Comentario religioso del Evangelio. Domingo 1º de Adviento.
Provincia Mercedaria
de Chile

Comentario religioso del Evangelio. Domingo 1º de Adviento.

Domingo 30 de Noviembre, 2014

 
"Adviento es el tiempo fuerte de la esperanza cristiana. Esto queda fuertemente reforzado en las primeras semanas al ponernos ante la parusía final, la segunda Venida de Cristo para juzgar la historia humana. A partir del 17 de diciembre la esperanza se orienta hacia la celebración del Nacimiento histórico de Cristo, que se actualiza sacramentalmente en la liturgia de la fiesta de Navidad".

DOMINGO 1° DE ADVIENTO – AÑO LITÚRGICO 2015 – CICLO B

Textos

Is 63, 16-17.19; 64, 2-7   “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes!”

Sal 79    Restáuranos, Señor del universo

1Cor 1, 3-9 “Mientras esperan la revelación de Nuestro Señor Jesucristo”

Mc 13,33-37 “Tengan cuidado y estén prevenidos”

                Iniciamos un nuevo Año Litúrgico que el Concilio Vaticano II definió así: “La santa Madre Iglesia considera que es su deber celebrar la obra de salvación de su divino Esposo con un sagrado recuerdo, en días determinados a lo largo del año. Cada semana, en el día que llamó “del Señor”, conmemora su resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el ciclo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y el Nacimiento hasta la Ascensión, el día de Pentecostés y la expectativa de la feliz esperanza y venida del Señor”(Constitución “Sacrosanctum Concilium” 102).

                Si bien el centro del Año Litúrgico es la conmemoración de los misterios de la redención que Jesucristo nos ha obtenido, no es menor la presencia de la Virgen María. Al respecto dice el Concilio: “En la celebración de este ciclo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con especial amor a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con un vínculo indisoluble a la obra salvadora de su Hijo; en ella mira y exalta el fruto excelente de la redención y contempla con gozo, como en una imagen purísima, aquello que ella misma, toda entera, desea y espera ser”(SC 103).

                En efecto, María, Nuestra Madre, es una de las figuras centrales del Adviento y de la Navidad. El Hijo de Dios habita en medio de nosotros gracias a la mujer que acogió, en fe y obediencia, el proyecto de Dios que quiso salvarnos a través de su Hijo humanado.

                Adviento es uno de los elementos más tardíos del año litúrgico siendo el primero el Ciclo Pascual. Es el siglo IV que se inician la fiesta de Navidad fijada en occidente el 25 de diciembre para sustituir la fiesta pagana del “sol naciente” que se celebraba en esta fecha. En Oriente, se establece el 6 de enero como fiesta de la Epifanía por ser ese día en que los paganos honraban en aquellos lugares al “dios sol”. A finales del siglo IV se organiza un tiempo de preparación que recibe el nombre de Adviento, lo que prácticamente se mantiene hasta hoy.

                Adviento es el tiempo fuerte de la esperanza cristiana. Esto queda fuertemente reforzado en las primeras semanas al ponernos ante la parusía final, la segunda Venida de Cristo para juzgar la historia humana. A partir del 17 de diciembre la esperanza se orienta hacia la celebración del Nacimiento histórico de Cristo, que se actualiza sacramentalmente en la liturgia de la fiesta de Navidad.

                Pasemos a dejarnos interpelar por la Palabra de Dios, siempre abundante y rica en contenidos para nutrir la fe, la esperanza y la caridad. Junto con María dispongámonos a escuchar al Señor que nos habla a través de su divina palabra.

                La primera lectura está tomada del profeta Isaías, del llamado “Tercer Isaías” últimos capítulos del libro capítulos 56 – 66. El autor invita a mantener la esperanza en el Señor a pesar del desencanto que domina en los retornados desde el destierro, ya que las maravillosas promesas  se esfuman ante la realidad. En esta perspectiva hay que leer esta primera lectura de hoy. Saben que Dios es padre y redentor del pueblo pero esta certeza choca violentamente con la realidad del pecado: “¿Por qué, Señor, nos desvías de tus caminos y endureces nuestros corazones para que dejen de temerte?”,se preguntan casi culpando a Dios de la situación que viven. La clave está en la petición que dirigen a Dios: “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes!” Es el grito que surge del ser humano en peligro e impotente ante la cruda realidad del mal. ¡Cómo quisiéramos que Dios intervenga para arreglar nuestro caos que sembramos obstinadamente! Lo único que cabe es reconocer nuestra responsabilidad ante el mal que nos invade y reconocer que Dios puede salvarnos. Examinemos nuestra manera de relacionarnos con Dios ante la realidad caótica que edificamos con nuestras equivocadas decisiones. Es lo más urgente si queremos entrar en la salvación auténtica.

                La segunda lectura nos ofrece una parte de la introducción a la carta que dirige San Pablo a los fieles de Corinto. El tono es de saludo y acción de gracias. Fijémonos en un detalle importante: el nombre de Jesucristo aparece casi en cada versículo de esta introducción. Así se manifiesta que Jesucristo es el centro de nuestra vida cristiana y que la relación que con Él se establezca califica nuestra vida. La hace verdaderamente “cristiana”. De la calidad de nuestra amistad y comunión con Cristo depende todo hasta mantenerse firmes hasta el final. Recordamos las palabras de Jesús cuando dice que sin Él nada podemos hacer. Es muy oportuno que el Apóstol nos recuerde algo que olvidamos con frecuencia: “Porque Dios es fiel y Él los llamó a la comunión con su Hijo, Jesucristo Señor nuestro”. La fidelidad está en tela de juicio, no se cree en ella ni se trabaja por sostenerla a lo largo de la vida. Sin embargo, la fidelidad de Dios y la nuestra van de la mano. Cuidemos nuestra fidelidad a Cristo y nuestra fidelidad al estado de vida que hemos optado por voluntad de Dios.

                El evangelio de San Marcos en su capítulo 13 tiene la particularidad de ser el “discurso escatológico” en el cual Jesús, usando un lenguaje profético – apocalíptico y con la mirada puesta en el presente de la misión evangelizadora y en el final de la historia, pretende alentar la fidelidad de los discípulos en la hora en que se aproxima su muerte. ¿En qué pondremos la atención al leer este texto? Somos inclinados a lo tétrico y tenebroso más que a la esperanza y al optimismo acerca del mundo nuevo que emerge aunque sus signos sean patéticos y oscuros. ¿Cuál es el mensaje? Es la invitación a estar atentos y despiertos ya que no conocemos el día ni la hora en que vendrá Cristo en su Parusía. Lo presenta a través de la parábola de los servidores fieles que aguardan  día y noche la llegada de su señor. Todos los discípulos son invitados a estar prevenidos. Es la manera de evitar que nos sorprenda dormidos y desprevenidos. Hay tantas cosas que nos adormecen el alma, nos arrastra la corriente de la insensibilidad, nos sorprendemos haciendo lo que desagrada al Señor. O despiertos o dormidos, la realidad en que vivimos nos reclama una espiritualidad de ojos abiertos, de discernimiento atento y prologado, de  ejercicio de la libertad que Cristo nos conquistó. ¡Tanta gente dormida que ya no sabe para dónde dirige sus pasos! Aceptemos la voz de alerta que nos dirige Jesús en esta hora de nuestra vida.

                Un saludo fraterno. Con María despertemos. Fr. Carlos A. Espinoza I.

 

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