SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS (S)
Provincia Mercedaria
de Chile

SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS (S)

Sábado 31 de Diciembre, 2022

 


¡María!, enséñanos a escuchar a tu Hijo Jesús

                         ¡Feliz Año Nuevo 2023! Es el saludo que hoy corre de boca en boca. Y es el saludo con el que comenzamos este primer día del año 2023. Se llena el corazón de deseos y propósitos de paz, aunque no faltan las dudas y preguntas por la dificultad de verlos cumplidos. Y por eso se nos invita a levantar nuestra mirada al cielo y pedir que la Paz reine en los corazones, no sólo de los creyentes sino en todo hombre y mujer de buena voluntad, que anhela un cielo nuevo y una tierra nueva. Sobre todo, hoy ponemos nuestra mirada en María, Madre de Dios, que desde el Portal de Belén nos enseña a guardar todas las cosas relacionadas con el Señor en el corazón, es decir, a no quedarnos sólo escuchándolas sino también llevándolas a lo más profundo e íntimo que tenemos: nuestro corazón, a lo más hondo de nuestra persona, a las profundidades de nuestro ser. Cuando la palabra queda por fuera de nuestra interioridad y no penetra hasta las honduras de nuestra persona, no logra efecto alguno en la línea del cambio de vida y seguimos igual como si nada hubiéramos escuchado. María, nuestra Madre, nos educa en la auténtica escucha de la Palabra. Dice san Lucas: “María, por su parte, conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”(Lc 2,19). La Biblia de Jerusalén traduce el mismo texto: “María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su interior”. Podemos recordar la palabra del Documento de Aparecida cuando ofrece un precioso texto acerca de María, discípula y misionera: “La máxima realización de la existencia cristiana como un vivir trinitario de “hijos en el Hijo” nos es dada en la Virgen María, quien por su fe (cf. Lc 1,45) y obediencia a la voluntad de Dios (cf. Lc 1, 38), así como por su constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús (cf. Lc 2, 19.51), es la discípula más perfecta del Señor” (DA, 266). Y el Papa Benedicto XVI recordó a la magna asamblea de los Obispos en Aparecida: “María Santísima, la Virgen pura y sin mancha es para nosotros escuela de fe destinada a guiarnos y a fortalecernos en el camino que lleva al encuentro con el Creador del cielo y de la tierra. El Papa vino a Aparecida con viva alegría para decirles en primer lugar: permanezcan en la escuela de María. Inspírense en sus enseñanzas. Procuren acoger y guardar dentro del corazón las luces que ella, por mandato divino, les envía desde lo alto”(DA 270).  Es una gracia muy grande que se nos concede de iniciar un nuevo año bajo la protección de María, la Madre de Dios. Ella  debiera estar muy presente durante el transcurso de este nuevo año, porque Ella nos enseña a escuchar y meditar la Palabra de Dios, nos ofrece su intercesión maternal para que esa palabra se haga vida en cada uno de los oyentes de la  Palabra. Más aún nos indica la manera cómo tenemos que vivir esa Palabra en el día a día. Nuestro camino cristiano lo realizamos con Jesucristo y de la mano de su Madre Santísima. En María se realizaron las notas fundamentales del seguimiento de Jesús: una vida animada por la fe inquebrantable en el Señor, una obediencia sin límites al querer de Dios, una esperanza de vida eterna junto a Dios y un amor radical convertido en “fiat”, “hágase tu voluntad”, “un Sí” permanente en su vida entera. Gustemos los textos bíblicos que hoy nos ofrece la celebración eucarística como culminación de la Octava de Navidad e inicio de un nuevo año que transcurra bajo la radiante Luz que es Cristo, el Lucero de la Mañana, y María, la Estrella resplandeciente de la Aurora de la nueva humanidad. Y el P. Valenzuela señala que los mercedarios deben “imprimir como un sello indeleble en su corazón la devoción a María, que en sus pensamientos, palabras y obras se encuentre María, que nada les guste sin María y nada les desagrade con María y que todo lo emprendan y hagan en su nombre”.

 PALABRA DE VIDA

 Nm 6, 22-27                       El Señor te bendiga y te proteja

Sal 66,2-3.5-6.8                 El Señor tenga piedad y nos bendiga.

Gal 4, 4-7                            Dios envió a su Hijo, nacido de mujer.

Lc 2, 16-21                        Encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre.

              Qué bien nos haría hacernos un examen de fin de año para iniciar el nuevo con una disposición interior renovada. Jesús nos habla en el evangelio de un señor que se marchó de viaje y entregó a sus administradores cinco, dos y un talento para que negociaran con ellos, recordándoles que les pediría cuenta a su regreso. El talento era la moneda griega de mayor valor contable, que corresponde a un peso de plata de 34,272 kg. Por lo tanto era una cifra significativa que confiaba a cada uno de estos servidores. Los talentos son el tiempo que Dios nos da  a cada uno de nosotros, 365 días. Correspondería al terminar un año preguntarnos qué fruto hemos sacado de estos 365 días que ya pasaron. Una forma impropia es haber vivido los días sin hacer nada de lo que Dios esperaba que hiciéramos con el tiempo y así le devolviéramos el año tal cual lo iniciamos. ¿Hicimos algo provechoso con nuestro tiempo ya pasado? ¿A cuántos hemos amado y ayudado? ¿A cuántos hemos contagiado con nuestra fe? ¿Ha crecido el Reino en nuestras manos? ¿Hemos avanzado en nuestra espiritualidad? El 1 de enero es un día para el examen de conciencia, es el día de la responsabilidad, el día para mirar nuestras manos y preguntarnos si están vacías de estos 365 días del año 2022 que ya es pasado. Pero también es el día de la esperanza. Dios, nuestro Padre, pondrá nuevamente un talento de 365 días para este 2023. No miremos  para atrás como la mujer de Lot que se convirtió en estatua de sal, es decir en pétrea inmovilidad. Si descubrimos que perdimos el año o hicimos poco por el talento recibido, nos queda el pedir perdón con sencillez por nuestra cobardía, por la falta de riesgo con que vivimos. Y un buen propósito: el Nuevo Año que el Señor me regala debe ser un gran año. Y para que así sea tenemos que vivir despiertos y desde ahora hacernos cargo del talento, el tiempo que el Señor pone en mis manos. Manos a la obra, con renovada esperanza, sin ceder a la tentación de dejarse estar o dejarse llevar por la corriente. El año 2023 debe estar lleno de amor y de alegría. Esto fue lo que llenó la vida de Jesús, nuestro Redentor. Él no perdió el tiempo sino que vivió a fondo el cometido de redimirnos de la esclavitud del pecado. Por eso cuando estaba en la cruz expirando podía decir con toda el alma: “Todo está cumplido”. Pudo decirlo porque su norte fue la voluntad de su Padre, que quiere que todos se salven y nadie se pierda. ¿Cuál es tu norte, cuál es tu rumbo? ¿Vas a seguir dándote vueltas sobre lo mismo de siempre?   

                Dejemos que la Palabra de Dios, que es muy hermosa y oportuna para iniciar un Año Nuevo, nuevo por la actitud con que quieres vivirlo, compartirlo, hacerlo fructífero como una nueva y hermosa oportunidad para dar fruto y fruto abundante de vida y vida eterna.

                Del libro de los Números 6, 22-27

                Del cuarto libro del Pentateuco, llamado “Números” por la sencilla razón de los dos censos que contiene y por las cifras matemáticas precisas que constantemente ofrece en diversos ámbitos de la vida del pueblo escogido. Su marco geográfico es el desierto y también teológico donde se desarrollan todas las acciones que narra. Se refiere a la peregrinación de Israel entre el Sinaí y la tierra prometida, símbolo inequívoco de nuestra propia peregrinación por la tierra, espacio de la relación entre Dios y su pueblo liberado de la esclavitud egipcia. Muy interesante descubrir que la peregrinación no acontece como pura fidelidad a Dios sino que está matizada con infidelidades, desobediencias, tentaciones y luchas. ¿Acaso nuestra vida no está también matizada de estas cuatro realidades como son las infidelidades, y no sólo las matrimoniales, las desobediencias aunque seamos adultos y muy mayores, las tentaciones en todas las edades y en todos los espacios, y las luchas. Pero en todo este panorama que nos presenta el libro de los Números, hay una certeza absoluta: Dios no abandona a su pueblo sino que siempre lo salva. De este modo, el desierto tiene esta doble connotación como lugar de tropiezos y como lugar de salvación.  El desierto se convirtió en la memoria de Israel, en un lugar privilegiado del encuentro con el Señor. Hoy se habla mucho de la espiritualidad del desierto. La historia se construye como lugar de caída o pecado y como espacio de la misericordia de Dios con nosotros.

                La primera lectura de esta solemnidad nos transmite una fórmula de bendición que los sacerdotes pronunciaban sobre el pueblo. A través de esta bendición sacerdotal, Dios garantiza sus bienes  sobre el pueblo. Escuchemos atentamente el texto. Todo lo que dice es muy adecuado para iniciar el Nuevo Año que se nos regala. El texto expresa los hermosos anhelos del pueblo creyente que espera recibir de Dios. Deja que cada una de estas frases resuene en tu interior y ojalá te sientas parte de ese pueblo que recibía de labios de los sacerdotes en silencio reverente estas bendiciones. Deja que la última súplica se anide en tu corazón: “El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz” (v. 26). La paz (shalom) es la posesión tranquila de los bienes, de la felicidad y ante todo de la salud, no sólo ausencia de guerra y de desorden sino también unión cordial, que es posible por el Dios de la paz que instaura su reino y que regala el Mesías Jesús cuando dice: “Les doy mi paz”.

                Dijo Yahvé a Moisés(v.22): Comunica esto a Aarón y a sus hijos: “Éstas son las palabras con las que debéis  bendecir a los israelitas(v.23): Que Yahvé te bendiga y te guarde(v 24); que ilumine Yahvé su rostro sobre ti y te sea propicio(v.25); que Yahvé te muestre su rostro y te conceda la paz (v 26). Si invocan así mi nombre sobre los israelitas, yo los bendeciré” (v. 27).

                Notemos que en las tres bendiciones está en nombre divino: Yahvé que equivale a Dios. Y la triple invocación del nombre divino asegura a Israel la presencia de Dios que protege, el que se reveló a Moisés en la zarza ardiente en el desierto.

                El Salmo 66 es nuestra respuesta a la Palabra proclamada y acogida por nosotros. Este salmo es una oración con motivo de la fiesta de la cosecha o de la recolección de los frutos de la tierra. “La tierra ha dado su fruto: el Señor, nuestro Dios, nos bendice”, expresa el agradecimiento de la comunidad al Señor por los frutos de la tierra. Hay, al mismo tiempo, una visión universalista de la salvación cuando dice: “Que canten de alegría las naciones, porque gobiernas a los pueblos con justicia y guías a las naciones de la tierra”(v.5). Es un sueño que todos los pueblos de nuestra tierra reconozcan al único Dios y Señor, el mismo que llamó a Israel a ser su pueblo y nos ha enviado a su Hijo Jesucristo y nos congrega en el único Pueblo de Dios, la santa Iglesia.

                De la carta de san Pablo a los Gálatas 4, 4-7

                La carta a los Gálatas fue escrita por el apóstol Pablo entre los años 56 -57 y dirigida a una comunidad que vive una profunda crisis, porque lo que estuvo amenazado era el evangelio mismo. Esto explica el  tono apasionado que muestra Pablo para salvaguardar el núcleo del evangelio: Jesús crucificado y resucitado es el único recurso dado a los hombres para recibir el perdón de Dios. Por eso, el tema de fondo, que se abre en el capítulo 3, 23 y se prolonga hasta el 4, 11, se refiere a la comparación de la condición de esclavos y de hijos que nos afecta. Dentro de esta reflexión de San Pablo,  nos encontramos con el texto de la segunda lectura de hoy. “Lo mismo nosotros, mientras éramos menores de edad, éramos esclavos de los poderes que dominan este mundo”(v.3); así resume el apóstol la situación de la humanidad semejante a la situación de los menores de edad que viven sometidos a sus tutores y padres. Y desde aquí, se abre un extraordinario horizonte que resalta con brillo especial: “Pero cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley” (v. 4). El plazo equivale a la expresión “plenitud de los tiempos” o “kayrós”, previsto en el plan de Dios para enviar a su Hijo. Se trata del tiempo maduro, oportuno y denso de sentido y realización de las promesas de Dios. La admirable obra de Dios es el envío de su Hijo que asume la humana naturaleza naciendo de una mujer, que Pablo no menciona con su nombre pero que los evangelios unánimemente llaman María. Quiere acentuar la encarnación concreta de Dios naciendo de una mujer excepcional y nacido “bajo la ley”, es decir, la condición real en que se encuentra el hombre. Jesús, el Hijo de Dios, se introduce realmente en la historia humana asumiendo todo lo que eso significa, su condición histórica, social y cultural de su pueblo.

                La misión de Jesús, Hijo de Dios, se define en los siguientes términos: “Para que rescatase a los que estaban sometidos a la ley y nosotros recibiéramos la condición de hijos” (v.5). Rescatar se refiere a la acción de liberar, redimir al pueblo por Dios y por Jesucristo. En este caso, Cristo nos libera del dominio exclusivo de la ley y nos capacita para recibir la condición de hijos de Dios. La liberación cristiana no se confunde con los sistemas políticos e ideológicos que pretenden liberar a los hombres, precisamente porque ésta redime de la esclavitud del pecado que, bajo la complicidad de la ley, ejerce su dominio sobre el hombre. Cristo libera al hombre en su más profunda condición humana y lo convierte en hijo de Dios. Es el Espíritu Santo que habita en el corazón del discípulo de Cristo que da testimonio de esta realidad portentosa que nos lleva a reconocer a Dios como “Abba”, “Papito”, “Taitita”, una osadía impensada en la historia de los hombres pero hecha realidad en Cristo y en nosotros, sus discípulos. Y esta es la diferencia clave entre ser esclavo y ser hijo. Nuestro bautismo da cuenta de esta transformación en las honduras de nuestro ser personal, razón por la cual el bautismo imprime un sello imborrable o carácter para siempre. Es hermosa nuestra fe cristiana, ¡cuidémosla! Que nadie nos arrebate el tesoro que llevamos en vasijas de barro pero igualmente es eterno.

                Del evangelio según san Lucas 2, 16-21

                Estamos en el llamado Evangelio de la Infancia de Jesús, Lc 1,5 a 2,52. Este precioso material de la Buena Noticia nos ha acompañado en la proclamación diaria del evangelio en esta Octava de Navidad, tanto en san Mateo como en san Lucas. Son los dos únicos evangelistas que nos edifican con este Evangelio de la Infancia de nuestro Redentor. Hoy, el evangelio de Lucas nos relata dos ejemplares y preciosas escenas relacionadas con el nacimiento de Jesús: la primera se refiere a la respuesta de los primeros destinatarios de la Buena Noticia, los pastores (vv. 16- 20); y la segunda se refiere a la circuncisión de Jesús (v. 21).

                Respecto a la primera escena, Lc 2, 16-20, conviene resaltar la acogida de parte de los pastores del anuncio angélico y la pronta respuesta al ponerse en camino para ver a Dios nacido. Van corriendo y encuentran a María, a José y al niño acostado en un pesebre. Notemos las acciones que revelan la actitud de los pastores: se animan unos a otros: “Crucemos hacia Belén, a ver lo que ha sucedido y nos ha comunicado el Señor” (v. 15). Sin dilación se ponen en camino: “Fueron rápidamente... (v. 16). Comunican lo que han escuchado acerca del niño: “Al verlo, les contaron lo que les habían dicho del niño” (v. 17), lo que provoca asombro en todos los que oyeron su testimonio. Y retornan a su sitio de partida: “Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído” (v. 20). Es imposible no descubrir aquí en estos pastores la acogida y respuesta de los hombres cuando se les anuncia la Buena Noticia, es decir, se describe el camino que hace el discípulo que descubre a Cristo. La pluma de Lucas es extraordinariamente luminosa y el relato lleno de detalles que resaltan la sencillez y belleza al mismo tiempo.

                Dejamos un párrafo aparte para el v. 19 cuando dice: “Pero María conservaba y meditaba todo en su corazón”. Es un rasgo típico de San Lucas que resalta, a lo largo de todo el evangelio, la fe y profundidad de María, con dos acentos particularmente densos: la escucha de la palabra de Dios en los acontecimientos y la meditación de esa Palabra. Todo creyente como María tiene que hacer su propio itinerario y profundización de la fe. Uno de los más preocupantes problemas es la falta de itinerario y de profundización de tantos cristianos en el mundo de hoy. Algo de recuerdos y nostalgias van quedando en muchos católicos pero eso no alcanza para vivir  una vida cristiana comprometida y profunda. Conservar es meditar, practicar, profundizar, hacer memoria, hacer elecciones desde la opción de fe. María es modelo del discípulo auténtico de Cristo. Ella nos enseña a hacer el camino o itinerario del creyente tomado de la mano de Dios y de los hombres, sus hermanos. ¡Cuánta falta nos está haciendo esta experiencia auténtica de discípulo creíble, convencido y convincente como María.

                Mirar el misterio de Jesús en su Nacimiento y cómo vive inmerso en su pueblo, sin dejar ni siquiera el rito de pertenencia a Israel, la circuncisión, nos habla de cuán real y profundo es el misterio de la encarnación de Dios en Jesús de Nazaret.

                “Ya lo veis, cuando yo me hice hombre empecé por hacerme lo mejor de los hombres: un niño como todos. Podía, naturalmente, haberme encarnado siendo ya un adulto, no haber “perdido el tiempo” siendo sólo un chiquillo, entrar en el mundo como un “hombre de veras”: firmando cheques y dictando órdenes. Pero quise empezar siendo un bebé. ¿Podía yo acaso perderme lo único bueno que queda en este mundo: la infancia de los niños?”(Martín Descalzo, Días grandes de Jesús, p.30).

                ¡Feliz Año Nuevo 2023, caminantes de la eternidad! Sigan oteando el horizonte, Alguien nos espera más allá de este mundo, más allá de las estrellas. Alguien nos ha visitado y su Voz sigue resonando, su Palabra está llamando, ¿no la escucháis? Dejad como María que el Silencio acoja la Voz del Altísimo. Escuchad no sólo con los oídos, escuchad con el corazón. El Señor, el que te ama, dice a tu alma: ¡Ven, amada mía, ven a mi jardín!        

                                                  Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.   

 

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