Cuarto Domingo de Adviento. Comentario del Evangelio
Provincia Mercedaria
de Chile

Cuarto Domingo de Adviento. Comentario del Evangelio

Sábado 19 de Diciembre, 2015

 
En este Cuarto Domingo de Adviento se nos propone, en el ciclo C, el precioso evangelio de la Visitación de la Virgen María a su prima Isabel. Hemos entrado en el llamado “adviento natalicio” desde el 17 al 24 de diciembre.

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

Año de la Vida Consagrada y de San Pedro Nolasco

Textos

Miq 5, 1-4           “Y él mismo será la paz”.

Sal 79, 2-3.15-16.18-19  Restáuranos, Señor del universo.

Heb 10, 5-10      “Y así quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre”.

Lc 1,39-45           “Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.

                En este Cuarto Domingo de Adviento se nos propone, en el ciclo C, el precioso evangelio de la Visitación de la Virgen María a su prima Isabel. Hemos entrado en el llamado “adviento natalicio”, desde el 17 al 24 de diciembre, como tiempo de preparación a las solemnidades de Navidad, en las que recordamos la primera venida del Hijo de Dios a nuestra historia humana, no sólo asumiendo nuestra naturaleza humana sino habitando con nosotros como “Dios – con - nosotros”. Y esta es la causa de la pronta partida de María al encuentro de su prima Isabel: compartir cuanto antes la alegría de Dios en ella y con nosotros. Dios está con nosotros, esa es la suma verdad que celebramos en este recuerdo anual de este Nacimiento de Dios. El encuentro de estas dos mujeres nos involucra también a nosotros. A Dios no se llega sino a través de un encuentro personal y comunitario con Él. Ese encuentro nos convoca a abrirnos, a acogernos, a saludarnos, a comunicarnos buenas noticias, a compartir la alegría interior que nos embarga, a bendecir juntos, a gozar la presencia de Jesús en el regazo de María. ¡Cuánta falta nos hace volver a este encuentro! Que el ejemplo de María y de Isabel nos aliente a volver a empezar con nuevo espíritu este Año de la Misericordia que el Papa Francisco ha inaugurado con el gesto simbólico de abrir la Puerta Santa el pasado 8 de diciembre.

                Te invito a leer y a comprender los textos bíblicos de este domingo cuarto de adviento bajo la luz del Espíritu Santo.

                Profecía de Miqueas

                Miqueas es uno de los 12 “profetas menores” de la Biblia. El tiempo en que vive es el de la crisis de Samaría y la deportación de sus habitantes a Nínive. Se trataba de una época turbulenta tanto desde el exterior como dentro del interior de Israel especialmente la corrupción en la sociedad incluyendo la idolatría. En Miqueas sobresale la valiente denuncia sin paliativos, ya que carece de contactos con el templo y con la corte, lo que lo hace sentirse libre para desenmascarar los vicios de una ciudad como Jerusalén que vivía una ilusoria sensación de seguridad. Hoy escuchamos una de las más hermosas profecías en torno a la restauración que Dios hará posible en medio de tanta desgracia e infidelidades del pueblo escogido. Se trata de volver a reunir lo que el mal dispersa. De Belén, “pequeña entre las aldeas de Judá”, sacará Dios “al que ha de ser jefe de Israel”. Este jefe de Israel tiene un origen antiguo, de tiempo inmemorial, es decir, es un descendiente davídico que goza de su autoridad con el respaldo del Señor. Así dice el texto: “De pie pastoreará con la autoridad del Señor” (v.3). Termina la profecía diciendo: “Y habitarán tranquilos, cuando su autoridad se extienda hasta los confines de la tierra” (v. 4). Es fácil caer en la trampa de pensar que la presencia de este pastor que Dios suscita tiene que aniquilar a los demás que no aceptan la promesa ni la fe. ¿Cómo convivir con la diversidad de creencias y religiones? ¿Cómo vivir en paz verdadera siendo tan diversos los caminos por donde transita Dios con los seres humanos?

                Carta a los Hebreos

                La clave del mensaje de esta segunda lectura la encontramos al final de este texto tan denso. “Y en virtud de esa voluntad, quedamos consagrados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre” (v.10). Es la consecuencia de la encarnación del Verbo Eterno del Padre que viene a nosotros, asume nuestro cuerpo humano, cumpliendo así la voluntad del Padre que quiere que todos los hombres se salven y nadie se pierda, para poder santificar la vida de los hombres, es decir, hacerlos nuevamente amigos e hijos del Padre. La palabra consagrar o  ser consagrados es equivalente a santificar o  ser santificados. Notemos el matiz de esta acción: es por voluntad de Dios que los hombres somos consagrados o santificados por Jesús, el Hijo del Padre que se hace hombre para realizar el plan de salvación del Padre a favor de los hombres. Normalmente ponemos el acento en la acción humana o en el esfuerzo que hacemos por alcanzar a Dios como si esto fuera lo fundamental. Más bien, nuestro compromiso con la santidad o con la consagración es respuesta al don primero que, sin mérito alguno de nuestra parte, hemos recibido por pura gracia de Dios. Dice el texto: “Y en virtud de esa voluntad quedamos consagrados”. La respuesta humana a este don divino no puede ser otra que la gratitud, la alabanza, la adoración y el servicio. Es importante fijarnos el cómo somos consagrados. Jesús no ofrece un sacrificio ritual como acostumbraba la ley antigua. Es un hecho que el hombre naturalmente movido por esa búsqueda de lo trascendente tiende a ofrecer cosas, ceremoniales, ritos. Jesús no ofrece ritos, sacrificios, holocaustos de animales, etc. Jesús quiere que su propio cuerpo, es decir, su condición humana, su persona entera, su cuerpo físico, su mente, su corazón, en una palabra su “ser humano íntegro” fuese el lugar donde se realice plena y cabalmente la voluntad del Padre. Resuena en este texto: “Aquí estoy, he venido para cumplir ¡Oh Dios!, tu voluntad como está escrito de mí en el libro de la ley” (v. 7.9). Así se expresa el sentido profundo de lo que estamos recordando en este adviento y navidad: el misterio de la encarnación del Verbo. La condición humana es elevada a tal dignidad impensada cuando vemos que el mismo Dios la ha asumido para santificarla, es decir, hacerla grata a los ojos de Dios. Es el secreto de la obediencia por amor que nos permite contemplar tanta delicadeza y ternura de nuestro Dios por nosotros, sus creaturas.

                Evangelio

                La escena de la visitación de María a Isabel no puede entenderse sólo como un dato o crónica. Hay una intencionalidad teológica, es decir, San Lucas nos hace descubrir en este encuentro de dos mujeres una relación con la historia de salvación. Nos invita a contemplar desde la fe los efectos del misterio de la encarnación y la presencia de Dios: acontece fuera del templo y de la estructura cultual oficial judía, su protagonista es una virgen prometida a un hombre llamado José y revela una admirable presencia de Dios en una mujer de nombre María, “nueva arca de la alianza”, elegida por Dios.

                El inicio del relato señala la prontitud para el servicio que lleva a María a olvidarse de sí misma y a ponerse con presteza en camino para ir en ayuda de Isabel. Subraya San Lucas dos actitudes representadas por estas mujeres: mientras María  está pronta y abierta al servicio fiel y representa al Israel fiel, que vive fuera de la estructura religiosa oficial y ya no en Jerusalén sino en Nazaret de Galilea, “tierra de pobres”, e Isabel y Zacarías representan al pueblo de Israel de la antigua alianza, al judaísmo oficial.

                Otro aspecto interesante es el salto de la criatura en el vientre de Isabel. Dice el texto: “Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura dio un salto de gozo en mi vientre” (v. 44). Al respecto, otros textos y escenas en la Biblia se refieren a esta alegría mesiánica que produce el Mesías anunciado y esperado. La presencia de Jesús en el vientre de María santifica a Juan en el vientre de Isabel, mostrando así la superioridad de Jesús sobre su mismo futuro precursor.

                Dice el evangelio:”Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó con voz fuerte: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (v. 41- 42). Isabel aparece aquí como una profetisa que habla por inspiración divina. Cuanto dice de María se encuentra contenido en distintos lugares del Antiguo Testamento, especialmente en Jdt 13,18 y 2Sm 6, 9-11. De esta manera queda de manifiesto que una persona real, María, es elegida por Dios como instrumento de su plan de salvación. La doble bendición que pronuncia Isabel acerca de María como “bendita entre las mujeres” y de Jesús, “el fruto de su vientre”, constituyen una parte esencial de nuestra popular Avemaría. ¿Cuál es el motivo de la alabanza de María en labios de Isabel? No es otro que la fe de María: “¡Dichosa tú que creíste! Porque se cumplirá lo que el Señor anunció” (v. 45). Es la gran diferencia entre Zacarías, que no creyó lo que el Señor le anunció mientras oficiaba en el templo como sacerdote, y María que ha dicho: “Yo soy la sirvienta del Señor: que se cumpla en mí tu palabra” (v. 38). Una sencilla aldeana de Nazaret ha dado la única respuesta completa a la propuesta de Dios: una fe que se traduce en obediencia. Por eso, a María se la admira como “la primera creyente, modelo de todo discípulo de Cristo”.

                El mundo nuevo que Dios quiere encuentra su clave en la encarnación del Verbo en las virginales extrañas de María. Y esto ya es novedad que dos mujeres, personas devaluadas hasta la mínima expresión en la sociedad machista patriarcal de la época, junto también a dos niños que sin nacer todavía, ya están llamando la atención del evangelista, deja en claro que es el Espíritu Santo que inspira y llena de gozo para bendecir y alegrarse por la Buena Noticia que ilumina la noche de los siglos y las tinieblas del mundo. Es Espíritu Santo el gran protagonista de nuestra salvación.                                                       ¡Feliz Navidad! Fr. Carlos A. Espinoza Ibacache, O. de M.

 

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