“El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo” Mt. 13, 44.
Provincia Mercedaria
de Chile

“El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo” Mt. 13, 44.

Domingo 27 de Julio, 2014

 
Reflexión del Evangelio de hoy que preparó fray Carlos A. Espinoza. "El evangelio de San Mateo nos ofrece tres breves parábolas o comparaciones que los oyentes podían perfectamente comprender porque eran historias de la vida diaria. Mediante ellas Jesús compara el misterio del Reino de los Cielos".

DOMINDO 17° DEL TIEMPO ORDINARIO

Textos:

1Reyes 3, 5-12 “Te doy un corazón sabio y prudente”

Salmo 118 “¡Cuánto amo tu ley, Señor!               

Romanos 8, 28-30 “Los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo”

Mt, 13,44 – 52 “El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo”

 

                Queridos hermanos: estamos celebrando el último domingo de julio, un mes bien significativo para la Iglesia Chilena por cuanto hemos celebrado la fiesta de la Primera Santa Chilena, Teresa de Jesús de los Andes y la solemnidad de la Virgen del Carmen, Patrona y Reina de Chile. Para nosotros mercedarios, el pasado 9 de julio la Fiesta de Cristo Redentor, “maestro y modelo” vocacional de nuestra Orden, nos ha vuelto a profundizar en nuestras raíces puesto que la Merced nace del gesto redentor de Jesucristo y su misión se lee desde ahí. En efecto, redimir o liberar no es una obra social o filantrópica de buena voluntad; es por esencia reproducir en nosotros las actitudes de Jesús frente al problema central del hombre, su esclavitud y su liberación. Y Cristo ha venido a vencer esa horrible servidumbre del pecado y a lograr para nosotros la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Renovemos esta bella vocación  y misión redentoras sin claudicar nunca de ellas. Ambas deben ir siempre interconectadas y nunca separadas.

                Vamos a contemplar la Palabra de Dios de este domingo tratando de comprenderla para llevarla a la vida diaria, ya que no basta con escucharla y entenderla. Es indispensable renovar nuestro compromiso a vivir en el día a día lo que el Señor nos comunica en su Palabra.

                La primera lectura está tomada del primer libro de los Reyes se encuentra dentro de los llamados libros históricos de la Biblia. Nuestro texto de este domingo se enmarca en el inicio del reinado de Salomón y estamos hablando del año 971 antes de Cristo. Sucede a su padre David y gobernó Israel del 971 al 931. De Salomón se destacan tres facetas: un rey sabio, un rey constructor y un rey rico. De estos tres atributos el más destacado es la sabiduría que Dios le concedió como relata la primera lectura de hoy. Está Salomón de visita en un santuario principal en Gabaón y aquí Dios se apareció aquella noche en sueños: “Pídeme lo que quieras”, le dijo Dios al rey. Y la respuesta de Salomón fue admirable: “Enséñame a escuchar para que sepa gobernar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal”. A Dios le pareció bien que Salomón pidiera esto y le hizo un regalo sumamente importante para la vida: “Te daré lo que has pedido: una mente sabia y prudente, como no la hubo antes ni la habrá después de ti”. La inteligencia o sabiduría es un don que Dios concede. Ahora nosotros sabemos que es uno de los siete dones del Espíritu Santo que se le concede al cristiano “para escuchar y discernir el bien y el mal”. Salomón fue sabio para orar y el Señor le concedió lo que pedía como lo más importante para su vida de creyente.

                En la segunda lectura, seguimos gustando la belleza de la Carta a los Romanos en su capítulo octavo. Podríamos decir que esta parte final del capítulo octavo de Romanos tiene como telón de fondo el amor de Dios y el amor de Cristo cuyo objeto somos nosotros. Gracias a este amor salimos victoriosos en las tribulaciones que la vida nos depara. Y esta gratuidad del amor divino hacia nosotros no como algo fortuito o casual sino como centro del plan divino de salvación. “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que le aman, de los llamados según su designio”. Hemos sido llamados gratuitamente a “reproducir la imagen de su Hijo, de modo que fuera él el primogénito de muchos hermanos”. No somos cristianos por casualidad ni siquiera por nuestra propia voluntad y decisión. Nuestra salvación se esconde en el misterio de Dios desde toda eternidad y, gracias a esta bondad divina, somos perdonados de nuestros pecados y hechos partícipes de la gloria de Dios en su Hijo. No somos cristianos por abrazar una gran idea o un tratado de moral; somos cristianos por haber acogido la Persona de Cristo y creer en Él como el Salvador verdadero. Vivamos en este ámbito de la gratuidad y no del mero cumplimiento y de la obligación. La única respuesta adecuada al amor de Dios manifestado en su Hijo es el amor.

                El evangelio de San Mateo nos ofrece tres breves parábolas o comparaciones que los oyentes podían perfectamente comprender porque eran historias de la vida diaria. Mediante ellas Jesús compara el misterio del Reino de los Cielos. La primera comparación se refiere al tesoro escondido en un campo y es similar a la segunda del mercader en perlas finas. En ambas se resalta la decisión de quien descubre el tesoro escondido y la perla de gran valor. Ambas personas han encontrado algo verdaderamente valioso, algo que sobresale por sobre lo común. Ambas personas se resuelven rápidamente para quedarse con el campo y con la perla de gran valor, sin dudas ni indecisiones. Se resalta la gran alegría del hallazgo y la pronta decisión o respuesta. En ambos casos hay que desprenderse de lo que se tiene para quedarse con el tesoro escondido o la perla preciosa.

                Ambas parábolas señalan que esta es la actitud del hombre que se encuentra con el Reino de los Cielos anunciado por Jesús: va vende todo lo que tiene y compra el campo o la perla y se queda con ella. Se destaca la decisión que es necesario tomar, con prontitud, sin vacilaciones, porque el Reino de los Cielos es el maravilloso ofrecimiento que Dios nos hace en Cristo; es lo más grande que se nos puede ofrecer como es la amistad de amor con Dios. Ojalá tuviéramos la actitud del hombre del tesoro escondido y del buscador de perlas. ¿Cómo calificaría mi actual decisión frente a Jesucristo, al evangelio, a la vida sacramental, a la vida misma? ¿No estaremos confundidos con mil dudas, cavilaciones, indecisiones, postergaciones? ¿Creo que puedo ser un testigo creíble, convencido y convincente de Cristo y su Evangelio sosteniendo una vida tibia, mediocre y sin gusto a nada?

                La tercera parábola cambia de escenario y nos traslada al lenguaje del mar. Es la parábola de la red de pescar que pesca toda clase de peces. Nos llama la atención que en la misma y única red caen peces buenos y malos, todos revueltos y juntos. Hacemos memoria de la parábola del domingo pasado acerca del trigo y la cizaña también sembrados en el mismo campo y creciendo juntos. Jesús vuelve a enseñarnos que en la comunidad cristiana están juntitos y revueltos los buenos y los malos. Sólo en el juicio final se sabrá quiénes son quiénes. Para el presente sólo cabe la paciencia y la esperanza del momento final. No se nos pide combatir ni desconocer el drama de nuestra historia personal y comunitaria. Tenemos que aceptarla y trabajar por la buena semilla del evangelio. Se nos pide rechazar la tentación de separar la gente entre buenos y malos y dejar el juicio sólo al Señor. Cada uno debe trabajar por la buena semilla con sabiduría e inteligencia espiritual para saber discernir el bien y el mal dentro del propio corazón.

                ¿Cuál es el modelo de discípulo? El misterio del Reino de los Cielos se les ha dado a conocer a los discípulos. Éste comprende la novedad y el valor del Reino que anuncia Jesús. Tiene conciencia que estamos ante un nuevo tiempo que reclama la permanente decisión de vivir por el Reino y su construcción en medio de los demás. El discípulo vive una decisión de amor que dirige su vida entera. Digamos con profunda fe: “Venga a nosotros tu reino, Señor”.

                Un saludo fraterno y que María de la Merced nos ayude a vivir con más decisión nuestra hermosa fe católica.  Fr. Carlos A. Espinoza Ibacache, O. de M.

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