Comentario Religioso del Evangelio. Domingo 26º durante el año
Provincia Mercedaria
de Chile

Comentario Religioso del Evangelio. Domingo 26º durante el año

Domingo 28 de Septiembre, 2014

 
El evangelio de San Mateo nos ofrece la parábola de los dos hijos que se inicia con la pregunta de Jesús “¿qué les parece?” Es probable que la gente haya indicado como el hijo correcto el segundo que parece más dispuesto a hacer lo que el padre le indica; en cambio el primero fue un poco descomedido o falto de respeto con su padre. Jesús cambia la pregunta: “¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?”

DOMINGO 26° DURANTE EL AÑO

Mes de la Biblia – Mes de la Virgen de la Merced – Mes de la Patria

Día de la Oración por Chile

Textos

Ez 18, 25 – 28     Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá”

Sal 24                     Acuérdate, Señor, de tu compasión

Flp 2, 1 – 11        “Se anonadó a si mismo, tomando la condición de servidor”

Mt 21,  28-32     “¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre”

 

La Oración por Chile se prevé para el último domingo del Mes de la Patria y expresa el profundo sentido cristiano respecto a las realidades humanas como el valor cívico del amor y respeto a la Patria. Para el cristiano nada queda fuera del ámbito de la salvación que Dios ha obrado en su Hijo Jesucristo y cuya acción redentora se prolonga en la historia humana a través del pueblo de Dios, la Iglesia de Jesucristo. Todo lo auténticamente humano repercute en el corazón de la Iglesia madre y por eso no le es indiferente la organización humana de la sociedad civil ni los valores con los que edifica su convivencia. Por el contrario, la Iglesia a través de sus pastores y fieles contribuyen permanentemente en la construcción de una sociedad mejor, más fraterna, solidaria y humana, sin dejar de anunciarle el Evangelio de Cristo. Oremos, pues, por este Chile que necesita del evangelio para ser una patria mejor para todos.

Y junto con María, la Madre de Cristo y madre de la Iglesia, abramos nuestro corazón para acoger el mensaje que este domingo nos comunica el Señor. Pidamos la fuerza del Espíritu Santo para que no nos quedemos sólo en buenas intenciones sino que demos el paso de una conversión verdadera, objetivo fundamental de una vida propiamente cristiana.

La primera lectura, tomada del profeta Ezequiel, nos hace una excelente invitación. El texto de hoy está tomado del capítulo 18 de su libro y éste se refiere a la responsabilidad personal que cada uno tiene ante el bien y ante el mal que hace o deja de hacer. El profeta rechaza el dicho muy arraigado en Israel: los hijos pagan los errores de sus padres o las generaciones presentes pagan las culpas y los pecados de la generación pasada. Esto arroja un cierto fatalismo al considerar que hay que pagar los platos rotos por otros. La doctrina que el profeta nos comunica es muy importante para el desarrollo de la conciencia personal. En realidad nada está asegurado: ni el justo en su buen obrar ni el malvado en su mal camino. El justo puede apartarse del buen camino y hacer el mal y si muere se pierde aunque haya vivido toda una vida haciendo el bien. Pero también, el malvado que ha vivido en el mal camino, si se convierte vivirá. Cada uno es responsable de su vida, buena o mala. La responsabilidad personal es un valor moral que emerge de la libertad humana. El hombre libre es responsable de sus actos, es decir, es capaz de dar la cara y no se esconder tras la mentira o la negación de lo que ha hecho. ¡Qué importante recordar este aspecto central de la conducta moral del cristiano y de todo hombre! Cuando se esconde la mano con que se tiró la piedra y se culpa a los demás, estamos ante una persona inmadura, irresponsable e inconsciente. Y de estos hay demasiado hoy.

La segunda lectura es una joyita de la cristología primitiva. San Pablo, tomando un antiguo himno de la comunidad primitiva cristiana, invita a los cristianos de Filipos a “tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús” con el fin que puedan vivir el amor cristiano fraterno donde sobresale la humildad. Y un ejemplo de humildad y de amor verdadero es la vida de Jesús. El himno debiera producirnos una emoción especial: con él adoraban los cristianos de la primera generación la persona de Jesucristo y nosotros, a veinte siglos de distancia, podemos entrar en comunión con ellos y también adorar a nuestro Redentor, contemplando su misterio de humillación o anonadamiento o kénosis. En efecto, Cristo para redimirnos del pecado, hizo un camino de desprendimiento increíble: siendo Dios se hizo hombre. Las expresiones: “se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres, se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” expresan el hondo misterio de la encarnación del Hijo de Dios en las purísimas extrañas de la Virgen María. Cristo no nos redimió desde la distancia majestuosa del cielo; por el contrario, se mezcló con nuestro barro, nuestro humus, nuestro polvo y se metió tan adentro de nuestra realidad humana que fue como uno de nosotros, en todo semejante a nosotros menos en el pecado. Si miramos el ejemplo de Jesús no tendremos miedo de reconocer nuestra condición humana miserable y sucia. Él nos redimió asumiendo la misma naturaleza de pecado, sin tener pecado. Meditemos este misterio sobrecogedor y que esto nos ayude a vencer tanta soberbia, orgullo, vanidad  y estupidez mundana que nos impiden la verdadera experiencia de fraternidad humilde y sencilla.

El evangelio de San Mateo nos ofrece la parábola de los dos hijos que se inicia con la pregunta de Jesús “¿qué les parece?” Es probable que la gente haya indicado como el hijo correcto el segundo que parece más dispuesto a hacer lo que el padre le indica; en cambio el primero fue un poco descomedido o falto de respeto con su padre. Jesús cambia la pregunta: “¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?” Y desde esta perspectiva, todos respondieron que el primero de los hijos efectivamente hizo lo que el padre le mandó. Porque lo que realmente importa en el interior de la persona y no las apariencias externas. Y el mensaje resulta nítido: el que honra a Dios no es el que observa unos ritos externos sino el que hace o cumple su voluntad. No siempre cumplir la voluntad de Dios es fácil; muchas veces es muy difícil aunque no imposible. Podemos estar de acuerdo que una gran mayoría de cristianos promete y ofrece muchísimo al Señor, sobre todo en los momentos de apuro, pero no están dispuestos ni a mover un dedo por hacer su santa voluntad. La Iglesia está llena de cristianos de los labios para afuera pero su corazón, su interior, está lleno de faltas de fe, de confianza, de compromiso. ¿Con cuál de estos dos hijos te identificas? ¿a cuál de ellos te pareces más? Santa Teresa de Ávila decía que el infierno está lleno de buenas intenciones, es decir, deseos que nunca germinan en actos de bien para los demás ni para Dios. Son vidas vacías, aunque como dice el Papa Francisco, no dejan de rezar mucho y tampoco dejan de asistir a misa. El tema es cómo cumplimos la voluntad de Dios en nuestra vida diaria. Jesús declaró dichosos a los que escuchan la palabra y la ponen en práctica. El cristiano puede parecerse a aquella higuera del evangelio cuando Jesús buscó  frutos y sólo encontró hojas. Y un cristiano se le reconoce no tanto por lo dice o conoce cuando por la manera como vive, comparte, sufre, trabaja, ora, etc. Por sus frutos los conoceréis, es decir, por su compromiso en serio con el Señor, con la Iglesia, con el evangelio, con el prójimo, con la justicia, etc. Una persona sin compromiso es como un astro sin luz.

Pidamos a Nuestra Madre de la Merced que nos ayude a realizar la voluntad de Dios en nuestra vida pero para ello hay buscarla cada día. Un saludo fraterno. Fr. Carlos A. Espinoza I.

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