FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ.
SEGUNDA SEMANA DE NAVIDAD
Textos: Libro del Eclesiástico 3, 3-7. 14-17
Salmo 127, 1-5
Carta a los Colosenses 3, 12-21
Mt 2, 13-15. 19-23
Tenemos la mesa servida, este domingo de la Sagrada Familia de Nazaret nos ofrece un banquete nutritivo y sustancioso de la Palabra de Dios. Los comensales del banquete dominical deben estar muy agradecidos por esta “mesa de la Palabra” que el Señor nos ofrece prácticamente al final del año civil y cuando ya se percibe en el ambiente la espera del Nuevo Año. La liturgia de nuestra madre y maestra, nuestra Iglesia, nos invita a contemplar el maravilloso intercambio de dones que nos ofrece la familia divina de Nazaret hasta el punto de convertirse en un paradigma de lo que pudiera ser también cada familia humana.
La primera lectura de este domingo está tomada de libro del Eclesiástico, un libro que no figura en el listado de los libros sagrados de la biblia hebrea sino que forma parte de la Biblia griega conocida como “Biblia de los Setenta”. Sin embargo, su original es la lengua hebrea. Aunque su nombre más corriente es “Libro del Eclesiástico” su nombre original es “Sabiduría de Jesús Ben Sirá”, razón por la cual se suele llamar Ben Sirá o Sirácida. Está clasificado dentro de los Libros Sapienciales de la Biblia porque su centro de interés es la sabiduría como un don que viene del Señor, su principio es el temor del Señor, forma a la juventud y procura la felicidad.
Todo esto es iluminador para comprender el texto de hoy. El capítulo 3 se refiere a los deberes de los hijos con los padres. Este mandato es el cuarto mandamiento de la ley de Dios que conocemos como “honrar padre y madre”. Es importante descubrir que este mandato encabeza la lista de los siete mandamientos relacionados con el prójimo y está a continuación de los tres relacionados con los deberes para con Dios. Repase los mandamientos y comprobará lo que digo. El texto que nos ofrece la misa de hoy es una invitación a contemplar las consecuencias prácticas y espirituales que tiene el vivir los deberes que tienen los hijos hacia los padres.
Es importante esta invitación en el tiempo presente. Se ha distorsionado muchísimo el panorama en la relación de padres e hijos. Es cierto que los padres tienen deberes que cumplir con sus hijos y sobre ello se insiste mucho; pero, desde la palabra de Dios, es importante también insistir en los deberes que tienen los hijos con sus padres. Amarles, respetarles, obedecerles, ayudarles, ser cariñosos con ellos, ser amables, bien educados, atentos y comprensivos. Cuanto más se podría decir. Hemos caído en una acentuación exagerada de los derechos de los niños y hemos olvidado los deberes de los niños. Meditemos cómo estamos educando: el amor verdadero es recíproco, es intercambio, es apertura, es comprensión. Hay niños tiranos, pequeños dictadores, reyecitos o reinas muy malcriados. Velemos por una familia en que cada uno sabe dar y recibir.
La segunda lectura, dentro del género de la exhortación para el diario vivir, San Pablo nos ofrece una muy necesaria llamada a vivir “como elegidos de Dios, santos y amados”. Si hemos sido purificados por el bautismo que nos ha liberado del pecado y nos regalado la condición de hijos adoptivos de Dios, entonces hay que preocuparse de llevar una vida acorde con esta condición tan honda y significativa. Prestemos atención a cada palabra que el Apóstol nos recuerda como parte de nuestro proyecto práctico de vida cristiana. Estas actitudes cristianas no son instantáneas y de ahí una llamada imperiosa: “revestíos de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre y paciencia…”. No son posturas externas o apariencias o juego de imagen. Son actitudes que tocan lo más hondo de cada uno. Es interesante la mención de las “entrañas”, que indica profundidad, interioridad, compromiso desde lo más profundo de uno mismo. Y entonces las verdaderas normas cristianas deben anidarse en la interioridad de cada uno. Sólo así pueden ser auténticas, sinceras, creíbles. En definitiva “revestíos del amor, que es el broche de la perfección”, dice el Apóstol.
El evangelio de San Mateo, en el capítulo 2, después de narrarnos la adoración de la Magos, nos ofrece un relato acerca de la huída de la sagrada familia a Egipto. ¿Se trata de una crónica de viaje? Ciertamente que no. En este relato hay una serie de reminiscencias o recuerdos del Antiguo Testamento sobre todo de la vida de Moisés, el caudillo de Israel. El protagonista es José como en los relatos del libro del Éxodo era Moisés. El medio de la revelación divina es el sueño, un tema muy frecuente en la Biblia. Se le propone a José una huida, un desplazamiento, porque el peligro de muerte acecha al Niño Jesús. La familia donde Jesús crece es una familia bajo amenaza, en dificultades. Permanece en el exilio en Egipto “hasta la muerte de Herodes”.
El retorno de la sagrada familia a su tierra también está anunciado por un sueño que tiene José. Es muy destacada la actitud del padre adoptivo de Jesús: escucha, obedece, realiza lo que Dios le pide. Junto al pesebre emerge la cruz. Jesús será efectivamente “piedra de tropiezo para muchos y roca de salvación para otros”. Jesús ya comienza a vivir su pascua, ese misterioso paso de la muerte a la vida.
¿Qué pretende San Mateo con este relato de la infancia de Jesús? Desde luego instruirnos a todos acerca de la realidad del rechazo de que seremos objeto si seguimos las huellas del Salvador. En segundo lugar, su intención más que contarnos detalles de una crónica de la infancia de Jesús quiere mostrarnos como en Jesús se están cumpliendo las Escrituras Santas. Jesús vive en su propia persona lo que el pueblo escogido vivió en su larga historia de esperanza del Mesías. Jesús cumple las promesas y asume el itinerario del Israel de Dios. El relato ofrecido por San Mateo está lejos de ser ingenuo e infantil. Es una profunda mirada del misterio del origen y de la infancia de Jesús desde la vivencia del misterio pascual de Cristo. No olvidemos que estos relatos se construyeron tardíamente, ya que lo primero que se anunció fue la muerte y resurrección de Cristo, centro de nuestra salvación.
Que la Sagrada Familia nos ilumine también nuestros senderos de cristianos que deben ser testigos de Cristo en medios adversos. Muchas bendiciones para el año que ya llega. Un saludo cordial y fraterno en Cristo y María Nuestra Madre.
Fr. Carlos A. Espinoza Ibacache, O. de M.