MIÉRCOLES DE CENIZA – DÍA DE AYUNO Y ABSTINENCIA
Inicio de la CAMPAÑA DE CUARESMA DE FRATERNIDAD
Textos
Jl 2, 12-18 “Conviértanse a mí de todo corazón, con ayuno, con llano, con luto”
Sal 50 ¡Ten piedad, Señor, porque hemos pecado!
2Cor 5,20 – 6,2 “Por Cristo les suplicamos: Déjense reconciliar con Dios”
Mt 6, 1-6. 16-18 “Y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará”
La imposición de la ceniza es el ritual que marca el Miércoles de Ceniza con el cual se inicia el tiempo de Cuaresma. La ceniza no es equivalente al oro ni a la plata ni a nada de las cosas que consideramos de valor. La ceniza es un signo de nuestra condición humana, en su fragilidad y su vulnerabilidad; en su inclinación al mal y al pecado, en su finitud y provisionalidad. Probablemente el signo de la ceniza para muchos hombres de nuestro tiempo no le diga nada o quizá no quieren que les diga nada. Porque el tema de la humildad y de la condición humana en su fragilidad choca con la creencia que el hombre es poderoso, exitoso, triunfante, dominador, autosuficiente, etc. Por otra parte, la sociedad actual esconde el drama humano y cree en una sociedad sin pobres, sin migrantes, sin ancianos, sin enfermos, sin limitaciones de ninguna especie. Pues bien, el miércoles de ceniza nos ayuda a situarnos vitalmente en la realidad del hombre y mujer de siempre. Es un estupendo ejercicio de auténtica humanización ante la avalancha deshumanizante en que nos estamos moviendo. Y en esta misma línea hay que aceptar que el mal y el pecado marcan nuestra vida y nuestra historia, nuestra convivencia y nuestros proyectos. La necesidad de ser redimidos, de ser liberados, de ser salvados por Cristo nace de esa conciencia profunda de nuestra condición humana. Quien vive lejos de su realidad humana más honda construye castillos en la arena movediza de sus ilusiones desmedidas. Nosotros construimos nuestras vidas desde el ideal del Reino de Dios pero con los pies en esta tierra de pecado y gracia.
El profeta Joel nos hace una llamada muy oportuna para este día y para la cuaresma. Todos sin excepción son invitados a la penitencia, a la conversión a Dios de todo corazón, a rasgar los corazones y no los vestidos, a convertirse al Señor. Dios puede arrepentirse del castigo anunciado a los pecadores y cambiarlo en bendición porque Dios es “compasivo y clemente, paciente y misericordioso y se arrepiente de las amenazas”. El arrepentimiento tiene que ser sincero y puro nacido del corazón y no prácticas externas. Por eso se invita a que “rasguen los corazones”, es decir, un cambio verdadero y profundo.
El salmo 50 es el salmo penitencial por excelencia. Es una súplica confiada pero tremendamente veraz acerca de la situación de pecado que envuelve al orante, en definitiva, al hombre. No deja de afirmar que la renovación o conversión es obra de Dios. Lo recitamos todos los viernes en la hora de laudes y en la cuaresma estará muy presente en la liturgia.
San Pablo en el breve pasaje de la segunda carta a los Corintios nos ofrece hermosas consideraciones acerca de la reconciliación. Dios nos reconcilió con Él por medio de Cristo y ha encomendado el ministerio de la reconciliación a los ministros de la Iglesia. De ahí la invitación: “Déjense reconciliar con Dios” porque este es el tiempo favorable que Dios nos ofrece. Es tiempo para ir a reconciliarse en la práctica del Sacramento de la Penitencia. Allí se realiza lo que San Pablo nos invita a hacer. Contemplen el don de la reconciliación que Dios nos otorgado por medio de Cristo y éste a través de la Iglesia y sus ministros “embajadores de Cristo”.
El evangelio de San Mateo nos recuerda unos pasajes del Sermón de la Montaña o de las Bienaventuranzas relativas a las tres prácticas esenciales de la Cuaresma: la limosna (Mt 6,2-4), la oración (Mt 6, 5-6) y el ayuno (Mt 6,16-18). Esta enseñanza está enmarcada en una advertencia siempre importante, en el sentido de no hacer las cosas buenas para ser vistos o reconocidos por los demás, porque en tal caso “no serán recompensados por su Padre del cielo” (Mt 6,1).
La limosna, la oración y el ayuno eran los tres pilares de la práctica religiosa judía. Cuando se las manda hacer, fácilmente se convierten en actos rutinarios, superficiales y engañosos. Así acontece con las comunidades cristianas incrustadas en el ambiente judío. Entonces San Mateo les invita con la misma enseñanza de Jesús a recuperar el espíritu evangélico de las mismas. El principio general del discernimiento es: no hay que hacer nada para ser visto, por prestigio, poder o privilegio. Las obras buenas como la limosna, la oración y el ayuno deben hacerse con autenticidad interior, con sinceridad, con verdad porque es el Padre el que ve todo.
Vivamos este tiempo de Cuaresma como tiempo de gracia y de conversión. No nos quedemos en las obras externas sino que vayamos a mirar el corazón, centro más hondo de nuestra vida.
Un saludo fraterno y provechosa Cuaresma 2015. Fr. Carlos A. Espinoza Ibacache, O. de M.