistoria” porque está más allá de nuestra historia. La Luz de Luz, el Dios de Dios verdadero ya se ha manifestado en la plenitud de los tiempos y ha nacido “de una mujer y bajo la ley”. Por esta razón nuestra esperanza se llama y es “teologal” porque Dios es su fuente, su apoyo y su término, es el misterio de Dios que sale a nuestro encuentro en el rostro humano de su Amado Hijo.  El Adviento comienza orientando nuestra mirada hacia la meta definitiva: el encuentro con el Señor que vendrá en el esplendor de su gloria. Nuestro clamor y grito orante de la liturgia de Adviento está marcado precisamente por el grito con que se cierra la Sagrada Escritura en la última página de san Juan en el Apocalipsis: “¡Ven, Señor Jesús!” (Apoc 22,20). Pongámonos en sintonía, dentro de lo  posible, con este espíritu de Adviento, dejándonos llevar por la esperanza de un mundo mejor. Dejémonos consolar por nuestro Dios y Padre a quien suplicamos que vuelva a reinar la sensatez, la comprensión, la justicia y la paz en nuestra patria y en el mundo. “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, escucha Señora nuestros ruegos que te dirigimos”. Así le decimos a una de las figuras centrales del Adviento, la Virgen de la espera y del Sí, la Virgen oyente de la Palabra y atenta a lo que Dios le pida. Ella será nuestra mejor maestra en el tiempo de la espera del Sol que nace de lo alto. Con María preparemos el camino allanándolo y haciéndolo transitable para encontrarnos con el que viene: Jesús. Es necesario quitar los obstáculos que impiden o hacen imposible el paso del que viene, es decir, los pecados. Despejemos la  ruta para que el Señor que viene a nuestro encuentro pueda caminar trayéndonos la buena nueva de Dios. En este sentido Adviento es también una llamada a la conversión, a renovar nuestro espíritu, a hacer nuevas todas las cosas. Y conversión significa, por una parte dejar lo que nos impide salir al encuentro de Jesús y por otra, estar dispuestos y preparados a recibirlo. Este Adviento es un nuevo tiempo que se inaugura con la venida de Jesús. Podemos suplicar con las palabras de San Anselmo: “Enséñame a buscarte, muéstrame tu rostro, porque si tú no me lo enseñas no puedo buscarte. No puedo encontrarte si tú no te haces presente. Te buscaré deseándote, te desearé buscándote; amándote te encontraré, encontrándote te amaré”(Proslogion). Hermosa forma de describir el proceso espiritual que vive el creyente en su profundidad más honda, en su ser más íntimo,  en las honduras de su ser personal.     

PALABRA DE VIDA

 Isaías 2, 1-5        Caminemos a la luz del Señor. 

 Salmo 121, 1-2.4-9  Vamos con alegría a la Casa del Señor.

Romanos 13, 11-14  Despojémonos de las obras de las tinieblas.                                                           

Mateo 24, 37-44       Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor.

                En el comienzo de un nuevo año litúrgico, la Palabra de Dios nos invita a renovar nuestra fe en el Señor que viene. Es hermoso contemplar “las venidas” del Señor en el amplio horizonte de la salvación. De algunas de estas venidas somos muy conscientes pero hay otras que pasan desapercibidas por las más variadas circunstancias que vivimos. Y Adviento quiere que tomemos conciencia de esta realidad del Señor que viene a nuestro encuentro. La liturgia es un ámbito privilegiado para descubrir la venida del Señor, en la Palabra, en el sacramento, en la asamblea reunida, en los signos diversos, en el canto y en la oración, en la escucha y el silencio. La liturgia nos permite a través de los signos y palabras vivir ese encuentro con el Señor que viene a nuestro encuentro. ¿Aprovechamos siempre esta riqueza de la liturgia? Y de esta venida del Señor,  la única que le da sentido a nuestro encuentro comunitario e incluso individual, podemos comprender la infinita gama de venidas del Señor en el diario acontecer aunque no nos demos cuenta de ello. Dejemos que la Palabra nos conduzca al descubrimiento de las venidas del Señor.

                De la profecía de Isaías 2, 1 – 5

                Isaías es uno de los profetas del Adviento. No es extraño que así sea, ya que se trata de vislumbrar la esperanza de Israel en su largo peregrinar. Isaías es el primero de los grandes profetas bajo cuyo nombre y mensaje fue posible que se reuniera una colección de escritos proféticos posteriores a su muerte y a su época, razón por la cual algunos especialistas propusieron el Isaías tripartito: Isaías I , Isaías II e Isaías III. Cada uno de ellos situados en distintas épocas. La  vocación profética de Isaías se inicia en el año 742 a.C. en Jerusalén y duró hasta el año 698 a.C. Su mensaje profético tiene como centro la santidad y el poder universal de Dios como también la denuncia de la injusticia contra el pobre y el oprimido. El texto de la primera lectura de hoy está situado en el Isaías I (capítulos 1 al 39). Si hay algo que el profeta Isaías nos regala es su visión del reino escatológico que Dios instalará en Sión o Jerusalén, entendida como centro espiritual al que convergen los pueblos de la tierra. La visión escatológica representa el contenido de la esperanza de Israel. Destaca en este oráculo o profecía la universalidad de la promesa de Dios. Imagina el profeta el monte Sión como  “el monte de la casa del Señor” que está firme y sobresale sobre el resto de las montañas. Ya sabemos el sentido que tiene el monte o montaña para Israel como lugar de revelación y encuentro con Dios. Esta universalidad se expresa dinámicamente: las naciones confluyen hacia Jerusalén, el monte santo. “Vengan, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos enseñará sus caminos y marcharemos por sus sendas”(v. 3). Es interesante darnos cuenta que se nos invita también a nosotros a reemprender la marcha, a hacer el camino para vivir el encuentro con la Palabra del Señor. Y ese encuentro nos traerá una paz tan deseada, lograda a través del desarme de las personas y de los corazones. Grande es desear la paz pero para ello es indispensable que los hombres nos decidamos a hacer realidad lo que anuncia el profeta: “Convertirán sus espadas en arados, sus lanzas en podaderas. No alzará la espada  nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (v. 4). En un mundo armado con feroces armamentos para destruir la humanidad, el llamado profético sigue resonando como un deseo imposible. Hagámonos cargo de la invitación: “Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor” (v. 5). Vivimos inmersos en un mundo de contradicciones tan grotescas como el crecimiento desastroso del hambre y la extrema miseria de millones de seres humanos y los espeluznantes recursos dedicados a producir armas de muerte y destrucción.  

                Sal 121, 1-2.4-9 es un canto de peregrinación (1-2), alabanzas a Jerusalén (3-5) y de bendiciones (6-9). Nos recrea esa actitud espiritual que llevan los peregrinos que sueñan con encontrarse en la ciudad santa. Es bueno que no sólo esperemos la vida bienaventurada sino que la deseemos con pasión como si ya estuviéramos en ella. El peregrino verdadero anhela en su camino la llegada a la meta, culmen de sus desvelos y plenitud de sus anhelos. Si falta esa “pasión”, nuestra esperanza es tibia, sin gusto a nada como una tierra reseca, agostada, sin agua.

                De la carta de san Pablo a los cristianos de Roma 13, 11-14

                Estamos ante una carta doctrinal de envergadura que Pablo escribe a una iglesia que él no fundó ni conocía personalmente como era la iglesia de Roma. Se la considera la más importante de las cartas paulinas. Fue escrita probablemente en Corinto al final del tercer viaje del Apóstol hacia el año 57-58 d.C. De esta magnífica carta la segunda lectura de hoy nos ofrece un texto breve que se refiere a la venida de Cristo. Con este texto, el Apóstol concluye su exhortación sobre la conducta del cristiano con un acento especial como es indicarles la urgencia de quien está viviendo los últimos días de su historia. No se trata de fechas, días y años; se trata del “ahora” de la salvación como oportunidad y urgencia. En razón del “día del Señor” o parusía, es decir la segunda venida de Cristo, la conducta del cristiano contiene un dinamismo que lo empuja hacia la victoria futura y definitiva porque “ahora la salvación está más cerca que cuando abrazamos la fe”(v. 11). Una invitación que cobra toda actualidad es el llamado inicial: “Tened en cuenta el momento en que vivís”. Se trata del Kairós, el tiempo o momento de la era escatológica, lo que Biblia llama “los últimos días”, inaugurado por la muerte y resurrección de Cristo y extensiva al tiempo de la Iglesia. Urge asumir el “ahora”, el momento presente, sin dilación. Así dice el Apóstol: “La noche está avanzada, el día se acerca: abandonemos las acciones tenebrosas y vistámonos con la armadura de la luz” (v. 12). Y ¿cuáles son las “armas de la luz”? Dice san Pablo en otro lugar: “Pero nosotros, que somos del día, debemos vivir con sobriedad, cubiertos con la coraza de la fe y del amor, y con la esperanza de la salvación como casco protector” (1Tes 5,8). Los cristianos, armados de la luz y despojados de las obras de las tinieblas, necesitan vivir despiertos y atentos, de acuerdo a la exhortación de Pablo: “Portémonos con dignidad, como quien vive en pleno día” (v.13) y ello significa “revestirse de Jesucristo, el Señor”(v. 14ª), excluyendo de este modo los deseos carnales que se manifiestan en comilonas y borracheras, lujuria y libertinaje, envidias y rivalidades. Todas estas cosas pertenecen al mundo antiguo y son conductas vergonzosas para los cristianos que ya viven en el ámbito de la Pascua de Jesús, el tiempo de la vida nueva.

                Del evangelio según san Mateo 24, 37 - 44

                El evangelio de Mateo será nuestro guía en este ciclo A del año litúrgico que estamos iniciando. El texto de hoy está tomado del capítulo 24 que nos ofrece el discurso escatológico que se inicia con la destrucción del templo (vv.1-14) y continúa con la gran tribulación (vv. 15 – 28), la parusía (vv. 29 – 31),  el día y la hora (vv.32-44) y finalmente la vigilancia (vv.45-51). Nuestro texto está en relación al tema del día y la hora del juicio final que desconocemos.

                El término Escatología (del griego compuesta de ésjatos = último y lógos = discurso) significa doctrina sobre las últimas realidades. Es una parte de la teología que reflexiona sobre el término de la esperanza cristiana. No sólo se reduce a los novísimos sino también a la orientación del hombre y del mundo y su final cumplimiento en Dios a través de Cristo y del Espíritu Santo. El evangelio de este primer domingo de adviento nos introduce en el discurso escatológico de Jesús tomado del evangelio de san Mateo.

                El discurso escatológico y específicamente nuestro evangelio de hoy, se proyecta desde la frase de Jesús que dice: “Y, al crecer la maldad, se enfriará el amor de muchos” (Mt 24, 12). Es interesante el detalle que tiene un sentido simbólico cuando dice: “Jesús salió del templo y, mientras caminaba, se le acercaron los discípulos..(Mt 24,1). Jesús sale del Templo por última vez, lo deja atrás para siempre y se reúne con sus discípulos, la nueva comunidad. Desde la belleza del Templo construido por Herodes el Grande, saltamos al tema del último de los cinco discursos que Mateo ideó para su evangelio. Nos referimos al Discurso Escatológico

                Es evidente el peligro de una gran tentación, que puede justificarse equivocadamente al no conocer el día y la hora de la venida de Jesús, y dejar enfriarse la fe y el amor de Dios que hemos recibido, llegando hasta el extremo de perderlos. Jesús nos pone en guardia ante semejante posibilidad. Para señalarnos el riesgo a que estamos sometidos, Jesús no teme ponernos la imagen del ladrón que viene inesperadamente, imagen fuerte sin lugar a dudas pero poderosa para comprender el peligro en que estamos como discípulos. Podemos “vivir como en tiempos de Noé” en total ignorancia del Evangelio, con una actitud despreocupada y necia.

                La propuesta de Jesús es doble. Por una parte, nos invita a estar prevenidos: “Por tanto, estén prevenidos porque no saben  el día que llegará su Señor” (v. 42). La ignorancia del día y la hora de la venida del Señor no debe desvanecer la certeza absoluta de la comunidad: el Señor vendrá en cualquier momento, aunque tarde, el discípulo y la comunidad viven desde esta certeza: el Señor vendrá. La segunda propuesta de Jesús a los suyos: “Por tanto, estén preparados, porque el Hijo del Hombre llegará cuando menos lo esperen”(v. 44). El descuido de nuestra vida puede tener desastrosas consecuencias como es la pérdida de la gracia de Cristo y esto para toda la eternidad.

                Acojamos el Adviento y el nuevo año litúrgico como una excelente oportunidad para vivir en el día, individual y comunitario, las dos propuestas que nos hace Jesús: estar prevenidos y estar preparados. Desgraciadamente estamos en medio de una sociedad que privilegia el “momento puntual” de lo efímero inconsistente, de una dependencia anuladora del “momento” aislado de toda relación con el pasado, el presente y el futuro. Vivimos una esclavitud del momento preciso, fragmentario, aislado de un antes  y un después. Ciertamente la vida cristiana también se resiente con esta manera de fragmentaria de la existencia. Sólo espero el próximo momento sin proyección “hacia un fin”. Vivimos prisioneros del instante, sin proyección más allá de deleite efímero y pasajero. El Adviento es una grave advertencia  a nuestra manera de vivir nuestra fe y nuestra esperanza con el calificativo de “cristiana”.

                El llamado litúrgico de “estar prevenidos” y “estar preparados” no se limita a ciertas prácticas inmediatas y puntuales. Se nos llama a revisarnos a fondo sobre la autenticidad o inautenticidad de nuestra vida discipular cristiana. Tenemos que ser profetas de horizonte, como Isaías, en tiempos de crisis y delirios materialistas. Ser testigos de lo que la Palabra martillea en el día de las batallas y fracasos, de los logros y alegrías. Que seamos como el dueño prudente de casa,  que vela por el tesoro que posee y está atento y despierto.

                Un saludo fraterno y sigamos orando por la pacificación de los hombres y mujeres de esta hermosa tierra, “copia feliz del Edén” que Dios nos regaló para cuidarla.

                Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.     

 

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