DOMINGO 29° DURANTE EL AÑO
DOMINGO MUNDIAL DE LAS MISIONES (DUM)
Año de la Vida Consagrada y de San Pedro Nolasco, Fundador de la Orden de la Merced
Textos
Is 53, 10-11 “Mi siervo inocente rehabilitará a todos porque cargó sus crímenes”.
Sal 32 Señor, que descienda tu amor sobre nosotros.
Heb 4, 14-16 “El sumo sacerdote que tenemos no es insensible a nuestra debilidad”.
Mc 10, 35-45 “Porque el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”.
Las palabras servicio, servidor, servir, siervo no están de moda porque no están a tono con la mentalidad de una cultura de derechos. Todo se resuelve en el dinero que paga todo lo que una persona necesita. Así cada uno desarrolla la convicción que todo lo adquiere mediante su esfuerzo y su dinero. Incluso se dice que aquí en esta vida nada es gratis. ¿Podrá sobrevivir el sentido evangélico del servicio al otro? Desterrada la gratuidad fundamental en la existencia humana, se va por el despeñadero del olvido del otro. Cada uno se siente autosuficiente, no necesita del otro o de los demás. Hoy, la Palabra de Dios es rotundamente cuestionadora, interpelante, inquietante como es el ejemplo concreto de Jesús, el “Siervo, sufriente de Dios” quien “no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos”. Jesús está muy lejos de nuestra mentalidad exitista, individualista y ególatra. Él es “El Señor” pero no como los señores de este mundo. Lo es únicamente porque es “El siervo de Dios”, “el servidor de todos”. Es paradojal lo que este domingo escuchamos y meditamos. ¿De qué parte estás tú, si del mundo autosuficiente o del mundo necesitado del servicio al otro? Es hora de examinarse.
La primera lectura de este domingo está tomada del cuarto cántico del siervo (Is 52, 13 – 53,12) y en él se describe su pasión o sufrimiento y su gloria final. Puede ser una ocasión muy oportuna para ir a nuestra Biblia y leer el texto completo del cual la liturgia de hoy sólo nos hace proclamar dos versículos, el 10 y el 11 del capítulo 53. Existe una palabra bíblica para describir la situación sufriente del siervo: el anonadamiento, es decir, el abajamiento que el Hijo de Dios vive al tomar nuestra condición humana, asumiendo la condición real de un siervo o,más fuerte todavía, de esclavo. Jesús es el Servidor por excelencia. Asume la condición de un siervo desfigurado, maltratado y rechazado, imagen de un Mesías muy distinto a las expectativas que no dejamos de soñar como un triunfador, victorioso y poderoso, que hace sentir su poder sobre el resto. El siervo se relaciona con el plan de Dios más que con el plan de los hombres, plan divino que beneficia a los hombres, rehabilitándoles precisamente mediante los trabajos que el siervo soporta y, porque entrega su vida como expiación por los pecados de los hombres. El texto finalmente nos señala que los padecimientos del siervo no son por sus propias faltas sino por los crímenes y abominaciones de la multitud. De esta manera, su sacrificio tiene el sentido de intercesión y rescate.
La segunda lectura nos ayuda a profundizar todavía más en la excelencia del Mesías Jesús que penetró en el cielo, garantía y apoyo para mantenernos fieles a la confesión de la fe. El primer modelo de la fidelidad es el mismo Cristo: “Él es fiel ante Dios que lo nombró para este servicio, como fue Moisés entre todos los de su casa” (Heb 3,2). Pero también Jesús es compasivo, es decir, sensible a nuestra fragilidad, ya que Él ha sido probado en todo excepto el pecado. Y compasivo es Dios según el Antiguo Testamento, uno de los atributos esenciales. Jesús es la manifestación de esta compasión divina. Al hacerse hombre en el seno virginal de María, Jesús ha experimentado nuestra condición humana, excepto el pecado. Jesús, en efecto, vivió bajo la tentación y las pruebas que corresponden a nuestra condición humana, razón por la cual sintoniza con nosotros, conoce de qué estamos hechos. Jesús es el Mesías compasivo y misericordioso que puede rescatarnos de nuestra debilidad; es el Mediador excelente fuera del cual no hay nadie más que pueda llevarnos a Dios. Que quede resonando la invitación con que concluye el texto de esta segunda lectura: “Por tanto, acerquémonos confiados al trono de nuestro Dios, para obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno” (v. 16). Hagamos vida esta invitación y podremos experimentar la fuerza redentora de Cristo, como la experimentó San Pedro Nolasco y la vivió en la redención de los cautivos cristianos. El mensaje de esta segunda lectura nos llena de ánimo y alegría porque tenemos “en Jesús, un sumo sacerdote excelente que penetró en el cielo”, y así nos abrió las puertas del paraíso que nuestro pecado había cerrado desde la culpa original de nuestros primeros padres. ¿Es Jesús la causa de nuestra alegría, la fuerza de nuestra esperanza?
El evangelio de San Marcos, continuando con el capítulo 10, 35 – 45, nos da la sensación que los esfuerzos de Jesús resultan infructuosos, ya que sus discípulos continúan pensando en la orientación terrena de sus esperanzas y en sus sueños de grandeza humana. Nada parece haber conseguido Jesús con sus precedentes enseñanzas. Dos hechos dejan al descubierto este distinto modo de comprender entre Jesús y sus discípulos: por una parte, la sorprendente petición de los hijos del Zebedeo, a saber, Santiago y Juan y, por otra, la disputa siguiente acerca de un tema que ya había aflorado y de lo cual se habla en Mc 9, 33-37, la instrucción sobre el servicio. Jesús vuelve a instruirles sobre las condiciones para alcanzar el reino y ser parte de su comunidad, la comunidad cristiana.
Nuestras peticiones no coinciden con el proyecto de Dios. Los versos 35 – 41 nos remiten a la petición de los hijos del Zebedeo que consiste en esto: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y el otro a tu izquierda” (v. 38).No se puede precisar si Santiago y Juan están pensando en la gloria del cielo o en la gloria y poder de la tierra pero, en ambos casos, no están en sintonía con el proyecto de Dios. Son intereses personales por encima de los demás que tergiversan el seguimiento de Jesús. En efecto, seguir a Cristo es abrazar su estilo de vida y no una oportunidad más para obtener privilegios o escalar puestos o acceder a poderes fácticos. El seguimiento de Jesús implica el camino de la cruz a través del cual se accede a la gloria eterna.
La respuesta de Jesús se centra en dos imágenes: la copa y el bautismo. Ambas imágenes evocan la amargura del sufrimiento. La copa es símbolo de sufrimiento como lo señala claramente en la oración de Jesús en el huerto cuando dice: “Abba- Padre-, tú lo puedes todo, aparta de mí esta copa. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mc 14,36).Por otra parte, el bautismo es el símbolo de inmersión, es un “sumergirse” en la pasión y en la muerte y eso es precisamente lo que hará Jesús. De ahí que el discípulo debe hacer otro tanto: beber la copa y sumergirse en el bautismo de Jesús, es decir, participar y compartir la misma suerte del Maestro. Este es el camino de la gloria verdadera. Los hijos del Zebedeo aseguran que pueden abrazar este camino de la cruz de Jesús pero no se les asegura que pueden obtener lo que piden, es decir, sentarse a la derecha e izquierda de Jesús en la gloria. El seguimiento de Jesús no es camino para asegurarse lugares de honor. Sólo el Padre sabe para quién están reservados. Dios es el dueño de nuestro futuro y a nosotros nos corresponde sólo seguir al Maestro en esta vida con entera generosidad y entrega.
Este episodio da origen a una reiteración de la enseñanza acerca del servicio (Mc 10, 42-45) con que termina el evangelio de hoy. El mensaje central es este: en la comunidad de Jesús cada uno ha de hacerse servidor de los demás. Consecuencia de este principio central de la vida cristiana es que hay que desterrar la ambición y el afán de dominio. Ahora bien, ambas tendencias están muy arraigadas en el corazón humano y tienen el poder de corromper al hombre tanto como las riquezas. La autoridad auténticamente evangélica es la que hace del servicio su forma real de ejercerse. Así la Iglesia es una “comunidad de servidores”. El modelo y ejemplo de esta fundamental actitud es el mismo Jesús como lo indica el v. 45: “Porque el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”.
El espíritu mercedario no se puede entender sino en esta preciosa y fundamental actitud de Cristo. Así lo entendió San Pedro Nolasco y así lo ha vivido la Orden de la Merced al expresar el Cuarto Voto de Redención en términos de “estar dispuesto a dar la vida, si fuere necesario, como Cristo la dio por nosotros”, preciosa fórmula que apunta a la esencia del seguimiento mercedario de Cristo Redentor. De este modo, el mercedario se configura como “sacramento de Cristo Redentor”, signo visible del amor que redime sirviendo al cautivo.
Un saludo fraterno y hasta otra oportunidad. Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.