Comentario Religioso del Evangelio este Domingo 20º del tiempo ordinario.
Provincia Mercedaria
de Chile

Comentario Religioso del Evangelio este Domingo 20º del tiempo ordinario.

Sábado 16 de Agosto, 2014

 
“Mujer, ¡qué fe tan grande tienes! Que se cumplan tus deseos”. Es la respuesta maravillosa que brotan de los labios de Jesús. Valía la pena seguirle la pista a este relato por su sencilla trasparencia y por su enseñanza perenne para todos los tiempos de la Iglesia y su relación con el mundo.

DOMINGO 20° DEL TIEMPO ORDINARIO

Textos 

Is 56, 1.6-7          “Yo los conduciré hasta mi santa Montaña”

Salmo 66             ¡Qué los pueblos te den gracias, Señor”

Rom 11, 13-15. 29-32     “Porque los dones y el llamado de Dios son irrevocables”

Mt 15, 21 – 28   “Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo”

 

                Comienzo este comentario recordando unas palabras del Papa Francisco tomadas de la Exhortación La alegría del Evangelio en el n°. 127 que dice así: “Hoy que la Iglesia quiere vivir una profunda renovación misionera, hay una forma de predicación que nos compete a todos como tarea cotidiana. Se trata de llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a los desconocidos. Es la predicación informal que se puede realizar en medio de una conversación y también es la que realiza un misionero cuando visita un hogar. Ser discípulo es tener la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino”.

                Traigo este pensamiento del Pastor de la Iglesia Universal porque creo que la Palabra de este domingo nos pone ante una hermosa invitación: Jesús nos enseña un método evangelizador extraordinariamente actual como lo veremos en el evangelio de hoy. Porque efectivamente una actitud misionera supone abrirse a otros, salir de las instancias normales donde nos sentimos bien, buscar el encuentro con otros que han olvidado su raíz cristiana católica o no la conocen o se han apartado de ese contacto vivo con la comunidad cristiana, con los nutrientes espirituales de la fe. Tenemos mucho que caminar en esta senda de una Iglesia misionera para el tiempo de hoy.

                Ya la primera lectura de Isaías nos hace una invitación muy importante: “Observen el derecho, practiquen la justicia, que mi salvación está para llegar y se va a revelar mi victoria”. Así se abre el llamado “Tercer Isaías”, capítulos 56 – 66, un conjunto de oráculos proféticos que buscan mantener vivas las esperanzas de los retornados del exilio a Israel, dar aliento a los desencantados y propiciar una apertura a los extranjeros también llamados a la salvación. Esta primera lectura nos habla del fin del exclusivismo con que Israel ha interpretado la salvación. La promesa es hermosa: “A los extranjeros que se hayan unido al Señor…los traeré a mi Monte Santo.. y a mi casa la llamarán todos los pueblos Casa de Oración”. Magnífica promesa que nos encamina al Nuevo Testamento, al mensaje de Jesús y a la misión de la Iglesia en el mundo. La fe cristiana católica no puede ser entendida como la salvación de unos pocos; por el contrario, hay tomar en serio el mandato de Jesús: “Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio a toda creatura..” El discípulo de Jesús siempre es un misionero, alguien que comprende que nadie se salva solo sino incorporándose al Pueblo de Dios.

                La palabra de San Pablo en la carta a los Romanos es muy clara en esta línea de la salvación como don universal. Si el domingo pasado escuchamos la palabra acongojada del Apóstol respecto a los hermanos de su raza que no han acogido a Jesús, el Salvador, hoy se dirige expresamente a los paganos de quienes se reconoce “apóstol de los paganos”. Son los cristianos procedentes del paganismo que pueden vivir la tentación de creer que la salvación es exclusiva de ellos. Incluso el rechazo de Jesús por los judíos se convierte en gracia porque ha posibilitado que la salvación llegue a los paganos “porque los dones y la llamada de Dios son irrevocables”. Los que antes eran enemigos de Dios han alcanzado la misericordia divina y quienes debían ser fieles ahora desobedecen. “Porque Dios ha encerrado a todos en la desobediencia para apiadarse de todos”. Todos pecaron, judíos y paganos, y todos se hacen dignos de la misericordia de Dios acogiendo a Jesucristo.

                El evangelio de hoy es muy especial. No cabe dudas que San Mateo recuerda la enseñanza de Jesús ante una comunidad cristiana que poco a poco, a medida que pasa el fervor primero y el entusiasmo, va entrando en la dinámica del encierro, del pequeño círculo de los conocidos, olvidando su misión que rompe los límites. De este movimiento podemos encontrar muchísimos ejemplos en nuestra Iglesia. La provocación que hace el evangelio de esta mujer cananea es muy  importante para nuestra revisión de vida, con tal que dejemos que la Palabra de Jesús nos interpele, nos despierte y nos impulse.

                Ya es significativo que Jesús abandone “su tierra”, su país y viaje a Tiro y Sidón, tierra extranjera. En la concepción judía existen los judíos, pueblo escogido, y los otros pueblos, los paganos o gentiles. Se creía que los primeros eran puros y los otros impuros. No deja de ser llamativo que este relato se sitúe inmediatamente después de la polémica acerca de la pureza. Jesús declara: “No contamina al hombre lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella; eso es lo que realmente contamina al hombre”. “Y lo que sale por la boca, dice Jesús, brota del corazón; y eso sí que contamina al hombre”. Los fariseos creen que lo que contamina o hace impuro son las cosas, los contactos con personas o cosas impuras, y entre los impuros están los paganos.

                Jesús rompe esquemas. Lo hace con pedagogía, con tino. Acepta ser interceptado por los gritos de una mujer cananea y que para los de su raza era considera impura. Si fijamos la atención en la mujer pagana, su modo de dirigirse a Jesús es como si fuera cristiana: “¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! Mi hija está atormentada por un demonio”. Su grito es un reconocimiento de la persona de Jesús y una afirmación que Jesús puede  hacer algo por su necesidad que la aflige.

                Jesús muestra su maestría. A primera vista no parece interesarse, lo que también es una enseñanza para la mujer. “Él no respondió una palabra”. Para un violento que cree que tienen darle lo que pide de inmediato, una actitud así sería motivo de improperios y muchísima rabia. La mujer cananea, no está en esta parada.

                Intervienen los discípulos. Su ruego puede ser interpretado como una mediación ante Jesús y como un malestar que les provoca la mujer y sus gritos. “Señor, atiéndela, para que no siga gritando detrás de nosotros”. No es primera vez que los discípulos reaccionan así. Recordamos el caso de los niños o la multitud en descampado y la multiplicación de los panes.

                Una prueba dura. Jesús conduce a la mujer hasta el extremo de su posibilidad. La respuesta del Señor es difícil, no cabe dudas. “¡He sido enviado solamente a las ovejas perdidas de la Casa de Israel!” Es una respuesta tajante y verdadera. No es una excusa ni una forma de salir al paso.

                La mujer persevera y llega hasta el extremo de un acto de fe como adhesión total a la persona de Jesús. “Se acercó y se postró ante él. ¡Señor, ayúdame! La humildad verdadera lleva a abrir y mantener abierta la puerta del encuentro con el otro, en este caso con el Señor. “Es verdad, Señor; pero también los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus dueños” es el honesto y auténtico comentario que hace esta mujer pagana ante Jesús. Muestra una rectitud interior, un amor a la verdad, una verdadera actitud que nace de su corazón.

                “Mujer, ¡qué fe tan grande tienes! Que se cumplan tus deseos”. Es la respuesta maravillosa que brotan de los labios de Jesús. Valía la pena seguirle la pista a este relato por su sencilla trasparencia y por su enseñanza perenne para todos los tiempos de la Iglesia y su relación con el mundo.

                Que el Señor nos aumente la fe en Él y en el prójimo, nuestro  hermano y hermana.                   Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

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