COMENTARIO RELIGIOSO
SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
Los primeros testimonios del culto a los santos nos remiten a la celebración del dies natalis de los mártires, es decir, al día de su martirio, motivo de una memoria especial. Esto se comprende por la gran admiración que despertaba el ejemplo heroico de un cristiano que era capaz de morir por causa de su fe cristiana, sobre todo, en los primeros siglos de cruentas persecuciones contra los cristianos.
A la memoria de los mártires se añadió la de algunos santos, siendo los primeros los confesores, es decir, los penitentes del desierto y los obispos santos quienes testificaban la fe ya no con el martirio sino con una vida de entrega y servicio a Dios admirables. Le siguieron las vírgenes ya que su vida de entrega y lucha por el amor virginal consagrado a Cristo era equiparada al martirio. Junto a las vírgenes fueron situadas las viudas quienes ofrecen el testimonio de una vida de entera dedicación a Cristo y a los demás. Finalmente se extendió la memoria de los santos a los obispos, pastores, papas, todos ellos como fieles testigos de la fe al modo de los mártires. Completan el admirable coro de los santos los fundadores y fundadoras de órdenes y congregaciones, los misioneros, los esposos, hombres y mujeres laicos.
El culto a los santos se propagó entre los siglos IV y VIII, bastante unido a la afanosa búsqueda de reliquias de los mismos. Como fruto de la reforma gregoriana, a finales del siglo XI, el calendario se aumenta con santos Papas y mártires romanos. Entre los siglos XII – XIII hay nueva incorporación de santos como San Francisco de Asís, Sto. Domingo de Guzmán, Antonio de Padua, etc. Estos santos reciben veneración inmediatamente después de su muerte. En los siglos siguientes siguieron aumentando las listas de hombres y mujeres ejemplares por su santidad. Fue necesario que los Papas S. Pío X y Pío XII propusieran la revisión del calendario litúrgico, cosa que aconteció después del Concilio Vaticano II, en 1969, año en que se promulgó el nuevo calendario litúrgico.
El Concilio Vaticano II en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia dice: “Para que las fiestas de los santos no prevalezcan sobre los misterios de la salvación, déjese la celebración de muchos de ellos a las iglesias particulares, naciones o familias religiosas, extendiendo a toda la Iglesia sólo aquellos que recuerden a santos de importancia realmente universal” (SC, 111). Este es el criterio que rige el actual Calendario Romano.
¿Por qué el culto a los santos? Primero, porque los santos manifiestan mejor que nadie que el hombre ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza y ninguno otro proclama con mayor fuerza y autenticidad el amor que Dios ha derramado sobre nosotros. Los santos son los mejores pregoneros de la gloria de Dios. Los santos han sabido unir el amor a Dios y al prójimo de modo ejemplar. Nos ofrecen formas concretas de vivir el Evangelio y son modelos de virtudes cristianas fundamentales. Nos muestran la diversidad de edades: hay niños santos, jóvenes, adultos, ancianos, de ambos sexos que han logrado la santidad de vida. Pero también diversidad de estados de vida: célibes, casados, consagrados, sacerdotes, obispos, papas, laicos. Tampoco la santidad es exclusiva de alguna raza o pueblo o condición social. La santidad está floreciendo en el variado campo de la Iglesia. Hombres y mujeres de todas partes caminan por las sendas del evangelio de una manera que es ejemplar y auténtica. La santidad es vocación universal.
La palabra de Dios para este día de Todos los Santos es muy hermosa, alentadora y alegre, tres notas de la santidad cristiana. Veamos brevemente.
La primera lectura, tomada del libro de la Apocalipsis 7, 2-4. 9-14, es el último libro de la Biblia, se refiere a los que se salvan. Antes de la destrucción de la naturaleza con la que se acaba la humanidad, es necesario sellar o poner el sello en la frente a los servidores de nuestro Dios. Se trata de identificar a los que se salvan. Son sellados 144 mil de las tribus de Israel. Como es lógico esta cifra no es real sino simbólica. Recordemos que este libro usa símbolos para expresar la realidad definitiva de Dios con la humanidad. La cifra resulta de la multiplicación de las 12 tribus de Israel por los doce apóstoles del Cordero y por mil. Es la manera de señalar que estamos ante una multitud enorme que supera las matemáticas. Están sellados, visten túnicas blancas y palmas en sus manos. El mensaje es elocuente: Dios acepta a todos los pueblos, razas y lenguas, una muchedumbre incontable para su servicio (Están delante del trono de Dios y del Cordero). Resaltan los mártires porque han compartido la muerte y el sacrificio de Cristo y están limpios ante Dios. Así se nos presente el final de la historia humana.
El evangelio de San Mateo 4, 25 a 5, 12 es el corazón del Sermón de la Montaña o las bienaventuranzas evangélicas que nos ayuda a comprender el programa de vida que hombres y mujeres, a los largo de la historia, han vivido con perseverancia y fortaleza. Notemos que el Evangelio de las dichas o bienaventuranzas se da en un clima humano especial: “Le seguía una gran multitud de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania”. Este detalle es muy importante y se vuelve a reiterar: “Al ver a la multitud, subió al monte”. Es que la felicidad no es conquista de unos pocos elegidos y selectos; es patrimonio ofrecido por el Señor para toda persona de buena voluntad que se abra y acoja la Buena Noticia. La enseñanza está revestida de solemnidad y simbolismo: “Se sentó y se le acercaron los discípulos”. Jesús como Nuevo Moisés enseña desde una cátedra, rodeado de los suyos, desde el nuevo Sinaí donde no se proclama una nueva Ley sino una Buena Noticia para todos. Cuando está todo previsto dice el texto: “Tomó la palabra y comenzó a enseñarles”. Estamos en la cumbre de la divina revelación. Todos los siglos esperaron este momento único en la historia humana y espiritual. “Hoy se cumple esta palabra”, había dicho Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. En esta maravillosa realidad del sermón de la montaña Jesús está proponiendo su “programa del Reino”, el de las bienaventuranzas. Hoy contemplamos en los santos y santas del pueblo de Dios la marcha elocuente de esta Buena Noticia. Siempre Jesús nos enseña porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida.
Disfrutemos de este día de Todos los Santos. Hasta pronto. Fr. Carlos A. Espinoza I.