Comentario del Evangelio. Domingo 22º durante el año
Provincia Mercedaria
de Chile

Comentario del Evangelio. Domingo 22º durante el año

Domingo 30 de Agosto, 2015

 
Ni la norma ni la ley tienen poder para producir el cambio esperado. La tentación es multiplicar las leyes hasta el agotamiento creyendo que con más leyes los seres humanos seremos mejores. Un principio tan elemental no siempre se considera. Y convengamos que lo más costoso es cambiar el corazón, la mentalidad, los criterios.

Domingo 30 de agosto 2015

DOMINGO 22° DURANTE EL AÑO

En el Año de la Vida Consagrada y de San Pedro Nolasco, Fundador de La Merced

Dejáis a un lado el mandamiento de Dios

Textos

Dt 4,1-2.6-8        “Escucha los mandatos y decretos que yo les enseño a cumplir”

Sal 14                   Señor, ¿quién habitará en tu Casa?

Sant 1, 17-18.21-22.27 “Pero no basta con oír el mensaje hay que ponerlo en práctica”.

Mc 7, 1-8.14-15.21-23 “Lo que hace impuro, es lo que sale del hombre”.

                  Oír o escuchar es la clave de la Palabra de Dios de este domingo. Las tres lecturas bíblicas se refieren a la Palabra de Dios, portadora de vida y de liberación para el ser humano. La diferencia entre el acto de oír  y el acto de escuchar radica en la profundidad que tiene cada uno de estos verbos. Mientras oír es más bien el acto de captar casi mecánicamente las palabras, el escuchar implica captar la palabra desde dentro de uno mismo. Escuchar es un acto personal, implica una decisión de querer escuchar y para ello prestar atención, concentrarse en lo que dice el interlocutor, mostrar una actitud de acogida, una disposición interior afectiva que se expresa en el silencio interior y no sólo exterior. “Ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón” dice acertadamente el salmo 94. Hoy se nos invita precisamente a escuchar la Palabra de Dios. Hagamos un sincero esfuerzo por escuchar al Señor. Sólo así se puede poner en práctica lo que hemos escuchado. Hoy abunda el oír pero hay una gran carencia de escucha.

                  Veamos la primera lectura del Deuteronomio, el quinto libro del Pentateuco en el Antiguo Testamento. Estamos ante las exhortaciones que dirige Moisés al pueblo, aunque de hecho los que pronuncian este discurso exhortativo son los redactores del Deuteronomio con lo que buscan que el pueblo se dé cuenta que necesita practicar los preceptos y normas del Señor. El pueblo que está escuchando, según este recurso literario a Moisés, es un pueblo que lleva mucho camino recorrido y ha sido muchas veces infiel a la Ley del Señor. Escucha de nuevo la voz de Moisés escuchando la voz de su conciencia de ser un pueblo que se ha apartado del camino del Señor. Por eso este llamado a escuchar los mandatos y decretos que el Señor les manda cumplir es un llamado a la fidelidad. Tal llamada no tendría sentido si el pueblo no fuera infiel, si no hubiera olvidado lo que el Señor le ha mandado practicar. Esta fidelidad tiene como fruto la posesión de la tierra que Dios les ha prometido. Sólo volviendo a la fidelidad primitiva podrán ser un pueblo admirado por los otros, precisamente por la cercanía y sabiduría que recibe de Dios. Si hay que volver a escuchar al Señor es para vivir la fidelidad y la felicidad auténtica que consiste en tener a Dios tan cerca. ¿Qué me dice a mí esta experiencia de Israel? ¿He permanecido fiel a los mandatos del Señor? ¿Escucho al Señor con frecuencia? ¿Escucho verdaderamente a mi hermano?

                  La segunda lectura está tomada de un escrito del Nuevo Testamento muy especial: la carta de Santiago. Pertenece al grupo de escritos conocidos como “cartas católicas”, es decir, se cuenta junto a ella, las dos cartas de Pedro, las tres de San Juan y la de Judas. Se llaman “católicas” porque están dirigidas a los cristianos en general. En cambio las cartas de San Pablo están dirigidas a una iglesia particular o a personas determinadas. La Carta de Santiago no desarrolla temas sino que se refiere a varias cuestiones sobre las cuales da instrucciones para la vida cristiana práctica. Nos recuerda una verdad del porte de un buque: “Todo lo que es bueno y perfecto baja del cielo, del Padre de los astros, en quien no hay cambio ni sombra de declinación” (v.17). Es la convicción de toda la Biblia. Dios no es el autor de la muerte ni del mal. En Él todo ha sido y es bueno y perfecto. Es la codicia del hombre que le precipita en el pecado y lo conduce a la muerte, es el drama de la libertad humana que permite la opción por el bien o por el mal, por la vida o por la muerte. Dios todo lo ha creado bueno y nos dio la vida mediante el mensaje de la verdad. La clave del mensaje de esta lectura no es otro que una invitación o exhortación: “Pero no basta con oír el mensaje hay que ponerlo en práctica” (v. 22). Si sólo nos conformamos con escuchar y saber la doctrina cristiana, el evangelio, la Biblia sin esforzarnos por llevarlo a la práctica nos estaremos engañando a nosotros mismos. De aquí una conclusión muy actual: hay una religiosidad falsa y hay una religiosidad verdadera, dice el autor de esta carta. Ésta última queda definida por la práctica de la justicia social que aquí se expresa en el cuidado de huérfanos y viudas. Así el autor de esta Carta pone la mano en la llaga de nuestra conducta cristiana. Una ética social es inherente al evangelio, la que se resume en practicar la justicia con el prójimo. ¿Qué me enseña esta segunda lectura de este domingo?

                  El evangelio de San Marcos nos ofrece una rica enseñanza que no debiéramos reducir a algún aspecto. El motivo de este enfrentamiento polémico de los fariseos y algunos maestros de la ley es el comportamiento de los discípulos de Jesús que, para los primeros, transgreden gravemente costumbres y normas que proceden de la tradición judía y que tenían para ellos un alto valor. Jesús se ha mostrado siempre muy libre frente a estas tradiciones y rompe esquemas no sólo con sus palabras sino con los gestos y acciones. Lo que molesta a los interlocutores de Jesús es que algunos discípulos suyos comían con manos impuras, sin lavárselas.

                  La respuesta de Jesús ante semejante dificultad apunta a poner en duda la concepción legalista de pureza que manejan los fariseos. Por cierto, no lavarse las manos para comer no es una simple norma de urbanidad o un comportamiento social recomendable. El acento está puesto en el carácter de pureza ritual que esto tiene. No cumplen con la tradición ritual judía y eso significa que están desautorizando la tradición, que se están poniendo fuera del pueblo escogido y que están lejos de Dios. Ante semejante panorama Jesús responde tajantemente: “Ustedes descuidan el mandato de Dios y mantienen la tradición de los hombres” (v.8). Lo que pensaban los fariseos respecto a los discípulos de Jesús, se vuelve en su contra. Los que están contra Dios son los fariseos porque prefieren su tradición humana antes que el mandato de Dios que les llevaría a comprender mejor el mensaje y novedad de Jesús. Lo reconocerían en su identidad de Hijo de Dios.

                  El segundo aspecto que conviene resaltar es la enseñanza que Jesús dirige a todos, sin excepción, acerca de la pureza verdadera. Lo que hace impuro al hombre no es lo que está fuera del mismo o entra desde fuera. Lo que verdaderamente hace impuro al hombre es lo que sale del mismo. No deja de producir escozor esta enseñanza de Jesús que va contra nuestra tendencia innata de pensar y creer que el mal está fuera de nosotros y que somos víctimas inocentes. Y entonces creemos que nuestra felicidad sería completa si eliminamos lo que nos hace mal en el exterior de nosotros mismos. Jesús establece una verdad dura y difícil de asumir: el mal nace del corazón del hombre. Dice al respecto: “De dentro, del corazón del hombre, salen los malos pensamientos, fornicación, robos, asesinatos, adulterios, codicia, etc.” (V. 21-22). Según la mentalidad bíblica el corazón es el centro en el que se forja lo que la persona es. Por eso es el corazón donde radica la verdadera pureza o impureza que contagia y hace mal. Y Jesús con razón viene y exige un cambio profundo en cada persona, hay que cambiar el corazón del hombre. Esa es la conversión, sin la cual no hay vida nueva.

                  Una conclusión podemos sacar. Ni la norma ni la ley tienen poder para producir el cambio esperado. La tentación es multiplicar las leyes hasta el agotamiento creyendo que con más leyes los seres humanos seremos mejores. Un principio tan elemental no siempre se considera. Y convengamos que lo más costoso es cambiar el corazón, la mentalidad, los criterios. El peso de la pura tradición humana tampoco produce cambios por sí misma. En definitiva siempre hay que contar con el ser humano concreto. Jesús tiene la estrategia de invitarnos siempre, sugerirnos, atraernos hacia el bien pero respetando absolutamente nuestra libertad.

                  No olvide que el lunes 31 celebramos a San Ramón Nonato, religioso mercedario del siglo XIII que  se dedicó por entero a la redención de los cautivos cristianos. Su nacimiento fue milagroso y de ahí su nombre “No Nacido” sino sacado del vientre de su madre difunta. Sin embargo, el niño estaba vivo. Encomendemos la causa de la vida humana, ese precioso don que Dios hace. Dios quiera que Chile no cometa el error de aprobar una ley que tiene como fin matar al inocente en el vientre de su madre, completamente indefenso y desvalido.

                  Un abrazo en el Señor y hasta otra oportunidad. Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.   

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