2° Domingo de Cuaresma. Comentario del Evangelio
Provincia Mercedaria
de Chile

2° Domingo de Cuaresma. Comentario del Evangelio

Domingo 21 de Febrero, 2016

 
Una vez que hemos decidido seguir las huellas de Cristo Redentor no tenemos otro camino y proyecto que el de Jesús. Se trata de una decisión firme y estable, dispuesta a todos los peligros y riesgos, vivida con radicalidad y entrega “hasta de la propia vida”.

2°DOMINGO DE CUARESMA (C)

“Este es mi Hijo elegido; escuchadlo”

En el Año de la Virgen de la Merced y del Año Jubilar de la Misericordia

Textos

Gn 15, 5-12.17-18            “Aquel día el Señor hizo alianza con Abrán”.

Sal 26, 1.7-9.13-14 Tu rostro, Señor, es lo que busco.

Flp 3, 17 – 4,1                    “Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo”.

Lc 9, 28-36                          “Este es mi Hijo elegido. Escúchenlo”.

Parece que el salmo 26 con que hoy respondemos a la Palabra proclamada en la primera lectura, expresa perfectamente el sentido de las lecturas que se nos proponen para este Segundo Domingo de Cuaresma. En efecto, el salmo 26 se estructura en una súplica de gran confianza en el Señor como queda expresada en los versículos 1-6. Se abre con una afirmación de confianza absoluta: “El Señor es mi luz y mi salvación: ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida: ¿de quién me asustaré?” Pero también expresa un miedo inexplicable como lo dice el orante en los versículos 7-13. El miedo no es extraño al creyente y puede convivir con la más absoluta confianza en el Señor. Las manifestaciones de este miedo existencial son variadas y quizás extremas pero subyace una confianza imbatible en el Señor. Volvamos a leer este precioso poema en que han quedado estampados los más profundos sentimientos del orante, generando una mezcla entre sentimientos de confianza y temores vitales. Tratemos de seguirle la pista de estos dos ingredientes de la vida creyente a través de la Palabra que hoy nos interpela.

                Primera lectura                Génesis 15, 5-12. 17-18     Alianza de Abrán con el Señor.

                La palabra clave de este texto es alianza o pacto, en hebreo berit, puede significar contrato, convenio, acuerdo. Dios hizo alianza con Noé, con Abrahán, con Moisés y el pueblo. En estos casos, el hombre acepta la alianza (= promesa de Dios) con un acto de fe y confianza que involucra la vida entera como quien se fía de Dios. En todos los casos es Dios quien toma la iniciativa como es el caso de Abrán, que lo llamó según relata Gn 12. La fe de Abrán está en una encrucijada puesto que los dones que el Señor le ofrece no servirán de nada ya que no hay un descendiente directo del patriarca sino un extranjero como era el hijo de su esclava Agar. Entonces Dios ratifica su promesa y ésta adquiere horizontes insospechados a través de un descendiente de las propias entrañas del patriarca. En esta promesa queda comprometida la Palabra de Dios precisamente en razón del acuerdo o pacto que Dios sella con Abrán. La descendencia del patriarca, dice Dios, será tan grande como contar las estrellas del firmamento. Y Abrán creyó al Señor, confió completamente que el Señor cumpliría lo que le prometió. Abrán se fió de Dios y esa actitud es lo que llamamos fe. Es como un lanzarse a la aventura sin otro seguro que la palabra que Dios promete. A pesar de esta exuberante promesa, Abrán se ve enfrentado a la realidad que es un interrogante. “Señor mío, ¿cómo sabré que voy a poseerla? (v. 8). A partir del versículo 9 se describe el modo cómo se sellaba una alianza o pacto: animales partidos en dos y sus partes puestas una frente a la otra. Nótese la lucha de Abrán por espantar las aves de rapiña. Es interesante descubrir el simbolismo de estos animales partidos en dos. Si alguna de las partes comprometidas en la alianza rompía una de sus cláusulas, le sucedería lo mismo que a los animales partidos. La escena de los preparativos del pacto arroja un manto de temores que invaden a Abrán: “Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrán y un terror intenso y oscuro cayó sobre él” (v. 12). La alianza de Dios con Abrán incluye al pueblo escogido y este es un aspecto extraordinariamente fuerte. Dios se compromete con un pueblo y sella este compromiso con la alianza. ¿Qué significa cuando Jesús en la última cena dice que el vino es su sangre de la nueva y eterna alianza?

                Segunda lectura               Flp 3, 17-4,1                       Filipos fue la primera ciudad europea visitada y evangelizada por Pablo y Silas hacia el año 49 d.C. La carta está escrita desde la cárcel, posiblemente en Roma, después del año 60, aunque la mayoría de los estudiosos se inclina por una experiencia de cárcel en Éfeso. Si fuera esto último, la carta se habría escrito hacia el año 54. El texto de esta segunda lectura de este domingo de Cuaresma es un llamado apremiante y lleno de afecto a los fieles de Filipos para que imiten el ejemplo del Apóstol, conducta opuesta a la de los “enemigos de la cruz de Cristo” (v. 18). Lo que San Pablo dice tiene permanente actualidad porque existe en muchos cristianos un apego a los ritos y costumbres religiosas olvidando completamente las exigencias de una vida recta, entregada al servicio, inspirada en el amor verdadero. Cuando un creyente olvida lo esencial de la fe y de la vida cristiana puede caer en la idolatría de las cosas y en los desproporcionados ritos, como por ejemplo el culto a la santa muerte en México y multitud de otras prácticas aparentemente religiosas. Lo más grave es olvidar el Evangelio, negar la centralidad de Cristo Redentor, ritualizar la vida cristiana llevando en la práctica una vida extraña al evangelio y a la vida cristiana misma. La clave es la fidelidad al Evangelio que se nos ha predicado, una renovada adhesión de fe sobrenatural al misterio de Dios uno y trino. Estamos ante una sociedad pluralista en lo religioso, moral, cultural pero el creyente debe mantenerse firme y fiel en la fe cristiana. La Cuaresma nos invita a pensar la Palabra de Dios con mayor empeño. Pregúntate si eres realmente fiel a Jesucristo con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus obras, tu conducta, tu vida.

                Evangelio            Lc 9, 28-36                                          Transfiguración de Jesús

                Después del primer anuncio de la pasión y resurrección que Jesús dirige a sus apóstoles (Lc 9, 22) y de proponerles las condiciones para ser discípulo suyo (Lc 9, 23- 27), San Lucas nos relata la transfiguración de Jesús, lo que acontece “ocho días después de estos discursos” (v.28). Cuando Jesús comienza a hablar de su propio camino de pasión, muerte y resurrección ante los suyos, no sólo se refiere a su camino sino al camino que deberán seguir sus discípulos. El verdadero discípulo es aquel que asume como propio el proyecto y el camino de su Maestro, lo que implica asumir  las condiciones que Él propone comenzando por “negarse a sí mismo”, es decir, no actuar por capricho ni acomodando la realidad a sus propios intereses. Es la primera exigencia que cuesta sudores y lágrimas porque a cada uno le gusta seguir sus propios deseos, realizar sus propios proyectos y vivir  según su propia voluntad. Se trata de ir haciendo un proceso largo hasta que el proyecto y camino de Jesús se conviertan en el propio proyecto y camino de cada uno de los que queremos ser sus verdaderos discípulos.

                Ante semejante panorama, a primera vista desalentador, luego difícil de asimilar, la transfiguración es inseparable del camino y proyecto de Jesús. El episodio tiene un aspecto pedagógico innegable, pues quiere instruir a los más cercanos acerca de la realidad final de este camino. También es posible descubrir la íntima relación entre la Escritura y el bautismo de Jesús, por cuanto hay también una cristofanía, es decir, una voz del cielo que lo confirma como el Hijo elegido al que hay que escuchar. De este modo, el Padre confirma y valida con su propia palabra, la opción de Jesús de abrazar el camino de la muerte y resurrección. La relación de Jesús con la Escritura queda al descubierto por el encuentro con Moisés, que representa la Ley, y Elías, que representa a los Profetas. Ambos, la Ley y los Profetas, dan testimonio y aprueban la misión de Jesús, que no es otra que llevar a cabo el plan salvífico del Padre y es lo que está haciendo Jesús en medio del pueblo.

                Jesús elige libremente el camino propuesto por el Padre para redimir a la humanidad y el Padre lo respalda. De esta manera, el Padre ratifica no sólo el camino y proyecto de Jesús, su Hijo elegido, sino también de todo el que quiera hacerse discípulo o discípula del Maestro. Una vez que hemos decidido seguir las huellas de Cristo Redentor no tenemos otro camino y proyecto que el de Jesús. Se trata de una decisión firme y estable, dispuesta a todos los peligros y riesgos, vivida con radicalidad y entrega “hasta de la propia vida”.

                La nube cubrió con su sombra a los discípulos Pedro, Santiago y Juan, aunque se asustaron. Y entonces se escuchó desde la nube la voz que decía: “Éste es mi Hijo elegido. Escúchenlo”. Esta nube es la Sagrada Escritura, la Palabra de Dios, que nos introduce en el misterio de Dios y nos hace escuchar la voz del Padre acerca de su Hijo. Hagamos lo que se nos recuerda hoy: Escúchenlo. Porque en la Escritura entera nos habla Cristo y sin Cristo la Escritura no tiene sentido.

                “Ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón”.

                Un saludo fraterno y buen domingo. Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.    

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