DOMINGO CUARTO DE PASCUA
JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES
Textos:
Hch 4, 8-12 “Porque en ningún otro existe la salvación”
Sal 117 Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor.
1Jn 3, 1-2 “¡Miren cómo nos amó el Padre!
Jn 10, 11-18 “Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas”
“Sabemos que el Señor busca obreros para su mies. Él mismo lo ha dicho: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9, 37-38). Por eso nos hemos reunido aquí: para dirigir esta petición al Dueño de la mies. Sí, la mies de Dios es grande y espera obreros en el llamado tercer mundo – América Latina, África y Asia – la gente espera heraldos que les lleven el Evangelio de la paz, la buena nueva de Dios que se hizo hombre”, decía Benedicto XVI en el año 2006. Este llamado sigue absolutamente vigente en este 2015. Y en este Domingo del Buen Pastor, figura ejemplar de todo ministerio en la Iglesia, volvemos nuestra súplica al Señor para decirle, una vez más, que el mundo de hoy, nuestro país y los pueblos de la tierra necesitan más mensajeros de la Palabra Divina. Acojamos la invitación que el Señor nos hace y pidamos por las vocaciones sacerdotales y religiosas de la Iglesia y de la Orden Mercedaria. Que los jóvenes de nuestro tiempo también escuchen al Dueño de la mies que les invita a ir por todo el mundo llevando el Evangelio de la vida nueva, de la alegría y de la paz. ¡Cuánta falta le hace al hombre de hoy un anuncio creíble, una propuesta alternativa de un estilo fraterno y en comunión, frente al omnipresente estilo individualista y materialista que nos domina! Oremos sin descanso por las vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio.
La primera lectura de Hechos 4, 8 – 12 que escucharemos con la mente y el corazón abiertos nos conecta con el mensaje cristiano de la primera hora en boca de Pedro. Esta vez ante un nuevo escenario como es la persecución, aspecto que acompañará siempre a los testigos misioneros del Evangelio. El discurso de Pedro está motivado por la pregunta de las autoridades judías: “¿Con qué poder o en nombre de quién han hecho eso?” refiriéndose a la curación de un paralítico. La respuesta es una sola: “Este hombre ha sido sanado en nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien ustedes crucificaron y Dios resucitó de la muerte”. Este es el corazón de la cristología primitiva y el contenido esencial del primer anuncio cristiano. Esta verdad es proclamada con toda fuerza ante la solemnidad que implica la presencia de los jefes, los ancianos y los letrados, también Anás el sumo sacerdote y Caifás y otros. Es el Gran Consejo del pueblo judío que representa el poder total de Israel. Contrasta esto con la sencillez de los apóstoles y discípulos de Jesús representados por Pedro que “lleno del Espíritu Santo” anuncia con fuerza a Jesús. Una nueva certeza de esta fe de la primera hora cristiana: “En ningún otro se encuentra la salvación; ya que no se ha dado a los hombres sobre la tierra otro Nombre por el cual podamos ser salvados”. Meditemos atentamente este testimonio de quienes vivieron con Jesús y fueron testigos privilegiados de su resurrección. Nos hace falta recuperar esta certeza de una fe bien cimentada en la Palabra. Sólo Cristo nos da la salvación auténtica, nos comunica la vida nueva y nos introduce en la comunión con el Padre en el Espíritu Santo.
La segunda lectura de la primera carta de Juan 3, 1-2 nos ofrece una palabra llena de admiración que brota del cristiano cuando contempla la maravilla del amor de Dios que lo se manifiesta en su condición de hijo de Dios. De esta manera participamos de la naturaleza divina del Padre y se nos manifiesta la inmensidad del amor infinito del Padre. Sin embargo, esta realidad que experimentamos en este último tiempo de la historia de la salvación por medio de Cristo, el Hijo amado del Padre, no ha llegado a su plenitud. Todavía debemos seguir esperando esa plena manifestación en la parusía, la venida gloriosa de Cristo. Por esta razón, al cristiano no le queda bien el ropaje del desaliento, de la desesperanza o del pesimismo. Es una esperanza en gozo, es una vigilia en alegría porque es una promesa de Dios. ¡Qué falta nos hace asombrarnos todavía por los signos maravillosos del amor divino! Vivimos tan esclavizados a las cosas terrenas que nos impiden abrirnos a las bienes del cielo.
El evangelio de Juan 10, 11-18 nos relaciona con una de las bellas figuras bíblicas, la del buen Pastor. Jesús se presenta como el verdadero pastor de su pueblo porque “El buen Pastor da su vida por las ovejas”, como de hecho ha acontecido con la propia vida de Jesús. Lo contrario al buen Pastor es la imagen del asalariado “que no es pastor ni dueño de la ovejas”, que arranca cuando ve venir el peligro para las ovejas, las abandona a su suerte dejándolas en manos del lobo. Jesús, buen Pastor, por el contrario, establece una relación de amor con las ovejas, de unión cercana que eso significa el verbo “conocer”. “Conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí” al modo como el Padre vive la comunión con Jesús y de éste con el Padre. Es una relación amorosa de reciprocidad y al estilo de la comunión amorosa del Padre con el Hijo y del Hijo con el Padre. Y esto constituye lo realmente novedoso: entre el buen Pastor y sus ovejas hay unas nuevas relaciones marcadas por el amor que implica el estar dispuesto a dar la vida por sus ovejas. Es el acto de la máxima libertad: “Por eso me ama el Padre, porque doy la vida, para después recobrarla”. Es la esencia del acto redentor de Jesús. Es el amor la fuente del sacrificio, de la donación en la cruz, de la entrega de su persona. “Nadie me la quita, yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y para después recobrarla”. Jesús es el “hombre libre” que da su vida y la recobra precisamente por el amor que le mueve. Estamos ante la esencia de todo ministerio en la Iglesia, de toda vocación consagrada y de toda vida cristiana auténtica. Es el amor el sello propiamente evangélico.
En esta Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones el modelo de Cristo buen Pastor nos aliente a todos a vivir la belleza del amor en el lugar y estado que el Señor quiere que le sirvamos. Oremos por cristianos y cristianas que en las casas de formación o seminarios se han decidido a poner la mano en el arado y abren surco para el Reino mediante la generosa entrega de sus vidas cada día. ¡Señor Jesús, suscita en tu Iglesia y en la Orden de la Merced, vocaciones sacerdotales y religiosas, que quieran consagrarse enteramente al Padre según tu ejemplo y modelo, y a los hombres y mujeres de este tiempo! Así sea. Fr. Carlos A. Espinoza I.