CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO- CICLO A
Textos:
Isaías 7, 10 -14
Salmo 23, 1 – 6
Romanos 1, 1 – 7
Mt 1, 18 -24
Encendemos el cuarto cirio de la corona de Adviento para recordar que debemos mantener encendida la lámpara que es la fe, animada la esperanza y muy vivo el amor. Todo ello para esperar y recibir al Señor que se acerca a nuestra tierra para salvarnos. Nos dejamos acompañar por los grandes creyentes y esperanzados de la historia de la salvación como son el profeta Isaías, llamado “el profeta del adviento”, María “la servidora del Señor”, Juan Bautista “la voz que clama en el desierto” y José “el justo que acepta la voluntad de Dios”. Ellos han resonado en las hermosas lecturas de este Adviento y nos han alentado a abrir nuestros corazones a la esperanza en medio de un vertiginoso fin de año.
Dejemos ahora que la Palabra de Dios encienda la llama interior para seguir en esta vigilante espera del Señor que ya llega.
En la primera lectura de hoy volvemos a encontrarnos con un texto que nos ha aparecido en muchas ocasiones. Está tomado de la Primera parte del libro de Isaías (cc. 1 – 39) y dentro de una sección llamada “Libro del Emmanuel” (c. 6 – 12, 6). Contiene los oráculos de un signo o señal que Dios ofrece en medio de una guerra siro-efrainita. Es un conflicto que involucra el reino de Israel y sus alianzas con pueblos extranjeros para tomarse Jerusalén, la ciudad santa. Esto es clave para comprender el alcance de este anuncio del Emmanuel. Ajaz, rey de Judá, rechaza el signo o señal que Dios le ofrece aduciendo una razón sin sentido: “No la pediré, no tentaré al Señor”. A pesar de esta negativa disposición del rey, Dios hará igual el signo. Es el nacimiento de un hijo cuyo nombre “Emmanuel” que significa “Dios-con- nosotros” es profético y significa que Dios bendecirá y protegerá a Judá. Es esta una promesa en la línea del mesianismo real, “un descendiente de David” con que Dios concederá su salvación a través de un rey. Es la esperanza de los que se mantienen fieles a Dios. Pero Dios no salvará en el aire. El signo o señal es un nacimiento y para ello pronuncia un oráculo fundamental: la doncella, “la virgen” en la traducción griega de la Biblia de los Setenta. Y desde el texto hebreo se trata de una muchacha recién casada sin concretar más. Como el Plan de la Salvación es uno, ya que uno es su autor, Dios, el signo del que habla Isaías alcanza su plena realización en el nacimiento virginal de Jesús como nos lo dirá el evangelio de hoy. La virgen es María y el hijo es Jesús, el Hijo Unigénito del Padre.
La segunda lectura de la carta de San Pablo a los Romanos no es fácil de comprender de inmediato. San Pablo reafirma algo que aparece con frecuencia en sus escritos: “Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios”. Con esta expresión quiere dejar en claro ante cualquiera que objete su autoridad apostólica que se trata de una vocación divina, en el sentido que Dios lo ha llamado a ser apóstol. Todo lo hemos recibido por medio de Cristo Jesús, nada se nos ha dado sino “por medio de Él”. Esta lectura es una acción de gracias, una bendición, que gira en torno a la centralidad de la Persona de Jesús, el Cristo que concentra todos los dones, las bendiciones que podemos desear. El mensaje de este texto paulino es muy actual: hay que volver a la persona de Jesucristo, el verdadero “Emmanuel” que nos salva, nos libera y redime de todo mal. Y esto es fundamental en esta Navidad que puede convertirse en una fiesta de mercadeo, muy lejana al espíritu cristocéntrico que le da sentido y actualidad.
El evangelio de San Mateo es muy hermoso. Está dentro de la Genealogía de Jesús con que se abre este evangelio, es decir, “libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán”. Esta larga lista de nombres, muy curiosos para nosotros occidentales, van mostrando que Jesús se entronca con una humanidad muy concreta. San Mateo inicia esta lista con Abrahán, el “padre de los creyentes”, el Patriarca fundador del pueblo escogido. Y relaciona a Jesús con la dinastía davídica, en la línea del llamado “mesianismo real”. Según el profeta Natán “el reino de David no pasará, porque un descendiente suyo reinará eternamente”. El verbo que expresa esta descendencia carnal en esta larga lista de los antepasados humanos de Jesús es “engendrar” y se refiere al acto genésico de los seres humanos, las relaciones sexuales de un hombre con una mujer. Pero, aquí está la sorpresa que nos trae el texto de San Mateo, viene a partir del versículo 18 hasta el versículo 24.
“El origen de Jesucristo fue de la siguiente manera”. Así rompe el tenor de la situación que envuelve a Jesucristo con respecto a sus antepasados humanos. Nos va a contar el evangelista de qué manera el origen de Jesús es único, rompiendo la modo normal de la descendencia humana.
“Su madre, María, estaba desposada con José”. Los desposorios judíos suponían un compromiso que el prometido recibía el nombre de “marido” y no podía quedar libre de este compromiso sino mediante el “repudio”. Estos desposorios no suponían todavía convivencia juntos. Simplemente era un compromiso real que vinculaba ya a quienes estaban así vinculados.
“Pero, antes de empezar a estar juntos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo”. Así expresa san Mateo la verdad más honda de la fe cristiana: el misterio de la encarnación del Verbo en las purísimas entrañas de María. Nos deja asombrados, sin saber cómo explicarlo, olvidando muchas veces que estamos ante la más admirable manifestación del poder de Dios. La Iglesia nos ha enseñado a creer este misterio: “Jesucristo es verdadero hombre y verdadero Dios”. Es más bien una llamada a contemplar el misterio divino que se esconde en los pequeños espacios del tiempo y lugares para manifestarse en la sobrecogedora sencillez. El misterio de la encarnación es así y no se expresó en los mega eventos humanos que tanto nos gustan. La “gloria de Dios, hecho hombre” confunde todas las glorias humanas, todo aquello que nosotros pretendemos que sea lo más espectacular. El camino de Dios es tan sencillo, tan humano, que no tenemos palabras para describirlo. Está siempre ahí, ante nuestra mirada creyente y ante la mirada curiosa de los que no creen.
José hizo un camino inverso al nuestro. Él acogió el misterio que no le era fácil aceptar y vivir. Tampoco entendió todo. Simplemente aceptó que Dios tiene poder para hacer grandes y humildes cosas en favor de la humanidad. José puso en obra lo que Dios le comunicó en el sueño. Hay que prestarle atención a los pasitos de Dios en nuestra vida diaria. Él habla despacio y está allí donde ni siquiera lo imaginamos. Dios está presente. Sólo falta un poco de atención, de fe y de mucho cariño para verlo.
Una Feliz Navidad y muchas bendiciones para las familias. Fr. Carlos A. Espinoza Ibacache, O. de M.