Domingo 02 de noviembre 2014
CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS
Textos
Apoc 21, 1-7 “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva”
Sal 26 El Señor es mi luz y mi salvación
1Cor 15, 20 – 23“Así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo”
Lc 24, 1 – 8 “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?”
“La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos oraciones, pues es una idea santa y provechosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados(2Mac 12, 46)(LG 50).
La conmemoración de todos los fieles difuntos nos invita a vivir anticipadamente esta experiencia de liberación a la luz de la misma experiencia de Cristo como también el misterio de la muerte como una victoria y no simplemente como el amargo y angustioso drama del fin de nuestra existencia terrena.
Contemplemos estas realidades bajo la luz de la Palabra de Dios que viene a nuestro encuentro en esta fecha especial cuando recordamos nuestros seres queridos, oramos por su eterna bienaventuranza y volvemos a mirar sus sepulturas donde están los restos mortales esperando la resurrección final. ¿Qué nos dice la Palabra de Dios en esta coyuntura de nuestra existencia?
La primera lectura, sacada del Apocalipsis, nos pone ante el mundo nuevo que Dios recrea después de la desaparición del mundo antiguo. “Mira, yo hago nuevas todas las cosas”, dice Dios desde su trono de gloria y esplendor. Es la conclusión del juicio a la gran prostituta, la ciudad pecadora, la que sedujo a los pueblos y hombres llevándolos por el camino del mal. Por eso, a semejanza del acto creador de Dios del Génesis, también Dios crea “un cielo nuevo y una nueva tierra”, es decir, Dios hace una nueva creación, una nueva humanidad, congregada en su Iglesia. Los orígenes de esta nueva creación son divinos, no son fruto de estrategias humanas. La imagen de la novia regiamente vestida con que es presentada la Nueva Jerusalén del cielo sirve para contraponerla a la gran prostituta del capítulo 17, la ciudad pecadora. Es la Esposa del Cordero, la Iglesia redimida por el Cordero la que finalmente logra la victoria. En el reinado del Cordero, el vencedor, el principio y fin de todas las cosas, todo es renovado por su amor que transforma. En su Iglesia, Esposa del Cordero, estará Dios entre los hombres. Se logra por fin la realidad prometida: “.. ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos”. Y una nueva creación supone la superación definitiva del dolor: “Ya no habrá muerte ni pena ni llanto ni dolor. Todo lo antiguo ha pasado”. Dios “les secará las lágrimas de los ojos”. Dios hará sentir su presencia benefactora entre los hombres. Es el sueño de Dios para nuestra humanidad tan golpeada por el pecado y la muerte, los dos grandes enemigos de nuestra felicidad.
La segunda lectura, tomada de la primera carta a los Corintios del famoso capítulo 15 dedicado a la resurrección de Cristo y por ende a nuestra resurrección final, nos recuerda la verdad central de nuestra fe, la resurrección de Cristo. La salvación es un evento comunitario como solidaria es la desgracia de todos en la desobediencia al Creador. Por un hombre vino la muerte al mundo y por un hombre nos llega la resurrección, a saber por Adán y por Cristo. El primero en resucitar es Cristo y luego los que le han aceptado mediante la fe como Salvador pero “cuando Él vuelva” por segunda vez en gloria y poder a juzgar nuestras vidas y nuestra historia. Es la clave de nuestra esperanza cristiana.
El evangelio de hoy de San Lucas 24, 1-8 nos permite contemplar al Resucitado. La resurrección de Jesús aparece en los cuatro evangelios pero en ninguno de ellos se nos describe el momento preciso en que ello acontece ni el modo cómo esto aconteció; simplemente nos comunican que Jesús es el Resucitado. Así la resurrección de Cristo y la nuestra ya no pertenecen a la historia presente ni son parte de una crónica. Sólo la fe nos permite ir más allá de las circunstancias concretas y penetrar en el mundo nuevo que Jesús anunció y que Él es el primero en vivir.
El relato del evangelio de este domingo tiene dos momentos interesantes: la constatación del sepulcro vacío que descubren las mujeres dispuestas a encontrar el cadáver de Jesús para lo cual llevan los perfumes preparados. Este hecho produce en ellas desconcierto pero el sepulcro vacío no les lleva a la fe en el Resucitado. La segunda imagen es la de los dos personajes vestidos de blanco, resplandecientes, expresión de su carácter divino y no terreno, quienes sí transmiten el mensaje del Resucitado: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado”.
La consecuencia de este anuncio es que las mujeres ya no le buscan materialmente hablando y no le siguen como antes de su resurrección. Deben acoger una forma nueva de servirle como es el anuncio de su resurrección. Son invitadas a recordar entonces sus palabras: “Recuerden lo que les dijo cuando todavía estaba en Galilea: El Hijo del Hombre tiene que ser entregado a los pecadores y será crucificado; y al tercer día resucitará”. Ellas, las buscadoras matinales del cuerpo de Jesús en su sepulcro, hacen memoria de sus palabras y dejando atrás el sepulcro se ponen en camino para encontrarse con los Once y todos los demás discípulos del Resucitado. Inician así su nueva misión: deben anunciar lo que los mensajeros de Dios les han comunicado y recordado.
¿Qué mensaje nos deja este evangelio en el día de la conmemoración de todos los fieles difuntos? Como las mujeres podemos ir al cementerio creyendo que poner unas flores y hacer un recuerdo de nuestros seres queridos difuntos es cumplir el rito correspondiente a este día. Necesitamos abrir nuestro corazón a la Palabra de Dios para recordar las promesas de vida y vida nueva y eterna que nos hace Jesús. Nuestro recuerdo se hace plegaria confiada al Padre Dios y expresión sincera del amor que nos une a quienes ya no están con nosotros, vínculo que la muerte no tiene poder para destruir. Como las mujeres debemos volver a emprender el camino del Resucitado que nos manda a anunciar la buena nueva de la Vida Eterna a todos. Para nosotros, el sepulcro es sólo un paso a la vida y lo verdaderamente importante no está en el cementerio sino en el Cielo, en el Reino de la Vida Bienaventurada que también nosotros queremos alcanzar.
Un saludo y mucha paz. Fr. Carlos A. Espinoza Ibacache, O. de M