3° Domingo de Pascua. Comentario del Evangelio
Provincia Mercedaria
de Chile

3° Domingo de Pascua. Comentario del Evangelio

Domingo 10 de Abril, 2016

 
En medio del ajetreo y trabajo de la misión, los discípulos reconocen al Señor por su Palabra, suave y fraterna: ”Muchachos, ¿tienen algo de comer?” (v. 5), “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán” (v. 6); “Traigan algo de lo que acaban de pescar” (v.10); “Vengan a comer” (v. 12). Es la Palabra de Dios que sostiene a los misioneros, el mandato misionero de Jesús que manda tirar las redes y la abundancia de los frutos.

3° DOMINGO DE PASCUA (C)

                “Misericordiosos como el Padre” es el lema del Año Santo de la Misericordia

Textos

Hch 5, 27-32.40-41          “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.

Sal 29, 2-4-6.11-12.13     Yo te glorifico, Señor, porque Tú me libraste.

Apoc5, 11-14                      “Al que está sentado sobre el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder, por los siglos de los siglos”.

Jn 21, 1-19                            “El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor!”.

                La Palabra de Dios de este domingo continúa centrándose en el misterio pascual que celebramos, subrayando el compromiso testimonial que implica la experiencia de la resurrección de Cristo. Los apóstoles son testigos privilegiados que nos introducen  en el camino de la fe en el Resucitado. Ojalá que como Juan pudiéramos decir también nosotros: “¡Es el Señor!”. Y todos los cristianos somos testigos y formamos una iglesia de testigos, aunque hemos creído sin haber visto. Los testigos del Resucitado nos narran cómo el Señor se ha hecho presente en sus vidas y les ha relanzado a la misión. Sin esa presencia del Señor Resucitado la tentación es volver a lo mismo de siempre, a una vida sin relieve de eternidad, a un mundo común y corriente. Gracias a la presencia del Señor Resucitado la Iglesia y cada bautizado despierta de su letargo y abraza la aventura fabulosa de convertir el mundo al Evangelio con el anuncio del Resucitado, vencedor del pecado y de la muerte. Nos parecemos a esos pescadores del evangelio de este domingo que se pasan la noche pescando y no obtienen nada. Todo eso cambia cuando  Jesús desde la playa, sin ser reconocido por sus discípulos, les manda tirar las redes y la pesca se hace abundante. Nos desgastamos en miles y miles de planificaciones pastorales, programas de ayuda y muchas actividades pero la pesca es casi nula. ¿No será que nos está faltando escuchar más la voz del Señor y seguir sus inspiraciones para que la misión sea  más provechosa? ¿Qué le falta a nuestras pastorales para que rompan ese movimiento desalentador que se nos viene encima cuando, a pesar de los esfuerzos, no pescamos nada? Hoy, la Palabra nos interpela nuestra manera de ser testigos y de llevar a cabo la misión evangelizadora. Dejémonos interpelar con humildad y confianza no en nuestros planes sino en el Señor que nos envía una y otra vez. Tiene mucho sentido la invitación del Papa Francisco cuando nos invita a “salir” de ese círculo que nos hace rutinarios y cansados.

                La lectura de los Hechos de los Apóstoles 5, 27-32.40-41 nos relata el modo cómo los apóstoles dan testimonio de la fe a pesar de las prohibiciones que les imponen las autoridades judías y cómo abrazan los mismos castigos físicos a que son sometidos por la causa del anuncio. Fijémonos que el contenido del anuncio versa sobre la persona de Jesús del cual se dice que fue ejecutado colgándolo de un madero por parte de las mismas autoridades que los están condenando a ellos. Al mismo Jesús que ha sido rechazado por Israel Dios lo ha glorificado  nombrándolo Jefe y Salvador, sentándolo a su derecha. Y todo esto para la conversión de Israel y para el perdón de los pecados. Por esta razón, los apóstoles tienen que obedecer a Dios y no a los hombres, representados por el Consejo de los judíos. Todo se afirma en esa conciencia tan clara y decisiva de los apóstoles cuando declaran que son testigos con el Espíritu Santo que Dios concede a los que creen en Él. Igual sufren por Cristo los azotes que el Consejo ordena pero ellos se marchan contentos por haber sufrido desprecios por Jesús. Los testigos deben estar dispuestos a dar la cara y poner el hombro a las consecuencias de su testimonio. Rechazos no van a faltar.

                El pasaje del libro del Apocalipsis 5, 11-14 da cuenta acerca de la dimensión que tiene el Cordero degollado que se hace portador de los atributos divinos que el Antiguo Testamento señalaba de manera exclusiva para Dios, tales como el poder, la riqueza, el saber, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. Todo esto dentro del coro de voces de ángeles, de los vivientes y de los ancianos, es decir en el mundo celestial o cielo. Jesucristo es aclamado por su victoria sobre la muerte y el pecado. Igual cosa acontece a nivel del mundo terrenal: todas las criaturas tributan un reconocimiento al que está sentado en el trono, es decir, el Padre y al Cordero, Jesucristo. La clave de lectura está por cierto en la figura del Cordero que tiene muchas resonancias bíblicas: se trata del cordero pascual que sella la liberación del pueblo escogido o el cordero sacrificado por el pecado. Es el león de Judá y la raíz de David que triunfa sobre las fuerzas del mal. Es Jesús el verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y que Juan vio entre el trono de Dios y los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos. Es Cristo glorificado junto al trono de Dios en el cielo.

                El evangelio de San Juan 21, 1-19 nos presenta una aparición del Resucitado junto al lago de Tiberíades. Este capítulo es un epílogo del evangelio de Juan que parece concluir en el capítulo 20, 30-31. Hay que considerar que los protagonistas de este capítulo son un grupo de siete discípulos y el número siete implica en la Biblia perfección, plenitud. Significaría esto que la misión se universaliza de tal modo que todos están llamados a realizar el anuncio. Jesús aparece en la misión misma y ya no es el centro. Jesús está en medio del trabajo misionero de los discípulos, aunque ellos tiendan a ignorarlo. Está en la playa y prepara comida.

                La misión está en la comunidad y no tanto en personas determinadas. La acción que describe el evangelio de hoy en los versículos 1-14 acontece a campo abierto y no como otros relatos que se sitúan dentro de una casa. Los discípulos  salen a trabajar: “Voy a pescar”, dice Pedro y los otros: “Nosotros también vamos” (v. 3). Es interesante que Jesús ya no se manifieste al final del día, hora en que la comunidad se recoge, sino en plena mañana, en el tiempo del trabajo. Dice el texto: “Al amanecer Jesús estaba en la playa; pero los discípulos no reconocieron que era Jesús” (v. 4).

                Se trata de la tarea evangelizadora de la comunidad entera. Todos los discípulos deben trabajar en  el anuncio del evangelio.

              Tras una noche inútil, sin pesca, Jesús les hace una indicación: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán” (v. 6). Lo hacen y obtienen una gran pesca, lo que quiere decir que la evangelización debe estar orientada por la escucha y docilidad a las palabras de Jesús. Sólo así dará fruto. La misión nace del mandato misionero de Jesús.

                A pesar de la enorme cantidad de peces la red no se rompe y con ello se simboliza a la Iglesia= comunidad cristiana que tiene capacidad para acoger a hombres y mujeres de toda raza, pueblo y nación. En el mismo sentido hay que entender los 153 pescados que cuenta la red de Pedro: se trata de una referencia a la universalidad y capacidad de la Iglesia para acoger a todos, sin romperse.

                El mar de Tiberíades denota todo un sentido del mundo hostil donde se desarrolla la misión. Sin embargo, la playa o la orilla tiene gran importancia porque es desde ella que la misión tiene consistencia. Es el “lugar de comida” o “de la cena que Jesús prepara”, es decir, la eucaristía, nutriente esencial para el logro de la misión.

                En medio del ajetreo y trabajo de la misión, los discípulos reconocen al Señor por su Palabra, suave y fraterna:”Muchachos, ¿tienen algo de comer?” (v. 5), “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán” (v. 6); “Traigan algo de lo que acaban de pescar” (v.10); “Vengan a comer” (v. 12). Es la Palabra de Dios que sostiene a los misioneros, el mandato misionero de Jesús que manda tirar las redes y la abundancia de los frutos (redes repletas de peces). Todo confirma la misión que Él nos ha encomendado.

                Otro interesante detalle. Cuando Juan le dice a Pedro. “¡Es el Señor!” (v. 7), Pedro se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, es decir, reconoce su fragilidad y miseria. La desnudez apunta a la condición humana débil y pobre. Al reconocer a Jesús, se ciñe la túnica, es decir, se dispone al servicio como lo había visto tantas veces en su Maestro. Y luego se tira al agua, es decir, está dispuesto a dar la vida por el Señor. Todo concluye aceptando la invitación de Jesús a sentarse a la mesa para comer de los frutos que han logrado. Pedro y los discípulos comprenden que la misión reclama compartir el banquete eucarístico con el Señor y los hermanos.

                La segunda parte del relato se refiere a la relación de Jesús con Pedro. La comunidad necesita saber qué ha pasado con la triple traición de Pedro. Sólo el amor puede curar o sanar el pecado de Pedro. Jesús lo conduce a través de las tres preguntas hasta descubrir Pedro que sólo el amor de Jesús es capaz de liberarlo definitivamente. Jesús lo confirma en el pastorear a las ovejas y lo invita a abrazar el seguimiento con todas sus consecuencias. Jesús le anticipa la entrega total que vivirá como discípulo suyo hasta dar la vida.

                Nada más. La misión reside en la comunidad y no en protagonismos individualistas. Sea esta una ocasión para revisar nuestra misión como discípulos misioneros del Señor.

                Un saludo cordial. Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

 

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