Nadie puede negar que la vida tiene mucho de cotidiano; lo cotidiano se convierte en nuestro compañero de viaje. Tan habituados estamos a que esté a nuestro lado que no le prestamos mucha atención. Vivimos buscando y esperando cosas nuevas y extraordinarias, sin contar con lo que tenemos a nuestro alcance. La marcha desenfrenada de nuestro tiempo hace que no percibamos lo cotidiano como espacio de vida y plenitud, sino como lugar del que es preciso huir, o tiempo que nos atrapa con sus redes, de las que es preciso soltarse.
Vivir lo ordinario como si fuera extraordinario, la vida como espacio de plenitud y el tiempo como dimensión en la que aportamos lo mejor de nosotros mismos a los demás, tiene un componente mercedario.
Hoy no podemos desprendernos del tiempo y del espacio, no podemos alienarnos, perdernos de nosotros mismos, o vivir tan fuera de sí esperando episodios nuevos de nuestra vida, que no seamos capaces de acarrear lo sencillo de nuestra existencia no como un peso, sino como tiempo de gracia.
La Merced está hecha de mucha cotidianeidad. Aparentemente es una vida extraordinaria, casi de película. Es llevar a la vida de cada día los gozos y las fatigas, las alegrías y los cansancios de una vida hecha ofrenda para los demás. La Merced son gestos de redención cotidianos. No hay nada extraordinario en la Merced, sino convertir la sencillez de la vida en calidez en la acogida, disponibilidad en el servicio, y entrega generosa hasta el extremo por el hermano sometido a las nuevas formas de cautividad.
Ser Merced para el mundo es vivir la fraternidad, la sinceridad en la ofrenda, la consagración a un Dios que escucha, que acoge y envía a las entrañas del mundo para sacar a los que viven en las tinieblas y en las sombras de la muerte, para ser esperanza de redención ante los que han perdido la esperanza, o les ha sido arrebatada por los que son enemigos de la Ley de Cristo.
Fuente: Calendario litúrgico de la Orden de la Merced 2023-2024.
