SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO
COMIENZA CICLO DOMINICAL “C” – LECCIONARIO FERIAL AÑO PAR
En el Año de la Vida consagrada y de San Pedro Nolasco
Textos
Bar 5, 1-9 “Porque Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo”.
Sal 125, 1-6 ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros!
Flp 1, 4-11 “Estoy seguro de que quien comenzó en ustedes la obra buena, la llevará a término hasta el día de Cristo Jesús”.
Lc 3, 1-6 “Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto”.
Estamos recargados de voces y ruidos que nos mantienen en ascua permanente. Son muchos los focos parlantes en esta cultura del consumo y de la propaganda publicitaria. ¿Somos capaces de sostenernos en medio de esta sobrecarga de estímulos auditivos? No. De ahí la necesidad de abandonar la gran ciudad y buscar espacios más amigables para nuestra vida. Sin embargo, los creyentes no podemos excusarnos en esta realidad para no escuchar la voz del Señor. Así y todo, es indispensable escuchar al Señor que nos habla. Podemos mirar la actitud de María que acoge y escucha al Señor que le habla. Con toda razón a ella se la llama “virgen oyente”, “virgen orante”, “virgen creyente”. Y si nos incapacitamos para escuchar por una costumbre al ruido permanente, al estímulo exterior continuo, terminaremos bajo la cautividad de las voces de fuera. Ya no tendremos necesidad de escuchar a Dios ni al prójimo ni a la conciencia propia, si es que todavía la reconocemos. En este segundo domingo de adviento nos vamos a dejar invitar por la Palabra de Dios y muy especialmente por el evangelio de San Lucas. Y qué mejor fijarnos en la siempre provocadora figura de Juan Bautista, el último de los profetas del Antiguo Testamento, el que prepara el camino a Cristo. ¿Cómo lo prepara? ¿Qué anuncia?
En este segundo domingo de adviento nos encontramos en la primera lectura con el profeta Baruc. Se trata de una persona vinculada a Jeremías y aparece como su secretario, portavoz, compañero y destinatario de un oráculo personal. El mensaje del texto de hoy, Bar 5, 1-9, se dirige a la ciudad de Jerusalén. Es una invitación a abandonar una situación de luto que le aflige como el destierro. El motivo de esta invitación no es otro que el cumplimiento de las promesas de Dios, muy específicamente, el retorno de los desterrados a su tierra. Es el Señor el que allana el camino del retorno abriendo una senda más llana por donde transite su pueblo del exilio o del destierro. Así dice: “Porque Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia” (v. 9). ¿Tiene algún sentido esta invitación del profeta? De todas maneras. En adviento tenemos que volver a creer y esperar en el Señor que nos salva. Por nuestra cuenta no somos capaces de dejar nuestros vestidos de luto y aflicción, consecuencias de nuestros pecados. Muchas veces deseamos despojarnos del hombre viejo pero no tenemos la fuerza interior para hacerlo y nos quedamos en los buenos deseos. Es el Señor el que nos hace posible ese paso, ese cambio o conversión a condición que “hoy escuchéis su voz y no endurezcáis vuestro corazón”.
La segunda lectura de Flp 1, 4-11 nos remite a la acción de gracias que el apóstol Pablo dirige a Dios por los cristianos de Filipos. Notemos que el tono es cordial y afectuoso, pues las relaciones de Pablo con esta comunidad estuvieron cimentadas en sentimientos de gozo, cariño, confianza y añoranza. Todo ello muestra los lazos de amistad que unían al evangelizador con los evangelizados, recordando así el estilo de Jesús. Comienza esta acción de gracias señalando que siempre que se acuerda de ellos da gracias y los encomienda a Dios. Dice Pablo: “...lo hago con alegría, pensando en la colaboración que prestaron a la difusión de la Buena Noticia, desde el primer día hasta hoy” (v. 5). La alegría que expresa Pablo nace de esa cercanía cordial que permite una estrecha comunión entre él y los filipenses. Al respecto dice: “...porque los llevo en el corazón y porque participan conmigo de las mismas bendiciones, ya sea cuando estoy en la prisión o cuando trabajo en la defensa y confirmación de la Buena Noticia” (v.7). Esta comunión ha permitido una colaboración con la evangelización desde el principio y hasta el presente. Este hermoso texto de acción de gracias concluye con la súplica siempre vigente para toda comunidad cristiana como es la caridad, auténtico ideal de vida y fruto del Espíritu de Cristo. Al respecto dice: “Esto es lo que pido: que el amor de ustedes crezca más y más en conocimiento y en buen juicio para todo” (v. 9). ¿Podrías también hacer una acción de gracias por la cordialidad con que vives tu fe cristiana con otros? Y si falta cordialidad, caridad fraterna, y afecto sincero y comunión de ideal ¿cómo vamos a dar un testimonio creíble del Evangelio? Meditemos esta hermosa segunda lectura y revisemos nuestra manera o estilo de vivir la fraternidad. “Por sus frutos los conoceréis” dijo Jesús. El cristiano no se identifica porque reza, o va a misa sólo; el verdadero rasgo del auténtico cristiano es el amor con que vive, trabaja, trata, comparte, sufre, ora, etc.
El evangelio de San Lucas 3, 1-6 comienza con una visión panorámica universal. De esta manera quiere San Lucas situar la predicación de Juan Bautista en el marco de la historia pagana y de la historia de Israel. Por eso en los primeros versículos del capítulo 3 distingue dos ámbitos de ese panorama universal: por una parte, el poder civil representado por el emperador Tiberio, cúpula del poder humano, y luego el gobernador de Judea Poncio Pilato y más abajo los virreinatos de Herodes, Filipo y Lisanio en la misma Palestina. Así estaba distribuido el poder cívico en el siglo primero de nuestra era. El poder religioso estaba representado por dos personajes Anás y Caifás, vinculados al sumo sacerdocio israelita. En este contexto histórico religioso, bajo el año quince del reinado de Tiberio, tiene lugar un hecho extraordinario: “la Palabra del Señor se dirigió a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto” (v. 2). Evidentemente que este es el hecho central que se encuadra en ese solemne panorama universal cívico y religioso. De esta manera, la llegada de Jesús no es una casualidad o algo fuera de la historia concreta de los hombres. Esta es la finalidad que quiere resaltar San Lucas al referirse a la historia universal y a la historia de la salvación que se inicia con Juan Bautista y con Jesús. La salvación no es un asunto de judíos solamente, es un hecho universal. Otro detalle no menos interesante es la mención de los personajes paganos y extranjeros como Tiberio y Poncio Pilato vinculados a la dominación sobre Palestina. En medio de esta penosa situación emerge la Palabra liberadora que no es sólo para los judíos sino para todo hombre. Fijémonos en el receptor de esta Palabra del Señor. ¿Quién era Juan? Un hombre que no pertenece a ninguna jerarquía, ni civil ni religiosa, alguien que no tiene poder ni dinero ni autoridad alguna. Es el que escucha la Palabra del Señor, que debe oír todo el pueblo. Cada vez que nos hacemos pobres según el espíritu del evangelio podemos escuchar la voz de Dios. Mejor todavía si aprendemos a escuchar desde y con el pobre, podemos escuchar la llamada a renovar nuestra vida, a convertir nuestro corazón. Hoy también es posible escuchar los gritos de los indefensos, de los perseguidos por la fe, de los atropellados en su dignidad, de los cautivos, y tantos otros. No todos escuchan esos gritos ni les preocupan. Como Juan Bautista debemos escuchar al Señor que clama en el pobre. Juan recorre la región del río Jordan predicando un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados, es decir, un bautismo de conversión. De esta manera, San Lucas inserta a Juan Bautista en la línea de los profetas antiguos y así señalar que en Juan, el último de los profetas, Dios está ofreciendo una oportunidad más para la conversión. Con toda intencionalidad le aplica a Juan el texto del profeta Isaías acerca de la voz que grita en el desierto, lugar del encuentro con Dios, desde la pobreza de medios. El desierto es el lugar simbólico hacia donde hay que ir a escuchar al Señor. Preparad el camino al Señor es el contenido de la voz que grita en el desierto. En una sociedad mejor equipada para vivir informados, hay tantos que se sienten desprovistos de razones convincentes para dar sentido a su vida. A pesar de la enorme cantidad de medios de comunicación, no somos capaces de entablar relaciones de amor y amistad. ¿Qué hemos olvidado en medio de tanta abundancia? Que la vida es siempre un proyecto y tarea que hay que ir resolviendo cada día. La gran ventaja del cristiano es que siempre tiene como un punto de referencia en la persona de Jesucristo. De aquí la importancia de saber escuchar y prestar atención a la palabra de Dios, palabra profética. ¿Qué puede significar “Preparad el camino al Señor”? La preparación de que nos habla el profeta es pasar de la injusticia a la justicia, de relaciones respetuosas e igualitarias, de verdad y honestidad, de liberación y fraternidad, de solidaridad y servicio. En una palabra es tomarse en serio los valores del Reino, los valores del Evangelio. Por lo visto, no sólo preparar la corona de adviento o la cena de navidad; hay muchísimo más que seguir promoviendo entre los seres humanos.
Que el Señor nos regale la gracia de recibir su Palabra como lo hizo Juan Bautista. Un saludo fraterno. Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.