SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Domingo 11° del Tiempo Ordinario
Textos
Éxodo 34, 4b – 6.8-9;
Salmo Dn 3, 52 -56;
2 Corintios 13, 11-13;
Jn 3, 16 – 18
Estamos todavía con los ecos de la Fiesta de Pentecostés, celebrada el domingo pasado y con el término de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, sobre todo, unidos en espíritu y en la plegaria, a petición del Papa Francisco, por la paz del Medio Oriente. Todo nos sigue hablando de comunión y unidad, dos grandes características del Espíritu de Dios en los corazones y en la humanidad misma. Bien sabemos que no faltan anhelos y deseos por una mayor comunión de bienes materiales y espirituales entre todos los hombres, no es extraño el sentir por una mayor unidad de los seres humanos pero, una y otra vez chocamos con la muralla de nuestra porfiada tendencia a separarnos y a construir mundos individuales separados y autonómicos. ¿Quién podrá entonces hacer posible una humanidad unida y en comunión intensa?
Este domingo nos permite descubrir desde la Palabra de Dios el misterio de los misterios, la realidad de un solo Dios en tres Personas distintas. Así se expresa el misterio de la Santísima Trinidad. Desde luego tenemos que emprender un camino distinto al habitual. Creemos que la realidad de la Trinidad, que es Dios, es fruto de un costoso conocimiento, algo así como una especulación teórica que queda reservada para algunos iluminados teólogos, pensadores, filósofos, etc. Pero la Palabra de Dios no nos va a llevar por el orden de los conceptos y raciocinios sino por el orden histórico- salvífico. Es en la historia humana donde se ha manifestado el misterio de un solo Dios en tres Personas distintas. Y esto ha sido posible sólo porque Dios mismo ha decidido revelarse al hombre en su propia historia y asumiendo nuestro lenguaje humano.
El nombre Trinidad no se encuentra en la Biblia pero la historia de la salvación que la Biblia contiene, sí revela a Dios como Creador y Padre, como Dios humanado en la persona de Jesús de Nazaret y como Espíritu Santo. Son los nombres que ponen de manifiesto el misterio de fe que los teólogos llaman “Santísima Trinidad”. La vida cristiana vive desde este manantial trinitario y hacia él se orienta. Nuestra meta última es la “visión de Dios, la unión en Dios” eternamente.
Contemplemos ahora la Palabra que esta fiesta nos regala como nutriente principal de nuestra vida de fe, de esperanza y caridad, es decir, de nuestra vida sobrenatural o divina.
La primera lectura, Éx. 34, 4b- 6. 8-9, es una renovación de la alianza de Dios con su pueblo. El contexto es el episodio del becerro de oro que el pueblo adora como su dios. Es el pecado más feo que el pueblo comete. Se trata de la idolatría. “Sólo adorarás al Señor tu Dios” es la consigna fundamental del pacto de Dios con su pueblo. Moisés, que había destruido las tablas o losas de piedra como justa reacción ante el pecado de Israel, lleva las nuevas en las que Dios escribirá de nuevo su Ley. Mientras Moisés sube al Sinaí, Dios desciende en la nube, símbolo de la presencia divina y del velo que encubre el misterio de Dios. ¿Qué se revela? El nombre de Dios, Yahvé que significa que “Dios es misericordioso y compasivo”, se le revela a Moisés como Aquel que mantiene su amor por mil generaciones y perdona la iniquidad. La respuesta de Moisés a la libre iniciativa de Dios que se revela es el humilde reconocimiento y la adoración. Y la súplica “Dígnate mi Señor ir en medio de nosotros” no es más que el deseo que la comunión con Dios no se rompa más. Amor y perdón constituyen la trama de la historia de salvación.
En la segunda lectura, San Pablo invita a los cristianos de Corinto a vivir unas actitudes y gestos comunitarios bien precisos y entonces “el Dios del amor y de la paz permanecerá con ustedes”. El encuentro humano es el ámbito de la experiencia espiritual que vive la comunidad cristiana, su diálogo con el Señor. El creyente verdadero vive en plena relación con los demás y así expresa los frutos del Espíritu Santo, la gracia redentora de Jesucristo y el amor del Padre. La comunidad de personas es la imagen histórica de la comunión y unidad de Dios uno y trino.
El evangelio de San Juan, en apenas tres versículos, el evangelista nos resume todo el plan de la salvación del Padre Eterno. Todo lo que Él ha ideado desde su sabiduría eterna es una manifestación de su amor por los hombres. La máxima expresión y concreción de este amor del Padre es la entrega de su Hijo unigénito. El verbo “entregar” tiene un fuerte acento en la donación, en el sacrificio que Jesús hace de su vida en su misma encarnación y muerte de cruz, lo que se perpetúa en el sacrificio eucarístico donde vuelve a “entregarse”, a sacrificarse, por nosotros.
El plan del Padre no puede ser sino que el hombre tenga vida eterna, expresión de la máxima plenitud que podemos imaginar. Jesús viene a darnos vida eterna, su misma resurrección es prenda de garantía de esta promesa. Accedemos a este don escatológico mediante la fe con que acogemos a Jesucristo, el Hijo unigénito del Padre. El que cree en Jesús no perece, la muerte no tiene ya poder sobre él, está llamado a la vida en abundancia, la vida eterna.
El plan del Padre es salvífico y el envío de su Hijo unigénito no puede entenderse sino en esta misma dirección. El Evangelio de Jesús es Buena Noticia para el hombre, es salvación, es vida eterna.
Hagamos un esfuerzo permanente por no olvidar nunca esta verdad tan central: Dios quiere nuestra salvación. Él es el que toma la iniciativa, es el Autor de nuestra dicha eterna. Y esto porque nos ama, más allá de nuestro pecado, porque “es compasivo y misericordioso, lento a la cólera”. Entonces Dios es verdaderamente nuestra meta, nuestra felicidad.
¡Cuántas distorsiones tenemos acerca del misterio de Dios, de su plan salvífico, de su amor y misericordia! Esta Fiesta de la Trinidad nos ayude a volver a descubrir a Dios como Nuestra Padre, fuente de toda paternidad y maternidad humana, base absoluta para edificar una auténtica fraternidad. ¡Qué maravilloso misterio nos envuelve! Que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo le bendiga. Fr. Carlos A. Espinoza Ibacache, mercedario