Testimonio del voluntariado laical en la misión mercedaria en Angola
Provincia Mercedaria
de Chile

Testimonio del voluntariado laical en la misión mercedaria en Angola

Jueves 14 de Marzo, 2013

 
Un relato que nos permite acercar a la comunidad de Chile la realidad misionera mercedaria en Angola.

Desde el mes de enero se encuentran en la misión mercedaria en Angola voluntarios laicos -María José Terre y Claudio Gutiérrez- quienes están viviendo la experiencia del voluntariado desde su ser profesional, lo que les ha permitido compartir sus conocimientos con los profesores y jóvenes de Angola.

 María José es periodista y Claudio publicista, por ello, durante su proceso de acompañamiento en Chile prepararon talleres relacionados con las comunicaciones los que están siendo impartidos en Angola. Además generan material gráfico y audiovisual que ayudará a la difusión de las obras mercedarias en dicho país africano.

Ambos profesionales vivieron, junto al Padre Ramón Villagrán y al Gobierno Provincial, un largo proceso de acompañamiento y preparación del voluntariado.

Testimonio

Desde África María José Terre comparte su experiencia, detalles de la estadía, el trabajo de los frailes mercedarios con el Colegio y fotografías del quehacer en la comunidad mercedaria en Kiculungo. Queda en evidencia las condiciones en las que desarrollan sus clases y lo que falta para terminar la construcción del colegio.

Agradecemos el testimonio de María José Terre que nos permite acercar a la comunidad de Chile la realidad misionera mercedaria en Angola. A continuación el relato y fotografías enviado desde África:

Kiculungo 2013

"Llegamos a Kiculungo el lunes 21 de enero. Luego de ocho horas y muchos saltos por las malas condiciones del camino, conocimos el lugar que sería nuestro hogar por un par de meses.  Habíamos venido a realizar un voluntariado social, enfocado en un trabajo audiovisual que permitiera mostrar cual es la labor que se realiza en este recóndito lugar de Angola. No teníamos mucha información sobre lo que se hacía ni de qué manera, tan solo muchas advertencias sobre las precarias condiciones que encontraríamos y lo difícil que sería nuestra estadía en este lugar.

Desde un principio, nos encontramos con gente muy cálida, acogedora y dispuesta a ayudarnos en todo momento con cualquier cosa que necesitáramos, ya fuera información sobre la historia del lugar, facilidades para los equipos y personas que dieran su testimonio o contaran un poco acerca de la realidad de Kiculungo. Los Padres y dueños de casa mostraron desde un comienzo una gran voluntad y disposición para cooperar con nuestro trabajo y hacernos sentir  lo más cómodos posible. La preocupación por la precariedad del lugar se vio desplazada de inmediato al notar que las necesidades básicas como comida, baño y techo se encuentran perfectamente normales. Nos sorprendimos al encontrar hasta luz eléctrica que funciona a ciertas horas del día a través de un generador.

El lugar está situado en medio de la selva africana, donde el paisaje es de un verde que cautiva.  El clima es húmedo como en la capital, pero bastante más fresco, por lo que hay menos mosquitos. Aun así hay que cuidarse con repelente y la pastilla de doxicilina, ya que todas las personas con las que vivimos han sufrido paludismo durante este tiempo, menos nosotros.  

Comenzamos registrando las historias que más representan el trabajo que se realiza aquí a través de la Orden de La Merced. La Escuela San Pedro Nolasco de Kiculungo a cargo de los frailes mercedarios comenzó el año 1992, continuando el trabajo de los monjes capuchinos en medio de la guerra que había revivido en noviembre de ese mismo año. El clima de tensión era pan de cada día, ya que las clases eran constantemente interrumpidas para reclutar alumnos y profesores a combatir. La escuela funcionaba con bastantes obstáculos, superados por 300 estudiantes que se dividían en tres cursos: niños, adolescentes y adultos.

La gravedad de la situación llegó a su punto más alto el año 1998, en el que los constantes enfrentamientos obligaron a los Padres mercedarios a retirarse de Kiculungo, pudiendo solo regresar seis años después, para retomar el convento y la escuela. Fue en ese entonces cuando comenzaron a llegar aportes desde Chile, para poder reconstruir y hacer funcionar la escuela que era la única del sector.

Gracias a una donación el año 2010 se comenzaron a construir 13 nuevas salas, sin embargo, solo cuatro quedaron utilizables y a medio terminar, quedando en obra gruesa las 9 restantes. Dos años después, un segundo aporte permitió continuar el avance, pero no así lo suficiente para terminar el proyecto que incluye una sala de reunión, otra de computación, oficinas administrativas y dos baños para los profesores, ya que las letrinas que existen son tres para todo el colegio y constituyen dos hoyos en el suelo. Para finalizar el colegio se necesitan alrededor de 150 mil dólares, lo que se debe principalmente a lo caro que es el metro cuadrado de construcción en un lugar tan alejado de las grandes ciudades. Hoy en día la escuela cuenta con 750 alumnos, sin embargo, la demanda cada año es mayor. De acuerdo al Ministerio de Educación las aulas no pueden contar con más de 45 alumnos por curso, y las 9 salas utilizables no dan abasto.

Por nuestra parte, hemos hecho seminarios para los profesores con el fin de poder compartir lo que sabemos acerca de comunicación y relación con los alumnos. De qué forma podrían mejorar sus clases de manera que su rol de educadores vaya más allá de la sala y busquen convertirse en guías y maestros de sus alumnos durante la etapa escolar. Aun así, se necesita muchísima capacitación para los profesores, ya que solo cuentan con el estudio que la misma escuela les ha dado, siendo tan solo una base. La mayoría no tiene estudios técnicos ni superiores, no sabe prender un computador, ni mucho menos usar internet. Con el mismo objetivo, nos encontramos realizando clases te tecnología, computación, inglés y español, lo que ha sido una experiencia muy gratificante ya que el interés y entusiasmo por parte de los alumnos para aprender cosas nuevas es evidente.

A pesar de todas las dificultades, ya se empiezan a ver resultados en el ámbito de la educación. Hace un par de días, Jacob, alumno de 25 años de la escuela San Pedro Nolasco, partió rumbo a Luanda para estudiar derecho en la Universidad Católica de Angola. Debido a ser el mejor alumno del año 2012 se ganó una beca para estudiar una carrera universitaria, la cual será financiada a través de su trabajo administrativo en el Hospital de Kiculungo más la ayuda del Municipio.  

Otro de los aspectos relevantes en Angola es la malaria, la cual es una de las principales causas de muerte infantil. Los casos aumentan considerablemente de año a año, por lo que es trascendental el implementar medidas para educar a la población sobre los medios para prevenirla. Sin embargo, no existe el poder adquisitivo para comprar repelente, y los mosquiteros entregados por diversas ONG, generalmente terminan siendo utilizados como redes de pescar.

Esto se ve reflejado claramente en el puesto médico en el que trabajan las Hermanas del Santísimo Salvador, a quienes ayudo por las mañanas. Este consultorio es el más concurrido de la zona, por  lo que se necesita mucha ayuda. Todos los días llegan aproximadamente 20 niños enfermos, con altas fiebre y malestares que se traducen principalmente en malaria. Se les realiza un test con una muestra de sangre que en menos de 10 minutos revela si el niño padece de paludismo, lo que es positivo en más del 90 por ciento de los casos.

Los alrededores de Kiculungo son muy pobres. Cuando viajamos a visitar otras aldeas se pueden ver villas formadas por casas de adobe cubiertas con placas de zinc o paja, las que en gran mayoría no tienen puertas ni ventanas. Tampoco tienen agua ni luz, y la comida diaria es constituida por “funge”, un puré hecho a base de harina de mandioca mezclada con agua. El nivel de desnutrición, sobre todo en los niños, se ve claramente en sus estómagos visiblemente inflados. Apenas visten ropas viejas y rotas, y juegan con lo que encuentran en la tierra.

Fuimos a una aldea en la que los niños salieron a cantar y a bailar para recibir al Padre cuando llegamos a visitarlos. En la noche hicieron una fogata bajo un  cielo estrellado y alrededor de ella rezaron, escucharon la palabra de Dios y cantaron con una fuerza y alegría que me emocionó hasta las lágrimas. Hemos visitado a los niños con malaria en el hospital. Un cariño, una  sonrisa, o solo la simple visita crea en ellos una alegría y satisfacción que se lee a simple vista en la forma como te miran. Hace unos días pusimos un proyector con todas las fotos que les hemos sacado a las personas que viven aquí. Las risas que se transformaban en gritos de sorpresa y excitación fue una reacción que nunca antes había visto por el solo hecho de regalarles una simple foto.

A pesar de que pareciera ser un lugar olvidado por el mundo, en el que la malaria es tan común como una gripe, donde no hay agua limpia para tomar, en un lugar donde se apaga la luz cuando se esconde el sol y donde apenas hay para comer cada día, uno pensaría que la hostilidad, el rencor y desgracia reinan. Sin embargo, algo especial caracteriza a este lugar en el que la gente es feliz con lo que tiene y con lo que hay.

La gente que habita este lugar es sorprendentemente alegre y cariñosa. El saludo desinteresado acompañado siempre de una sonrisa es característico de quien se cruce por delante, mientras solo buscan tomarte la mano y agradecerte por el simple hecho de venir, de estar, de conversarles y entregar un poco del tiempo que aquí se transforma en algo tan valioso. Por mientras, continúo buscando la manera de cómo equilibrar, aunque sea un poco, lo mucho que se recibe tan solo a cambio de estar aquí.

 

María José Terre


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