Primer domingo de Adviento. Comentario del Evangelio
Provincia Mercedaria
de Chile

Primer domingo de Adviento. Comentario del Evangelio

Sábado 28 de Noviembre, 2015

 
Este tiempo sagrado está dividido en dos partes bastante bien marcadas: la primera parte conmemora la segunda venida del Mesías, es decir, su Parusía y se extiende hasta el 16 de diciembre. La segunda parte se ordena de modo más directo a la preparación de la Navidad y se extiende como tiempo privilegiado del 17 al 24 de diciembre.

Domingo 29 de noviembre 2015

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

COMIENZA CICLO DOMINICAL “C”   –   LECCIONARIO FERIAL AÑO PAR

En el Año de la Vida consagrada y de San Pedro Nolasco

Textos

Jer 33, 14-16      “En aquellos días y en aquella hora suscitaré a David un retoño legítimo que hará justicia y derecho en la tierra”.

Sal 24, 4-5.8-10.14           Tú eres el Dios que me salva.

1Tes 3, 12- 4,2   “Y a ustedes, el Señor les conceda crecer cada vez más en el amor mutuo y universal, como el que nosotros tenemos por ustedes”.

Lc 21, 25-28.34-36            “Presten atención, no se dejen aturdir con el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que aquel día no los sorprenda de repente”.

                               ADVIENTO es un tiempo litúrgico que precede a la celebración de la Navidad y está conformado por cuatro semanas. Este tiempo sagrado está dividido en dos partes bastante bien marcadas: la primera parte conmemora la segunda venida del Mesías, es decir, su Parusía y se extiende hasta el 16 de diciembre. La segunda parte se ordena de modo más directo a la preparación de la Navidad y se extiende como tiempo privilegiado del 17 al 24 de diciembre. Este es el modo como la Iglesia nos invita a iniciar un Nuevo Año Litúrgico cuyo Leccionario Dominical está tomado del Ciclo C.

                Otra cosa importante es la teología del Adviento, es decir, su sentido espiritual y desde la fe. Esta visión de fe o teología se funda en las tres venidas de Cristo, a saber: la primera en la humildad de nuestra carne o condición humana (Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros); la segunda es la Parusía o Venida gloriosa y llena de majestad como Señor de los hombres y de la Historia (es la Segunda Venida que esperamos). Y la tercera venida de Cristo es la presencia sacramental o litúrgica, que situada entre la primera y segunda, las actualiza. Así dice la Iglesia: “Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda venida” (Catecismo de la Iglesia Católica 524). Adviento es, por lo tanto, el tiempo fuerte de la esperanza cristiana; una esperanza que está orientada hacia la Parusía final (primeras semanas) y hacia la celebración del nacimiento histórico de Cristo (17 al 24 de diciembre). Un significativo signo de este dinamismo interior de Adviento es la Corona de Adviento, con tal que sea un signo cuidadoso y destacado que marque el ritmo de las semanas con el encendido notorio litúrgicamente de cada cirio.

                Dejemos ahora que la Palabra nos ayude a entrar al santuario que de otro modo permanece cerrado. Es el Señor el que se revela, se manifiesta y nos hace entrar en su misterio.

                La primera lectura, tomada de Jeremías de los capítulos 30 a 33, llamados “oráculos de esperanza”, contiene palabras de esperanza de futuro, esa misma que nos hace siempre tanta falta. Posiblemente el profeta las pronunció en medio de una situación dramática del año 587 antes de Cristo, momento en que la ciudad de Jerusalén estaba a punto de caer en manos del enemigo. A pesar de la infidelidad de los habitantes de Jerusalén, motivo esencial de su penoso exilio, Dios, a través de Jeremías, no olvida sus promesas de un futuro mejor para el pueblo y la ciudad. Dios hará posible esta promesa de futuro a través de un descendiente davídico, que el profeta llama “retoño legítimo” (v. 15). Se trata de un rey que establecerá la justicia y el derecho en la tierra, gran sueño que permanece en el corazón de la humanidad. Dios cumplirá su promesa porque es atributo esencial de su divinidad el ser un “Dios fiel”. Tanto es así que Judá será llamada “Señor – nuestra justicia” (v.16). ¿Qué nos suscita esta lectura? Vivimos inmersos en signos patéticos de injusticia, de mentiras, de traiciones a los ideales, de deshonestidad, etc. Yo se que tu lista sería interminable pero ¿vale la pena seguir metidos en los pecados e infidelidades? Desde luego, nada cambia con la pura constatación del mal. Hay que preguntarse si precisamente esta realidad de desesperanza, de pesimismo, nos ayuda a salir del atolladero. Hay que dejar que resuene una vez más la Palabra de Dios, palabra de esperanza de futuro. ¿Soy yo una persona de esperanza real?

                La segunda lectura tomada del primer escrito cristiano del Nuevo Testamento, la primera carta a los Tesalonicenses, compuesto hacia el año 51 de nuestra era. San Pablo la escribió desde Corinto. Es importante captar los anhelos de una comunidad cristiana joven y ferviente, firme en medio de las tribulaciones. Unos 20 años después de la Ascensión del Señor tenemos este testimonio de cómo eran los cristianos de la primera hora. La segunda lectura de este primer domingo de Adviento nos abre una ventanita hacia este mundo naciente cristiano. El texto está dentro del ámbito de una emocionada acción de gracias de Pablo al recibir buenas noticias que trae Timoteo de Tesalónica. Dice Pablo: “¿Cómo podremos dar gracias a Dios por ustedes, por el gozo que nos hacen sentir ante nuestro Dios?” (v. 9). El texto de este domingo expresa los buenos deseos del Apóstol Pablo y reconoce que el amor que le une a los tesalonicenses es al mismo tiempo capaz de hacerse universal. Ese amor mutuo que se hace universal no es fruto del egoísmo sino un auténtico don de Dios. Por otro lado, Pablo les recuerda la dimensión escatológica de la comunidad, en el sentido de estar abierta y preparada para recibir al Señor Jesús cuando venga con todos sus santos. Es anhelo de Pablo que puedan presentarse ante el Señor que viene como “santos e inmaculados”, es decir, con una vida coherente con lo que creen y esperan. Termina invitándoles a ser coherentes con lo que han recibido y aprendido acerca “de la manera de comportarse para agradar a Dios” (4,1). Respiramos optimismo, compromiso, alegría, crecimiento al meternos en ese dinamismo del Espíritu en medio de la comunidad de los tesalonicenses. ¡Qué ganas de recuperar también nosotros ese entusiasmo y energía para evangelizar el mundo de hoy!

                El evangelio de San Lucas de este primer domingo de Adviento se compone de dos fragmentos del llamado “discurso escatológico” de Jesús. En la primera parte, Lc 21, 25-28 el discurso gira en torno a la venida del Hijo del hombre. Se inicia con una referencia a los eventos cósmicos: “Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas” (v. 25). Una necesaria advertencia es la de no tomarlos en sentido literal, como hace cierto fundamentalismo bíblico muy frecuente. No olvidemos que esta manera de presentar las cosas es una forma muy típica del género apocalíptico cuyo principal referente es el Libro de Daniel. ¿Qué objetivo cumple esta descripción de una gran conmoción celeste y terráquea? El evangelista quiere establecer una gran diferencia entre la primera venida o manifestación de Jesús en su encarnación, en humildad de medios y sencillez abismante, y su segunda venida o Parusía con poder y gloria como Señor de la historia, del tiempo y del mundo. Como decimos en el Credo: “Vendrá con gloria a juzgar a vivos y muertos”. ¿Pretenden provocar miedo y terror estas descripciones? De ninguna manera. Sólo nos quieren decir que la segunda venida de Cristo va en serio y es muy distinta a su primera venida en carne mortal. El que viene por segunda vez es el mismo Cristo que padeció en esta tierra pero ahora lleno de Gloria y Poder como Señor Victorioso y Juez de la humanidad y de la historia. Más que producirnos miedo y terror, su venida final nos alegra y nos llena de consuelo. ¡Qué bueno que venga Cristo a poner de manifiesto las obras buenas y las malas de los hombres! Entonces la justicia será definitiva, la verdad nítida. Como los primeros cristianos tenemos que decir “Ven, Señor”, “Marana-Tha”.

                En la segunda parte o fragmento del evangelio de hoy, Lc 21, 34 - 36, el evangelista resalta dos importantes imperativos para la vida concreta del cristiano. El primer desafío vital es “procurar o prestar atención”. La advertencia tiene una actualidad impresionante porque observamos con admiración la larga lista de hombres y mujeres de “corazón aturdido” que han mostrado una aparente conducta intachable pero luego hemos quedado anonadados frente a las actuaciones en que están involucrados. El texto es una sabia advertencia para todos sin excepción: “Presten atención, no se dejen aturdir con el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que aquel día no los sorprenda de repente” (v. 34). Esto supone que estamos convencidos que aquel día, el de la venida de Cristo, vendrá sin dilación. Un corazón embotado por el vicio y otras cosas apaga la esperanza y queda esclavizado en el margen estrecho de las cosas materiales.

                El segundo desafío del cristiano es el de la vigilancia y la oración. Así dice el texto: “Estén despiertos y oren incesantemente, pidiendo poder escapar de cuanto va a suceder, así podrán presentarse seguros ante el Hijo del Hombre” (v.36). ¿Por qué San Lucas les recuerda esto que es tan básico en la vida cristiana? Porque ya en su tiempo, la comunidad cristiana experimentaba desánimo y descuido de su vida espiritual, sin dejar de considerar el impacto de esto en la tarea evangelizadora y en las prácticas cristianas. Es una feliz advertencia para nuestras adormiladas comunidades cristianas y para nuestras aletargadas conciencias personales. Cuando ya no arde el fuego en el interior, sólo van quedando cenizas, nostalgias de otros tiempos.                                           Un saludo fraterno.               

                        Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.            

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