“El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que lleva hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad”, dice el Catecismo de la Iglesia Católica. Los mártires alcanzan así la más excelente identificación con Cristo en su misterio redentor, ya que mueren al mundo y, por amor, entregan su vida derramando su sangre por Cristo y su Iglesia.
El mártir da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta los suplicios a que es sometido por quienes odian la fe hasta ofrecer su propia vida experimentando la muerte, generalmente violenta, mostrando así una extraordinaria fortaleza que sin duda procede del auxilio de la gracia divina que recibe.
El martirio es un testimonio hasta el extremo que es la muerte por amor a Jesucristo. En el mercedario esta actitud espiritual está fundada en el Cuarto Voto de Redención por el cual se compromete “a dar la vida como Cristo la dio por nosotros” para defender la persona cautiva que corre peligro de perder su fe cristiana.
Resplandece en los 19 religiosos mercedarios de la Provincia de Aragón, España, el amor a Cristo, la práctica del Cuarto Voto de Redención, su fortaleza para afrontar los peligros, su capacidad de perdón hacia sus enemigos y verdugos y su valentía y generosidad.
P. Mariano Alcalá Pérez
El «maestro de la justicia»
Fue natural de Andorra (Teruel) e hijo de Tomás y Vicenta.
Tomó el hábito de la Orden de la Merced, en el convento de El Olivar, el día 24 de septiembre de 1881, a los 14 años de su edad. Emitió la profesión de votos simples, el 23 de mayo de 1883, y la de votos solemnes, el 3 de junio de 1886, ambas en el Olivar. Y fue ordenado de presbítero, el 25 de diciembre de 1889, en Roma; en cuya Universidad Gregoriana terminó y perfeccionó los estudios eclesiásticos. El 19 de septiembre de 1892, el Rvdmo. padre Pedro Armengol Valenzuela extendió a favor del joven sacerdote mercedario, padre Mariano Alcalá, patente de Lector de Filosofía y de Teología.
A su regreso de Roma, el padre Alcalá impartió clases a los estudiantes profesos mercedarios en el convento de Poyo (Pontevedra) y desempeñó los siguientes cargos: Maestro de Novicios en el Olivar (1897- 1899), Comendador de El Olivar (1899- 1903) y Provincial de Aragón (1903-1911).
Terminado su segundo período de Provincial, la Sagrada Congregación de Religiosos, después de recabar los votos de los electores de toda la Orden, nombró al padre Mariano Alcalá MAESTRO GENERAL de la Orden de la Merced, el 3 de agosto de 1911; permaneciendo al frente de la institución mercedaria hasta el 14 de marzo de 1914, fecha en que la Congregación de Religiosos constituyó Vicario General de la Orden al padre Inocencio López Santa María, tras la renuncia del Rvdmo. Alcalá. Los dos años y siete meses de generalato del único religioso de la Provincia de Aragón que accedió al supremo gobierno de la Orden de la Merced, en los últimos 107 años, dejaron, como huellas imborrables, el BOLETÍN OFICIAL DE LA ORDEN DE LA MERCED (creado en 1912) y un CAMINO de buena voluntad, de paciencia bien ejercitada, de nobles esfuerzos incomprendidos y de ocultamiento con Cristo en Dios que se llamó ex general padre Mariano Alcalá.
Interrumpido su generalato a los treinta y un meses de haberlo comenzado, regresó el padre Alcalá Pérez a la Provincia de Aragón y, hasta su muerte, tuvo por residencia habitual en España el convento- colegio de Lérida; del que salió, en viaje sin retorno, el día 8 de marzo de 1936. Dicho día, a instancias de unos sobrinos suyos y con el beneplácito de los superiores, el padre Alcalá pasó a su pueblo natal, Andorra, buscando alivio para una dolencia que le torturaba desde hacía varios meses. Y, en Andorra, recibió la palma del martirio, el 15 de septiembre de 1936, junto a las tapias del cementerio, al ser abatido por unos disparos de fusil que rubricaron sus últimas palabras: « ¡Viva Cristo Rey! »
El padre Alcalá quedó en el recuerdo de cuantos le conocieron y trataron como un confesor santo, experto en el difícil arte de guiar almas por el camino de la perfección. Era un teólogo entendido –así lo acreditan sus estudios en la Universidad Gregoriana y la patente de Lector de Filosofía y Teología–; era un hombre prudente que sopesaba las palabras al tratar las cosas del espíritu y que supo guardar –¡sin el más leve comentario!–, en el silencio de su corazón y del sagrario, las amargas hieles de su experiencia generalicia; y era un fraile santo, de él dijo el obispo D. José Miralles: «Es el fraile más santo que he conocido» . Ciencia, prudencia, experiencia y santidad que hicieron del padre Alcalá un «Maestro de la justicia»; y, como enseñó a muchos, brilla ahora y por toda la eternidad en el firmamento de Dios más que una estrella de primera magnitud.
Fuente: “19 Palmas Mercedarias. Mártires de la Merced de Aragón en 1936”, Edición abril 2013.