“Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador”, Jn 15,1.
Provincia Mercedaria
de Chile

“Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador”, Jn 15,1.

Domingo 03 de Mayo, 2015

 
"El evangelio de San Juan (Jn 15, 1-8) nos presenta la alegoría de la vid y los sarmientos que sirve para reforzar la idea de la comunión que debe haber entre Jesús y los discípulos. Jesús establece una alianza con su comunidad identificándose con la vid verdadera. El Señor le pide que dé frutos y que transforme su enseñanza en doctrina de vida".

DOMINGO QUINTO DE PASCUA

Año de la Vida Consagrada y de San Pedro Nolasco, Fundador y Padre de la Familia Mercedaria

Textos

Hech 9, 26-31    “Predicaba decididamente en el nombre del Señor”.

Sal 21    Te alabaré, Señor, en la gran asamblea.

1Jn 3, 18-24        “.. que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo”.

Jn 15, 1-8             “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador”.

                En la oración colecta de hoy pedimos al Padre que “con tu ayuda demos fruto abundante y alcancemos la alegría de la vida eterna”. Y esto está en plena sintonía con la Palabra de este quinto domingo de Pascua. La Pascua es “el paso”, la transformación de la existencia del bautizado. Jesús pasa de su existencia terrena a una existencia transfigurada, gloriosa. Y a esto estamos todos llamados, los que por la fe hemos aceptado a Jesucristo. Vivir una existencia de resucitados “aquí y ahora”, en nuestra condición humana presente, es el gran desafío del cristiano. Y de esto nos van a interpelar las lecturas bíblicas de hoy. ¿Cómo está “mi pascua”, “mi paso” de la muerte a la vida? ¿En qué se muestra que he dado ese “paso” bautismal de morir al pecado y vivir para Dios? Hemos celebrado la Pascua 2015, ¿qué luz, qué efectos, que compromisos he asumido desde esta celebración pascual? La Pascua o es un rito o ceremonias o es una llamada a la calidad de vida cristiana que estoy llevando. Dejemos que la Palabra nos impulse nuevamente a vivir en amistad con Cristo y lejos del pecado.

                Seguimos recordando los hitos iniciales de la fe cristiana en comunidad. La primera lectura está tomada del Libro de los Hechos de los Apóstoles. Estamos en el capítulo 9 que comienza con el siempre sobrecogedor relato de la conversión de Pablo en el camino a Damasco. No iba por cosas muy buenas, llevaba autorización de las autoridades judías para llevar presos a Jerusalén “a los seguidores del Camino del Señor que encontrara, hombres y mujeres”. Saulo de Tarso es un fogoso judío de la secta de los fariseos y un encarnizado enemigo y perseguidor de los discípulos de Jesús. Es comprensible, por lo tanto, que la experiencia del camino de Damasco que vivió Pablo no diera garantías absolutas que fuera verdadero discípulo. Dice el texto de hoy: “Al llegar a Jerusalén, intentaba unirse a los discípulos; pero ellos le tenían miedo, porque no creían que fuera discípulo”. Hay un ambiente de desconfianza frente al converso Pablo.  Por cierto nos sigue pasando a nosotros. Tenemos desconfianza acerca de la autenticidad de hermanos o hermanas que se han reencontrado con la fe cristiana y nos preguntamos si será cierto que se han convertido o simplemente están viviendo un momento de euforia inconsistente. Una comunidad tiene que ser capaz de reconocer los aspectos de la desconfianza que envuelve a sus miembros, si quiere ser un signo visible de fraternidad evangélica. Pero hay un excelente discípulo, “un hombre bondadoso” que efectúa una positiva mediación. Bernabé es el “ángel de la guarda” que tuvo Pablo. ¡Cuánta falta hacen estas personas en los grupos! Son constructores de paz muy necesarios para integrar y hacer comprensibles los temores o desconfianzas, sin herir a nadie. Es que sólo la verdad puede edificar verdadera comunidad. Bernabé es veraz y sin segundas intenciones cuenta simplemente lo que él ha visto en torno a Pablo. Y la comunidad aceptó este testimonio. La comunidad fue capaz de dar un “paso”, vivir la “pascua” superando el miedo.

                La segunda lectura de la primera carta de San Juan nos hace una preciosa advertencia, siempre actual: “Hijitos, no amemos de palabra y con la boca, sino con obras y de verdad”. Esta es la prueba de si el amor que nos mueve es auténtico; tiene que manifestarse en actos o acciones y no puede contentarse con ser “de palabra y  de boca”. En consecuencia, el amor verdadero a Dios y al hermano se muestra en el cumplimiento de sus mandatos y si hacemos lo que es conforme a su voluntad. Todo auténtico amor procede del Hijo: “Y éste es su mandato: que creamos en la persona de su Hijo Jesucristo y nos amemos unos a otros como él nos mandó”. Accedemos a Jesús, el Hijo del Padre, sólo mediante la fe en Él, adhiriéndonos a su persona y su obra. Sólo así podremos amar “con obras y de verdad”. Amar, pues, no es cualquier sentimiento; amar significa amar como Jesús amó, quien nos amó hasta extremo. ¿Es mi amor una bonita palabra o es el amor de Jesús que me cambia? Hay tanta palabra sobre el amor, es una sobreabundancia de palabras; es necesario más “obras”, más testimonio práctico.

                El evangelio de San Juan (Jn 15, 1-8) nos presenta la alegoría de la vid y los sarmientos que sirve para reforzar la idea de la comunión que debe haber entre Jesús y los discípulos. Jesús establece una alianza con su comunidad identificándose con la vid verdadera. El Señor le pide que dé frutos y que transforme su enseñanza en doctrina de vida. En los versículos 1-4 Jesús pone de relieve la relación que existe entre Él – vid verdadera, el Padre – viñador y la comunidad de los discípulos representada por los sarmientos. Es interesante descubrir que en el uso de esta primera relación entre Jesús – vid verdadera y el Padre – viñador, Jesús está revelando su identidad y aclarando su relación con el Padre. La imagen de la viña- vid es muy frecuente en el Antiguo Testamento y servía para identificar al pueblo escogido como plantación de Dios. Es cierto que en la mayoría de los casos la imagen viña – vid sirve para mostrar el contraste entre el amor de Dios, amor fiel, y la infidelidad de Israel. Pero en el evangelio de Juan hay un interesante cambio. La vid es Jesús y no el pueblo o comunidad mesiánica y por lo tanto es Cristo el que cumple con la esperanza de Israel eliminando así la infidelidad. Cristo es fiel y es “la verdadera vid que da la vida”. Es Cristo la vida fiel que ha respondido completamente a las atenciones de Dios. Cristo es el vino excelente de la fidelidad a la alianza. En Él no cabe ya el drama de la infidelidad a Dios. Es el que se ha dejado conducir por el amor del Padre hasta el extremo de la obediencia como ha sido entregar su vida como plenitud de su amor y así comunicar el amor que le une al Padre, fundamento de la comunidad de los discípulos.

                La alegoría de la vid tiene otro aspecto que resalta nuestro texto de hoy. Jesús utiliza la imagen de la vid y los sarmientos para señalar la unidad de éstos con la vid y el vínculo entre Jesús y sus discípulos que sacan de Él la savia de la vida divina. No se trata de una relación externa y material; es una relación tan profunda que de ella dependen los frutos. Es el Padre – viñador que corta los sarmientos improductivos y poda los que dan fruto, para den más frutos. La imagen de la limpieza y de la poda tiene la finalidad de hacer los sarmientos más vigorosos y fructíferos; con ella se alude a la acción de Dios en el discípulo: la condición para dar fruto y dar más fruto es estar unido a la cepa o vid que es Jesús. Así llegamos al fondo de la realidad: se es fecundo o estéril en la medida en que el discípulo vive su unidad con el Señor. Y aquí es también muy importante lo que el evangelista dice: la fidelidad que se nos pide es a las exigencias de la fe en Cristo más que a las obras. Y el instrumento para podar y purificar a los discípulos es la Palabra de Dios. Es la Palabra fuente de nuevas purificaciones y fuente permanente de la vitalidad cristiana. Es el principio dinámico de la vida cristiana de todos los tiempos.

                Un hombre que vivió profundamente este dinamismo fue San Pedro Nolasco, defensor de la fe en peligro, en los cristianos que estaban bajo el cautiverio musulmán. Para él, Cristo Redentor fue la vid liberadora y él y los mercedarios los sarmientos con vitalidad redentora. El  miércoles 6 de mayo celebraremos al Santo Fundador de los Mercedarios. Un saludo fraterno y hasta pronto. Fr. Carlos A. Espinoza Ibacache, O. de M.

 

 

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