Queremos compartir con la comunidad mercedaria diversos aspectos de la vida de ambos Pontífices, para prepararnos para vivir este significativo momento para nuestra iglesia.
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Juan XXIII
Por que es Santo
Angelo Roncali era un hombre con una paciencia serena, capaz de soportar los problemas y las pruebas de la vida. Desde joven hizo el propósito de alimentar siempre la Fe, de no dejarla envejecer, tratando de permanecer siempre niño ante Dios, como enseña Jesús en el Evangelio.
Fue un sacerdote libre de ambiciones de carrera y capaz de cordial colaboración. Como Obispo antes y como Romano Pontífice después, supo siempre curar una forma colegial en el ejercicio de la autoridad, con un cuidado especial por los sacerdotes y su formación, así como por los laicos, invitándolos a un apostolado responsable. Es a partir de ese constante deseo de hacer crecer la Fe que se empeñó en favorecer la participación activa de los fieles en la liturgia y manifestó siempre una gran sensibilidad ecuménica.
Su vida de fe se expresó en formas de piedad popular: el culto eucarístico en sus diferentes manifestaciones como la visita y la adoración al Santísimo Sacramento, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, la devoción a la Santísima Virgen mediante el rezo del Rosario y la visita a tantos santuarios, la veneración de los santos, la oración por los difuntos y las peregrinaciones.
Fue capaz de comunicar, prefiriendo formas simples e inmediatas, con imágenes de la vida cotidiana, logrando así entrar inmediatamente en el corazón de las personas.
Su santidad lo llevó a indicar las vías de renovación en la gran huella de la tradición eclesial.
Juan Pablo II
Por que es Santo
El Beato Juan Pablo II era un "hombre de oración". En él el deseo de perfección se manifestaba tan fuertemente que lograba tener siempre despierto el espíritu a través de la oración incesante y la escucha meditada de la palabra de Dios. La Eucaristía constituía el centro de su vida. Su fe profunda y la confianza en la ayuda divina en los eventos críticos de la vida, como también el total abandono en la ayuda materna de la Beata Virgen María, se manifestaban con particular fuerza en los momentos de oscuridad, como, por ejemplo, después del trágico atentado de 1981 o durante la dura prueba del avance de la enfermedad. Agradecía siempre y atribuía a Dios los méritos por todo don recibido.
La infancia no fácil, marcada por tres lutos, y el ingreso en el Seminario justo en el periodo en el cual la guerra había obligado a cerrarlo, corroboran ciertamente su coraje.
Como Arzobispo de Cracovia jamás titubeó delante de los numerosos obstáculos impuestos por el régimen comunista polaco al derecho de profesar la propia Fe. Con fortaleza supo intervenir a favor de los derechos de las personas, sin perturbar con ello el orden público, combatiendo como buen cristiano su batalla aun cuando tales impedimentos parecían insuperables.
Su primer lema "¡No tengáis miedo! ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!" pronunciado durante la celebración de apertura del ministerio marcó su programa durante su largo Pontificado, permaneciendo vivo en los corazones de los fieles aun después de su muerte.
Como Sumo Pontífice, el 13 de mayo de 1981, día que señaló el inicio de una segunda fase de su pontificado, obtuvo del Señor la gracia de poder derramar la propia sangre en nombre de la Fe, como él mismo dijo en referencia a lo acontecido.
En los numerosos sufrimientos morales y durante la enfermedad física anunció el precioso valor salvífico del sufrimiento humano unido al misterio de la Cruz de Cristo.
Sostuvo el anhelo de libertad de los pueblos oprimidos por los diversos regímenes y totalitarismos, afirmando la dignidad inviolable de todo ser humano.
Promovió y vigorizó el diálogo ecuménico, buscando la unidad y la paz en la viva esperanza de un futura plena comunión con los hermanos separados.
Un signo extraordinario de su esperanza fue la confianza que depositó en los jóvenes, esperanza de la Iglesia del mañana.
Dio de comer y de vestir a los necesitados, cuidó de los mendigos, se preocupó por la suerte de sus parientes ancianos, compartió el dolor de los sufrientes, destinó para ellos dinero propio, visitó a los enfermos y a los presos. Además, instruyó, aconsejó a los desorientados de corazón, ofreció el propio perdón a quién atentó contra su vida y a cuantos lo habían ofendido, soportó con paciencia a las personas que eran con él más hostiles
Hacia fines de los años '90, aparecieron los primeros síntomas de la "enfermedad de Parkinson", que lentamente lo obligaron a ejercitar su ministerio desde una "silla de ruedas". Todos han vivido con particular participación y admiración la fuerza con la cual supo enfrentar, especialmente en los últimos años, las obligaciones pastorales en aquellas difíciles condiciones.