DOMINGO DE LA SOLEMNIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO,
REY DEL UNIVERSO
Textos:
Ez 34, 11-12.15-17 “Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar
Sal 22 El Señor es mi pastor, nada me puede faltar
1Cor 15, 20-26.28 “Cuando Cristo entregue el Reino a Dios, el Padre”
Mt 25, 31-46 “Todas las naciones serán reunidas en su presencia”
La Fiesta de Cristo, Rey del Universo fue introducida por el Papa Pío XI en 1925 con ocasión del aniversario del primer Concilio de Nicea. Con ella pretendía afirmar la soberanía de Cristo sobre los hombres y las instituciones frente al avance del ateísmo y la secularización en la sociedad. El calendario litúrgico renovado en el Concilio Vaticano II sitúa esta fiesta en el último domingo del tiempo ordinario en el que se subraya la dimensión escatológica de la vida cristiana expresada en la elección del evangelio de Mt 25, 31 – 46, el juicio definitivo que Cristo realizará en su segunda venida. Es adecuado reafirmar el reinado del Cristo Glorioso tanto en el universo como en la vida cristiana. En el ciclo A de las lecturas se presenta a Cristo como Pastor y como Juez como lo veremos.
La primera lectura de Ez 34 resalta algunos versículos ya que todo el capítulo se refiere a los pastores de Israel. El profeta señala que los males que afligen a Israel son responsabilidad de sus dirigentes, a saber, reyes, sacerdotes, escribas. La afirmación central está en el versículo 1: “¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No son las ovejas lo que tienen que apacentar los pastores?” Los pastores sacan provecho de sus ovejas gordas y olvidan las más necesitadas o débiles. Lo que Dios denuncia por sus profetas es el abandono en que han quedado las ovejas de Israel y entonces Dios toma la iniciativa: “Yo mismo en persona buscaré mis ovejas siguiendo su rastro”. No sólo esto hará Dios con su pueblo: “Y las libraré sacándolas de todos los lugares”. Dios mismo será el único pastor de su pueblo y asumirá el oficio que los antiguos pastores no cumplieron. ¿Qué hará? Fijémonos en los cuidados que Dios hará con su pueblo: “Buscaré las ovejas perdidas, recogeré las descarriadas, vendaré a las heridas, sanaré a las enfermas, guardaré y apacentaré a las gordas y fuertes como es debido”. Y finalmente: “Voy a juzgar entre oveja y oveja, ¡entre carneros y chivos! No podemos dejar de recordar los anuncios y acciones de Jesús el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Dejemos que este mensaje nos interpele en nuestra vida cristiana, sobre todo, para quienes tenemos alguna tarea o servicio pastoral en nuestras comunidades.
El salmo 23(22) sirve este domingo de respuesta agradecida al Señor, Pastor de su pueblo, salmo forjado en la experiencia histórica de Israel liberado de Egipto o del exilio babilónico en retorno a la tierra prometida. En medio de estas dos experiencias históricas dolorosas, la esclavitud en Egipto y el exilio en Babilonia, Dios actúa como pastor que abre camino frente al rebaño. Meditemos esta obra poética de bello contenido espiritual y revelador de una grande confianza en el Señor.
La segunda lectura tomada de 1Cor 15, 20-26.28. Este extenso capítulo 15 está dedicado a la resurrección de los muertos, que tiene como verdad central la realidad de Cristo Resucitado. Algunos cristianos de Corinto niegan que los muertos resuciten. Se toca un aspecto central de la fe cristiana que el Apóstol defenderá con firmeza porque si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe, y sus pecados no han sido perdonados, llega a decir. La segunda lectura tiene un sentido escatológico porque nos sitúa ante el horizonte de lo definitivo, más allá de nuestro tiempo. Y San Pablo nos ayuda a descubrir las etapas de este camino hacia la eternidad. Todo parte de la resurrección de Cristo que es ya una realidad que anima la vida del cristiano y de la Iglesia. Dice el apóstol: “Cristo ha resucitado de entre los muertos y resucitó como primer fruto ofrecido a Dios…” Todo se basa en esta realidad nueva que nadie pudo imaginar. El Resucitado es el Señor, el Vencedor de la muerte a la que Adán, el primer hombre, nos arrastró. Ahora, en la plenitud de los tiempos, Cristo Vivo arrastra tras sí a la humanidad entera y la renueva con su Espíritu. La segunda etapa es la resurrección universal la que sucederá cuando Cristo vuelva. Así dice San Pablo: “Cada uno en su turno: el primero es Cristo, después, cuando él vuelva, los cristianos”. No sabemos el día ni la hora de esta vuelta o retorno del Cristo Resucitado. Vendrá revestido de gloria y poder y juzgará la historia de los hombres en el gran juicio universal. Resucitaremos para la vida eterna o la eterna condenación. El veredicto no será parcial sino que nuestra vida presente nos conducirá al cielo o la eterna condenación. Mientras esa Venida no suceda los cristianos debemos vivir sobriamente, vigilantes y despiertos, preparados y dispuestos a acoger al Señor en su segunda venida. Y la tercera etapa de la vida eterna está constituida por el sometimiento de todos los poderes hostiles a Dios. Dice el apóstol: “Luego vendrá el fin, cuando entregue el reino a Dios Padre y termine con todo principado, autoridad y poder.. Cuando el universo le quede sometido, también el Hijo se someterá al que le sometió todo, y así Dios será todo para todos”. La resurrección no se limita a una experiencia individual sino que abraza a la descendencia de Adán y al universo entero. Así todo queda sometido al reino único de Dios Padre. Es el tema de la escatología cristiana que prevé una restauración universal en Dios y su soberanía por Cristo en su misterio pascual.
El evangelio de Mt 25, 31 – 46 nos sitúa ante el juicio de Dios de las naciones. La teología distingue el juicio particular, que vive un cristiano inmediatamente después de su muerte, y el juicio universal, la comparecencia de todas las naciones ante el tribunal de Dios. Ya el domingo pasado a través de la parábola de los talentos, el Señor nos advierte que nuestra vida queda puesta ante un juicio. Lo que recibimos y administramos aquí debe ser juzgado ante Dios que nos da todo para ser felices, solidarios, justos, fraternos, constructores de su Reino en el “aquí y ahora” de nuestra vida terrena.
Al escuchar este evangelio de hoy podemos comprenderlo como si se tratara de la descripción de los acontecimientos finales de la historia humana; pero es mejor comprenderlo como una advertencia dirigida a los cristianos del mundo entero y de todos los tiempos: hay que prepararse adecuadamente para acceder al Reino de Dios y así alcanzar la corona de gloria que estamos llamados a conquistar. En realidad poco sirve saber los detalles del final de nuestra historia; puede satisfacer la humana curiosidad pero nada más. Por el contrario, lo que el evangelio nos pide es estar preparados con la práctica de las obras de misericordia, todas relacionadas con nuestra actitud y compromiso frente al prójimo. Es, por lo tanto, un llamado potente a examinarnos y a reemprender el camino del amor fraterno concreto. Tenemos la ocasión de hacernos un examen de conciencia acerca de esta práctica del amor al prójimo tal como nos la propone Jesús en el Evangelio.
Podemos resaltar también en este evangelio la centralidad y referencia absoluta a la persona de Jesucristo, el Hijo del Hombre, que ha compartido con nosotros nuestra manera humana de vivir y nos ha abierto las puertas de la resurrección con su propia victoria sobre la muerte. Jesús, Redentor del hombre, tiene derecho a exigirnos todo porque Él nada se dejó para sí; todo lo hizo por nosotros.
Finalmente, el evangelio de hoy nos señala que el actuar con misericordia no es exclusivo de los creyentes. Muchos hacen el bien a su prójimo sin conocer a Cristo; será una sorpresa inmensa descubrir esa verdad en el juicio de Cristo; pero también, puede acontecer que los mismos creyentes no hayan reconocido al prójimo necesitado y no hayan tendido la mano de la misericordia. Este evangelio nos provoca a todos una sana inquietud: ¿estoy haciendo lo que el Señor tantas veces me ha inculcado en sus palabras y en sus obras?
Que el Señor nos bendiga. Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.