SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
En el año de la vida consagrada y de San Pedro Nolasco
Textos
Apoc 7, 2-4.9-14 “Después vi una multitud enorme, que nadie podía contar”.
Sal 23 Benditos los que buscan al Señor.
1Jn 3, 1-3 “Miren qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre”.
Mt 4, 25 – 5,12 “Le seguía una gran multitud de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania”.
La Fiesta de Todos los Santos nos abre un boquete hacia la eternidad, esa esquiva eternidad para el hombre moderno, tan ensimismado y autoreferente, como si lo tuviera todo aquí y ahora y ya nada puede ser motivo de espera o ansia de futuro. Y quien se abre a la trascendencia de la vida, al misterio de Dios, puede empezar a entender el porqué de esta fiesta con que iniciamos el penúltimo mes del año. Aún si visitamos a nuestros seres queridos en el cementerio o parques del recuerdo, puede ser que emerja, en lo más recóndito de cada uno, una lucecita de esperanza de que un día nos uniremos en la gran sinfonía de los santos y santas en el cielo. Si falta esta dimensión trascendente, nuestra visita al cementerio se convierte en silencioso signo de los huesos que en polvo se convertirán. Esta fiesta nació para recordar al Pueblo de Dios cuán importante es la santidad que llevamos “como en vasijas de barro” como dice San Pablo. Nos hace bien este recuerdo. Estamos metidos en un torbellino que nos arrastra y nos deja a merced de cualquier movimiento. Reafirmemos nuestra fe y renovemos hoy nuestro compromiso de ser santos como el Señor es Santo. Bueno, no podemos contar el número de los santos y santas de esta historia de la Iglesia. Sabemos son una muchedumbre innumerable. Muchos de ellos vivieron con nosotros aunque no nos dimos cuenta que eran fieles bautizados que vivían agradando a Dios, en las buenas y en las malas. Te propongo un pequeño ejercicio. Piensa si tú has conocido una persona, familiar, amigo, que te haya dejado el “buen aroma de Cristo”. Pueden ser religiosos, sacerdotes, laicos. Fueron santos que amaron mucho a Dios y le hicieron mucho bien a su prójimo.
La primera lectura tomada del libro de la Apocalipsis nos ayuda a intuir una pregunta que siempre inquieta: ¿Cuántos se salvan? La respuesta la encontramos en este texto del capítulo 7 del último libro de la Biblia. Antes que todo lo material sea destruido, viene un ángel con el sello de Dios vivo. Son sellados en la frente los servidores de nuestro Dios. El número 144.000 es un número perfecto y son los elegidos del nuevo Israel. La cifra está lejos de ser matemática. Significa que el pueblo cristiano es el heredero legítimo del antiguo Israel. Se trata de una cifra simbólica: el pueblo cristiano supera al pueblo antiguo de Israel. Se obtiene multiplicando 12 x 12 y luego por 1000. La continuación de nuestro texto es fundamental para no caer en estrecheces de cálculos. Cambiamos de escenario y ahora estamos en la realidad celeste. El vidente contempla una muchedumbre ante Dios y el Cordero. Es universal porque contiene personas de todos los pueblos y naciones y es innumerable. Está de pié como signo de victoria, es decir, se encuentra ya participando de la resurrección de Jesucristo. Están vestidos de túnicas blancas, es decir, comparten ya la nueva vida de Cristo. Llevan palmas en sus manos como signos de júbilo. Y los ángeles se suman a la celebración. Concluye nuestra lectura con la pregunta acerca de la identidad de los que llevan las vestiduras blancas. La respuesta es paradojal: “Éstos son los que han salido de la gran tribulación, han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero” (v. 14). Han purificado sus vidas por la plenitud de la redención de Cristo, su sacrificio redentor tiene la fuerza para hacer nuevas todas las cosas. En resumen. Esta multitud incontable ya reina con Jesús en la gloria porque han compartido ya la muerte y el sacrificio de Cristo. Ocupan el primer lugar la muchedumbre de los mártires que han sido blanqueados por la sangre.
La segunda lectura, tomada de la Primera Carta de San Juan, nos ayuda a comprender uno de los argumentos a favor de la esperanza cristiana como es la filiación divina del cristiano. Su base no es una moral especial sino el amor de Dios, razón por la cual es una gracia, una consecuencia del haber nacido de Dios. Desde este fundamento divino es posible la existencia del cristiano y de la comunidad como tal. La filiación divina es una realidad actual como lo muestra la acción del Espíritu Santo sin la cual no sería posible la existencia cristiana en el mundo y frente a él. Sin embargo, esta realidad tan hermosa como la filiación divina no es posesión definitiva ahora. Se proyecta a su realización plena cuando “seremos semejantes a él y lo veremos como él es”. Se afirma la igualdad entre Cristo y nosotros los hijos de Dios. Somos hijos de Dios pero en el Hijo de Dios, Jesucristo.
El evangelio de esta Fiesta es el inicio del Sermón de la Montaña o de las Bienaventuranzas en la versión de San Mateo.
Se inicia el texto de esta Fiesta con el versículo 25 del capítulo cuatro diciendo que a Jesús “Le seguía una gran multitud de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania”. Y versículos previos San Mateo nos indica que la actividad de Jesús incluye enseñanza, proclamación de la Buena Noticia y sanaciones. En esa lógica es comprensible que la multitud se vea convocada a seguirlo. Se puede decir que la fama de Jesús atrae y se difunde a todo Israel con Jerusalén como la capital.
El sermón del monte, con amplias resonancias bíblicas, es el primero de los cinco discursos programáticos de Jesús en la perspectiva de San Mateo. Es considerado el programa del nuevo Pueblo de Dios. Para comprender este texto tiene que estar en el trasfondo de nuestra lectura el Sinaí y Moisés. Así podremos captar diferencias y contrastes entre Jesús y Moisés. La enseñanza que ofrece Jesús es novedosa y lo hace a título personal.
El programa del reinado de Dios. Hay una diferencia fundamental entre los mandamientos que recibe y promulga Moisés y las proclamaciones de las ocho felicidades que Jesús hace como enunciados de valor y no como mandatos o normas. Son una invitación a superarse constantemente, también una denuncia de mezquindades humanas, una oferta de la misericordia de Dios y el don del gozo que instala el reinado de Dios en el corazón de los creyentes. El grupo al que Jesús dirige el programa de las bienaventuranzas es a los que Jesús había llamado a seguirle. Son los discípulos los principales destinatarios de estas bienaventuranzas.
Lo extraordinario del sermón de la montaña es el esfuerzo por descubrir los valores del reinado de Dios en medio de las dificultades por las que atraviesan los cristianos de aquella primera hora que experimentan el rechazo de la comunidad judía. Más que preceptos de conducta la propuesta de Jesús es vivir desde una determinada manera como la pobreza, la aflicción, el desprendimiento, el hambre y la sed de justicia como bienaventuranzas. A primera vista pueden parecer fáciles de alcanzar, sobre todo las cuatro primeras bienaventuranzas, pero considerando las otras cuatro descubrimos que significan un gran compromiso para cambiar la realidad. Se trata de hacer presente el reinado de Dios aquí y ahora. ¿Cómo? Con el compromiso de la misericordia y la solidaridad; el empeño por una vida honrada y limpia; el trabajo por la paz y la reconciliación; y la firmeza ante la persecución.
La santidad no nos hace huir del mundo concreto ni evadirnos en quimeras. La verdadera santidad se juega también en el trabajo humano por transformar el mundo en espacio del reinado de Dios. Esta Fiesta de Todos los Santos nos recuerda el compromiso anónimo de esa multitud de hombres y mujeres que fueron destellos del mundo nuevo de Dios en medio de los hermanos.
Que tengan una hermosa Fiesta de la Santidad. Un saludo fraterno. Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.