Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
Domingo 12° del Tiempo Ordinario
Textos
Deuteronomio 8, 2-3.14b-16ª: Te he alimentado en el desierto con el maná
Salmo 147: Te sacia con flor de harina
1Cor 10, 16 – 17: Si el pan es uno solo…, todos formamos un solo cuerpo Secuencia
Jn 6, 51 – 58: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna
Corpus Christi es el nombre de esta popular fiesta que desde el siglo X comenzó a vivirse como un movimiento teológico y popular para reafirmar la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía y cuya institución como fiesta data en el siglo XIII. En el siglo siguiente se introdujo la procesión del Santísimo Sacramento que ha perdurado a través de los siglos en el mundo católico. Corpus tiene aspectos de la genuina religiosidad popular católica.
La Palabra de Dios de este domingo de Corpus Christi está en sintonía con el tema eucarístico como lo veremos. Siempre nos hace bien como Iglesia peregrina el volver al sentido e importancia de la Eucaristía en la vida normal del cristiano. Esta fiesta ayuda a la catequesis de la Iniciación a la Vida eucarística de los niños que en parroquias y colegios se lleva a cabo. Nos ayuda a nosotros los sacerdotes a revisar nuestro modo de vivir y celebrar este sacramento, especialmente los domingos. Y ayuda al pueblo cristiano a reemprender el camino de la comunión eucarístico como alimento de la comunión fraterna. Celebremos con gratitud la belleza de este sacramento del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.
Primera lectura, tomada de uno de los cinco libros del Pentateuco, es una presentación de la etapa que vivió Israel en el desierto como una prueba que duró cuarenta años. Considera el autor del Deuteronomio que Dios les hizo recorrer el camino de los 40 años por el desierto “para humillarte, para probarte y para conocer las intenciones que llevabas”. Dios no dejó de instruir a su pueblo a partir de las mismas necesidades como el hambre alimentándole con el maná y así le enseñó que “no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios”. Lo importante es que el pueblo cumpla los mandamientos y no olvide que Dios lo ha sacado de Egipto y lo conduce a través del desierto en medio de peligros. Uno de los milagros más grandes es “que te alimentó en el desierto con el maná, que no habían conocido tus padres”. Así el desierto es el lugar de pruebas de la fidelidad del pueblo y de la soberanía providencial de Dios que nunca abandonó a Israel.
La segunda lectura, tomada de la primera carta de San Pablo a los Corintios, brevísimo texto para esta ocasión, nos recuerda que mediante la comunión con el cuerpo de Cristo los cristianos quedan unidos a Cristo y entre sí. Nuestra común unión no es fruto de acuerdos o consensos humanos ni estrategias de entendimiento. Es fruto de la comunión con Cristo en su misterio eucarístico. La expresión “La copa de bendición que bendecimos” se refiere lo que hizo Cristo en la última cena cuando tomó la copa sobre la cual pronunció la bendición y la convirtió en su Sangre. En resumen: la eucaristía realiza la unidad de la Iglesia en Cristo, al comulgar con un único Pan y una única sangre de Cristo todos no formamos sino un solo cuerpo, el de Cristo. Si falta unidad y comunión en las comunidades es que no se entiende la eucaristía como comunión real con Cristo y entre sí. ¿Puede una comunidad prescindir del encuentro eucarístico sin que esto tenga consecuencias en la unidad y la comunión?
El evangelio, del capítulo sexto de San Juan, es un magnífico paralelo entre la situación del pueblo de Israel como aparece en la primera lectura y la reacción de los oyentes de las palabras conmovedoras de Jesús. Es una realidad dura de aceptar. Jesús comienza declarando: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo”. Jesús se identifica con el maná que Dios ha dado a los hombres para saciar su hambre. Pero el máximo desconcierto entre los oyentes continúa:”Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo”. Es que hablar de “carne que se dará a comer” es una expresión imposible para los oyentes. “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?” Están pensando exactamente en el cuerpo físico material de Jesús y comer esto es inaceptable.
No acaba aquí el desconcierto porque Jesús habla sin tapujos: “Yo os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”. Y continúa intensificando la propuesta: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día”. El discurso da un salto cualitativo al identificar Jesús ese pan que ofrece con su “carne”. Este vocablo designa en la Biblia la persona entera en su condición mortal. Es la misma impresión que nos provoca el evangelista cuando dice en el Prólogo: “Y la Palabra se hizo carne”, es decir, Dios se humaniza, toma la condición humana concreta. Por lo tanto, el pan del que habla Jesús es él mismo, su propia vida entregada desde la encarnación hasta su muerte. Jesús “da” su pan, dándose a sí mismo “para la vida del mundo”. Lo que “entrega” no es el pan sino su vida, su persona, su libertad para darse para que los demás tengan vida.
El evangelio de esta festividad eucarística nos remite al acto redentor de Jesús, el dar la propia vida, el entregarse por amor para los demás tengan vida nueva. La Eucaristía es la expresión mística o espiritual de esa entrega redentora del Señor, una real comunión con el misterio de la salvación obrada por Cristo. En cada eucaristía nos volvemos a entroncar con el acto redentor de Jesús que tiene la potencia de liberarnos verdaderamente. La comunión eucarística está muy lejos de ser un acto piadoso; es un acto de máxima densidad liberadora – salvífica en el aquí y ahora de nuestro peregrinar.
Termino invitándote a revisar tu encuentro eucarístico. Vuelve a leer este evangelio y pide la luz del Espíritu Santo para que comprendas la profundidad de las palabras de Jesús y su relación directa con tu vida y con la vida de la Iglesia.
Un saludo fraterno y hasta otra oportunidad. Fr. Carlos A. Espinoza Ibacache, O. de M.