“El reino de los cielos es como un hombre que sembró semilla buena” Mt 13, 24. Reflexión del Evangelio de este domingo.
Provincia Mercedaria
de Chile

“El reino de los cielos es como un hombre que sembró semilla buena” Mt 13, 24. Reflexión del Evangelio de este domingo.

Sábado 19 de Julio, 2014

 
El evangelio de San Mateo, en continuidad temática con el domingo pasado, está tomado del capítulo 13, el discurso de las parábolas. El centro de estas parábolas es el Reino de los cielos, esa realidad que Jesús proclama como la esencia de su anuncio: “Se ha cumplido el tiempo, el Reino de Dios ha llegado, conviértanse y crean en el Evangelio”.

DOMINGO 16° del Tiempo Ordinario

Textos

 Sab 12, 13.16 – 19 “Juzgas con moderación y nos gobiernas con mucha indulgencia”

Sal 85, 5 -6. 9-10. 15-16 “Tú, Señor, eres bueno e indulgente”

Rom 8,26-27 “El Espíritu nos viene a socorrer en nuestra debilidad”

Mt 13, 24-43  “El reino de los cielos es como un hombre que sembró semilla buena”

                Volvemos a encontrarnos en nuestra fiesta semanal por excelencia, el Día del Señor o Domingo. Es el encuentro de la comunidad cristiana con su Señor, muerto y resucitado, verdadero manantial de vida nueva y pan reconfortante para nosotros los sedientos y hambrientos de Dios. Venimos a ser alimentados con el Pan Vivo bajado del cielo manifestado como Palabra Eterna y Comida de salvación. Y como comunidad expresamos nuestra fe común, fortalecemos nuestra esperanza de un mundo nuevo y mejor y estrechamos los vínculos del amor verdadero. Somos así familia de Dios en el mundo que testimonia las maravillas que el Señor hace, no sólo en favor nuestro sino del mundo entero. Vivir el encuentro comunitario con Jesucristo en vivo y en directo cada domingo no puede ser reemplazado por  ninguna otra experiencia religiosa que se le compare.

                Dejemos que la Palabra de Dios, nuestro Padre, nos interrogue, nos interpele, nos invite y nos señale el camino a seguir como miembros de la comunidad creyente.

                La primera lectura del Libro de la Sabiduría está dentro de los llamados “juicios históricos” que la Sabiduría pronuncia descubriendo que lo que sirvió de castigo para los malvados, fue salvación para los justos. Nuestro texto señala que Dios ha castigado con severidad los crímenes de los cananeos pero también no ha dejado de mostrar sentimientos de misericordia, no por debilidad, sino porque es Señor de todas las cosas. Hay un solo y único Dios, el Dios de Israel quien cuida de todas las cosas y no tiene que dar cuenta a nadie de la justicia de sus juicios. Porque Dios es todopoderoso es también misericordioso. “Porque tu poder es el principio de la justicia y el ser dueño de todos te hace perdonarlos a todos”. La misericordia es la experiencia más notable que nos acerca a Dios; supera a la justicia y permite descubrir que la vida y el mundo están en las manos de Dios.

                La segunda lectura de la Carta de San Pablo a los Romanos es muy significativa. Leámosla detenidamente. Todo el capítulo octavo nos introduce en la vida según el Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo Resucitado, la vida nueva. El Espíritu de Dios es el mediador eficaz que nos impulsa a actuar evangélicamente y nos auxilia en la plegaria, permitiendo que actuemos y testimoniemos la vida nueva que se nos ha comunicado por Cristo. Viene a socorrernos en nuestra debilidad, porque sin su auxilio no sabemos pedir lo que conviene. Es importante asumir este aspecto central de nuestra experiencia cristiana. El evangelio acuña una sentencia de Jesús muy decisiva: “Sin mí, dice Jesús, no podéis hacer nada”. El creyente es débil, su vida es frágil y necesita la ayuda de la gracia divina incluso para hacer la confesión de fe. En tiempos de tanto delirio de grandeza y poder, de autosuficiencia orgullosa, sería muy saludable comenzar a reflexionar sobre nuestra debilidad espiritual. No hay que presumir de nuestras fuerzas creyendo que somos capaces de lograr la santidad, el bien, la justicia, la libertad cristiana sólo por nuestras capacidades. Dejemos que sea el Espíritu Santo nuestro mejor agente de la gracia porque sin Él ni siquiera podemos orar como quisiéramos. Esto nos ayuda a ser humildes de corazón.

                El evangelio de San Mateo, en continuidad temática con el domingo pasado, está tomado del capítulo 13, el discurso de las parábolas. El centro de estas parábolas es el Reino de los cielos, esa realidad que Jesús proclama como la esencia de su anuncio: “Se ha cumplido el tiempo, el Reino de Dios ha llegado, conviértanse y crean en el Evangelio”. De esta realidad nueva nos habla Jesús en  las bellas parábolas de este domingo. Son tres las historias que nos presentan el Reino de los cielos:  parábola de la cizaña, de la semilla  de mostaza y de la levadura. Culmina el evangelio de hoy con una explicación de la parábola de la buena semilla y de la cizaña.

                La parábola de la cizaña completa la del sembrador que escuchamos el domingo pasado. Tiene dos partes como aquella: una exposición al pueblo (Mt. 13, 24 – 30) y una explicación a los discípulos (Mt 13, 36 – 43). Confieso que esta parábola nos tienta de hacer de ella una aplicación moralizante y olvidando que Jesús está hablando del Reino de Dios, esa buena semilla que transforma nuestras vidas y nuestra historia. Los sembradores de la cizaña son los enemigos del Reino de Dios, los que combaten el evangelio y lo rechazan. Pero, la cizaña es también el mal que llevamos dentro de nosotros mismos. Jesús enseña que lo malo sale de dentro del hombre, del corazón donde anidan las cosas contrarias a Dios y al hombre. Y Jesús quiere un hombre  nuevo, condición indispensable para crear una sociedad nueva también. El Reino  de Dios es la buena semilla que siembran los trabajadores pero descubren con asombro que alguien siembra también en el mismo campo la cizaña. Así la parábola nos indica que el mal es una realidad palpable que caminará junto a la historia de  la salvación. Cada creyente lleva en sí mismo esta tensión: en su corazón hay signos de evangelio y signos de mal. Nos guste o nos guste nuestra historia personal y comunitaria están marcadas por esta dinámica de buena semilla y de cizaña. No han faltado tentativas por identificar personas y grupos, movimientos e ideologías como la cizaña pero eso dista mucho del sentido de la parábola. Miremos la realidad del Reino de Dios en nuestra vida y en la historia humana pero dejar de descubrir con asombro la cizaña de nuestro corazón.

                Muchas veces será fuerte la tentación de liquidar la cizaña, extirpar al que hace mal. Jesús enseña que mientras dure nuestra historia humana eso no es posible. Hay que aprender a convivir con esa realidad. Sólo al final de la historia habrá una claridad total respecto a la cizaña y a la buena semilla. Invitación a la paciencia, a la comprensión, a la compasión. No somos más malos o mejores que nuestros antepasados. Somos tironeados por dentro por ese doble dinamismo que San Pablo le llamó “carne o apetitos desordenados” y el Espíritu de Dios. Una victoria total sólo será posible al final, en la Parusía de Jesucristo. Ya sé que no nos gusta que la  realidad sea así. El cristiano no juega a superman; nuestra salvación pasa por este dinamismo interior marcado por el tomar la cruz de cada día.

                Las otras dos parábolas, muy breves, se estructuran en torno a la pequeñez con que emerge el Reino en el mundo y cómo se desarrolla hasta convertirse en una realidad manifiesta que tiene la potencia o fuerza para cambiar las cosas humanas (la levadura) y cobijar a muchos otros (el árbol). El Reino es un germen insignificante de vida nueva que explota en la persona de Jesús, en su palabra, en sus signos y hace el milagro de cambiar las cosas que parecían imposibles.

                Que tengas un buen domingo. Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.

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