DOMINGO 2° DURANTE EL AÑO – 2015, AÑO DE SAN PEDRO NOLASCO
Textos
1Sam 3, 3-10.19 “Habla, Señor, porque tu servidor escucha”.
Sal 39 Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
1Cor 6, 13-15. 17-20 “El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor”.
Jn 1, 35 – 42 “Maestro, ¿dónde vives? Vengan y lo verán, les dijo”.
No cabe duda que la Palabra de Dios de este segundo domingo del tiempo ordinario podría resumirse en dos palabras muy significativas en el ámbito cristiano: llamada o vocación y seguimiento. Tanto en la lectura del Antiguo Testamento como en el Evangelio se destaca la gratuidad de la llamada: Dios llama al jovencito Samuel y Jesús llama a sus discípulos. Y, otro aspecto común a ambas lecturas es un personaje que señala la identidad del que llama: Elí, el anciano sacerdote del templo, que sabe que se trata de Dios que está llamando al inexperto Samuel; y Juan Bautista que declara la identidad de Jesús “Éste es el Cordero de Dios”. El salmo responsorial resume la respuesta del que es llamado: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”, y San Pablo da en el clavo al afirmar que la respuesta al Señor es con toda la persona incluido el cuerpo, pues el cristiano ya no se pertenece a sí mismo sino a Cristo que lo ha comprado a un gran precio como es la vida misma del Señor.
La primera lectura está tomada del primer libro de Samuel y se refiere a la vocación del joven Samuel, quien encarna un renacer de la vida religiosa en Israel en contraste con la decadencia religiosa personificada en los hijos de Elí, anciano sacerdote del templo que no tenía fuerzas para terminar con la corrupción de sus hijos que maltrataban al pueblo y abusaban de las mujeres. El relato de la vocación de Samuel deja al descubierto la dificultad de Elí para discernir la llamada de Dios. Tres veces se dirige el joven al anciano y sólo a la tercera reconoce que Dios lo llama. Y de ahí la indicación práctica: “Y si te llama alguien, dices: Habla, Señor, que tu servidor escucha”. Elí encarna la desorientación e incertidumbre que vive en ese momento el pueblo israelita. De aquí que el punto central del relato no lo ocupa ni Elí ni Samuel sino la Palabra de Dios que irrumpe, llena de fuerza, en medio de la oscuridad de la situación del pueblo escogido y en la vida de un jovencito. Y Samuel se dedicará con toda sus fuerzas y crecerá sirviendo al Señor y comunicando la Palabra de Dios. Dios elige con absoluta libertad a quien quiere y al llamarlo le encomienda una misión. Samuel buscará la voluntad de Dios por norte de su vida y misión profética. “Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse”.
La segunda lectura de la primera carta a los Corintios nos ofrece uno de los asuntos que no pasan nunca de moda y que hoy está tan vigente como en aquella comunidad cristiana de Corinto: la libertad sexual. Los cristianos de todos los tiempos no pueden dejar de plantearse el sentido y práctica de este aspecto tan gravitante en la vida humana como es la sexualidad. Los cristianos de Corinto tenían sus argumentos para defender su particular modo de vivir la sexualidad. “Todo me está permitido” decían interpretando muy mal la libertad que Cristo nos ha obtenido. El Apóstol comienza con una afirmación muy significativa para el bautizado: “El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo”. De este modo, nos ofrece una visión central de la antropología cristiana que rechaza una dicotomía o separación en la persona humana entre cuerpo y espíritu. Los corintios, cristianos como nosotros, pensaban que la sexualidad es una necesidad como tener hambre y comer, un aspecto de la persona éticamente neutra y sobre la cual cada uno ejerce un derecho de hacer con ella lo que crea conveniente. Es como el popular “sexo sin amor”, sexualidad sin norma ética. Constituye un grave error esa drástica separación de la unidad de la persona humana. Un espiritualismo falso que desdeñe o menosprecie el cuerpo y por tanto la sexualidad, reduciéndola a una pura necesidad biológica, no puede ser aceptado por un cristiano que acoge la unidad de cuerpo, alma y espíritu como una realidad de la persona redimida por la gracia del bautismo. Dios no sólo ha salvado el alma sino al hombre en su integridad. Esta unidad integradora incluye una valoración del cuerpo y de la sexualidad. Por lo tanto, la sexualidad debe ser vivida bajo la luz nueva del Evangelio y desde la condición del hombre nuevo cuyo modelo es Cristo. El pecado desintegra, separa lo que Dios creó para el bien del ser humano. La conversión incluye un cambio también en la manera de comprender y vivir la dimensión afectiva y sexual de toda persona. Daría para seguir reflexionando tan delicado aspecto de la existencia humana y cristiana.
Vamos al evangelio de San Juan. En este relato vocacional que nos ofrece el evangelista Juan es posible destacar algunos rasgos de toda vocación. La escena se sitúa en el espacio de una jornada que sigue al bautismo de Jesús: “Al día siguiente estaba Juan con dos de sus discípulos”. Es el momento que Jesús ya comienza su ministerio público y Juan da testimonio de Él diciendo: “Ahí está el Cordero de Dios”. Es un título muy importante en este evangelio y en los escritos joánicos. Con esta expresión se refiere a Jesús como el Siervo de Dios que redime con su muerte al pueblo o al Cordero pascual liberador o al Cordero vencedor del libro de la Apocalipsis. Jesús se entrega por el pecado del mundo como el cordero de la pascua judía. Jesús quita o borra el pecado asumiendo la condición humana y ofreciéndose voluntariamente en la cruz por todos. Jesús es el cordero expiatorio que ofrece su vida por amor y servicio gratuito por los pecadores.
“¿Qué buscan?” Toda vocación en la Iglesia, pueblo de Dios, es iniciativa de Jesús, el Señor Resucitado. Se trata de asimilar el modo de vida del Maestro, es un encuentro y un diálogo que Jesús abre y conduce. “Vengan y vean” es una estupenda invitación, inesperada para quienes sienten un impulso inicial de seguirlo. Jesús les abre las puertas de su vida concreta y ellos se quedaron con él aquella jornada. La vocación es invitación “para estar con Jesús y ser enviados por Él”, es decir, seguimos a una Persona que nos ama misteriosamente primero.
“Hemos encontrado al Mesías – que traducido significa Cristo”. El testimonio de quienes han compartido con Jesús y lo han reconocido como el Mesías esperado, conduce a otros al encuentro con el Maestro. Andrés le comenta a su hermano Simón y éste es acogido por Jesús e incluso le cambia el nombre: “Simón, hijo de Juan; te llamarás Cefas – que significa Pedro”. Y el cambio de nombre indica nueva misión que Jesús le encomienda. La fe en Jesús no puede quedar encerrada bajo siete llaves o esconderla. La fe hay que vivirla, comunicarla, hablar positivamente de nuestra vida con Cristo en su Iglesia. ¡Es bello seguir las huellas de Cristo!
El relato transmite un clima de alegría, de gozo contagioso. La fe auténtica en Jesús no puede ser vivida sino en alegría. Nadie puede comunicar una buena noticia como ésta si no comunica gozo. Y nuestra vocación en el pueblo de Dios, esa llamada que hemos recibido por tan variados caminos, no podemos sino vivirla en gratitud y mucha alegría. Y la palabra clave es el testimonio de quienes han experimentado el encuentro con el Mesías. Es necesario valorar siempre nuestra vocación cristiana, agradecerla, hacer memoria de sus inicios, acrecentarla con la plegaria, la vida sacramental, el amor a Dios y el compromiso con el hombre especialmente el pobre.
Que el Señor nos ayude a descubrir la belleza de nuestra vocación bautismal, llamada universal a la santidad. Un abrazo y hasta pronto. Fr. Carlos A. Espinoza Ibacache, O. de M.