Comentario del Evangelio de este domingo 33° durante el año
Provincia Mercedaria
de Chile

Comentario del Evangelio de este domingo 33° durante el año

Sábado 14 de Noviembre, 2015

 
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”, Mc 13, 31.

DOMINGO 33° DURANTE EL AÑO

En el año de la Vida Consagrada y de San Pedro Nolasco

Textos

Dn 12, 1-3           “En aquel tiempo será liberado tu pueblo: todo el que se encuentre inscrito en el Libro”.

Sal 15, 5.8-11     Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti.

Heb 10, 11-14.18 “Él ha perfeccionado para siempre a los que santifica”.

Mc 13, 24-32      “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.

                En este último domingo del Año Litúrgico del Ciclo B, nos encontramos con una dimensión relativamente ignorada por nuestros tiempos: la dimensión escatológica. Se trata de descubrir las realidades últimas que el Señor en su palabra eterna nos invita a considerar. La vida terrena y cuanto significa nuestra historia humana están sujetas inexorablemente a la finitud. Hay fecha de término no sólo para los individuos sino también para el conjunto de la historia humana. En la doctrina de la Iglesia se acostumbra a reconocer estas cosas últimas como las “postrimerías del hombre”. Es cierto que en otros espacios y tiempos estas certezas de la fe fueron presentadas más en su carácter trágico y terrorífico. Tal presentación popular no le ha hecho bien a la dimensión de la esperanza cristiana. Hoy, la Palabra de Dios nos deja tiempo para nuestra meditación serena y reposada acerca de nuestras postrimerías: la muerte como experiencia del límite humano y de la finitud; el juicio final que nos permite asumir que somos responsables de nuestra vida y de nuestras decisiones terrenas, buenas y malas; el cielo y la eterna desventura como frutos de nuestras decisiones humanas. Lejos está todo esto de aquello del “fin del mundo”, esa fantasía que nos lleva lejos del peso y gravedad que tiene nuestra vida terrena, no sólo como hombres sino también como cristianos. Es muy tentador divagar acerca del modo como San Marcos nos describe en el evangelio de hoy el fin del mundo, como si ese fuera el centro de la Palabra de Dios. Dejemos que sea la misma Palabra de Dios que nos conduzca a una renovada responsabilidad personal y colectiva acerca del Reino de Dios que está germinando en el mundo. Hablemos de nuestro compromiso, de nuestro ejercicio de la libertad cristiana, de nuestra responsabilidad en la edificación de un mundo más humano, más fraterno, más solidario, más creyente. Esto es más provechoso para nuestra fe que imaginar “fines del mundo”. Así la esperanza cristiana no nos evade de las graves tareas que tenemos encomendadas por el Señor de la Historia y de la Vida.

                La primera lectura tomada del Libro de Daniel nos ofrece una salida extraordinariamente importante para el drama de la historia, entendida como un espacio de luchas y caídas de imperios y reinos. Por sobre este ir y venir de soberanos y emperadores, la historia es conducida por Dios y se encamina a un desenlace final repentino. En este paso de un reino a otro, el vidente Daniel descubre el cambio final: la restauración del reino definitivo y universal del Señor de la historia, en la que los “elegidos y consagrados”, es decir, los hombres pasivos y sufrientes de la tierra, pasarán al primer plano con un nuevo poder concedido por Dios. Lo que sucede después se anuncia, no se describe. El Libro de Daniel introduce en el Antiguo Testamento un género literario nuevo: el género apocalíptico. Este “modo de hablar” se hace fuerte en los momentos de crisis de la historia y ofrece un mensaje de esperanza y viene a decir: la tribulación es pasajera, el Señor actuará, pronto y modo definitivo. Leemos hoy del capítulo 12 del Libro de Daniel los tres versículos iniciales. Gracias a la intervención de Dios a través del arcángel Miguel el pueblo sometido a tiempos difíciles como es su peregrinar por la historia, llega la salvación anhelada. Terminan las guerras y la violencia gracias a la victoria de Dios. Una segunda buena noticia es que todos serán juzgados, vivos y muertos, para la vida eterna o para la degradación perpetua. Entonces nuestras opciones y decisiones tienen una repercusión en el destino final de nuestra vida. ¿Estamos trabajando por la vida o por la muerte más allá del momento presente? Frente al mal ¿creo que Dios tiene poder para finalmente destruirlo?

                El evangelio de San Marcos nos ofrece el capítulo 13 como el discurso escatológico. Es el capítulo más difícil de este evangelio, prueba está que se presta para las más descabelladas interpretaciones. ¿Por qué es el más difícil? Porque habla de sucesos futuros apenas conocidos en su desarrollo y salta audazmente al final. Es difícil porque se refiere a tiempos de crisis, confusos por naturaleza. Y difícil porque emplea imágenes y lenguaje marcado por las alusiones enigmáticas.

                Mc 13, 24 – 27   Se refieren estos versículos a la parusía o venida del Mesías, hecho que se afirma clara y transparentemente. Pero, al mismo tiempo, este anuncio esperanzador está envuelto en motivos propios de la apocalíptica. El género apocalíptico dice las cosas pero usando un envoltorio de imágenes y lenguajes que se prestan a confusión. En este género literario, usado por el Libro de Daniel, se menciona una perturbación estelar, una especie de testimonio cósmico del hecho de la Parusía. Nos referimos a los versículos 24 y 25. Uno tiende a creer que San Marcos nos está describiendo el final cósmico del universo, cuando lo único que pretende decirnos que la Venida del Mesías no es solo un hecho humano, histórico sino también cósmico. La Venida del Mesías afecta la totalidad de la realidad existente: la historia y el universo.

                En Mc 13, 26 se describe la “figura humana” de Daniel 7, 13-14 que sube al cielo en una nube y ahora baja del cielo en una nube, con gran poder y majestad. Es el acontecimiento de la Parusía o segunda venida de Cristo, el “Hijo del Hombre”.

                En Mc 13, 27 se nos describe el juicio final para lo cual el Mesías victorioso envía a los ángeles para reunir a todos los elegidos de los cuatro puntos cardinales de la tierra a un extremo del cielo. La Parusía de Jesucristo es el momento de la plena manifestación de su victoria sobre el pecado y la muerte que lo convierte en Juez de vivos y muertos. Unos para la vida eterna, otros para la eterna perdición.

                Así el mensaje del evangelio de hoy dista mucho de entretenernos con una explosión cósmica como fin de una película de ciencia ficción. Lo que se juega es muy importante. Estamos ante un hecho cósmico porque Cristo ha redimido todo el universo, un hecho histórico porque acontece “en aquellos días”, un hecho trascendente porque queda de manifiesto el poder y la majestad del Resucitado y es un hecho universal porque incluye a todas las creaturas del mundo y de la humanidad. Consecuencia de este mensaje: la tradición cristiana es unánime para esperar la Venida de Jesucristo, su Segunda Venida que será gloriosa. La primera fue en kénosis, es decir en humildad y sencillez de nuestra condición humana.

                Mc 13, 28 – 32 nos plantea el tema de la fecha de los sucesos futuros. Nos deja en la incerteza. Esto es muy lógico si tenemos presente que los primeros cristianos tenían la esperanza que todo sucedería muy pronto. Se puede decir que hubo un afán por la parusía, lo que llevó a abandonar las tareas humanas necesarias para construir la vida. San Pablo nos ofrece en sus cartas ejemplos de esta tendencia que veía la inmediata realización de las promesas de Cristo y su reino.

                Es interesante la imagen de la higuera. Con ella indicaría que es la historia misma la que va dando ese paso, aunque doloroso, a la primavera. ¿Es la Parusía como una primavera? Es la invitación a la espera, la confianza, a la vigilancia. Y aquí encontramos el sentido más hondo del evangelio de hoy: es una invitación a no abandonar estas actitudes fundamentales en la vida.

                Hay una certeza absoluta: “Cielo y tierra pasarán, mis palabras no pasarán”. La afirmación hay que entenderla enfáticamente: “aunque pasen el cielo y la tierra, mis palabras no pasarán”. He aquí el corazón del mensaje de este texto que podría desviar nuestra atención hacia la satisfacción de nuestra natural curiosidad de adivinar el futuro. Es mucho más importante la formación de actitudes evangélicas fundamentales como la invitación a la cautela y a la vigilancia, ambas muy necesarias en tiempos de crisis. Y la certeza absoluta es que todo está sujeto al cambio y tiene un final mientras que la Palabra de Dios permanece invariable por la eternidad. Estamos invitados a saber distinguir entre lo finito y eterno, entre lo relativo y absoluto, entre lo temporal y la eternidad. ¡Vaya qué misterio nos envuelve y nos sobrecoge!

                Hemos dejado para el final el precioso texto de la Carta a los Hebreos. Retengamos el texto central: “Cristo, en cambio, después de haber ofrecido por los pecados un único Sacrificio, se sentó para siempre a la derecha de Dios, donde espera que sus enemigos sean puestos debajo de sus pies. Y así, mediante una sola oblación, Él ha perfeccionado para siempre a los que santifica” (v 12-14). Esta perfección y eternidad de la redención de Cristo contrasta con la repetición temporal insuficiente para perdonar pecados que tienen los sacrificios de la antigua alianza. Sólo Cristo alcanza el perdón de los pecados y nos introduce en la comunión definitiva con el Padre.

                Será hasta la próxima oportunidad, si Dios quiere. Un saludo fraterno y sigamos con María escuchando la hermosa Palabra de Dios. Fr. Carlos A. Espinoza I

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