Antes del rezo del Ángelus el Papa recordó que este martes se celebra la fiesta de la Inmaculada Concepción quien es “nuestra hermana en el sufrimiento, pero no en el mal y ni en el pecado” además indicó que la Inmaculada “se ha convertido en icono sublime de la misericordia divina que ha vencido el pecado” por lo que nosotros, hoy, al inicio del Jubileo de la Misericordia, “queremos mirar a este icono con amor confiado y contemplarla en todo su esplendor, imitándola en la fe”.
Asimismo el Papa explicó que celebrar esta fiesta implica dos cosas: acoger plenamente Dios y su gracia misericordiosa en nuestra vida y transformarse a su vez en artífices de misericordia a través de un auténtico camino evangélico”.
En esta línea, la fiesta de la Inmaculada se transforma en “la fiesta de todos nosotros si, con nuestros “si” cotidianos, conseguimos vencer nuestro egoísmo y hacer más feliz la vida de nuestros hermanos, a donarles esperanza, secando aquellas lágrimas y donando un poco de alegría”.
Fuente: Mercedes De La Torre – Radio Vaticano.
Texto de las palabras del Papa al dirigir el rezo del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días y buena fiesta!
Hoy, la fiesta de la Inmaculada nos hace contemplar a la Virgen, que, por individual privilegio, ha sido preservada del pecado original desde su concepción. Aunque vivía en el mundo marcado por el pecado, no fue tocada: María es nuestra hermana en el sufrimiento, pero no en el mal y ni en el pecado. Más bien, el mal en ella ha sido derrotado antes aún de tocarla, porque Dios la ha llenado de gracia (cfr Lc 1,28). La Inmaculada Concepción significa que María es la primera salvada por la infinita misericordia del Padre, tal primicia de la salvación que Dios quiere donar a cada hombre y mujer, en Cristo. Por esto la Inmaculada se ha convertido en icono sublime de la misericordia divina que ha vencido el pecado. Y nosotros, hoy, al inicio del Jubileo de la Misericordia, queremos mirar a este icono con amor confiado y contemplarla en todo su esplendor, imitándola en la fe.
En la concepción inmaculada de María estamos invitados a reconocer la aurora del mundo nuevo, transformado por la obra salvadora del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La aurora de la nueva creación actuada por la divina misericordia. Por esto la Virgen María, nunca fue manchada por el pecado está siempre llena de Dios, es madre de una humanidad nueva. Y madre del mundo recreado.
Celebrar esta fiesta implica dos cosas. Dos cosas: primero, acoger plenamente Dios y su gracia misericordiosa en nuestra vida; segundo, transformarse a su vez en artífices de misericordia a través de un camino evangélico. La fiesta de la Inmaculada se transforma en la fiesta de todos nosotros si, con nuestros “si”, estos “si” cotidianos, conseguimos vencer nuestro egoísmo y hacer más feliz la vida de nuestros hermanos, a donarles esperanza, secando aquellas lágrimas y donando un poco de alegría. A imitación de María, estamos llamados a transformarnos en portadores de Cristo y testigos de su amor, mirando en primer lugar a aquellos que son privilegiados a los ojos de Jesús: «porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver». (Mt 25, 35-36).
La fiesta de hoy de la Inmaculada Concepción tiene un específico mensaje para comunicarnos: nos recuerda que nuestra vida es un don, todo es misericordia. La Virgen Santa, primicia de los salvados, modelo de la Iglesia, esposa santa e inmaculada, amada por el Señor, nos ayude a redescubrir siempre más la misericordia divina como distintivo del cristiano. No se puede entender un cristiano verdadero que no sea misericordioso, como no se puede entender a Dios sin su misericordia. Esa es la palabra-síntesis del Evangelio: misericordia. Es el tramo fundamental del rostro de Cristo: aquel rostro que nosotros reconocemos en los diversos aspectos de su existencia: cuando va al encuentro de todos, cuando sana a los enfermos, cuando se sienta en la mesa con los pecadores, y sobre todo cuando, clavado sobre la cruz, perdona; allí nosotros vemos el rostro de la misericordia divina. No tengamos miedo: dejémonos abrazar por la misericordia de Dios que nos espera y perdona todo. Nada es más dulce que su misericordia. Dejémonos acariciar por Dios: es tan bueno, el Señor, y perdona todo.
Por intercesión de María Inmaculada, la misericordia tome posesión de nuestros corazones y transforme toda nuestra vida.
(Traducción por Mercedes De La Torre – Radio Vaticano).
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas,
los saludo a todos con afecto, especialmente a las familias, a los grupos parroquiales y a las asociaciones. Dedico un pensamiento especial a los socios de la Acción Católica Italiana que hoy renuevan la adhesión a la Asociación: les deseo un buen camino de formación y de servicio, siempre animado por la oración.
Esta tarde iré a Plaza de España, para rezar a los pies del monumento a la Inmaculada. Y después iré a Santa María La Mayor. Les pido que se unan espiritualmente a mí en esta peregrinación, que es un acto de devoción filial a María, Madre de Misericordia. A Ella confiaré la Iglesia y la humanidad entera y en modo particular a la ciudad de Roma. Hoy, al inicio, también ha cruzado la Puerta de la Misericordia el Papa Benedicto XVI: ¡enviémosle desde aquí un saludo, todos, a Papa Benedicto!
A todos les deseo una buena fiesta y un Año Santo rico de frutos, con la guía y la intercesión de nuestra Madre. Un Año Santo lleno de misericordia: para ustedes y por ustedes para los otros. ¡Por favor, pidan esto al Señor también por mí, que lo necesito tanto! ¡Buen almuerzo y hasta la vista!
(Traducción por Maria Cecilia Mutual – Radio Vaticano).