4° DOMINGO DE PASCUA (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

4° DOMINGO DE PASCUA (A)

Sábado 29 de Abril, 2023

 


¡JESÚS, PUERTA DEL REINO! Danos tu vida en abundancia

                En este cuarto domingo de Pascua predomina la figura de Jesús como Puerta de las ovejas, una excelente imagen que todos comprendemos, pues tenemos la experiencia de lo que significa la puerta de nuestra casa, por ejemplo. La puerta establece un límite entre el mundo exterior y el recinto  interior. Sin la puerta quedaríamos expuestos a la intromisión de los extraños y ladrones sin ningún problema, lo que generaría miedos e inseguridad para los que habitan en casa. Por  la puerta se entra y se sale, así se convierte en el signo de la libertad de movimiento, de iniciativa. Pero también la puerta puede estar cerrada y para ingresar hay que llamar. La  puerta es un símbolo de acogida cuando se abre y  de rechazo cuando permanece cerrada a pesar de los gritos y llamados a abrirla. Estoy pensando en refranes muy claros como “dar con la puerta en las narices” o “dar un portazo” para expresar el rechazo pero también “abrir la puerta” como signo de acogida. Están de moda los “portonazos”, esas acciones violentas que arremeten contra las puertas, destrozándolas hasta entrar a las casas y robar cuanto está a su alcance. Pero también se habla de la puerta que es  Cristo como el acceso al Reino de los Cielos y al cielo. Así se habla de San Pedro como el portero del cielo. También nos imaginamos el cielo y el infierno como espacios cerrados con sus respectivas puertas. De ambos lugares, Dios tiene la llave. Pero la novedad del Nuevo Testamento es que Jesús, ya desde ahora, es la puerta por la que el creyente entra en la plenitud de la vida como dice Jn 10, 7.9. Quien quiere entrar al cielo tiene que  aceptar a Jesucristo, “la puerta de la salvación”. Finalmente la Jerusalén celestial, el cielo, tiene doce puertas, siempre abiertas, frente a los cuatro puntos cardinales, para simbolizar la invitación dirigida a todos los pueblos (Ap 21, 12-25). Famosa es la parábola de las diez muchachas, cinco previsoras y cinco desprevenidas; entran al banquete nupcial las cinco previsoras pero quedan fuera del banquete las cinco desprevenidas que llaman a la puerta y no se les abre. Hoy la Palabra de Dios nos hace una hermosa invitación como es entrar por Cristo a la Vida Nueva que ya se nos ofrece, aquí y ahora. Y esa Vida Nueva es Dios mismo, su amor, su amistad, su gracia sin medida, abundante, exuberante. Todos los que han venido antes de Cristo esperaron lo que nosotros tenemos la dicha de disfrutar, lo que Cristo nos regala, nos comparte, nos comunica, nos participa. Es la gracia redentora, el ser realmente liberados del pecado y de la muerte e introducidos en el ámbito de la gracia definitiva que el Padre nos regala “en la plenitud de los tiempos”, en su Hijo Amado. Entonces disfrutemos de nuestra vocación a  ser discípulos de Cristo, ovejas de su rebaño, partícipes de su Reino de paz, de justicia, de verdad, de amor, de alegría, de libertad. En la Iglesia todos  los bautizados somos llamados a vivir esta extraordinaria aventura, la de la Vida Nueva, la Pascua de Jesús. Ningún bautizado puede eximirse de ser miembro vivo del rebaño de Jesús lo que significa compartir el estilo de vida de Jesús como  discípulo suyo, con compromiso evangelizador y con perfil vocacional sea laico, religioso o partícipe del  ministerio. Todos necesitamos renovar  nuestra vocación dentro del Pueblo de Dios. Así como se requieren más sacerdotes y más religiosos y religiosas, con la misma fuerza hay que pedir por laicos más comprometidos con su fe cristiana y con su Iglesia. La vocación laical nos conecta directamente con la familia, esa célula fundamental para la sociedad y la Iglesia, razón por la cual se la llama “iglesia doméstica”, “semillero de las vocaciones”. Famosa fue la invitación de San Juan Pablo II al iniciar su pontificado: “Abran las puertas a Cristo” y entonces podremos “abrir la puerta al hermano”, a la auténtica fraternidad, sin la esclavitud de la ideología de turno y de cuanta esclavitud se le ocurre al hombre imponer. “Para ser libres, nos liberó Cristo”, dice San Pablo en su preciosa carta a los Gálatas.

                PALABRA DE VIDA

Hch 2,14.36-41  A este Jesús crucificado, Dios lo ha nombrado Señor y Mesías

Sal 22, 1-6                El Señor es mi pastor, nada me falta.

1Pe 2, 20-25       Antes andaban como ovejas extraviadas, pero ahora han vuelto al pastor y guardián de sus almas                                                                                              

Jn 10, 1-10          Yo he venido para que tengan vida, y vida en abundancia.        

                Estamos en el llamado “Domingo del Buen Pastor”, y con toda razón, ya que la Palabra de Dios de este domingo cuarto de Pascua está impregnada de metáforas sacadas del mundo pastoril. Desde luego el famoso salmo 22 (23) que describe el cuidado amoroso y atento de un Dios-pastor que guía a su pueblo para que no le falte nada. Dios abre el camino al frente del rebaño y cuando hay peligros o males se pone al lado de la oveja “porque tú vas conmigo”. Luego emerge la imagen del anfitrión: Dios prepara la mesa en presencia de los enemigos, unción y copa rebosante, hasta llegar a la meta, a la casa del Señor. Luego la primera carta de Pedro y el evangelio de Juan aplican a Jesús la misma condición de Pastor. En ambos textos se nos recuerda la admirable solidaridad de Cristo, que da la vida para que los suyos no anden como ovejas descarriadas ni sean víctimas de “ladrones y salteadores”. San Juan agrega otra imagen simbólica cuando afirma que Cristo es la puerta por la que han de pasar las ovejas si quieren acceder a la salvación. Es una forma hermosa de hacernos comprender mejor el sentido de la Pascua de Jesús y su relación con nosotros, los creyentes. Agreguemos que la imagen sirve también para comprender la profundidad de la relación entre Cristo que llama y el discípulo que responde.

                Dejemos que la Palabra de Dios que sale a nuestro encuentro nos interpele y provoque en nosotros una respuesta que abarque todo nuestro ser. Sólo desde la escucha de la Palabra puede brotar una sincera conversión del corazón y un compromiso de ser discípulo a fondo.

                Del Libro de los Hechos 2, 14. 36-41

                Seguimos disfrutando del primer discurso de Pedro. Una parte de éste ya lo vimos en el comentario del tercer domingo de Pascua. Ahora corresponde la parte final, vv. 36-41. Prestemos atención a la cristología primitiva cuando Pedro dice a los oyentes: “Dios lo ha nombrado Señor y Mesías” (v. 36). Estamos ante dos títulos cristológicos: Señor y Mesías. Veamos algo de ellos.                   “Señor” es el título regio dado a Yahvé o Adonai = “Señor mío” y sirve para expresar la confianza que tienen los servidores en la absoluta soberanía de Dios. “Señor” es el nombre propio dado a Dios y que se tradujo en griego como “Kyrios”, que expresa tanto el señorío como el nombre inefable de Dios. Los primeros cristianos veían en Jesús al “Señor” y se referían con este nombre al poder de Jesucristo. Así “Kyrios” le atribuye a Jesús la misma soberanía que tiene Yahvé.

                Mesías, en griego Messias, significa “Ungido”. El Nuevo Testamento emplea normalmente el equivalente griego “Cristo”. Los primeros cristianos proclaman que el Resucitado es el Mesías, es decir, el Cristo, en el sentido que cumple y sobrepasa las esperanzas judías y suelen asociar este título al de “Señor” = Kyrios como acontece en este texto de Hch 2, 36.

                Estamos ante la confesión esencial de la fe cristiana: Jesús de Nazaret es Señor y Mesías. Es la confesión que perdura a lo largo de los siglos y hasta el final de los tiempos. Expresa la identidad misteriosa de Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios. No son títulos concedidos por los hombres sino por Dios mismo, cosa que no aceptaron los judíos.

                Ante el testimonio de Pedro con los Once, los oyentes formularon la pregunta que también debemos hacernos nosotros: “¿Qué debemos hacer, hermanos?” (v. 37). Todos los oyentes del evangelio tienen que hacerse la misma pregunta, siempre y cuando la escucha sea auténtica y sincera. Porque muchos oyen el anuncio pero no lo escuchan, es decir, no escuchan con todo su ser, no prestan atención ni quieren escuchar. Sólo oyen sonidos, palabras que pasan rápidamente sin dejar huella en el interior, no crean inquietud ni abren a la posibilidad de nueva vida. ¿Qué debemos hacer cuando estamos en medio de tan dolorosa situación de la humanidad? Sin preguntas no se crece. En la pregunta se expresa la inquietud que suscita el anuncio apostólico.

                La respuesta de Pedro es también de perenne actualidad cuando les dijo: “Arrepiéntanse y háganse bautizar invocando el nombre de Jesucristo, para que se les perdonen los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo” (v. 38). Aquí se recogen las exigencias del Evangelio también válidas para todos los tiempos. Es el estatuto básico de la nueva vida o condición de los hijos de Dios. Es necesario abandonar el viejo estilo de vida marcado por el pecado, y abrazar, a través del bautismo, el nuevo estilo de vida cuyo centro es la confesión de fe en Jesucristo y cuyo efecto es el perdón de los pecados y la recepción del don del Espíritu Santo. Es el itinerario fundamental del cristiano que perdura toda la vida hasta la pascua definitiva. ¿Me pregunto hoy si la vida que estoy llevando es coherente con estas exigencias básicas de una vida cristiana? ¿Oigo o escucho la Palabra de Dios? ¿Me dejo interpelar por el Evangelio en mis criterios, valores y actitudes de vida que estoy llevando? ¿Tengo claro lo que debo hacer para ser cristiano de verdad y no solo de nombre? ¿Qué obstaculiza mi conversión sincera y actual?

                Salmo 22, 1-6 es un salmo que traduce la experiencia del salmista expresada bellamente en una serena emoción de intensa confianza en el Señor. Se lo conoce como el salmo del Buen Pastor porque los primeros versículos 1-4 están dedicados a la imagen de Dios Pastor, que cuida y protege a sus fieles, mientras que los vv. 5-6 muestran al salmista acosado por enemigos pero igual disfruta de la hospitalidad de  la casa y de la mesa divinas. Nos hace bien fortalecer nuestra confianza en el Señor cuando estamos enfrentados a un gran desafío humano como es el resguardo de la salud y la vida tanto propias como  de los demás. Dios es nuestro Pastor. Es un Pastor que va delante abriendo camino al rebaño que lo sigue. Jesús no va arriando sino siempre delante del pueblo de discípulos.

                De la primera carta del apóstol san Pedro 2, 20-25

                El texto de esta segunda lectura continúa hablándonos de la vocación cristiana de unos discípulos que viven en medio de la sociedad pagana, beligerante y contraria a la vida cristiana. “Pero si por hacer el bien soportan el sufrimiento, esto es digno de elogio ante Dios”(v.20), comienza señalando un principio esencial para la vida cristiana. La medicina para semejante situación es el testimonio y ejemplo de vida que den los cristianos con la esperanza que sus enemigos llegarán a glorificar a Dios. Pero lo más importante es el testimonio que hay que dar cuando arrecia la persecución injusta, porque es entonces cuando queda de manifiesto la vocación del discípulo, que no es otra que la del seguimiento del Crucificado. Es el punto central de la primera carta de Pedro. Es la pasión de Cristo el momento fundamental de una entrega, de un amor incondicional para la salvación de los hombres. “Ésa es su vocación, porque también Cristo padeció por ustedes, dejándoles un ejemplo para que sigan sus huellas” (v.21). Frente  al sufrimiento por causa de Cristo, el cristiano puede comprender y vivir ese momento como propio de su vocación discipular, siguiendo las huellas del Redentor que, mediante su muerte y resurrección, vino a ofrecer su redención a todos. El texto nos recuerda la imagen del Siervo sufriente de Isaías aplicado a la pasión de Cristo (v. 23-24). Remata el texto con dos títulos aplicados a Cristo: pastor y guardián (v. 25). Jesús reúne todas las condiciones que debe tener un pastor como podemos verlo en el evangelio de este domingo. Esta segunda lectura adelanta e introduce al evangelio que hoy meditamos sobre Jesús, Puerta de las ovejas, Pastor de las ovejas.

                Del evangelio según san Juan 10, 1-10

                Y llegamos a uno de los íconos más bellos que, desde los primeros siglos de la Iglesia, han representado al Señor Jesús: el del buen Pastor. En el evangelio de San Juan se nos ofrece una descripción de los rasgos característicos de la relación entre Cristo pastor y su rebaño o comunidad, una relación tan íntima que nadie puede ni podrá jamás arrebatar a las ovejas o discípulos de su mano. Lo que realmente une a Cristo y a los suyos no es una pertenencia externa y formal sino un vínculo de amor y de conocimiento recíproco, garantía del don sin medida de la vida eterna. No se trata de un conocimiento especulativo o teórico sino de una profunda experiencia de comunión cuya fuente es el amor recíproco.

                Por otro lado, el evangelista presenta la actitud del rebaño hacia el buen Pastor, Cristo, con dos verbos específicos: escuchar y seguir. Ambos verbos definen acciones fundamentales de quienes viven el seguimiento del Señor. ¡Cuán oportuna es esta página del evangelio de hoy para comprender el misterio de la vocación cristiana, sea la vocación laical, religiosa o sacerdotal! Sin escucha no hay seguimiento. Escuchar no es lo mismo que oír, este último entendido como solo la capacidad física de oír ruidos, sonidos, palabras.

                ¿Qué hay que escuchar? No basta con una información sobre Jesús. Es indispensable, fundamental, la escucha de su Palabra, de la que nace y se alimenta la fe. No basta con escucharlo al comienzo; por el contrario, hay que escucharlo durante toda la vida de seguimiento. Sólo se termina de ser discípulo con la muerte. De aquí que sólo quien está atento a la voz del Señor es capaz de evaluar en su propia conciencia las decisiones correctas para obrar según Dios. Se trata de una escucha activa, de un dinamismo interior que compromete lo más hondo del hombre como es la conciencia. Puede confundirse muchas veces el deseo o el entusiasmo por seguir a Cristo pero eso todavía no deja espacio para la escucha del Señor, porque se está escuchando a sí mismo o está preocupado de su propio proyecto. La escucha auténtica pide un paso inicial de salida de sí mismo para ir al encuentro de la Palabra del Otro, que es la Voz del Señor.

                Si hay auténtica escucha de la Palabra del Buen Pastor, cosa que se descubrirá mediante la oración y el discernimiento personal, bajo la guía de un acompañante también cristiano, puede derivar hacia el seguimiento de Cristo lo que es el objetivo fundamental de una vida cristiana auténtica. Esto significa actuar como discípulo después de haber escuchado y acogido interiormente las enseñanzas del Maestro, para vivirlas cada día. Así queda claro que el seguimiento de Cristo no es una opción personal como primera instancia sino  siempre respuesta a un don primero como llamada inmerecida de parte del Señor hacia un hombre o mujer. Naturalmente que en todo este proceso permanece en pie la libertad del hombre y por tanto su responsabilidad frente al Sí o al No dado al don. Tampoco es un acto puntual  o un momento o etapa en el largo proceso de “hacerse discípulo”; por la naturaleza de la relación de amor y de conocimiento que hay entre el que llama, Cristo, y el que responde, la persona humana, el seguimiento de Jesús involucra cada vez más toda la vida, los proyectos, las relaciones, las amistades, la familia, las metas, la afectividad y la sexualidad, la vida misma con toda su complejidad y riqueza. El seguimiento reclama radicalidad de entrega, disponibilidad completa, obediencia, donación sin límites. Esto significa donar la vida desde las raíces más hondas de la persona llamada, realizando en sí misma el “ama al Señor tu Dios con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con toda tu mente.. y al prójimo como a ti mismo”.

                Pero, cuidado, no faltan los ladrones y salteadores que se meten por otros lugares para dispersar el rebaño de Jesús. La historia sabe de ideologías feroces que devoran la libertad de las personas y de los pueblos, los someten y los conducen a la ruina. La advertencia de Jesús es de permanente actualidad y el rebaño de Cristo debe cuidar su fidelidad al único Pastor. Lo más grave es cuando los lobos se disfrazan de humildes ovejas, especialmente disfrazan sus verdaderos objetivos bajo el manto de un cristianismo de barniz, gelatinoso y con apariencia de virtud, de entrega a la causa de los pobres pero lo que buscan es el poder total. “Vigilad, estad despiertos”. 

   Un abrazo fraterno                                             

           Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.

 

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