La Epifanía es una fiesta de encuentro y universalidad, en la que los Reyes Magos, sabios de Oriente, representan a toda la humanidad que anhela y busca la salvación. Ellos siguieron una estrella, pero hallaron en el Niño Dios el Sol que ilumina las sombras más profundas. En ese humilde pesebre de Belén, Dios se manifiesta como Emanuel, el Dios-con-nosotros, que redime nuestra historia y nos invita a vivir con esperanza, justicia y amor.
La tradición de la Orden de la Merced, con su carisma redentor, resuena profundamente en esta celebración. Desde sus orígenes, la Orden ha sido un signo visible del amor de Dios que libera a los cautivos, tanto de las cadenas físicas como de las espirituales. La redención no es solo un acto del pasado; es un llamado constante a encarnar el amor misericordioso de Dios en nuestras relaciones, estructuras y proyectos. Hoy, ese mismo carisma nos impulsa a liberar a los cautivos de la desesperanza, la indiferencia y la injusticia.
El Jubileo de la Esperanza nos invita a caminar juntos en un proceso sinodal, abriendo nuestros corazones y comunidades al Emanuel que se manifiesta en los rostros concretos de nuestros hermanos y hermanas. ¿Qué búsquedas dan sentido a nuestras vidas? ¿Dónde estamos poniendo nuestra confianza y nuestras energías? Al igual que los Magos, podemos preguntarnos: ¿Hacia dónde nos dirige nuestra estrella?
La luz de Cristo nos invita a dejar atrás búsquedas erradas o egoístas, para centrar nuestra mirada en Él y en los demás. En esta Epifanía, estamos llamados a ser testigos de una esperanza activa y concreta: construir espacios de encuentro, fraternidad y justicia. Esto significa derribar muros, sanar heridas, y poner en el centro de nuestras vidas y comunidades a Jesús, el único que puede dar plenitud a nuestras búsquedas.
La Epifanía también nos recuerda la importancia de descubrir a Dios en la sencillez y la humildad. Los Magos encontraron al Rey del universo no en un palacio, sino en un pesebre. Del mismo modo, nosotros estamos llamados a reconocer la presencia de Cristo en los pequeños, los marginados y los olvidados. En ellos, Dios se manifiesta con especial claridad, invitándonos a redimir no solo nuestras almas, sino nuestras relaciones, estructuras y sociedades.
Finalmente, como nos enseña el Papa Francisco en este Jubileo, la esperanza no es un simple deseo, sino un camino compartido. Es un proyecto de vida que requiere participación, justicia y amor concreto. Siguiendo el ejemplo del Niño de Belén, quien se abajó para engrandecernos, construyamos un mundo donde cada persona pueda experimentar la libertad y la redención que brotan del corazón de Dios.
Roguemos al "Sol que nace de lo alto" que ilumine nuestras oscuridades, sane nuestras heridas y guíe nuestros pasos. Que en esta Epifanía podamos ser portadores de luz, transparencia y confianza, y que el carisma redentor de nuestra tradición mercedaria nos impulse a hacer presente el Reino de Dios en cada rincón de nuestra vida y misión.
¡Por la Merced que es nuestra gloria, al servicio de los cautivos denuestro tiempo!
