“En su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados”. Lc 24, 47.
Provincia Mercedaria
de Chile

“En su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados”. Lc 24, 47.

Domingo 19 de Abril, 2015

 
Nuestro texto litúrgico retoma el versículo 35 de este capítulo que es la conclusión del hermosísimo relato del camino de Emaús (Lc 24, 13- 35), una extraordinaria catequesis acerca de cómo un cristiano llega a la fe en el Resucitado, mediante la Palabra, la eucaristía y la comunidad.

TERCER DOMINGO DE PASCUA

En el Año de San Pedro Nolasco y de la Vida Consagrada

 

Hech 3, 13-15. 17-19      “Pero Dios lo resucitó de entre los muertos”. 

Sal 4          Muéstranos, Señor, la luz de tu rostro.

1Jn 2, 1-5             “Él es la víctima propiciatoria por nuestros pecados”.

Lc 24, 35-48        “En su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados”.

Seguimos disfrutando de la alegría pascual que nos comunica el Señor Resucitado. Hoy recordamos que la vida cristiana está determinada por verbos de movimiento, es una búsqueda continua, incluso cuando se vive en la dimensión monástica y contemplativo-claustral como lo hacen muchos cristianos y cristianas en los monasterios y claustros. Que no hay vida cristiana sin misión, sin movimiento, es algo que se fundamenta en ese binomio inseparable de vocación – misión. Somos llamados para estar con el Señor y para ser enviados en su nombre a los demás. Toda forma de vida cristiana es testimonio y misión al mismo tiempo. Aparecida acuña una feliz expresión cuando habla de los “discípulos misioneros”, porque hay que ser discípulo para ser misionero. Una palabra del Papa Francisco nos ayuda a comprender esto: “No se puede perseverar en una evangelización ferviente si no se está convencido, por experiencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón”. (Evangelii gaudium n. 266). Se puede hablar de Cristo pero se corre el riesgo de no ser cristiano quien lo hace.

                Pasemos a la Palabra de este tercer domingo de Pascua ya que domingo a domingo el Señor nos interpela a una conversión más honda, la del corazón. Y este es el objetivo central que busca la Palabra.

                Primera lectura:              Hech 3, 13-15. 17-19.

                Este texto se refiere al discurso que Pedro dirige a los israelitas que han quedado asombrados por el milagro de la sanación de un paralítico de nacimiento a la entrada del templo como lo relatan los versículos 1-11 de este capítulo. Pedro se refiere al hecho concreto del que han sido testigos la gente pues el mendigo lisiado ha sido sanado y está ahí con ellos. Toda la argumentación se refiere a Jesús: “El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús”. Y Pedro va recordando todo lo que pasó con Jesús que finalmente “dieron muerte al Señor de la vida”. El corazón del anuncio primitivo es: “Dios lo ha resucitado de la muerte y nosotros somos testigos de ello”. Es el núcleo del kerigma primitivo cristiano. Esto es la que se anunciaba y por este anuncio estaban dispuestos a ofrecer su vida y a sobrellevar las más diversas tribulaciones. El milagro que han visto no se debe a los apóstoles sino  a Jesús y, cuando se habla y actúa “en nombre” de alguien se indica que se está haciendo con su poder y los apóstoles hablan y actúan en nombre de Jesús, muerto y resucitado. Termina el discurso con una invitación: “Arrepiéntanse y conviértanse para que todos sus pecados sean perdonados”. El anuncio de la Buena Noticia busca siempre el reconocimiento sincero del pecado que conduce al arrepentimiento y la conversión del corazón de cambiar de actitud. ¿He comprendido esto en mi vida cristiana? ¿O soy un propagandista cristiano, sin compromiso de vida?

                Segunda lectura:             1Jn 2, 1-5.

                Nos trasladamos del universo de Lucas al de Juan. El tema de fondo es el de la luz que se inicia el capítulo 1, 5ss. “Si decimos que no hemos pecado nos engañamos y no somos sinceros” (v.8) nos ayuda a comprender en qué consiste una vida en la luz y qué en tinieblas. Es fundamental la sinceridad en el proceder, en el actuar de cada día. El que miente y se miente a sí mismo no es sincero y por lo tanto no tiene acceso al perdón con que Cristo nos limpia de todo pecado. ¿Cómo podríamos tener vida nueva? Jesús, no es un nombre, es una Persona con la que comprometemos  la vida entera. Mientras el pecador vive de espalda a Dios, sumergido en su mundo de pecado y en tinieblas, el hombre redimido por Cristo vive en comunión con Dios. “Conocer” en la Biblia es entrar en una relación personal y vivir en comunión con Dios. Por eso, el cristiano es alguien “que está con él”  y “ha de vivir como él vivió”. La prueba de si estamos en la verdad o en la falsedad es el cumplimiento de los mandamientos y la confesión de nuestros pecados. ¿Compartes aquello que se escucha con frecuencia “yo no tengo pecado” o “no cometo ningún pecado”? ¿Por qué llegamos a esta falta de sinceridad? ¿Habrá un ser humano de este planeta que sea “impecable, puro, íntegro, coherente, auténtico totalmente”?

                Evangelio:          Lc 24, 35 – 48.

                Nuestro texto litúrgico retoma el versículo 35 de este capítulo que es la conclusión del hermosísimo relato del camino de Emaús (Lc 24, 13- 35), una extraordinaria catequesis acerca de cómo un cristiano llega a la fe en el Resucitado, mediante la Palabra, la eucaristía y la comunidad. Este versículo viene bien porque simplemente muestra a los discípulos reunidos: “Ellos por su parte contaron lo que les había sucedido en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan” (v. 35). El camino para acoger al Resucitado no es instantáneo, han debido hacer un proceso que parte por algunos o algunas que lo han visto pero no logran el convencimiento completo. Hay dudas y temores. ¡Cómo se parecen a nosotros! Ir al encuentro del Señor resucitado no fue fácil y sin embargo, poco a poco el Resucitado va despejando la ruta del reconocimiento y de la fe.

                El evangelio de hoy nos presenta a la comunidad de los discípulos reunidos. Comentan y comparten lo que diversas personas han ido experimentando. Es un buen síntoma cuando se va atreviendo a hablar el tema, porque se disipan dudas y se comparte lo que cada uno vive o ha vivido. Es muy saludable aprender esta lección. Los miembros de una comunidad pueden ir almacenando dudas, desconfianza, quejas, temores cada uno por su lado. Ese clima no nos hace bien. Pero cuando comienza a romperse ese clima y empezamos a hablar de lo que nos pasa, como sucede con los discípulos, según nos relata el evangelio de este domingo, descubrimos al Señor en medio nuestro.

                Jesús se hace presente de improviso y a pesar del saludo la reacción de los discípulos está marcada por dudas, temor, sentimiento de frustración y de derrota: “Espantados y temblando de miedo, pensaban que era un fantasma”. Esto revela que estas primeras experiencias eran confusas, costó llegar a la fe en la Resurrección y a la adhesión total al Resucitado. El camino de la fe no se reduce a un conocimiento teórico de la doctrina, siempre es una profunda experiencia de encuentro personal y comunitario con el misterio divino. Es posible que en el camino de la fe surjan fantasmas, desvíos, dudas, incertidumbres, etc. pero eso lo vence la presencia del Señor.

                Pero Jesús no se da por vencido. Se muestra compasivo con sus discípulos y como lo hizo en el camino de Emaús, acude a la Escritura y les abre la mente para que entiendan y una vez más utiliza el signo de la comida. Al mostrarles los signos de su pasión y muerte, “era tal el gozo y el asombro  que no acababan de creer”. La presencia de Jesús produce alegría, gozo.

                Que tengas un buen domingo de Pascua. No te olvides ir a reunirte con tus hermanos de fe para celebrar la fiesta de la alegría pascual. Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

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