TERCER DOMINGO DE CUARESMA – EN CAMINO HACIA LA PASCUA DE JESÚS 2015, AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA Y DE SAN PEDRO NOLASCO
Textos:
Ex 20, 1-17 “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud”.
Sal 18: Señor, tú tienes palabras de vida eterna.
1Cor 1, 22-25 “Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres”.
Jn 2, 13-25 “Pero él se refería al santuario de su cuerpo”.
Continuamos con nuestro itinerario de cuaresma sin perder de vista que la meta es la Pascua de Jesús y, por cierto, nuestra propia pascua. Nos dejamos acompañar por la riqueza de la Sagrada Escritura que nos ayuda a contemplar las maravillas que Dios ha obrado a favor de nuestra salvación. Sólo desde la belleza de la Pascua de Jesús adquiere sentido el llamado a la conversión del corazón, a la transformación de las costumbres, en suma a abrazar una vida nueva, la del bautismo. En este tercer domingo dos grandes instituciones del pueblo elegido, el Decálogo o las diez palabras – mandatos y el Templo adquieren una nueva luz desde la palabra y la acción de Jesús. Él revela el verdadero sentido de la Ley y el Templo.
La primera lectura está tomada del segundo libro del Pentateuco. Éxodo significa “camino de salida” o “acción de salir”. En sentido propio se refiere a la salida de los hebreos desde Egipto y también, en sentido amplio, a la prolongada marcha por el desierto que los condujo a la tierra prometida. Es el tema central de Israel y una hazaña portentosa de Dios a favor de esta liberación de la esclavitud y opresión egipcia. Todo este proceso concluye en la Alianza o pacto de Dios con el pueblo. Este pacto contiene cláusulas que el pueblo acepta. Son los mandamientos o leyes o normas que regulan la vida del pueblo en su relación con Dios. Es el Decálogo o “diez palabras” que Dios promulga para el pueblo de la Alianza. Precisamente la primera lectura de hoy se refiere a estas “diez palabras” o mandamientos de la Alianza. Claramente es posible distinguir dos partes de este Decálogo divino: los primeros mandatos se refieren a Dios y se inician con una declaración solemne y fundamental: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud”. No se trata de una idea o imagen de Dios; se trata de un ser personal que ha intervenido en la realidad concreta de un grupo humano y se ha hecho cargo de su situación de esclavitud, los libera y los acoge como “su pueblo” o “pueblo de su propiedad”. Dios exige una exclusiva relación: “No tendrás otros dioses aparte de mí”. El pueblo debe abandonar la idolatría y reconocer la soberanía del único Señor. El segundo aspecto del Decálogo se refiere a normas prácticas y sencillas destinadas a la convivencia humana, comenzando por el amor a los padres: “Honra a tu padre y a tu madre…” y continuando con los otros mandatos que implican reconocer al prójimo, respetarlo, considerarlo. Son lineamientos indispensables para construir una sociedad más justa, más solidaria, más humana. ¿Conozco los diez mandamientos? ¿Me siento comprometido en la Alianza que Dios he hecho con la humanidad a través de su Hijo Jesucristo?
La breve segunda lectura de hoy es parte de la reflexión que San Pablo hace en torno al mensaje de la cruz. Se trata de un texto clave en el anuncio y vivencia del Evangelio: el mensaje es la cruz de Jesús, mejor todavía, es el misterio de Cristo crucificado, escándalo para quienes esperan un Mesías triunfador y “locura” para quienes buscan razón y sabiduría. Sí, el gran tropiezo de los hombres ante Jesús es su cruz entendida como “locura y debilidad de Dios” y, sin embargo, y por eso mismo es “fuerza y sabiduría de Dios” para nosotros los creyentes. Sin el Cristo crucificado no se puede edificar nada verdaderamente salvador, porque es en la cruz que se ha mostrado la potencia de Dios para vencer al pecado y a la misma muerte. Sin este acto de sumo amor redentor, no hay ningún proyecto verdaderamente liberador y humano. Esta razón es la que lleva a los cristianos a alzar sin vergüenza el signo de la cruz, no como expresión de sufrimiento y dolor sino como “árbol de vida nueva”, como trofeo de la victoria de Cristo sobre nuestro pecado. La cruz es el signo del infinito amor de Dios por nosotros.
El evangelio de San Juan nos pone ante una escena poco frecuente como es la expulsión de los vendedores del templo. San Juan ubica esta acción profética de Jesús al comienzo de su ministerio en la ciudad santa de Jerusalén. Algunas lecturas superficiales del texto llevan a deducciones lejanas al mensaje central y se quedan en aspectos anecdóticos. Notemos en primer lugar que la escena se concentra en el templo, el lugar santo reservado al culto a Dios y punto neurálgico de la historia y espiritualidad del pueblo escogido. Luego hay que señalar que la acción profética de Jesús acontece en el ámbito de la cercanía de la Pascua judía, fiesta anual que recordaba la inmolación del cordero como memorial de la salida de Egipto. En tercer lugar, el templo se había convertido en una compleja realidad de servicios de compra y venta de animales para los sacrificios que allí se ofrecían. Una consecuencia de esta compleja organización religiosa social es que el sentido primigenio del templo se iba perdiendo en medio de tanta actividad comercial. El gesto de Jesús de expulsar y botar las mercancías y el dinero nos recuerda los gestos de los profetas con que acompañaban sus anuncios. Es un acto de purificación del lugar santo. Con esta acción Jesús está manifestando que viene a transformarlo todo, viene a poner las cosas en su lugar: el templo como “casa de mi Padre” no puede convertirse en un mercado como de hecho ha acontecido. El centro del mensaje está dado por esa referencia del templo a su propio cuerpo cuando dice: “Derriben este santuario y en tres días lo reconstruiré”. Los judíos no comprenden y siguen pensando en el edificio material del templo. El evangelista nos dice: “Pero él se refería al santuario de su cuerpo”. Significa que el Templo convertido en mercado es sustituido por el nuevo Templo que es Jesús con su realidad humano – divina. Él es el Templo de la presencia de la gloria de Dios. De aquí la simbología del templo cristiano cuyo centro es el Altar donde se realiza el sacrificio redentor de Jesús, expresión de la presencia gloriosa del Resucitado. Jesús hace posible el encuentro con el Padre en su propia realidad humana y divina. “Nadie va al Padre sino por mí”. Él es el Camino que el hombre recorre en el encuentro con el Padre. Una tremenda consecuencia tiene esto para la evangelización y la pastoral: es clave el encuentro personal con Jesucristo vivo. Y todo cristiano se convierte en templo del Espíritu Santo por la gracia del bautismo. El cuerpo no sólo es una criatura de Dios sino lugar de su presencia. De aquí se desprende la necesidad de respetar el propio cuerpo, la persona y su dignidad. Ante una cultura que desprecia el sentido profundo del cuerpo es bueno descubrir desde Cristo esta dimensión del evangelio de hoy. Los ritos, las ceremonias, los signos litúrgicos nos ayudan a descubrir esa misteriosa presencia de Jesucristo y en Él el misterio del Padre.
Que vivamos un saludable camino cuaresmal para celebrar la Pascua de Jesús. Un saludo fraterno y hasta pronto. Fr. Carlos A. Espinoza Ibacache, O. de M.