“La semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo” Mc 4,27.
Provincia Mercedaria
de Chile

“La semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo” Mc 4,27.

Viernes 12 de Junio, 2015

 
Jesús revela su pedagogía admirable de muchas maneras pero no cabe duda que su enseñanza mediante parábolas lo hacen insuperable Maestro, cercano al sentir del pueblo se sitúa a su nivel y les enseña. El capítulo cuarto del evangelio de San Marcos contiene varias de estas parábolas. Una de las más conocidas es la del sembrador. El texto de este domingo contiene dos comparaciones o parábolas cuyo centro es el Reino de Dios.

DOMINGO 11° DURANTE EL AÑO

En el Año de la Vida Consagrada y de San Pedro Nolasco 

Textos

 Ez 17, 22-24        “Echará ramas, dará fruto y llegará a ser un cedro magnífico"

Sal 91                    Es bueno darte gracias, Señor.

2Cor 5, 6-10        “Porque nosotros caminamos en la fe y todavía no vemos claramente”.

 Mc 4, 26-34         “La semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo”.

Jubileo de la Misericordia es el nombre que llevará un tiempo especial que el Papa Francisco ha previsto para la Iglesia con motivo del 50° aniversario de la clausura del Concilio Ecuménico Vaticano II, en diciembre de 1965. Este gran acontecimiento del Concilio Vaticano II fue impulsado por el Papa Juan XXIII, hoy canonizado, como un impresionante proceso de renovación de la Iglesia, “una puesta al día” para evangelizar el mundo moderno. Queremos que el Jubileo de la Misericordia sea un tiempo para que la Iglesia continúe el impulso de la obra renovadora iniciada por el Concilio. La apertura de este Jubileo será el próximo 8 de diciembre de 2015 y se prolongará hasta el 20 de noviembre de 2016. La Iglesia quiere volver su mirada al Padre de la Misericordia, manifestada en Cristo, y de este modo, comprender y vivir mejor su relación con el mundo moderno.

                Primera lectura: Ez 17, 22-24

                Las imágenes y palabras de este domingo son sugerentes y nos invitan a agilizar nuestra mirada para intentar acercarnos al misterio del Reino de Dios, esa realidad que en la vida y predicación de Jesús constituye el núcleo de su propuesta. No tenemos otra manera de entrar al misterio de esta realidad que a través de los símbolos o imágenes sencillas que no pretenden definir la realidad trascendente del Reino de Dios sino apuntar o sugerir su significación más honda. Jesús no define el Reino que anuncia sino que lo expresa en hermosas imágenes que sus oyentes perfectamente conocían. Sin embargo, siempre hay algo que rompe el sentido obvio de las imágenes y deja entreabierto el camino hacia una comprensión más profunda de la realidad que Jesús nos trae.

                La primera lectura de hoy está tomada del rico lenguaje simbólico de uno de los profetas Mayores de Israel, Ezequiel. En el capítulo 17 nos encontramos con la alegoría del águila y luego nuestro texto de la primera lectura de hoy, que es un oráculo acerca de la promesa de restauración del pueblo, descrita como la era del Mesías. Dios confundirá lo que aparece como majestuoso y poderoso como un cedro, imagen simbólica de los hombres poderosos del mundo, y cortará un brote insignificante frente al grandioso cedro, lo plantará y se convertirá en un árbol hermoso. Así dice el profeta: “Echará ramas, dará fruto y llegará a ser un cedro magnífico; anidarán en él todos los pájaros, a la sombra de su ramaje anidarán todas las aves” (v. 23). La enseñanza de la imagen es el Señor que humilla al hombre elevado, poderoso y eleva al hombre humilde. La manera como Dios actúa no es como actuamos los humanos; la acción de Dios  es muy distinta al modo como los hombres actúan. Dios elige lo pequeño, lo insignificante, lo que no vale a los ojos humanos y así  confunde el mundo de tantos “esplendores aparentes y pasajeros” de los hombres. “Levanta del polvo al desvalido y derriba de su trono a los poderosos”.

                Segunda lectura              2Cor 5, 6-10

                Un siempre necesario pensamiento nos ofrece San Pablo en un texto que está hablándonos acerca de la esperanza de la gloria futura pero sin olvidar nuestra realidad presente. Lo expresa muy decididamente en el siguiente pasaje: “Por tanto no nos acobardamos: si nuestro exterior se va deshaciendo, nuestro interior se va renovando día a día” (2Cor 4, 16). El creyente vive en esta tensión o encrucijada permanente: tironeado por lo visible, lo material, lo inmediato, pero al mismo tiempo con la mirada puesta en lo invisible, en lo que no se ve y que es para siempre. Temporalidad, finitud  y eternidad, he ahí la trama interna que sacude al cristiano. La tienda de campaña que es nuestra existencia terrena, no nos impide tener nuestra morada eterna en el cielo. En buen lenguaje teológico se dice que el cristiano vive en esta tensión escatológica entre lo provisional que experimenta y lo permanente que nos espera. Lo expresa muy bien el texto de esta segunda lectura: el Apóstol anhela “estar con el Señor” que equivale a alcanzar la morada definitiva pero “está en el cuerpo”, “lejos del Señor”. Entonces “vivimos sostenidos por la fe” mientras “estaremos en el destierro”. Una verdad del tamaño de una montaña: “Todos hemos de comparecer ante el tribunal  de Cristo, para recibir el pago de lo que hicimos, el bien o el mal mientras estábamos en el cuerpo” (v. 10). La seriedad de la vida presente y la responsabilidad con que tenemos que vivir hoy, hasta el día de nuestra partida que no es otra cosa que el día de la llamada definitiva es una certeza fundamental del cristiano. Esta verdad tan central en la vida cristiana parece que hoy está olvidada y nos hemos dedicado a forjar un mundo ilusorio de una felicidad aparente. Ya no nos proyectamos más allá de las cosas que vemos y tocamos. Estamos ante una crisis de esperanza, de meta, de objetivo final de la existencia. Lo inmediato nos arrebata la perspectiva del cielo y nos deja en la finitud.

                Evangelio           Mc 4, 26-34

                Jesús revela su pedagogía admirable de muchas maneras pero no cabe duda que su enseñanza mediante parábolas lo hacen insuperable Maestro, cercano al sentir del pueblo se sitúa a su nivel y les enseña. El capítulo cuarto del evangelio de San Marcos contiene varias de estas parábolas.  Una de las más conocidas es la del sembrador. El texto de hoy contiene dos comparaciones o parábolas cuyo centro es el Reino de Dios. La primera, Mc 4, 26 – 29 y la segunda de Mc 4, 30 – 32. Ambas se refieren al mundo agrícola y los oyentes de Jesús perfectamente conocían lo que Jesús les estaba narrando. Pero la intención de esta enseñanza radica en lo siguiente: Jesús quiere enseñarles que el Reino de Dios, tema central de su predicación y de su vida, se desarrolla como un proceso dinámico y paradójico. El Reino de Dios no es algo estático como una cosa. Es una realidad misteriosa en movimiento, genera un dinamismo en quien lo acoge. El punto central de la primera parábola es que Jesús resalta la fuerza vital del Reino porque crece progresivamente, sin detenerse, en silencio, más allá de los éxitos o fracasos del hombre. Pero, cuidado, el Reino no prescinde de la cooperación humana, cuenta con ella aunque no depende de ella para su crecimiento. Nosotros sembramos el Reino pero no controlamos su crecimiento ni sus frutos. Tiene sentido evangelizar, catequizar, instruir, alentar pero el Reino no depende de estas acciones que hagamos. Son necesarias como instrumentos pero el Amor Redentor de Dios no depende de nuestra acción humana.

                La segunda parábola destaca el punto central del Reino de Dios: es aparentemente insignificante pero cuando entra en movimiento nadie puede ponerle límites y se abre a todos sin excepción.

                ¿Qué nos enseñan estas parábolas? Que Dios construye su Reino con nosotros si queremos  acogerlo y anunciarlo. Construir su Reino entre los hombres es un gran desafío, una tarea inconclusa. Pero se nos indica con toda claridad que no somos nunca propietarios del Reino ni gestores exitosos del mismo. El verdadero protagonista del Reino es Dios mismo. Nosotros los trabajadores de la viña que no nos pertenece. ¡Qué consolador es comprender y vivir esto! Nos abruma la misión, nos agobia el trabajo por convertir la gente, nos afanamos con exagerado protagonismo por salvar los hombres, pero se nos olvida al Dueño de la Viña que nos ha invitado a trabajar en su campo que es el mundo real de los hombres.

                Un saludo cordial. Que el Señor nos bendiga con su gracia. Fr. Carlos A. Espinoza I.

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